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Escribamos de nuevo la historia

Imágenes: © Iván Benítez.

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A Hamed Alkilani, Yahia, Saad y Talal. Ellos saben muy bien por qué…

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Retrocedamos en la historia

Síntesis de lo publicado en El anillo de plata, Tassili y Astronautas en la Edad de Piedra.

Verano de 1996. J. J. Benítez y Blanca se hallan en la península del Sinai. El 25 de julio deciden bucear en las aguas del mar Rojo. Blanca pierde un anillo de oro y Juanjo, al tratar de localizarlo, descubre uno de plata.

Al regresar a España, el investigador navarro recibe información sobre un caso ovni registrado en esas mismas fechas en Los Villares (Jaén). Sorpresa: en la cúpula de la nave fueron vistos los mismos signos que presenta el exterior del anillo de plata. Más aún: en ese encuentro, el testigo observa una «luz» que cae a sus pies. Al tomarla, el «lucerillo» se convierte en una piedra esférica, con la superficie grabada. Increíble: son los mismos signos del ovni y del referido anillo.

J. J. Benítez investiga y descubre que tales signos pertenecen a una antigua y hoy desaparecida lengua: el bereber. Una lengua de la que quedan algunos vestigios en el desierto del Sahara.

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Sólo los tuaregs conservan parte del antiguo bereber.

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¿Por qué se extinguió el antiguo bereber?

Prosiguen las pesquisas y se averigua igualmente que los símbolos del anillo de plata (lenguaje binario) expresan unas coordenadas geográficas y estelares: Tassili, en el sur de Argelia, y la constelación de Orión, respectivamente. ¿De nuevo la casualidad? En el Tassili, justamente, se conservan varios dialectos derivados del bereber antiguo. Orión, además, se halla relacionado con el misterioso anillo.

J. J. Benítez y su hijo, Iván, se trasladan a Argelia y recorren el desierto sahariano. En el Tassili N’Ajjer comprueban que «alguien» -hace nueve mil años- descendió sobre la meseta e influyó en las etnias del lugar. Y junto a cientos de pinturas rupestres de «astronautas» descubren también los signos del ovni de Los Villares, del «lucerillo» y del anillo. ¿Casualidad? Los tuaregs, sin embargo, no consiguen descifrar el «mensaje» del «lucerillo». La antiquísima lengua se extinguió hace mucho. Y J. J. Benítez se pregunta por qué. ¿Qué sucedió con el bereber? La respuesta estaba allí mismo, entre las ardientes arenas, los cauces secos de los ríos y las atormentadas piedras del Sahara.

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El desierto no siempre fue un lugar hostil…

Sahara azul

Algo difícil de imaginar

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Sí, ésa fue la gran pregunta: ¿por qué los tuaregs no conseguían traducir los signos grabados en el «lucerillo»? ¿Qué lo impedía? La mayoría, como mucho, acertaba en la traducción de tres o cuatro símbolos. Eso era todo. Tenía que seguir investigando…

Para mí estaba claro: la escritura bereber aparece junto a los grabados y pinturas del Sahara. En otras palabras: tienen la misma antigüedad. La escritura fue trazada por los «artistas» que diseñaron los «cabezas redondas» y la formidable fauna grabada en las rocas. Pero ¿por qué se perdió? ¿Qué sucedió con una lengua tan perfecta y original?

Alguien, en el pasado, me lo explicó pero, francamente, no le presté excesiva atención. Y poco a poco, en mis correrías por Argelia y Libia, fui comprendiendo. Este inmenso desierto -de casi diez millones de kilómetros cuadrados- no siempre fue un lugar hostil y despiadado, con unas precipitaciones anuales de cien milímetros. Hagamos un breve paréntesis y retrocedamos en la historia. Merece la pena…

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Hace trece mil años, todo cambió. Los hielos retrocedieron y aparecieron las lluvias.

