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Las esferas de nadie

Imágenes: Iván Benítez.

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No conviene desvelar los misterios.

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Apagar una estrella

Queda mucho por soñar

Final de la primera entrega de «Planeta encantado». Han sido doce grandes temas y casi un centenar de enigmas. Doce aventuras por el remoto pasado, por el presente y, en definitiva, por los senderos de la imaginación, una virtud en peligro de extinción. Quedan otros muchos misterios. Enigmas que -por fortuna- no he logrado descifrar. Y digo bien. A mis años, después de una vida tan intensa, ésa es la conclusión: los misterios no deben ser desvelados. Seria como apagar una estrella. Dejemos que las próximas generaciones los conozcan, los disfruten y los imaginen. Por mi parte me he limitado -creo- a marcar el rumbo. Ahora, usted y sus hijos deben hacer el resto. Deben soñar. Eso es lo que cuenta… Quizá volvamos a encontrarnos. Quién sabe. Servidor ya está en nuevas investigaciones: Tanzania, Australia, Rusia, Kazajstán, Cuba…

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«Planeta encantado» nació para eso: para mostrar la belleza de un mundo que SÍ merece la pena. Nada de esto habría sido posible sin el esfuerzo y el buen hacer de Iván Benítez, mi hijo, del que me siento muy orgulloso, y la fe y la tenacidad de José Manuel Lara, mi editor. Espero que ambos sigan a mi lado. Como decía, queda mucho por soñar.

México

Increíbles esferas de piedra

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Ascensión por la sierra de Ameca.

Fue en los años setenta (siglo xx, claro está) cuando cayó en mis pecadoras manos la noticia sobre las increíbles esferas de piedra de México. No podía creerlo. Y solicité más detalles a Harry Müller, director de la revista México desconocido. Allí las contemplé por primera vez. El artículo se titulaba «Las misteriosas esferas de Ahualuleo». Después, como tantos otros temas, quedó en los archivos, aparentemente dormido. Hasta que el Destino me salió de nuevo al encuentro…

Y en noviembre de 2001 me preparaba por segunda vez para el duro ascenso a la sierra de Ameca, en las proximidades de Ahualulco de Mercado (base de las operaciones), un apacible y sencillo pueblo minero del estado mexicano de Jalisco. Allí, afable y entregado como siempre, me aguardaba Silvino Sigala, el mejor guía de la zona, desde mi punto de vista. Él conoce hasta el último palmo de tierra. Sabe de la ubicación de cada «bola» (visibles o enterradas) y, sobre todo, es persona en la que cabe confiar.

Seis horas de marcha. Y emprendimos la ascensión. En total, seis horas de fatigosa caminata por valles y cañadas, a pie o a caballo, hasta coronar los dos mil cien metros de altitud.

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Alhualulco de Mercado, una aldea tranquila y apacible en el centro de México.

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Para llegar a las esferas es preciso ascender por encima de los dos mil metros.

Pero el esfuerzo mereció la pena…

Las noticias, como había sucedido en la primera visita, se quedaron cortas. Según Silvino, el número de esferas en la citada sierra de Ameca se aproxima al millar (sin tener en cuenta las que permanecen enterradas). Las palabras, una vez más, se caen. Prácticamente sobran. Son las imágenes las que gobiernan. ¡Mil esferas de piedra distribuidas en las faldas de los cerros de Agua Blanca y Piedra Bola! ¡Mil esferas de basalto y arenisca finamente pulidas y con diámetros que oscilan entre uno y cinco metros! ¿Qué misterio tenía a la vista?

Esferas (los nativos las llaman «bolas») de hasta veinte toneladas de peso que, hoy por hoy, nadie sabe cómo han llegado hasta dicha sierra de Ameca.

Y durante varias jornadas procedí a observar, a medir, a tomar muestras y, en definitiva, a intentar llegar a algún tipo de conclusión racional. N o fue tan sencillo…

Como digo, quedé nuevamente deslumbrado. Son esferas perfectas o casi perfectas. Muchas de ellas en increíble equilibrio en las crestas de los cerros o en mitad de las empinadas laderas. ¿Cómo llegaron a semejantes lugares? ¿Quién las transportó? ¿Estaba ante una genial obra de la naturaleza? ¿Y qué decir de las semienterradas? ¿Desde cuándo estaban alli? Si eran obra humana, ¿por qué? ¿Cuál era su significado?

A primera vista, el hecho de aparecer enterradas o semienterradas concede a estas esferas una notable antigüedad. Ha sido la erosión la que, poco a poco, ha ido descubriéndolas. Pero, como digo, no disponemos de vestigio alguno que pueda esclarecer su origen. Las leyendas y los restos arqueológicos de la cultura «teuchitlán» -que habitó la región hace cuatro mil años- no aportan datos específicos sobre los hipotéticos constructores o la finalidad de las mismas. Los siguientes asentamientos humanos (entre los que destaca el pueblo «cazcán») tampoco arrojan un mínimo de luz respecto a estas gigantescas esferas. Sólo el nombre náhuatl de la primitiva cultura que habitó estos parajes -«teuchitlán» o «lugar de los dioses»- podría guardar alguna relación con semejantes moles, «más propias de dioses y titanes que de seres humanos».

En la zona, curiosamente, circula una tradición en la que se habla de gigantes de dos y tres metros de altura que, al parecer, habitaron Ameca, y que fueron eliminados después de la llegada de los conquistadores españoles. Según Silvino, entre 1986 y 1990, él mismo condujo hasta la sierra a varios arqueólogos que permanecieron excavando durante varias jornadas (siempre por la noche) y en un punto concreto denominado «Los Llanos». Allí, según el guía, encontraron una tumba muy extraña perteneciente a un individuo de grandes proporciones. El cráneo era tres veces más grande de lo normal y los dientes -dice Silvino- como los de un caballo. Los restos fueron escoltados por la policía hasta Ahualulco. Allí se pierde el rastro.

Por supuesto, nada de esto existe «oficialmente»…

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Casi un millar de esferas de piedra como ésta aparecen entre los bosques.

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«Tierra de gigantes», así reza la tradición.

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Instalamos el campamento en lo más alto de la sierra de Ameca.

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Ni una sola referencia entre los conquistadores españoles. Otro misterio…

Silencio de la historia Visito las tumbas de los supuestos gigantes. Son construcciones muy antiguas. Los relojes han vuelto a fallar. No me lo explico. Quizá estemos muy cerca de una alta concentración de hierro o magnetita.
Pero lo que importa es la historia. ¿Qué dicen las crónicas? Nada. Silencio. Durante la conquista, ninguno de los españoles hace mención de estas asombrosas y desconcertantes bolas. No lo entiendo. En 1524, el poblado de Ahualulco fue conquistado por Cortés de Buenaventura. Las esferas, sin embargo, no aparecen en las crónicas. Y aunque resulte extraño, tampoco Cristóbal de Oñate se refiere a ellas cuando, en 1547, descubre las ricas minas de hierro, oro y plata de la región. ¿Cómo es posible? Para llegar hasta dichas minas tuvo que pasar muy cerca de las esferas…

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«Bolas» de dos y tres metros de diámetro. ¿Cómo llegaron a este lugar? Nadie lo sabe con certeza.

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Primeras investigaciones Y durante siglos, las bolas de Ahualulco han permanecido prácticamente ignoradas. Hoy, incluso, los mexicanos desconocen su existencia.

