Mi gran debilidad
Mi gran debilidad

La imagen destacada hace referencia a: México D.F.

Soy humana, por lo tanto, tengo muchos defectos y debilidades.

Es un secreto confesable: me pierden los mercadillos y bazares.

Da igual el país, no pongo reparos. Da lo mismo que sean de ropa, cuadros, calzado y, a veces, incluso, objetos inservibles.

Me gusta el contacto con los vendedores. El regateo es lo que más me atrae. Juanjo dice que me gusta perder el tiempo, y, al final, me voy sin comprar nada, pero yo lo disfruto.

Recuerdo cuando vivía en la ciudad de México. Hacía la compra semanal de fruta y verduras en uno de los “tianguis” (así llaman los mejicanos a los mercadillos).

Puedo contar mis viajes a muchos países, recordando las visitas a bazares y mercados. Los del norte de África son espectaculares, y es donde mejor se puede regatear. Es casi una obligación.

Podemos empezar por Egipto. Tiene dos bazares que es obligatorio visitar.

En cuestión de especias, el que se lleva la palma está en Assuan, en el país Nubio.

Egipto

Jerusalén

Jerusalén

Pasear por las estrechas callejuelas llena los sentidos. El color y el olor son embriagadores.

En el Cairo, por supuesto, el Kalili, que te hace volar al país de las Mil y una Noches. Pequeñas tiendas repletas de plata, babuchas, túnicas y sedas, sin olvidar los papiros, alfombras y perfumes.

Al Kalili hay que ir sin prisas, para poder disfrutarlo. A veces el regateo se hace eterno y se te olvida hasta la hora de la comida; a mi me ha pasado.

Seguimos por Turquía: el Gran Bazar de Estambul. Creo que es el más grande del mundo. Ahí puedes comprar de todo, además de buenas imitaciones, a precios interesantes.

También puedes llegar a perderte en una maraña de callejuelas repletas de gente, y no saber quién, de manera disimulada, te ha tocado o pellizcado en algún lugar prohibido. La verdad es que me quede con cara de tonta mirando a mí alrededor. Todos me parecían culpables; así que a callar y tratar de salir de allí lo antes posible.

Los bazares de Túnez, Tánger, Argel y Trípoli son más pequeños, pero también encuentras piezas interesantes.

Trípoli

Tripoli.

Cambiamos de continente. En Sudamérica hay mercadillos en cualquier pueblecito, por pequeño que sea.

Generalmente son al aire libre y son los mismos artesanos los que venden sus productos. Piezas de barro pintadas de alegres colores, telas y tapices hechos a mano, imitaciones de piezas arqueológicas, monedas y un sinfín de atractivos objetos.

No sé porqué, pero en los mercadillos de artesanos indígenas no regateo demasiado e, incluso, ni regateo. Una pequeña debilidad.

Otra experiencia interesante son los mercadillos de libros usados. A veces encuentras, como me ocurrió en La Habana, verdaderas joyas.

Bahamas

Bahamas.

Y por último el mayor mercadillo del mundo, recomendable para todo tipo de gustos. El paraíso de las compras: China.

A los maridos no les gusta mucho, por lo que recomiendo que se queden en el hotel.

Que no les ocurra como al mío, que tuvo que resignarse a escuchar una opereta China, de más de tres horas, dentro de un autobús, y a más de 40 grados.

Es una locura: bolsos, maletas, gafas y relojes de firma (por supuesto falsos), a diez dólares la docena.

Pero si no quieren hacer un viaje tan largo, ahora cerca de casa, seguro que tienen algún local de “chinos” donde pasar un buen rato y, si hay suerte, encontrar algún “chollo”.

No lo puedo ocultar. Acercarme a un mercadillo y regatear es un vicio confesable…

Kenia

Kenia

 

J.J. Benítez

Blanca

En la vida de una persona ocurren, de vez en cuando, algunos hechos, que después de los años, al recordarlos, te hacen sonreír y, en cierto modo, añorar esos días pasados.

Esas anécdotas puntuales son las que me gustaría compartir con vosotros, y si tengo la suerte de haceros sonreír unos segundos, pues perfecto.
Son historias reales y sencillas, pero que han marcado un momento, que recuerdo con cariño. No tienen orden cronológico y van pasando como etapas superadas de mi vida, gracias a mi compañero de viaje y aventuras, en el que confío con todo mi corazón.

Gracias Juanjo.

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