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La última glaciación Todo empezó hace trece mil años, aproximadamente, cuando los hielos de la última glaciación iniciaron la retirada. Según los expertos, en el cuaternario (último millón de años), nuestro planeta ha experimentado notables cambios en su eje. De los 23 grados -inclinación habitual respecto al plano de su órbita-, la Tierra osciló hasta los 22 y 25 grados en ciclos de 41000 años, lo cual provocó sensibles variaciones climáticas. En ese millón de años, mientras el hombre aparecía y despertaba a la vida, nuestro mundo registró cuatro demoledoras glaciaciones. La última cubrió buena parte de América del Norte y Europa, y llegó a las puertas de Londres, París y Moscú. La península escandinava quedó cubierta por una capa de hielo de 2400 metros de espesor…

Y hacia el 13.000 (antes de la presente) los hielos retrocedieron y concedieron un respiro al mundo. Las grandes masas se fundieron y los océanos elevaron sus niveles entre sesenta y ciento veinte metros. Niveles que conservan en la actualidad.

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El mundo vivió un período de paz.

Y, lentamente, el frente polar se reactivó, enviando humedad desde el noreste hacia el Mediterráneo. Y otro tanto sucedió con los benéficos monzones, que soplaron cargados de lluvia desde el golfo de Guinea.

Ríos como el Amazonas Y el Sahara, que había conocido una fase hiperárida (conquistó más de trescientos kilómetros hacia el sur), despertó de nuevo a la vida. Y se hizo el milagro. Las capas freáticas ascendieron. Los lagos entre dunas se multiplicaron a millares y los ríos rugieron entre arenales y peñascos. Del macizo montañoso del Agahhar, al sur de la actual Argelia, brotaron decenas de cauces, antaño consumidos. Y el agua fue bañando el gran desierto, transformándolo. Uno de los caudalosos ríos -el Ighargar-, tan ancho como el Amazonas, nacía impetuoso en el Sur, recorriendo casi dos mil kilómetros hasta formar un lago de cuatrocientos kilómetros en el actual Gran Erg Oriental, al sur de Túnez. Otros ríos, como el Saura, nacido en el Atlas, se unía al Tamanrasset, y desembocaba fértil y generoso en el Atlántico. El Tilemsi, por su parte, se ocupaba de bendecir el Níger, y el Tafassasset transformaba el sur del Sahara, sumando sus torrenciales aguas a un lago Chad… ¡ochenta veces superior al que hoy conocemos!

El Gran Húmedo Y la vida surgió imparable y lujuriosa. Arenales, montañas y wadis se despojaron del negro, del rojo y del amarillo, de la sed y del silencio, vistiendo el verde de la jungla y de la sabana y el azul de los interminables lagos. Fue una explosión vital. Lo que la ciencia llama el Gran Húmedo: uno de los períodos más fértiles del viejo y cansado desierto.

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Antes de la última glaciación, el Sahara vivió un largo período de sequedad, mucho más íntenso que el actual.

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Las lluvias cambiaron el rostro del desierto. Así podía verse hace trece mil años.

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Fue una explosión de vida. Algo difícil de imaginar.

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Cipreses de Tamrit, en el Tassili N´Ajjer.

El Sahara se convirtió así en algo que cuesta trabajo imaginar: un auténtico paraíso, ratificado por los satélites artificiales rusos y norteamericanos. La nave Columbia, por ejemplo, proporcionó imágenes rotundas: centenares de wadis o cauces secos de ríos que hace diez mil años cruzaron el Sahara en todas las direcciones. También las fotografías infrarrojas y las imágenes captadas con radar demuestran que, bajo las ardientes arenas, existió en la antigüedad toda una red de lagos conectados; algunos de hasta siete mil kilómetros cuadrados.

El último hallazgo fue anunciado por Rusia en 2002: los satélites descubrieron un gigantesco río subterráneo en Mauritania. La formidable corriente de agua discurre a 213 metros de profundidad y podría abastecer a una población de cincuenta mil almas.