Fue en 1967 cuando alguien se interesó por ellas desde un punto de vista estrictamente científico. Ese pionero en el estudio de las esferas de piedra fue el norteamericano Robert Gordon, director de la mina denominada «Piedra Bola» (llamada así por la esfera que se alza, justamente, frente a la referida mina). Gordon preguntó y descubrió otra serie de esferas, muy similares a la que se levanta junto al yacimiento. Acudió al paraje señalado por los indios y, efectivamente, a cosa de dos kilómetros de la mina, descubrió asombrado otras cinco perfectas y enormes esferas de piedra. Este hallazgo fue el primero de una larga e ininterrumpida cadena de nuevos descubrimientos. El norteamericano envió unas fotografías al arqueólogo Matthew Stirling y en diciembre de ese mismo año de 1967 se iniciaron las excavaciones oficiales. Stirling llegó a desenterrar otras diecisiete grandes esferas. Una de ellas de 3,35 metros de diámetro. El resto, de 1,80 metros. Y al igual que sucedió con Cardan, Stirling quedó deslumbrado.

La mayor parte de las bolas presentaban un pulido minucioso e impecable, con un peso medio aproximado de diez toneladas por unidad.

Aquello no podía ser casual. ¿Cómo era posible semejante belleza en el pulido? Y lo más desconcertante: ¿cómo se las ingeniaron para trasladar la esfera de 3,35 metros, y casi veinte toneladas, hasta la cumbre de la sierra?

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Salvador Acosta, más de cuarenta años subiendo a las «bolas».

Ahualulco – Ameca: algunos datos clave

● La región de las esferas se encuentra a nueve kilómetros al suroeste de la ciudad de Ahualulco de Mercado y a diez kilómetros al noroeste de Ameca. Coordenadas: 20 grados, 37 minutos (latitud Norte) y 104 grados, 00 minutos (longitud Oeste).
● Según los guías, existen varios cientos de «bolas» (alrededor de novecientas), distribuidas en la sierra y en altitudes que oscilan entre los mil cuatrocientos y los dos mil cien metros.
●Ahualulco (veintiún mil habitantes) se encuentra a una hora escasa de la ciudad de Guadalajara. En las estribaciones de la sierra se alza Teuchiteco, una aldea desde la que se pueden alquilar las caballerías. La ascensión hasta las primeras esferas exige un mínimo de tres a cinco horas.
● La zona reúne numerosas minas, hoy abandonadas, que prosperaron en la época de la conquista española. Tiro Patria, Las Jiménez y Piedra Bola son las más famosas. Esta última, destinada a la extracción de oro y plata, dejó de funcionar en 1920.
● Ahualulco procede del náhuatl, y significa «lugar coronado de agua». Las precipitaciones anuales son de 880 milímetros. Terrenos muy erosionados, con pronunciados valles y quebradas. Paisajes integrados por encinares y selva baja. Fuertes desniveles: entre un cuarenta y un sesenta por ciento.
● La fauna de la sierra presenta 19 especies de mamíferos mayores, 107 especies de aves, 13 de reptiles, dos de anfibios y dos de peces. Entre los más llamativos destacan el puma, el tigrillo, el tejón, el coyote, el lince y la serpiente de cascabel (altamente venenosa).
● Partiendo de Ahualulco o Teuchiteco (siempre hacia el oeste) se alcanzan los parajes de Piedra Bola y Agua Blanca. En las laderas se contabilizan más de doscientas esferas (la inspección requiere un mínimo de siete horas). Peso aproximado: entre dos y quince toneladas por unidad. Material identificado: granito, andesitas, basalto y aglomerados.
● Muy cerca de Agua Blanca encontramos lo que los lugareños llaman las «iglesias»: una barranca muy erosionada, con afiladas agujas, en cuyos extremos aparecen sendas «bolas», en un milagroso equilibrio. De ahí procede el término Torrecillas, que identifica el paraje.
● En la ciudad de Ahualulco se exhiben algunas de estas esferas de piedra, transportadas desde la sierra. Una de ellas, en el centro del parque, de un metro de diámetro, fue pulida por los artesanos locales.
● La temporada de lluvias se presenta hacia junio o julio (tres meses después del miércoles de ceniza, según los lugareños). Arranca con la aparición en el horizonte de dos nubes de algodón («Los Juanes»). Entre julio y setiembre se producen períodos de calma («calmas de agosto»).

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Sierra de Ameca: encinares y selva baja. Un lugar prácticamente deshabitado.

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Al pie de Ameca, tierras fértiles.

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Guadalajara.

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Los campesinos conocen las «bolas» desde siempre, pero nadie les prestó excesiva atención.

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Hoy, las esferas se presentan como una alternativa turística a la tradicional agricultura.

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Con las lluvias, la región se convierte en una gran laguna.

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Iván sobrevuela la sierra de Ameca. Decenas de esferas aparecen por doquier.

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Las «iglesias» según los nativos.

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Esfera sobre pedestal en el centro de Ahualulco.

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¿Un capricho de la naturaleza?

Explicaciones oficiaIes

…que nada explican

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Piedra llamada la «madre», una de las más grandes.

Tras estos hallazgos, el misterio de las esferas de la sierra de Ameca se enredó mucho más. El lugar, como ya he dicho, jamás fue habitado. Al menos, eso es lo que afirman los arqueólogos. De los supuestos «gigantes» insisto, no se tiene constancia «oficial». En otras palabras: «nunca existieron». Junto a las bolas no han sido hallados restos de cerámica ni tampoco utensilios, armas, huesos, etc., que pudieran indicar la existencia de asentamientos humanos.

Y los científicos empezaron a sospechar que se hallaban ante un capricho de la naturaleza. Por otra parte, ¿cómo explicar la depurada técnica que habría requerido la elaboración de tales bolas? La técnica y el transporte, claro está. ¿Cómo explicar que esferas de hasta veinte toneladas de peso hayan aparecido en las cumbres de los cerros o en laderas de entre un cuarenta y un sesenta por ciento de desnivel?

Los argumentos eran razonables. Pero ¿estaban en lo cierto?

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Hoy, nadie cree la versión de Robert Smith.

Burbujas gaseosas Tres meses después de los descubrimientos de Stirling, otra expedición científica se acercó a la sierra de Ameca. Era el mes de marzo de 1968. La integraban miembros del Instituto Smith­soniano, la National Geographic y la Inspección Geológica Norteamericana. Y al frente, como director, el geólogo Robert Smith, también estadounidense.

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Las teorías científicas no terminan de convencer. Nadie se explica, satisfactoriamente, la increíble esfericidad de las «bolas» mexicanas.

Tras examinar las bolas, la conclusión de Smith dejó perplejos a propios y extraños. Las esferas mexicanas -dijo- eran una formación natural: el resultado de la cristalización de burbujas gaseosas. Un fenómeno originado por un cristal volcánico llamado obsidiana, formado hace cuarenta millones de años en el seno de cenizas volcánicas que sepultaron la mayor parte de la sierra de Ameca. Cenizas aparecidas en el lugar como consecuencia de una gigantesca avalancha volcánica. La sierra -afirmó Smith- fue materialmente enterrada en ceniza y allí, en el fondo de los depósitos, surgieron las esferas. A temperaturas que oscilaron entre 540 y 760 grados Celsius, dichas cenizas se fundieron, cristalizando por enfriamiento y progresando en sucesivos frentes esféricos. Después, la erosión eliminó el colchón de cenizas y las esferas quedaron libres.

Y digo que el veredicto del geólogo norteamericano dejó perplejos a propios y extraños porque, sencillamente, no resolvía la totalidad del misterio.

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Por más que buscamos no encontramos una sola esfera de obsidiana.

Para empezar, de las casi mil esferas que pueden contemplarse en Ameca (se desconoce el número de bolas enterradas), prácticamente la totalidad está formada por arenisca, un material que nada tiene que ver con las referidas «burbujas gaseosas» (otro porcentaje está integrado por basalto). En cuanto a la obsidiana, ni rastro. Yo, al menos, no conseguí localizar una sola esfera que estuviera formada por dicho material. Las muestras analizadas en España dieron el mismo resultado: arenisca y basalto.

