Ataque de pánico en el Sinaí
Ataque de pánico en el Sinaí

La imagen destacada hace referencia a: Chiringuito en lo alto del monte Sinaí.

Hay lugares que, desde pequeña, los tengo grabados en mi memoria. Uno de ellos es el Sinaí .

Esa tarde, haciendo los preparativos para la ascensión al Monte Sinaí, estaba muy emocionada. Era uno de los lugares que, después de haberlo visto en las películas, y leído en muchos libros me parecía aún imposible llegar a conocer.

Sabía que la subida era fuerte y aunque estábamos en pleno verano, por las noches, a esas alturas hace mucho frío.

Nos vestimos y calzamos apropiadamente y a primeras horas de la madrugada salimos de Sharm El Sheik hacia Santa Catalina donde empezaba la ascensión.

Blanca en uno de los refugios, en el Sinaí, tras cuatro horas de ascensión

Blanca en uno de los refugios, en el Sinaí, tras cuatro horas de ascensión

La noche era muy oscura, recuerdo que los camelleros estaban esperando a posibles clientes, algunas personas de nuestro grupo prefirieron ascender en camello. Juanjo y yo decidimos subir caminando.
Nos alumbrábamos con una pequeña linterna que solo nos permitía ver escasamente nuestros pies.

Así comenzamos y el frío se iba haciendo más intenso. Tardamos cuatro horas en alcanzar la cima, los últimos metros fueron los más difíciles por lo empinado del camino.
Aún no había amanecido. Yo estaba aterida de frío, y en uno de los negocios que tenían allí montados los egipcios, donde vendían café y té a los sufridos escaladores, pude cobijarme un poco.

Ataque de pánico en el Sinaí

Al fondo, los cipreses señalan la llamada zarpa ardiente. Amanece. Al aproximarse al vacío, empieza el pánico.

Amaneció y en el silencio, empecé a oir un murmullo, había mucha gente y nadie se quería perder el espectáculo. El lugar era especial.
Salí del pequeño refugio y la verdad es que lo que vi me superó. Estaba en lo más alto de una cadena montañosa bañada en tonos naranjas, violetas y azules. Era mágico, era el momento que tantas veces había imaginado, nunca había sentido esa sensación de casi estar volando.

Fueron instantes, y de pronto, empezó el pánico. Sí, era pánico, me acerqué como pude a la roca más cercana y de allí no pude moverme.

El tiempo pasaba y el descenso se debía hacer antes de que apretara el calor. La bajada debía hacerse por la parte más abrupta, directamente al lugar donde estaba la bíblica zarza ardiente.
Yo me negué, no podía despegar mis pies del suelo, ni separarme de la roca, mi salvación. Me sentía insegura y nadie podía convencerme para empezar el descenso.
Estaba a punto de un ataque de histeria. El grupo se impacientaba. Yo, la verdad, no era muy consciente, pero sin quererlo estaba causando un problema. Luego supe que me hicieron tomar un relajante.

Macizo del Sinaí, al amanecer

Macizo del Sinaí, al amanecer.

Gracias a Tarek, nuestro guía y amigo, que me cargó en sus hombros, y con la ayuda de Manolo y Juanjo, cada uno a un lado, evitaban en lo posible que viera los precipicios por los que bajábamos. Así pude llegar a la famosa zarza, que en esos momentos a mí me pareció un “matorral” de nada, vamos.

Tardé unas horas en recuperarme. Pero me alegro de haber superado la prueba…

Zarza ardiente después del ataque de pánico

Zarza ardiente después del ataque de pánico

 

J.J. Benítez

Blanca

En la vida de una persona ocurren, de vez en cuando, algunos hechos, que después de los años, al recordarlos, te hacen sonreír y, en cierto modo, añorar esos días pasados.

Esas anécdotas puntuales son las que me gustaría compartir con vosotros, y si tengo la suerte de haceros sonreír unos segundos, pues perfecto.
Son historias reales y sencillas, pero que han marcado un momento, que recuerdo con cariño. No tienen orden cronológico y van pasando como etapas superadas de mi vida, gracias a mi compañero de viaje y aventuras, en el que confío con todo mi corazón.

Gracias Juanjo.

Síguenos

Publicaciones similares

La mafia veneciana

La mafia veneciana

La imagen destacada hace referencia a: Gran Canal y el Vaporetto. Cuando llegamos a Venecia, los primeros días del mes de junio del 2004, los turistas ya inundaban la ciudad. Queríamos disfrutar de esos cuatro días de alto en el trabajo para visitar museos,...