Durante las expediciones al Tassili N’Ajjer pudimos contemplar uno de los últimos vestigios de esta asombrosa vegetación sahariana: los cipreses de Tamrit. Los heroicos restos de lo que, sin duda, fue uno de los bosques más impenetrables del planeta. Gigantescos ejemplares de hasta seis metros de circunferencia, hoy agonizantes, pero todavía altivos, recordando el antiguo esplendor de la región. Lhote, en sus incursiones hasta el Ténere, una de las zonas más ardientes del Sahara, llegó a descubrir notables acumulaciones de huesos y espinas de pescado -«que podrían llenar varios carros»- y que constituyeron parte importante de la dieta de los antiguos pobladores.

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Los benéficos monzones soplaron desde el golfo de Guinea, llevando la humedad y la prosperidad a todo el norte de África.

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Los morteros descubiertos en el Sahara demuestran que aquel territorio era un vergel.

¿Y qué decir de los enormes morteros de piedra, de una sola pieza, descubiertos en el Sahara? Prueba evidente de que el cereal cubría grandes extensiones. El mismísimo Heródoto, historiador y geógrafo griego, escribía en el siglo V antes de Cristo, refiriéndose al Sahara: «Esta comarca y el resto de Libia, en dirección a poniente, están más pobladas de fieras y más cubiertas de bosques que la de los nórnadas.»

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Libia. Las fieras, sí. He aquí otra de las pruebas de aquel Sahara azul. Una fauna que dominó la inmensa sabana cuando la naturaleza transformó el desierto en el más bello jardín. Y son los grabados en piedra y las pinturas los que dan fe de la presencia de estas bestias en lo que hoy es un horno. Libia y sus arenales son el mejor ejemplo. He tenido la fortuna de explorarlos en dos oportunidades. Siempre quedé maravillado.

El primer viaje me llevó a Trípoli. Desde allí, cruzando los desiertos, alcanzamos Ghadamés y Sabha, penetrando en la hamada de Murzuk, otro infierno de piedra y arena. Una vez instalados en el duro Fezzan recorreríamos los Mathendous, los célebres Akakus, y giraríamos hacia el norte, aproximándonos a la frontera con Argelia, en Aramet. Casi tres mil kilómetros de duras y penosas marchas por el calcinado Sahara. Pero mereció la pena…

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Trípoli. Hoy, nadie tiene conciencia que este horno sahariano fue un bello jardín.

Los Mathendous Nuestras informaciones no estaban equivocadas. Al alcanzar la cadena de los Mathendous, al sur de Libia, quedamos sobrecogidos. Las palabras, de nuevo, se caen…

En un wadi de quince kilómetros, en un laberinto de rocas y peñascos, nos aguardaban miles de grabados. Grabados antiquísimos, datados en diez mil y doce mil años; quizá más. Grabados en todos los tamaños. Algunos minuciosa y bellamente pulidos en su interior. Grabados que demostraban que el horno sahariano fue un jardín, poblado por toda suerte de animales salvajes: la gran fauna subtropical. Algo incomprensible en nuestros días. Veamas los ejemplos más espectaculares:

Jirafas Contamos hasta ocho especies diferentes. Jirafas trabajadas con detalle. Un animal cuya dieta básica la integran hojas y espinas de acacia. Un animal que precisa varias decenas de kilos de forraje al día. Obviamente no podría haber sobrevivido de no haber contado con una flora variada y abundante. ¿Una flora abundante en pleno desierto líbico?

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Durante más de tres mil años, el actual Sahara fue una sabana y una selva impenetrable.

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Tres mil kilómetros por el desierto.

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Jirafas grabadas en las paredes del desierto. Las encontramos a cientos. Junto a los animales, de nuevo los extraños círculos.

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A juzgar por la oscuridad de la pátina, estos grabados se remontan a diez mil y doce mil años.

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Las jirafas fueron bellamente pulidas en su interior.

Elefantes Otra especie que nos transportó al paraíso sahariano…

Encontramos grabados de todos los tamaños. En el Djerat, Henri Lhote describió un ejemplar de 4,70 metros de longitud; un tamaño relativamente habitual entre los machos de treinta y cuarenta años. Y observamos un «detalle» que pone de manifiesto la capacidad de observación de los habitantes del jardín y su gran preocupación por la «fidelidad»: los elefantes aparecen con la cola doblada en ángulo recto, una actitud adoptada por las hembras antes del apareamiento.