¿Qué ocurrió entonces? ¿Se formaron en sucesivos frentes esféricos? Para la mayoría de los expertos en petrología, esta posibilidad es altamente dudosa. Por otra parte, ¿cómo resolver el hecho de que muchas de las bolas presenten los mismos diámetros? ¿Casualidad? Ningún científico serio admite hoy una casualidad de esa naturaleza…

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La mayor parte de las esferas son arenisca y basalto.

Bombas volcánicas A esta versión de Smith -supuestamente científica- se sumó después otra explicación, aportada por vulcanólogos. Para éstos, las esferas de Ahualulco tienen un origen muy distinto del de las «burbujas gaseosas». No serían otra cosa -dicen- que tobas o piedras volcánicas, expulsadas entre gases, fuego, columnas de lava y otros materiales piroclásticos. Así lo defiende, entre otros, Esperanza Yarza, de la Universidad Autónoma de México. Estas bombas volcánicas -aseguran- adoptaron la forma esférica en ese violento proceso de expulsión, redondeándose en el aire. Y al precipitarse sobre cenizas o materiales suaves y calientes conservaron dicha impecable esfericidad (!).

Basta con echar un vistazo a las bombas volcánicas que se conservan en cualquiera de los museos del mundo para darse cuenta de un «detalle» que echa por tierra esta segunda explicación: las bombas volcánicas en cuestión no son esféricas. Para ser exactos: son todo menos esféricas… Y es natural. Pretender que los materiales expulsados de los volcanes se vuelven esféricos al contacto con el aire es una afirmación tan arriesgada como poco científica. Las tabas volcánicas, además, son rocas ligeras, de consistencia porosa, y formadas por la acumulación de cenizas y otros elementos volcánicos más pequeños.

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Algunas esferas son de veinte y treinta centímetros de diámetro

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La mayor parte de las esferas de Ameca superan los dos mil kilos de peso.

Incluso aceptando la remota posibilidad de que las bombas volcánicas se vuelven esféricas al contacto con el aire, ¿en qué cabeza cabe que puedan conservar la esfericidad al impactar con un manto de ceniza o de lava?

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Las «bombas volcánicas» no conservan la perfecta esfericidad al estrellarse contra el suelo.

¿Rocas ligeras? La mayor parte de las esferas de Ameca superan los dos mil y los cinco mil kilos de peso…

No, la posible explicación habría que buscarla en otra dirección. Los argumentos de geólogos y vulcanólogos no son consistentes. Algo falla.

Pero hay más. Si repasamos el mapa de la nación mexicana, observaremos que se trata de un país eminentemente volcánico. En estos momentos -según el Catálogo mundial de volcanes activos-, México reúne un total de catorce, con la calificación de «peligrosos». Pues bien, si las esferas de Ahualulco fueran el resultado de los fenómenos eruptivos ya citados, ¿por qué aparecen únicamente en estos parajes del estado de Jalisco? Sólo en el «Eje Volcánico Mexicano», con una longitud aproximada de mil kilómetros, se contabilizan miles de volcanes apagados. Lo lógico, como digo, es que este tipo de bolas se hallara repartido por numerosos puntos de dicho eje. Sin embargo, no es así. ¿Por qué?

Algunos vulcanólogos pretenden justificar la existencia de las esferas por las erupciones acaecidas en la Edad Media, y señalan tres volcanes como responsables directos: el Ceboruco, en el estado de Nayarit; el volcán de Fuego, y su vecino, el Nevado, ambos en las proximidades de la ciudad de Colima. El Ceboruco, en efecto, entró en erupción en 1542 y 1567. En cuanto a los de Colima, del Nevado se sabe que entró en actividad en 1560. Pero los ardientes flujos no fueron más allá de los diez kilómetros. Si tenemos en cuenta que Ahualulco y la sierra de Ameca se encuentran a cien kilómetros del Ceboruco y a ciento cuarenta de Colima, la pretensión de los vulcanólogos no se sostiene, una vez más.

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La erosión. Los científicos, además, olvidan otro pequeño-gran detalle que invalida la hipótesis de la Edad Media. Muchas de las esferas de Ahualulco se encuentran enterradas o semienterradas. Algunas, como he dicho, alcanzan más de tres metros de diámetro. Pues bien, si estas moles han sido descubiertas a causa de la erosión, la conclusión respecto a su antigüedad es tan simple como extraordinaria: las más grandes han necesitado cientos -quizá miles­ de años para aparecer. En definitiva, cuesta trabajo creer que semejantes bolas sean un capricho de la naturaleza. Como escribía la periodista Virginia Sendel, «son demasiado perfectas, demasiado bellas». Sé que los seísmos y los bruscos cambios meteorológicos pueden dejar las esferas al descubierto en cuestión de horas o días. Pero sé igualmente que dichos fenómenos naturales no afectan siempre a la totalidad del terreno. En este caso, a la totalidad de las bolas de piedra. En otras palabras: hay que admitir que algunas de las esferas de Ameca han ido surgiendo merced a una erosión lenta, continuada e imperceptible a los ojos humanos. Un desgaste del terreno circundante que ha necesitado de mucho tiempo. Sólo así queda libre la gran mole de basalto o arenisca.

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Muchas de las «bolas» de México se presentan enterradas. ¿Cuánto tiempo ha sido necesario para desenterrarlas?

­ Esferas menores

● También en los estados mexicanos de Veracruz, Michoacán, Chihuahua, Chiapas y Quintana Roo han sido halladas esferas de piedra aunque de menores dimensiones que las de Ahualulco, en Jalisco. En las estaciones arqueológicas de Izapa y Kojumrich (Chiapas y Quintana Roo, respectivamente) pueden contemplarse bolas de cincuenta centímetros de diámetro. Tres se hallan sobre sendas columnas artificiales. Los arqueólogos las asocian con información astronómica.

●En las montañas de Guatemala (región de Zaculeu) fueron detetadas esferas de piedra de diferentes tamaños (la más grande de 37 centímetros de diámetro). Peso máximo: 62 kilos. Origen maya.

● Nueva Zelanda. En las playas -especialmente en la de Moeraki, al sur- aparecen igualmente grandes esferas de posible origen volcánico.

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«La madre» Mi segunda visita a las esferas de Ahualulco se vio compensada por otra grata sorpresa. Fue un «regalo» de Silvino, el guía. Antes de ponernos en camino me pidió que guardara en secreto el nombre del lugar. Al menos, en la medida de lo posible. Comprendí sus razones. Lamentablemente, algunos de los visitantes a la sierra de Ameca no respetan las esferas. En la zona de Torrecillas, por ejemplo, alguien había escalado una de las agujas y había malogrado la esfera que la remata con una pintada religiosa. No fue la única.

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Acepté, claro está. Y Silvino nos trasladó a cosa de treinta kilómetros del Cerro Bolas. Allí, en una finca particular, lejos, como digo, de la gran concentración de bolas de piedra de la sierra de Ameca, fuimos a encontrar una esfera que llaman la «madre»: en mi opinión, la más voluminosa de cuantas han sido descubiertas hasta hoy.

Quedé asombrado. Y procedí a un minucioso examen. Las medidas confirmaron la sospecha: casi cinco metros de diámetro y alrededor de cuarenta toneladas de peso (!). Se encuentra semienterrada en una zona pantanosa. Creo que las imágenes son elocuentes…

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Preparativos para visitar la «madre», al pie de la sierra de Ameca.

