La imagen destacada hace referencia a: Blanca en México
Viví cinco años en México Distrito Federal. Durante ese tiempo, como podéis suponer, me ocurrieron muchísimas anécdotas, viví terremotos, inundaciones, cambios de gobierno…
Conocí a muchos personajes y cantidad de momentos, que marcaron un trocito de mi memoria.
Las costumbres, en esa sociedad, eran entonces de mucho protocolo y mi hijo pequeño, que entonces no tenía más de 4 años, fue elegido como representante de su curso para recitar una poesía en la ceremonia de boda de su profesora.
De izquierda a derecha, Blanca, Alain, Leticia y Leire.
En la ciudad de México D.F. las distancias son enormes y, la verdad, no me hizo ninguna gracia la invitación. Pero el esfuerzo del niño merecía su recompensa.
Sabía que pasaríamos un par de horas en el coche.
La mañana del día señalado, con gran alegría, recibí una llamada telefónica. Era un amigo que acababa de llegar de España y, sin pensármelo, lo invité a que nos acompañara al evento (como dicen allí). Me dio una gran sorpresa porque aceptó, y a la hora prevista, en mi maravilloso “escarabajo” nos dirigimos a la iglesia.
Todo iba bien. Mi hija se había quedado a cargo de Leticia, la persona que me ayudó a cuidar a mis hijos durante mi estancia en México. Y ya de regreso a la casa, creo que habíamos recorrido la mitad del trayecto, nos paramos en un semáforo. En ese mismo instante el coche empezó a moverse, la luz del semáforo, la de la avenida y todas las de los comercios, se apagaron. Puse el freno de mano pero nada, todo se movía; los coches que estaban a los lados se acercaban peligrosamente. Miré al asiento de atrás, el niño estaba durmiendo. ¡Es un terremoto, no por favor, mi hija está en una 6ª planta, Dios mío es un terremoto muy fuerte! ¿Qué hacemos?. No hay luces. Esta ciudad es muy peligrosa sin semáforos. No podía reaccionar, no podía poner el coche en marcha, y mi amigo, como podéis suponer, me dice con toda tranquilidad: “No te preocupes. ¿Ves esas rejillas en el suelo?. Es el metro que está pasando por debajo y por eso se mueve, tu no te preocupes y ponte en marcha”.
Foto de Blanca, poco antes del terremoto.
No se cómo, estaba con un ataque de pánico. No era la primera vez que sentía esa impotencia, pero su voz me dio tanta tranquilidad, y tanta seguridad que aunque sabía perfectamente lo que estaba pasando pude lograr poner el coche en marcha y, sin semáforos ni luces en toda la ciudad llegué hasta mi casa.
Sin darme tiempo a salir del coche llegó el portero tranquilizándome: “La niña está bien señora, en la casa no hay desperfectos, pero el temblor ha sido muy grande”.
Juanjo sacó al niño del coche. Seguía dormido, subimos casi a oscuras las escaleras y en la primera puerta que vio abierta entró, con el niño en brazos, preguntándome en qué cama lo dejaba. Claro, el problema es que se confundió de piso, de puerta, y ni siquiera se fijó en las personas que lo estaban mirando con cara de asombro.
ENTONCES ME DI CUENTA QUE, A PESAR DE SU APARENTE TRANQUILIDAD, ESTABA MÁS ATERRORIZADO QUE YO.
Blanca con dos de sus hijos. En primer plano, Alain.