Ejemplares espectaculares que, sin embargo, no impresionaban a los cazadores del Neolítico. En las pinturas y grabados se los ve rodeándolos y dándoles caza. Grandes paquidermos que consumen alrededor de cien litros de agua al día y que tampoco habrían sobrevivido de no haber existido ese exuberante paraíso.

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Elefantes de todos los tamaños, grabados en las rocas de Libia y Argelia.

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Elefantes con la cola en ángulo recto.

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Rinocerontes Otra prueba de la realidad de aquel Sahara azul. Se trata de un animal muy exigente con el agua. Una especie grabada en las rocas del actual desierto sahariano y que recuerda la indudable realidad de pantanos y marismas en plena Edad de Piedra. Así lo víeron los hombres del Neolítico y así lo grabaron. Rinocerontes con cuernos de metro y medio de longitud y cabezas de ochenta centímetros.

Características propias del Ceratotherium simum, el temido rinoceronte blanco africano. Una vez más, la «fidelidad» era absoluta.

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El rinoceronte grabado en las paredes del Sahara. Otra prueba de aquel inmenso jardín.

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Cocodrilos. Un Sahara verde y acuático, sí, tan difícil de imaginar, en el que los saurios se multiplicaban a millares. El gran cocodrilo de los Mathendous así lo confirma. El ejemplar -un adulto de 2,5 metros, seguido por una cría- fue grabado en la piedra hace miles de años; probablemente, más de doce mil. La oscuridad de la pátina no ofrece dudas. La «fidelidad», una vez más, es contundente.

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Gran cocodrilo de los Mathendous, en el desierto de Libia.

Hipopótamos. Y siguiendo hacia el Messak, en el suroeste de Libia, otra sorpresa: ¿hipopótamos en el desierto?

Así lo comprobamos y fotografiamos (wadi Imrawen). En mi opinión, la pista más notable de cuanto afirmo. El hipopótamo, como es sabido, no puede vivir sin el agua. Es su medio natural. Pues bien, los especialistas en grabados y pinturas han localizado en el Sahara un centenar de representaciones de este coloso. Todas ellas en Djerat, los Tassilis y Messak. Es decir, en el gran horno sahariano.

Para comprender la presencia de este animal en aquel jardín tendríamos que remontarnos entre ocho y diez mil años. La figura del Hippopotamus amphibius -el «caballo de río»-, con sus cuatro metros de longitud y hasta cuatro toneladas de peso, es clara y determinante: el Sahara, en efecto, no siempre ha presentado el mismo rostro…

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El hipopotamo no puede vivir sin el agua. En el Sahara, los grabados y pinturas de este animal se cuentan a decenas.

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Hipopótamo grabado en el wadi Imrawen, al sur de Libia, en pleno desierto.

Felinos y antílopes Y en los hermosos Akakus, decenas de felinos de todo tipo: leones, leopardos, panteras… Felinos al ataque y en reposo. Felinos atacados por los hombres de la Edad de Piedra (decenas de arqueros) y felinos en manada.

Y en las mismas rocas, avestruces esbeltos, perros al servicio del hombre y decenas de antílopes. Algunos casi extinguidos, como el órice, la gacela de Waller y el búbala. Y más allá -a cientos -, muflones de cuernos anillados y largas crines en cuello y pecho, hoy desterrados a las solitarias cumbres y mesetas de los tassilis. Muflones perseguidos por perros y cazadores (una práctica habitual entre los tuaregs hasta principios del siglo XX). Muflones pintados y esculpidos hace nueve o diez mil años, también junto a los «cabezas redondas». Todos ellos como vivo exponente de una fauna que precisaba -inexorablemente- del agua.

Finalmente, miles de vacas. Otro animal que nos conduce, indefectiblemente, a la abundancia de pastos, a un clima benigno y a la presencia de ríos y lagos.