El pulido es igualmente extraordinario. Lo repasé una y otra vez y, como digo, no supe qué pensar. Aquello parecía obra humana. Sin embargo, al examinar la superficie, fui a percatarme de algo que me hizo dudar. Procedí a limpiado minuciosamente y, en efecto, comprobé que se trataba de una huella. El rastro de un animal en la parte superior de la esfera. ¿Cómo era posible? La huella de un mamífero (quizá un coyote, lobo o lince) impresa en la roca… Esto sólo podía significar que el animal había posado su pata cuando el material de la «madre» se hallaba blando. Después, el paso del tiempo petrificó dicho material, conservando la huella. Una huella de 9 x 6 centímetros. Y mis pensamientos respecto al posible origen de las esferas de Ahualulco empezaron a cambiar. Probablemente tienen un origen natural, aunque no el señalado por geólogos y vulcanólogos…

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Lamentablemente, algunas de las esferas han sido malogradas con pintadas. «Cristo es la piedra…» reza una de ellas.

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Las autoridades mexicanas se esfuerzan hoy por proteger el bello e insólito parque natural de las esferas, en Ameca. Los visitantes, sin embargo, dejan sus huellas.

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La «madre», en una región pantanosa. A la izquierda, arriba, Silvino Sigala, el guía.

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En la imagen inferior, el equipo de «Planeta encantado», en plena filmación.

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Huella petrificada sobre la «madre».

Costa Rica

El misterio se oscurece

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El misterio de las esferas de México tiene su continuación mucho más al sur, casi a tres mil kilómetros, en pleno corazón de la selva de Costa Rica. Supe de este enigma en 1985, merced a las investigaciones de mi buen amigo Ricardo Vílchez. Después, en 1989, me adentré en las selvas, pero el resultado fue el mismo: ninguna explicación a los cientos de bolas de piedra que surgen aquí y allá, a lo largo y ancho de miles de kilómetros cuadrados. Ninguna respuesta.

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Cientos de bellas y pulidas esferas de piedra aparecen al machetear la selva en Costa Rica.

Y en diciembre de 2001 regresé a Costa Rica, adentrándome en nuevos parajes. Y dirigí mis pasos al delta del Diquís, al suroeste, la región con mayor concentración de bolas. Mi objetivo era remontar el río Sierpe y examinar un máximo de esferas de piedra. Para ello debía cruzar una enmarañada y peligrosa jungla infectada de serpientes, caimanes y, sobre todo, de mortíferas nubes de mosquitos. Serpientes como la «terciopelo», la coral o la «oropel», capaces de matar a un caballo en treinta minutos…

Por fortuna, la jornada transcurrió sin incidentes de gravedad. Y, una vez más, alcancé el secreto de Palmar Sur: las prodigiosas esferas de piedra. Esferas, como las de Ameca, igualmente perfectas y de una increíble belleza. Esferas al aire libre, enterradas o semienterradas, cuyo origen resulta tan oscuro como el de las bolas de Ahualulco. Esferas de un pulido exquisito, casi imposible. Esferas de casi tres metros de diámetro, con pesos superiores a las quince toneladas.

¿Quién las trabajó? ¿Por qué o para qué? Debo adelantar que nadie lo sabe. Nadie tiene una explicación suficientemente satisfactoria. Todo son suposiciones y conjeturas…

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Río Sierpe, infectado de serpientes, caimanes y mosquitos.

Cientos de esferas Nadie conoce el número exacto de bolas. Se habla de cientos. Quizá más de quinientas. Medio millar de esferas de todos los tamaños: desde el diámetro de una naranja hasta 2,57 metros. Han sido localizadas en numerosos parajes del sur del país. Las hay en Palmar Sur, en las orillas de los ríos Esquina y Térraba, en las islas Camaronal y del Caño, en lo alto de las sierras de Bruqueña y en las regiones de Piedras Blancas, Cabagra, Buenos Aires, Vereh y Pejibaye de Pérez Zeledón, entre otras zonas. Pero éstos son algu­nos de los emplazamientos conocidos. Al hallarse enterradas, es posible que su número sea muy superior.

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Principales localidades en las que existen esferas de piedra.

Como en el caso de Ahualulco, los nativos conocían su existencia desde mucho antes de la llegada de los conquistadores españoles. Pero sus explicaciones fueron tan parcas y confusas como las de los pueblos que habitaron la sierra de Ameca. Todos se limitaban a señalar al sol y a los cielos, asegurando que las esferas eran obra de los dioses. De nuevo los dioses; dioses -afirmaban- que podían volar (!). ¿Me hallaba ante un caso de pura fantasía? Las esferas, obviamente, no eran fruto de la imaginación de los indígenas. Alguien las había trabajado y pulido. Aquí no hay posibilidad de duda, como en el caso de México. Las esferas de Costa Rica son obra humana.

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Las esferas de Costa Rica han sido removidas de sus emplazamientos originales y colocadas en jardines públicos, museos y edificios oficiales.

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Esferas de Costa Rica: algunos datos clave

● Hasta el día de hoy han sido reportados medio centenar de luga­res arqueológicos con esferas de piedra. De éstos, treinta se encuentran en las regiones del Pacífico Sur (principalmente, en el Cantón de Osa, región arqueológica del Gran Chiriquí).

● En la actual reserva indígena Cabécar, al este, fueron ubicadas más de doscientas esferas, repartidas por la selva. El paraje de máxima concentración recibe el nombre de T’Lari.

● El tamaño de las bolas de Costa Rica oscila entre los diez centímetros y los 2,57 metros (zona del «Silencio»). El diámetro medio se encuentra entre sesenta y ciento veinte centímetros.

● Según los arqueólogos, las esferas más antiguas proceden del pueblo llamado Bolas, en Buenos Aires; San Vito, en Coto Brus; Golfito y la desembocadura del río Coto-Colorado. La cerámica encontrada junto a las bolas hace sospechar que fueron labradas entre los años 400 y 700 después de Cristo.

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Para los nativos, las esferas son «obra de los dioses».

● Hasta el momento, sólo dos esferas han sido halladas en el interior de otras tantas tumbas. El hecho fue relatado por Lothrop (1963). Las esferas, de 25 y 60 centímetros de diámetro, fueron descubiertas entre numerosos objetos de oro.

● El arqueólogo John Hoops descubrió en la zona de Golfito (desembocadura del río Coto) esferas junto a cilindros y barriles de piedra. También en Panamá se han dado hallazgos semejantes.

● La mayor parte de las esferas de Costa Rica están formadas por un material llamado granodiorita (piedra volcánica de gran dureza que tiene la particularidad de fracturarse como las capas de una cebolla).

● Peso aproximado de las bolas: entre una y veinte toneladas. Muchas han sido halladas sobre montículos ovalados, circulares y rectangulares, y empedrados en mayor o menor medida.

● Lamentablemente, la casi totalidad de estos cientos de esferas de piedra ha sido removida de sus lugares originales. En la actualidad adornan parques públicos (La Merced, en San José), zonas verdes (Universidad) y edificios oficiales (Palacio de Justicia, en la capital). En las selvas, montañas y orillas de los ríos donde fueron localizadas formaban misteriosas alineaciones y figuras geométricas (básicamente triángulos y rectángulos).

● Curiosamente, cuanto más grande es la esfera, más perfecto es el pulido. Hoy, semejante grado de perfección sólo sería posible con la ayuda de los ordenadores.

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La historia El enigma de las esferas en Costa Rica arranca en 1930, por aparente casualidad. En esas fechas, la compañia norteamericana United Fruit puso sus ojos en las fértiles tierras costarricenses e invirtió millones de dólares en enormes plantaciones. George Chittenden, delegado de dicha compañía, fue el responsable de la compra de terrenos. Y en sus múltiples viajes por la zona del Diquís fue «descubriendo» algo que no pasó desapercibido para la sensibilidad de Chittenden: una serie de montículos y, sobre ellos, gigantescas esferas de piedra. Algo se sabía al respecto entre los círculos arqueológicos americanos pero, a decir verdad, nadie se había preocupado seriamente. (A principios del siglo xx, Jesús N. Alpizar se ocupó del traslado de los primeros artefactos llegados de dicha área. En 1920, un importante catálogo sobre materiales arqueol­gicos de la región fue depositado en el Museo de Indios Americanos.)

