Bolivia: ¡A que no te aburres, cariño!
Bolivia: ¡A que no te aburres, cariño!

La imagen destacada hace referencia a: Blanca, en el altiplano boliviano, con el guía y dos indias quechuas.

La verdad es que no sé porque me dejo convencer. Pero él siempre se sale con la suya.

En esta ocasión nos encontrábamos en la ciudad de La Paz, que para mí es difícil porque el mal de altura me afecta y no estaba precisamente de muy buen humor, cuando me dice que, ya que estábamos allí, podíamos aprovechar para buscar a una india aymara que había sido testigo de un encuentro con dos seres, por supuesto un caso muy interesante.

El problema era que, para llegar por carretera hasta el lugar, necesitábamos más de tres días y era bastante complicado.

El Salar de Uyuni es un lugar remoto y de difícil acceso por carretera. Entonces decidió buscar una agencia donde pudiéramos alquilar una avioneta y, en unas horas, intentar buscar a la señora. ¡Qué confianza tan grande en la Providencia! Creer poder encontrarla en unas horas en cientos de km y sin conocer nada del lugar.

Blanca y la avioneta de los precintos

Blanca y la avioneta de los precintos

A punto de tomar tierra, en Uyuni (Bolivia)

A punto de tomar tierra, en Uyuni (Bolivia)

Bien, cuando nos enteramos del precio del vuelo, me sentí aliviada, pensando que no teníamos el dinero suficiente y no admitían el pago con tarjetas de crédito. Pero no se inmutó. La única solución era intentar que nos dieran el dinero en metálico en el Banco Nacional de Bolivia, presentando como aval nuestras tarjetas de crédito. Después de mucha espera y mucho papeleo, conseguimos el dinero para la aventura.

Sin más, nos presentamos en la agencia y alquilamos la avioneta y al piloto. Muy bien, se había salido con la suya.

Al día siguiente, a las 5 de la mañana, estábamos los dos esperando en la puerta del hotel al piloto que, supuestamente, nos llevaría a Uyuni. Fue puntual, se presentó y nos dijo que había sido piloto del ejercito y que todo estaba bien, pero antes de dejar la ciudad de La Paz hicimos una parada para recoger al que nosotros pensamos era el copiloto.

Cuando llegamos al aeropuerto, el que pensábamos era el piloto, se despidió de nosotros muy amablemente y nos deseó un buen vuelo. Pues qué bien.

Tomamos un café mientras ponían a punto la avioneta, y yo, muy ingenua, le digo a Juanjo, “no me fío mucho, esto es muy raro”. El supuesto piloto se va. ¿Y este otro quien es?. “No te preocupes”, me dice, “los pilotos militares son buenísimos y de confianza. Tu tranquila”. Bien, yo no estaba tranquila, pero como todo está programado…
Que sea lo que el Jefe quiera…

Al fin la avioneta. Ya estaba amaneciendo. La verdad, por fuera no estaba muy mal. Me hizo la foto, “sonrie”, me dijo. Estaba yo como para sonreir, entre el mal de altura, el frío y la noche sin poder dormir, no podía dejar de temblar.

Bueno, ahora la sorpresa. Por dentro parecía una caja precintada, con esa cinta marrón que se usa para cerrar paquetes. ¡Qué bien! ¡Huy que miedo!. El vuelo duraba casi dos horas. Pienso: ¿si se despega la cinta qué hacemos?. ¡Qué emoción!. Y él, tranquilo.
“No te preocupes” me dice. “Estos aviones son seguros”. Y le digo “Te creo, pero no me fío”.

Me estoy poniendo mala, le repito. Entonces escuchamos que desde la torre de control no le dan permiso para despegar, porque sus documentos no estaban en regla. Parecía o entendimos nosotros que no había renovado su licencia. Yo le doy gracias a Dios y a todos los santos, y le digo: Juanjo, yo me bajo, yo me voy, esto es una mala señal, no debemos ir, y, él “no te preocupes, seguro que es un mal entendido, ya verás como se arregla”. Pero desde la torre, que nada, que no se podía despegar. ¡Eso si que es pánico! ¡Ya pensaba que ni era piloto y que nos habían estafado!.

Entrada al salar de Uyuni

Entrada al salar de Uyuni

Juanjo, el hombre tranquilo, sentado en el asiento del copiloto y no sé si era por el ruido del motor o porque se hacía el sordo no escuchaba mis súplicas. Después de una hora, uno venía, otro iba, y nosotros dentro de la avioneta.

Al final una “mordida”, (soborno) fue lo que nos dejó despegar. Se salió con la suya.

La verdad es que el vuelo fue bien, a pesar de que estábamos congelados, el viento entraba por todos los precintos.

Salar de Uyuni

Salar de Uyuni

La llegada al Salar de Uyuni fue apoteósica. Aterrizamos en una pista de tierra, y como por allí no pasan muchas avionetas, todos los niños del pueblo aparecieron a recibirnos, incluso la policía del municipio, que fue tan amable de acercarnos al centro de la ciudad. Creían que llegaba algún miembro del gobierno.

Bueno, la búsqueda en Uyuni nos dio bastantes pistas sobre nuestra testigo, y ya pensamos regresar en otra ocasión.

Llegó el momento temido, otra vez a la avioneta, aunque ya confiaba en el piloto, nos quedaba otro tramo de vuelta.

Blanca, en el interior de la avioneta de los sustos

Blanca, en el interior de la avioneta de los sustos.

Viendo ya la pista de aterrizaje del aeropuerto de Los Altos, en la capital, se cree que fue una controladora en prácticas la que dió pista a dos avionetas a la vez para aterrizar, claro, una era la nuestra. Evitamos el choque de milagro. No, si al final el piloto era bueno…

Cuando pisé tierra quería estrangular a Juanjo, y él con una gran sonrisa me dice:

¿“A que no te aburres conmigo, cariño”?.
 

J.J. Benítez

Blanca

En la vida de una persona ocurren, de vez en cuando, algunos hechos, que después de los años, al recordarlos, te hacen sonreír y, en cierto modo, añorar esos días pasados.

Esas anécdotas puntuales son las que me gustaría compartir con vosotros, y si tengo la suerte de haceros sonreír unos segundos, pues perfecto.
Son historias reales y sencillas, pero que han marcado un momento, que recuerdo con cariño. No tienen orden cronológico y van pasando como etapas superadas de mi vida, gracias a mi compañero de viaje y aventuras, en el que confío con todo mi corazón.

Gracias Juanjo.

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