Animales desaparecidos Pero no todos son animales conocidos. El hombre del Neolítico, sin querer, nos ha proporcionado con sus grabados y pinturas la prueba de la existencia de ejemplares hoy desaparecidos. Éste es el caso del uro y del búfalo antiguo.

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El uro, un animal desaparecido. Su cornamenta resultaba espectacular.

El primero, magníficamente esculpido en la roca, fue el supuesto ancestro de los bóvidos domesticados en Oriente Medio, Europa y África del Norte. El Bos primigenius era un animal imponente que alcanzaba 1,70 metros en la cruz. En las paredes del Sahara se presenta sistemáticamente de perfil, salvo la cornamenta, una cuerna igualmente gigantesca y en forma de tenaza. Algo que coincide con las modernas excavaciones arqueológicas y los testimonios escritos sobre el último uro registrado en Polonia en 1625.

En cuanto al búfalo antiguo, los grabados descubiertos en el Atlas, Tassili y Messak resultan igualmente providenciales. Este formidable antepasado del búfalo actual recorrió África durante un millón de años y compartió hábitat con el hombre de la Edad de Piedra. Sus grandes dimensiones, con cornamentas de más de tres metros de longitud, debieron de impresionar a los habitantes del jardín sahariano. Y fue esculpido hace nueve mil años. Su rastro se perdería hace unos cinco mil, cuando el jardín empezó a experimentar una nueva e implacable desertización.

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De aquel bello jardín prehistórico no queda casi nada.

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Felinos, también a cientos, grabados en el ardiente Sahara.

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Cazadores y felinos hace más de diez mil años, cuando el desierto era un jardín.

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Avestruces esbeltos en el Sahara. Antigüedad estimada: alrededor de doce mil años.

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Vacas y búfalos, otra muestra de un Sahara azul y acuático.

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Muflones y antílopes pintados en los abrigos rocosos del Sahara. El hombre prehistórico los caza con la ayuda de perros.

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Hombre prehistórico, ordeñando una vaca. Sólo la presencia de agua y pastos justificaría un grabado así.

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Vacas, a cientos, en el gran horno Sahariano. Algo imposible en la actualidad.

Región de los lagos. La realidad de un paraíso en el Sahara, hace ahora diez mil años estaba más que probada. Pero alguien me había hablado de los últimos vestigios de aquel hermoso e increíble jardín, todavía visibles en Zeliaf, en las proximidades de Sabha (sur de Libia). Y hacia allí nos dirigimos…

Lo recuerdo como la etapa más gratificante de mi estancia en el Sahara. Si tratar de imaginar el desierto como un floreciente jardín no es tarea sencilla, la visión de aquellos veintiún lagos, perdidos y sujetos entre un océano de dunas, no resultaba tampoco un ejercicio cómodo. Costaba acostumbrarse a la realidad de aquellas aguas, en su mayoría saladas, alimentadas por misteriosos manantiales subterráneos. Aguas verdes, azules y transparentes en el corazón de la desolación. Lagos como el Mafu, Gabrón, Oum-al-Maa o Ruis, de entre setenta y ochenta metros de profundidad, que albergan la reliquia de lo que fue una vida pujante: quisquillas y pequeños peces tropicales -los «chromys»-, hallados también en las charcas de Biskra y en los oasis del Rir, en la cubeta terminal del Ighargar cuaternario. Criaturas como el Clarias lazera, el siluro del Nilo, otro pez tropical que no debería estar aquí. Y si lo está se debe a una sola razón: es el superviviente de lo que un día, hace diez mil años, fue todo un paraíso.

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Sabha, al sur de Libia: los restos de aquel jardín.

EXCLUSIVA:

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Asombroso: un gran cetáceo pintado en el Tassili N´Ajjer. ¿Cómo explicar la presencia de este gran pez en el corazón del Sahara? (Museo del Hombre, en París).

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Cobras indostánicas en el Sahara. Otro recuerdo del gran jardin.