Se trataba de gigantescas esferas de piedra que, según Chittenden, fueron removidas sin piedad por los norteamericanos. Durante años, miles de hectáreas entre los ríos Sierpe y Diquís se vieron invadidas por grandes máquinas que procedieron al nivelado de los terrenos, a la construcción de carreteras y diques y a la perforación de zanjas y sistemas de irrigación.

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Durante años, los norteamericanos de la United Fruit removieron miles de hectáreas, destruyendo los emplazamientos y alineaciones que formaban las esferas.

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En suma: un desastre, desde el punto de vista arqueológico. Nada fue respetado, a excepción de las bolas, demasiado grandes y pesadas, que terminaron enterradas o desplazadas. Y las alineaciones originales desaparecieron prácticamente. Los montículos -muchos de ellos, empedrados- fueron utilizados como «cimientos» para la edificación de casas y haciendas.

A su regreso a San José, Chittenden tuvo el acierto de informar a la doctora Doris Stone. Diez años después, a lo largo de 1940 y 1941, Stone se trasladó al delta, y comprobó lo que Chittenden le había adelantado. ¡Diez años después!

Y Stone procedió a un estudio científico y sistemático de las increíbles bolas. El primero del que he tenido noticia…

Examinó dichas esferas, levantó mapas, llevó a cabo mediciones y consiguió ubicar el emplazamiento original de cinco grupos. Este hallazgo, en mi opinión, fue crucial. Stone consiguió demostrar que las esferas formaban alineaciones muy concretas (generalmente triángulos y rectángulos). Aquellos cinco grupos sumaban cuarenta y cuatro bolas. Y «rescató» también otros ejemplares en las orillas del río Esquina y en las proximidades de Punta Uvita.

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Esferas trasladadas desde las selvas a la capital, San José, para adornar casas y jardines privados.

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Palmar Sur. Esfera en el parque público.

En 1943 salió a la luz su primer trabajo que, lógicamente, llamó la atención de destacados investigadores, entre otros, Mason y Samuel Lothrop, de la Universidad de Harvard. Ambos se adentraron en las selvas y los ríos de Costa Rica, con el loable afán de desentrañar el singular misterio. Pero, a pesar de sus esfuerzos, los referidos desmanes de la United Fruit hicieron muy difícil el avance en la investigación. Aun así, Lothrop consiguió poner de manifiesto un detalle que podría estar relacionado con la génesis de las esferas: en dicho delta sacaron a la luz una especie de «plataforma» integrada por hileras de cantos rodados, similares a los utilizados en la construcción de los muros hallados por Chittenden y Stone en las bases de los montículos empedrados. Entre estas hileras aparecieron dos esferas de piedra. Pero la irritación de los arqueólogos no quedó ahí. Para colmo de males, las esferas fueron tomadas como motivo de decoración y trasladadas a cientos de kilómetros. Hoy adornan casas particulares, jardines, centros docentes, bancos y edificios oficiales. Y su primitiva ubicación en selvas y cerros se ha perdido para siempre…

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Esfera llamada del «silencio», la más grande de las halladas hasta el momento.

A este desastre vino a sumarse la codicia. Y al igual que sucedió en el municipio mexicano de Ahualulco, el descubrimiento de las bolas en Costa Rica terminó provocando el nacimiento de un rumor tan absurdo como lamentable. En el interior -dice la creencia popular- se esconden grandes cantidades de oro y piedras preciosas. Y muchas de estas maravillas fueron quebradas y dinamitadas…

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En la isla del Caño, como en el resto de las selvas de Palmar Sur, no hay canteras. Para ello hay que viajar a las sierras próximas.

Pero arqueólogos e investigadores siguieron trabajando. En este caso -a diferencia de lo ocurrido en México-, los costarricenses fueron más sensatos y prudentes que sus colegas, los norteamericanos. A nadie se le ocurrió esgrimir el absurdo argumento de los volcanes como explicación de los cientos de esferas. Las bolas de Costa Rica, como dije, son obra humana.

En cuanto a las preguntas clave -quién, cómo y para qué las hicieron-, la mayoría de los expertos no tienen una explicación, al menos, satisfactoria. Sencillamente: estamos ante un enigma (de momento).

El transporte Y el misterio se complica cuando uno desembarca en la paradisíaca isla del Caño, al oeste de Costa Rica, una reserva biológica situada a 16,5 kilómetros del continente, en el océano Pacífico. En este lugar fueron descubiertas diez esferas. Hoy sólo quedan dos. Y uno se pregunta: ¿cómo las trasladaron? En esta isla no hay canteras. Las bolas, necesariamente, tuvieron que ser transportadas desde tierra firme…

Pues bien, según expertos como Loth­rop, para labrar una bola de un metro de diámetro sería preciso un bloque de nueve toneladas (!). (Si se trata de esferas de granodiorita, cuyo peso específico es 3,0, la construcción de una bola de dos metros de diámetro exigiría un bloque, en bruto, de 24 toneladas. La esfera resultante pesaría del orden de 16 a 18 toneladas.)

¿Nueve toneladas? ¿Cómo se las arreglaron los misteriosos escultores para transportar semejantes moles a través del océano? ¿En qué clase de embarcaciones? ¿Qué tipo de navío podía soportar una carga así?

Lothrop habla también en sus investigaciones de otras esferas, construidas con coquina (moluscos bivalvos marinos de la familia de los tellínidos), que tuvieron que ser modeladas en las playas y cargadas hasta el lugar donde fueron encontradas (granja 4, sitio B). En total, más de treinta y seis kilómetros (probablemente por el cauce del río Diquís) y otros dieciocho por afluentes o corrientes secundarios. Toda una hazaña…

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La paradisíaca isla del Caño.

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¿Cómo trasladaron las esferas de piedra hasta la isla del Caño, a dieciséis kilómetros de tierra firme?

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Para la fabricación de una esfera de dos metros de diámetro se requiere un bloque, en bruto, de veinticuatro toneladas.

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Increíble pulido. ¿Cómo lo lograron?

Y otro tanto sucede con la mayoría de los lugares de la tierra firme donde han aparecido las esferas. ¿Cómo las trasladaron hacia lo alto de cimas o a mitad de pronunciadas laderas? ¿Cómo salvaron ríos, valles y barrancas? ¿Cómo evitaron los cerrados y casi impenetrables bosques tropicales? (Los índices de precipitaciones en estas regiones del Pacífico Sur rebasan los cinco mil milímetros al año.) En la jun­gla tampoco hay canteras. Para encontrar los necesarios depósitos de granito es preciso viajar a las sierras, es decir, a muchos kilómetros. ¿Cómo salvaron tantos y tan difíciles obstáculos? Cada esfera (de diez, quince o veinte toneladas) tenía que ser extraída de la cantera y empujada o arrastrada hasta el punto donde, definitivamente, era pulida. Desde la cordillera Costeña, por ejemplo, hasta la isla del Caño hay más de cincuenta kilómetros (en línea recta). A Punta Uvita y Cabagra, esa distancia es de cuarenta kilómetros…

No tengo más remedio que insistir en el arduo problema: ¿cómo lo hicieron? Cualquiera que haya recorrido estas frondosas y accidentadas regiones de Palmar Sur, Buenos Aires o el delta del Diquís sabe perfectamente a qué me estoy refiriendo.

Para los misteriosos constructores, por mucha mano de obra que tuvieran, el traslado de estas gigantescas esferas no fue tarea sencilla…

Pero el enigma no termina ahí.

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Isla del Caño

● Han sido localizadas dos esferas perfectamente rematadas y pulidas y una tercera en fase de construcción. Según los arqueólogos, podría haber otras muchas, actualmente sepultadas.

● La isla fue visitada por el hombre blanco en 1519 (Juan de Castañeda). Recibió el nombre del Caño por una cascada o caño que saltaba desde los acantilados.

● Los restos de cerámica y material lítico indican que la isla estuvo habitada por indígenas mucho antes de la llegada de los españoles.

● El ingreso en la isla (actualmente habitada por los funcionarios del Servicio de Parques Nacionales) puede realizarse en botes que fondean en Sierpe, Drake o Bahía, en el Parque Nacional Marino Ballena.

● Aunque en el continente se dan las doce especies de serpientes más venenosas del planeta, en la isla del Caño no hay reptiles peligrosos. Sólo la serpiente de mar es altamente letal.

 

En honor a la verdad, nadie sabe

Paulina, la última princesa

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La perfecta esfericidad de estas bolas me dejó atónito. Las repasé una y otra vez y hasta el día de hoy, sigo asombrado. En playa Uvita, por ejemplo, a un centenar de kilómetros de las canteras, pude hallar otros cinco ejemplares de una exquisita perfección. Lamentablemente, también fueron removidos de sus emplazamientos originales. Pero el pueblo, al menos, ha sabido conservarlos. Y al llevar a cabo las correspondientes mediciones (esta vez en la compañia de Ricardo Vílchez) quedamos desconcertados, una vez más. Las cinco esferas presentan la misma circunferencia: 3,6 metros, con una variación en los radios de apenas un milímetro (!).

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Paulina Leiva Morales, esposa de Espíritu Maroto, el último cacique de Boruca.

Esta increíble precisión hace pensar a los expertos que los desconocidos constructores tuvieron que utilizar algún tipo de instrumental. Pero ¿cuál? ¿Arcos de piedra o de madera, como indican algunos? Hasta el momento no se ha encontrado ninguno. ¿Hacían uso del fuego y de los enfriamientos bruscos -como pretenden otros arqueólogos- para provocar así el desprendimiento de capas en forma convexa? A decir verdad, nadie tiene la solución. Hoy, con el auxilio de los ordenadores, difícilmente lograríamos una perfección semejante…

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Playa Uvita. Ejemplares de extraordinaria perfección. Nadie sabe cómo lo lograron.

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Playa Uvita, a muchos kilómetros de las canteras. Aquí, todo es selva.

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Brillantes como espejos. En cuanto al pulido, de nuevo el asombro y la incredulidad. ¿Cómo lo consiguieron? Curiosamente, como ya he mencionado, cuanto más grande es la bola, más cuidada es la terminación. Un acabado que las hace brillar, en ocasiones, como espejos…

Para Ifigenia Quintanilla, arqueóloga y una de las máximas autoridades en el estudio de las esferas de Costa Rica, el pulido no tuvo que ser el problema principal. En la selva -dice- podían obtener abrasivos especiales que permitieran tan extraordinaria terminación. A esto habría que sumar la ayuda de la arena, el cuero, etc.

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Reserva india de Boruca. Paulina explica cómo ablandaban las piedras con un líquido que extraían de las plantas.

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Paulina, la princesa boruca, en los años sesenta.

Algo similar me fue dicho por los indígenas de la región. Recuerdo, sobre todo, las explicaciones de Paulina Leiva Morales, esposa de Espíritu Maroto, el último cacique de Boruca. La gentil anciana, a sus noventa y cuatro años, conservaba fresca la memoria de muchas de estas cosas. Y me explicó cómo los indios se hacían en la selva con un jugo amarillo con el que ablandaban las bolas, dándoles forma. Los científicos ignoran estas versiones de los indígenas. No son serias, dicen…

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Origen incierto También la hipotética fecha de la construcción de las esferas aparece envuelta en las sombras.

Al tratarse de granito y caliza, los procedimientos habituales de datación por carbono 14 no son viables. Y los arqueólogos han recurrido al llamado sistema de asociación. En otras palabras: estimar la edad de la bola, basándose en la antigüedad de la cerámica y demás restos orgánicos hallados al pie de dicha esfera. Éste, naturalmente, es un procedimiento arriesgado. La cerámica, los huesos, etc., podrían estar ahí (enterrados bajo la bola) desde mucho antes, o mucho después, de la fabricación de la esfera en cuestión. No podemos olvidar que la mayoría de las esferas han sido removidas de sus asentamientos originales. No sabemos, por tanto, si los lugares ocupados en la actualidad por las bolas coinciden (o no) con determinados asentamientos humanos, aunque así lo parezca por los restos hallados al pie de las mismas. Para los arqueólogos, además, dichas mediciones sólo son válidas si están asociadas, como digo, a restos orgánicos. Y me pregunto: ¿qué sucede con las que han sido encontradas en mitad de un torrente? ¿Cómo medir su antigüedad? Obviamente, podrían estar ahí desde mucho antes de lo que apuntan los arqueólogos (o desde mucho después).

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A pesar de este evidente riesgo, la arqueología, basándose en el citado sistema de datación relativa, ha establecido la antigüedad de las esferas de piedra de Costa Rica en mil seiscientos años. Las primeras -dicen- fueron esculpidas hacia el 400 después de Cristo. Otros, sin embargo, las consideran más jóvenes, y fijan el momento de la fabricación en el siglo XVI. Esta última hipótesis tropieza con un serio inconveniente: si las bolas fueron talladas en el citado siglo XVI, ¿por qué no son mencionadas por los cronistas de la época?

Para algunos investigadores -más audaces que la arqueología tradicional-, estas esferas son mucho más antiguas. Y hablan de dos mil y tres mil años, como mínimo. Y fundamentan su razonamiento en el interesante proceso de hundimiento de dichas bolas.

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Posible época de construcción. Los arqueólogos no se ponen de acuerdo.

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¿Por qué los cronistas españoles no las mencionan?

Muchas de ellas (de dos metros y dos metros y medio de diámetro) se encuentran prácticamente sepultadas o semi enterradas. Pues bien, basta un sencillo cálculo para estimar el tiempo que han necesitado para ser tragadas por el terreno. Es cierto también que Costa Rica es una región castigada por huracanes y fuertes lluvias. Y tienen razón al afirmar que estos fenómenos naturales pueden modificar el nivel de los suelos y sepultar las bolas de la noche a la mañana. Sin embargo, desde mi punto de vista, existen dos realidades que no son mencionadas por los arqueólogos. En primer lugar, no todas las esferas han sido enterradas por la acción de los ciclones o de las riadas. Eso es fácil de verificar… Por otra parte, si las esferas han sido engullidas por los sedimentos que arrastran las lluvias torrenciales o los huracanes (el «César» y el «Juana» dejaron entre veinte y treinta centímetros), ¿por qué los objetos de oro, piedra, etc., que, según los arqueólogos, se hallan asociados a las esferas, no han sido arrastrados a las mismas profundidades que dichas bolas? ¿Por qué se encuentran siempre en niveles superiores?

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Lo que parece cierto es que las «bolas» de Costa Rica son anteriores a la llegada de Colón. Imagen inferior: otra esfera quebrada en el pueblo de Bolas, en Buenos Aires.

Sea como fuere, lo que parece cierto es que estas magníficas y colosales esferas fueron labradas mucho antes de la llegada de Colón. Y me resisto a pasar por alto otro pequeño-gran «detalle» que descubrí en 1985, mientras visitaba el Museo Nacional de Arqueología, en San José. En uno de los pasillos, casi en el exterior, se muestra al público una de estas increíbles esferas de piedra; una esfera partida en dos mitades. Pues bien, en una de ellas, ocupando buena parte del «polo norte», se aprecia un extraño petroglifo.