Cobras El Sahara, en fin, nos grita desde los cuatro puntos cardinales que su pasado fue rico y esplendoroso. Hasta el áspid de Cleopatra y las cobras indostánicas, las serpientes de los encantadores, nos recuerdan aquel tiempo benéfico. La indostánica, por ejemplo, tampoco debería existir en el sur de Libia y Argelia. Sin embargo, allí está. Allí la encontramos. Es otra prueba más de la existencia de aquel bello paraíso…

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Zinkikrá. ¿Y qué decir del barco de tres palos grabado en lo alto de la colina de Zinkikrá? ¿Qué representa este velero en mitad del hoy abrasador desierto de Germa, en Libia? ¿Cómo explicar que fuera grabado a 479 metros de altitud? Allí jamás llegó la mar y tampoco los ríos o los lagos. Allí sólo existe un ardiente «océano» de dunas y rocas calcinadas…

La explicación, a mi entender, sólo puede ser una: hace miles de años, Germa fue la «Venecia de la Edad de Piedra», con inmensas redes de agua conectadas entre sí. Eso sí justificaría la presencia de este antiquísimo barco en lo alto del promontorio de Zinkikrá.

Y me pregunté: ¿qué sucedió?, ¿porqué desapareció aquel Sahara azul?

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Un barco de tres palos grabado en mitad del horno sahariano. Antigüedad desconocida.

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Los wadis o cauces de los ríos volvieron a secarse en el Sahara.

Sahara rojo

El gran éxodo

2

Sin darme cuenta -mágicamente-, el Destino iba encajando las piezas del prodigioso rompecabezas. ¿Por qué se perdió el bereber antiguo? Allí estaba la respuesta: el jardín, el bello Sahara azul, terminó desapareciendo y, con él, la escritura y todo vestigio de vida…

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Tras el período de grandes lluvias, el desierto avanzó implacable. La historia se repetía.

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Hace cinco mil años se registró uno de los grandes éxodos de la historia de África.

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En realidad fue un proceso lento, muy lento. Tan lento y progresivo como la aparición del referido paraíso. El Sahara entró en un irreversible proceso de desertización y sus gentes huyeron. Y la lengua madre fue con ellos, perdiéndose también con el paso del tiempo y como lógica consecuencia de los cruces humanos.

No se sabe cuándo, ni tampoco en qué orden, pero lo más probable es que, hace cinco mil años (puede que más), las etnias y pueblos que habitaban el gran jardín se vieron obligados a emigrar, saltando a las actuales tierras de Europa y Canarias y penetrando hacia el sur y hacia el lejano río Nilo. Y el mundo asistió a uno de los primeros y más dramáticos movimientos de masas de la historia. Una migración desesperada que, lentamente, provocaría el nacimiento de culturas insospechadas.

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La lengua madre del Sahara -el bereber- emigró con los pueblos del jardín, perdiéndose con el tiempo.

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Según los científicos, en mil o dos mil años, el desierto volverá a ser un hermoso jardín.

La maldición

• El proceso de desertización en el Sahara se inició, muy probablemente, hacia el año 8000 antes de nuestros días. Los monzones perdieron fuerza y se retiraron del jardín. Los ríos y lagos fueron secándose.

• Hacia el 6500, el fantasma de la sed alcanzó también el actual Egipto. El desierto entró en una avanzada fase de aridificación. Sólo las regiones del norte siguieron recibiendo las lluvias. Las comunicaciones entre el Sahara y Egipto quedaron prácticamente cortadas.

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El antiguo río Ighargar era tan ancho como el Amazonas.

• Hace cinco mil años, el caudaloso Ighargar se rinde. Y con él, los grandes lagos del Erg Occidental (actual Argelia). El proceso es inexorable: la cuenca lacustre se evapora, transformándose en blancas y espesas salinas.

• Entre el 4800 y el 4500 (antes del presente), la desertización es general. El viento abrasador y las tormentas de arena acuchillan los últimos reductos donde resisten bosques y cañaverales. El manto vegetal es arrastrado y la sabana muere. El Sahara queda desnudo, cubierto ahora por mesetas graníticas, wadis polvorientos y un ejército de dunas móviles que devora cuanto encuentra a su paso. Las ciudades son abandonadas. Los pozos están secos. Ya nadie pinta en los abrigos rocosos. Los «cabezas redondas» sólo son un recuerdo.

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El actual río Níger es un pálido reflejo de lo que fueron los ríos saharianos.

• Un total de cinco mil kilómetros -desde el Atlántico al mar Rojo-, y casi tres mil, desde el Atlas al Sudán, son engullidos por el amarillo, el rojo y el negro.

• Hace 2000 años, lo que fuera uno de los más bellos jardines del mundo entra en coma profundo. Sólo los vegetales xerófitos hunden sus profundas raíces en una tierra que nadie quiere. El Sahara mira al cielo, pero las lluvias se han ido con los dioses. Hoy, las precipitaciones apenas reúnen cien milímetros al año.

• En poco más de siete mil años, el cáncer de la sed termina con un Sahara verde y acuático. Y la naturaleza empuja a los pueblos hacia los últimos oasis. Las franjas costeras y el Sahel, al sur, son los primeros receptores de las sucesivas oleadas migratorias.

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• Hacia el 4000 (antes del presente), la franja costera del Sahara -último recuerdo del jardín- se ve saturada. Miles de libios, temehus, nasamones, psylles, garamantes, atarantes, gétulos, numidas, zenetes, mauros y sanhadjas, entre otros, huyen del horno sahariano (Libia, Egipto, Argelia, Mali, Túnez, Marruecos y Mauritania). Y los más audaces toman la decisión de aventurarse en el mar, a la búsqueda de un futuro más seguro y prometedor. Es así cómo los desahuciados pobladores del Sahara inician la conquista de lo que, mucho después, llamaríamos Europa.

• Según la ciencia, en un plazo de mil o dos mil años, las condiciones climáticas cambiarán y el actual desierto del Sahara volverá a convertirse en un espléndido jardín.

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Cuesta trabajo imaginar que el Sahara fue una gran red de lagos.

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La vida -dicen los científicos- regresará al desierto.

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Hace cuatro mil quinientos años la desertización fue general.

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Al desaparecer las lluvias, el manto vegetal fue arrastrado y el Sahara quedó desnudo.

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Un ejército de dunas móviles sepultó los restos del jardín.

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¿Qué gran secreto se esconde bajo las arenas del Sahara?

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El calor, sofocante, alcanza los sesenta grados durante el día.

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Hoy, el Sahara apenas reúne cien milímetros de agua al año.

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La sed amenaza a miles de hombres y animales. Es preciso aventurarse en el mar.

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El desierto avanza hasta las franjas costeras. Allí se refugian miles de africanos.

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Los antiguos pueblos saharianos huyen en todas direcciones. La historia se repite.

lberos, guanches y etruscos Al proseguir las investigaciones quedé desconcertado. Muchas de las pistas derivadas de la gran emigración sahariana me condujeron a pueblos europeos cuyos orígenes se mantienen en la oscuridad; probablemente, porque la ciencia no ha contemplado esta hipótesis. ¿Procedieron los iberos del Sahara? ¿Huyeron los guanches del horno sahariano? ¿Fue la etnia etrusca otra de las corrientes que partió de África ? ¿Y qué decir de los egipcios?

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¿Procedían los íberos del horno sahariano?

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La lengua de los actuales bereberes procede de una mucho más antigua, hoy desaparecida.

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Los etruscos, en mi opinión, también pudieron partir de África.