Lo examiné con detenimiento y, a decir verdad, vuelvo a repasarlo cada vez que tengo la fortuna de visitar la hermosa tierra costarricense. Ni entonces, ni ahora, he conseguido averiguar su significado. Pero una cosa sí es cierta: el petroglifo en cuestión fue grabado en la bola cuando ésta ya existía.

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Selva cerrada en Palmar Sur. ¿Cómo transportaron las esferas por estas regiones?

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Para algunos investigadores, las esferas estarían señalando rumbos marinos.

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Museo Nacional de San José. Otra piedra quebrada por culpa de los buscadores de oro. En su parte superior, un misterioso petroglifo.

Sería cuestión, por tanto, de averiguar la edad de dicho petroglifo para obtener, al mismo tiempo, la de la esfera. Éste, quizá, podría ser uno de los caminos para tratar de despejar el incierto origen de las esferas. Naturalmente, como habrá supuesto el lector, el momento de la fabricación de esas más de quinientas bolas no tiene por qué ser el mismo. Lo más probable es que fueran trabajadas en diferentes épocas y por motivos muy distintos. La presencia de dicho petroglifo nos estaría situando ante una de las más antiguas, quizá con miles de años.

Y, una vez más, regreso a la pregunta clave: ¿cuál fue su finalidad?

Símbolos de poder Conviene adelantarlo nadie lo sabe. Todo son teorías y sospechas. La verdad, sinceramente, no la conocemos.

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¿De dónde sacaron los indígenas el concepto «esférico»?

La mayor parte de los arqueólogos consideran que las bolas son un símbolo de poder e influencia de los sucesivos caciques y reyezuelos. Algo así como la demostración física de la grandeza de un jefe (la «atmósfera» del poder, la llaman). De ser cierto, cuanto más grande y más perfecta, más notable sería el dominio del rey de turno. La teoría, sin embargo, no termina de convencer. Para empezar, ¿de dónde parte la idea de crear esferas? Como es sabido, no existen en la naturaleza (al menos, perfectas). En consecuencia, ¿cómo las idearon?, ¿de dónde las copiaron? Según Lothrop, los indígenas le hablaron de una leyenda que asociaba la creación de las bolas con la representación del sol. El asunto, sin embargo, es dudoso. Entre otras razones, porque los indios siempre representaron al sol con discos planos, generalmente de oro. He aquí otro de los aspectos fascinantes de este enigma: ¿cómo unos indígenas, supuestamente atrasados, pudieron concebir y plasmar un concepto puramente abstracto? Algunos señalan que, incluso, sabían de la esfericidad de la luna y la tierra. Personalmente me cuesta trabajo creerlo, pero la cuestión está ahí. Las esferas existen y, evidentemente, son precolombinas. ¿Cómo materializaron semejante idea? ¿O fueron los dioses quienes les enseñaron cómo hacerlas? Dioses que, según Paulina Leiva, la anciana de la tribu de los boruca, podían levantar las bolas en el aire y trasladarlas de un cerro a otro. Éste fue el caso de Tatikacuastrán, un dios o diablo (?) que movía las pesadas bolas como si fueran plumas, alzándolas del suelo hasta lo alto de los árboles.

¿Leyenda o realidad? Para los boruca fue un hecho real, ocurrido a principios del siglo XX en una finca llamada Guayabal. Lo vio medio pueblo. Y con ellos, la citada Paulina.

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Para algunos nativos, eran los dioses quienes podían levantar las pesadas «bolas».

Para otros investigadores, las esferas son elementos de culto, asociadas con enterramientos. Y aunque se sabe de dos, muy pequeñas, que fueron halladas en tumbas junto a objetos de cerámica y joyas de oro, la hipótesis tampoco resulta sólida. De las más de quinientas esferas localizadas hasta el momento, ninguna ha aparecido sobre una necrópolis. Cabe pensar, por tanto, que las dos bolas descubiertas en sendas tumbas fueron únicamente una posesión del difunto.

Para el profesor Lothrop, el hecho de presentarse en grupos podría estar insinuando una serie de conocimientos astronómicos por parte de los constructores. La doctora Stone, como se recordará, descubrió varios grupos de bolas con un total de cuarenta y cuatro ejemplares.

También en las proximidades de Piedras Blancas se hallaron otras quince esferas, perfectamente alineadas. ¿Se trataba de mapas celestiales? ¿Indicaban la posición de las estrellas? ¿Quisieron representar constelaciones? ¿El origen de los dioses, como aseguran los indígenas? Hasta hoy, que yo sepa, nadie ha profundizado en esta sugerente posibilidad…

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Alineaciones de algunas de las esferas de piedra, tal y como fueron descubiertas.

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Río Sierpe.

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Para muchos indígenas, las «bolas» son fuentes de energía.

Algunos nativos me hablaron también de algo mucho más fantástico. Según la tradición heredada de sus ancestros, estas esferas serían poderosos centros de energía. Una especie de «focos» que irradian fuerza y bienestar y que afectan a la vitalidad y a la salud de personas, animales y plantas. De hecho -dicen-, los vegetales que crecen en el entorno lo hacen siempre con mayor exuberancia y agresividad que los ubicados a mayor distancia. Y hablan con razón, sí, pero esa misteriosa energía no tiene nada de sobrenatural. Los materiales que forman las esferas -en especial el gabro y la granodiorita- contienen un elevado índice de magnetita. Y es justamente esta mena esencial del hierro la que atrae los metales y despliega la supuestamente fantástica energía benéfica. A partir de ahí, la imaginación popular hizo el resto…

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Las esferas contienen un alto porcentaje de magnetita. Por eso las brújulas se alteran al aproximarlas a las «bolas».

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lvar Zapp, autor de la teoría de los «rumbos marinos».

«Biblioteca» náutica Y en este laberinto de hipótesis nació igualmente otra explicación, contemplada con escepticismo por muchos de los investigadores. Basándose en mapas elaborados por Stone y Lothrop, el reconocido sociólogo estoniano Ivar Zapp lanzaría una teoría desconcertante «Las alineaciones de esferas son, en realidad, una «biblioteca» náutica.» Es decir, la señalización de rumbos marinos. Tomando uno de estos mapas, Ivar verificó que dos de las esferas apuntan hacia los rumbos 19 y 199 grados, respectivamente. Este último pasa sobre la isla del Coco (Costa Rica), el archipiélago de las Galápagos (Ecuador) y, finalmente, desemboca en la isla de Pascua (Chile). Ivar sometió el citado rumbo a la computadora de vuelo de un avión, y comprobó con asombro la impecable exactitud del destino nacido de ambas esferas. En un trayecto de siete mil kilómetros, el desvío de un supuesto navegante que hubiera seguido esa alineación habría sido de apenas setenta kilómetros. Por su parte, la alineación con la tercera esfera señala directamente a Grecia y Asia Menor. ¿Casualidad?

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Isla de Pascua. ¿Casualidad?

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Según Ivar Zapp, varias de las esferas marcaban un rumbo que terminaba en Pascua.

Los científicos desconfiaron del hallazgo de Zapp. La mayor parte de las esferas, como fue dicho, han sido removidas de sus emplazamientos originales. Esto, en suma, hace poco menos que imposible la constatación de los referidos y supuestos rumbos marinos.

En cuanto a la sorprendente alineación que une Costa Rica con Pascua, el asunto tampoco mereció mayor consideración por parte de la ciencia. La verdad es que la proximidad de dos o tres esferas puede sugerir infinidad de rumbos…

Los ciguares

Una raza que poseía armaduras y caballos

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Pero mi amigo Ivar Zapp sí tenía razón en algo. Para el estoniano afincado en San José, las bolas son la viva manifestación de una cultura de expertos navegantes, oriunda de la Costa Rica que mira al Pacífico Sur. Una cultura precolombina de la que apenas queda constancia y que fue mencionada por Cristóbal Colón en su último gran viaje, entre los años 1502 y 1504.

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Siguiendo el libro de Salvador de Madariaga puede comprobarse cómo Colón, al llegar a la costa atlántica de la actual Costa Rica, se entrevista con los indios y recibe cumplidas noticias de una región situada a poniente y en la que vivían los «ciguares».

En una carta dirigida a los Reyes Católicos, Colón manifiesta que los «ciguares» eran gentes ricas, con navíos, espadas y corazas. Y habla, incluso, de algo asornbraso, siempre rechazado por los historiadores. Según los indios, en esas tierras del oeste, a nueve jornadas desde el Atlántico, existían ya caballos. ¡Caballos utilizados para el transporte y la guerra!

¿Caballos? ¿Cómo es posible, en 1502?

Según la historia oficial, los caballos fueron introducidos en América por los conquistadores españoles…

¿Navíos ? ¿Corazas y espadas? ¿Quiénes eran los ciguares? ¿Fueron los constructores de las perfectas y gigantescas esferas de piedra?

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Los indios le hablaron a Colón de un pueblo extraño, que vivía hacia el oeste.

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Los nativos repiten que las esferas fueron una creación inicial de los dioses que bajaron del cielo.

En realidad, nadie lo sabe, aunque nos encontramos ante una circunstancia más que sospechosa: esa civilización vivía, justamente, en la región de Golfo Dulce. Es decir, en unas tierras en las que se ha descubierto la mayor concentración de esferas. y en este sentido, la arqueología parece estar de acuerdo: las bolas tuvieron que ser creadas por una cultura con un alto grado de evolución mental y material, un pueblo con una especial sensibilidad y un notable sentido de la abstracción. Como ya he mencionado antes, si observamos la naturaleza, comprobaremos que las esferas perfectas no existen. Y si es así -insisto-, ¿cómo pudieron imaginarlas? ¿De dónde llegó esa sabiduría? ¿Por qué los nativos repiten una y otra vez que son creación de los dioses que bajaron del cielo? ¿Fueron los ciguares instruidos por esos familiares dioses?

Como decía el maestro, quien tenga oídos… que oiga.

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¿Fueron los ciguares los constructores de las perfectas y enormes esferas?

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Bola del «silencio», en la región de Palmar Sur.

Esferas: mil hipótesis

• Para algunos especialistas, las bolas son la expresión del mundo interior de los boruca (una de las etnias de Costa Rica).

• Grupos de arqueólogos defienden el «parentesco» de esferas y «barriles» de piedra. Otros aseguran que no guardan relación.

• Hay quien opina que la perfecta esfericidad es consecuencia de una dilatada experiencia como talladores en piedra. Otros ponen en duda dicha hipótesis, afirmando que las esferas están fuera de contexto. Una cosa es ser excelentes escultores y orfebres, y otra muy distinta plasmar un concepto (la esfericidad) que no existía en las culturas precolombinas.

• Para determinados arqueólogos, el transporte de las pesadas esferas «sólo era un problema de mano de obra». Con tiempo y personal suficientes -dicen- se las hacía rodar por valles y cerros, talando bosques y salvando ríos (I).

• La arqueología tradicional considera que las bolas eran «propiedad» de la comunidad y, en especial, de los hombres que guardaban el conocimiento astronómico.

• Ivar Zapp calcula en veinte mil años la antigüedad de las esferas de piedra. Pertenecen -dice- a la cultura de la desaparecida Atlántida.

• La mayoría de los especialistas coinciden en el hecho de que las bolas aparecen siempre reunidas en grupos de cinco, seis o siete unidades. Entre estas misteriosas «asociaciones» destacan subgrupos integrados por tres esferas: dos bolas pequeñas y una tercera más grande. Nadie sabe por qué.

• Otros estudiosos creen que las esferas son la representación del alma humana.

• Para determinadas tribus costarricenses, las bolas de piedra recuerdan las «luces» que acompañaban a los «dioses». «Luces» que perseguían a personas y animales, que penetraban en las casas y que permanecían días enteros sobre cerros, bosques y ríos (1). «Luces» de todos los tamaños…

• Según algunos expertos, sólo el análisis de la pátina natural que cubre las bolas podría indicar con notable precisión la antigüedad de las mismas. Hoy en día existen diferentes procedimientos para llevar a cabo dichos estudios.

• Resulta incomprensible por qué los conquistadores españoles que penetraron en el delta del Diquís en 1521 (González Dávila) no hacen referencia a la existencia de las esferas. Esto ha llevado a algunos arqueólogos a deducir que fueron labradas a partir del siglo XVI.

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Para algunos, el concepto de esfericidad fue importado. ¿Quizás de los mayas?

• En círculos esotéricos se cree que las agrupaciones de bolas son representaciones del Sol y su cortejo planetario. Simbolizan -dicen- las posiciones del Sol y de los planetas en momentos concretos de la historia. Otros lo niegan, recordando que las culturas precolombinas no sabían del concepto «esfericidad».

• Thor Heyerdahl habló de la capacidad para navegar de los antiguos americanos. Y se refirió a las «guaras» (velas submarinas) como uno de los sistemas empleados en dichas navegaciones. Ivar Zapp se pregunta: ¿procede el término «guara» de la palabra «ciguaro»?

• Para Patricia Fernández e Ifigenia Quintanilla (arqueólogas). las «esculturas monumentales en forma de esferas y las estatuas de base de espiga formaron parte de un conjunto de símbolos públicos de carácter colectivo».

• Otras corrientes arqueológicas señalan al imperio maya como el posible «foco» que irradió la fabricación de las bolas. En ese caso, el concepto de esfericidad habría sido importado.

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Cuánto más grande, más perfecta.

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Pulido exquisito.

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Delta del Diquis, el lugar de mayor concentración de esferas de piedra.

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Según los arqueólogos, las esferas eran símbolos de poder.

 

Punto final

Mi querida princesa

A veces ocurre. A veces, como un milagro, se cumplen los sueños. El secreto es no desearlos demasiado. Incluso, no desearlos…

Así ocurrió aquel mes de diciembre de 2001. En lo más profundo de la selva de Costa Rica apareció una princesa: Paulina Leiva Morales. Entonces, noventa y cuatro años. Ahora, quién sabe… Paulina era la esposa del último cacique boruca, el bien recordado Espíritu Maroto. Me tomó las manos y, dulcemente, susurró: «¿Por qué tanto afán en buscar la verdad? A ésa hay que dejarla tranquila, hijo.»

No lo olvidaré, mi querida princesa…

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Cuadernos de campo

Publicados por primera vez

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A lo largo de treinta años de investigación por todo el mundo, J.J. Benítez ha reunido un centenar de cuadernos de campo. Unos textos íntimos -él prefiere llamarlos «cuadernos casi secretos»-, en los que refleja el día a día de viajes, investigaciones, éxitos y fracasos.

Jamás se habían publicado. Con «Planeta encantado» salen al fin a la luz. Una vez más, las imágenes hablan por si solas…

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J.J. Benítez

J.J. Benítez

Cuestione con J.J. Benítez los grandes misterios y los temas insólitos que el hombre se planteó en el pasado y de los que aún hoy busca una respuesta. Rompa las barreras de lo desconocido y disfrute de la mano de J.J. Benítez y sus sorprendentes descubrimientos. Venga con nosotros y viva a través de sus obras y documentales de TV, la hechizante aventura del saber.

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