El hombre moderno tiene tendencia a asociar las corrientes migratorias en la antigüedad con la imagen de unos hombres primitivos, huérfanos de ideas y de cualquier manifestación cultural. Grave error. En mi opinión, no fue el caso de lo pueblos saharianos que invadieron la cuenca mediterránea, Canarias y el actual Egipto. Las pinturas, los grabados y las tumbas del desierto son elocuentes: conocían la domesticación; vestían ropajes inusuales para la época (lienzos transparentes y capas ricamente bordadas); practicaban un aseo refinado (véanse imágenes de la «peluquería» en Libia), enterraban a su muertos y eran conscientes de la vida después de la muerte; sabían de la divinidad: eran expertos navegantes y mejores cazadores; se relacionaban desde hacía miles de años con otras etnias y, en fin, disfrutaban de una escritura común: el bereber. Íberos, guanches y etruscos, por ejemplo, presentan vestigios de esa lengua madre, común a buena parte del Sahara. y este rico e inmenso bagaje saltó con ellos a las nuevas tierras. Después, el paso del tiempo y los inevitables mestizajes modificaron, sin duda, muchas de estas manifestaciones sociales, religiosas y culturales que habían tenido un origen único. La mencionada escritura bereber es un ejemplo claro de lo que afirmo. Nacida como un sistema compacto y homogéneo de comunicación, con un alfabeto claro y brillante, terminó deformándose ante la inevitable erosión de los cruces humanos. Y aunque conservó signos comunes, en esos milenios asistió al nacimiento de otros alfabetos, casi idénticos. Y en ese rodar surgió el «tifinag», la grafía utilizada hoy por los tuaregs, hija, en definitiva, de aquel primitivo bereber.

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¿Quién les enseñó la idea de la vida después de la muerte?

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«Salón de peluquería», hace nueve mil años.

Como decía -mágicamente-, de la mano de la desertización y de las sucesivas migraciones humanas, fui descubriendo el porqué del gran dilema: ¿a qué obedeció la desaparición del genuino significado del bereber antiguo? Y empecé a comprender. Empecé a entender por qué los tuaregs no sabían leer los símbolos grabados en la piedra esférica de Los Villares…

Alguien, mucho antes que yo, en 1951, había llegado a una conclusión similar. Después de estudiar a los tuaregs de Tamanrasset, en el sur de Argelia, el padre Foucauld dedujo que la escritura madre del actual «tifinag» era infinitamente más antigua de lo que suponen los expertos.

No me rendí. Y continué recorriendo el Sahara, interrogando a los tuaregs. Alguien tenía que saber descifrar los signos grabados en el «Iucerillo». Aquello no era casual. Aquello -lo sabía desde el principio- era un «mensaje».

Y de pronto, en una de aquellas correrías, ante el enésimo fracaso, me pregunté: ¿estoy buscando en la dirección correcta? Pero, como siempre, torpe y distraído, no escuché a la intuición…

Y, como digo, seguí buscando.

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Escritura bereber junto a pinturas.

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Valle de los Reyes, en Egipto.

Egipto antes de Egipto

Unas pinturas «imposibles»

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Y hallé algo no menos sorprendente. No sé si formaba parte del «gran plan» («Ricky», mar Rojo, Los Villares, etc.). Es muy posible que sí… Sea como fuere, la verdad es que el «hallazgo» ha trastornado mis ideas sobre el viejo Egipto.

Fue en los desiertos de Libia. Allí los descubrí por primera vez. Después llegaría el museo de El Bardo, en Argel, y, por supuesto, el Tassili N’Ajjer…

¿Carros «egipcios» en Libia y Argelia? ¿Pinturas con «barcas egipcias» a dos mil y tres mil kilómetros del Nilo? Como digo, el descubrimiento de estos «egipcios», antes de la existencia de Egipto, me dejó en blanco. Busqué explicaciones pero, sinceramente, la ciencia no las tiene o, como mucho, se sacude el incómodo problema, explicando dichas pinturas y grabados como «claras influencias de la XVIII dinastía en los pueblos del Sahara». ¿Influencias egipcias? ¿Cómo es posible si muchas de estas pinturas tienen una datación superior a los seis mil años? Algunas, incluso, fueron trazadas hace nueve y doce mil años.

Algo no encajaba.

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Pinturas «egipcias» a dos mil y tres mil kilómetros del Nilo, datadas mucho antes de que existiera Egipto. La ciencia, naturalmente, no lo acepta.

Carros y caballos Y, desconcertado, abrí una nueva línea de investigación, recorriendo los desiertos sin poder dar crédito a lo que tenía a la vista. Según mis cálculos, en el Sahara se contabilizan más de mil carros, pintados o grabados en Mauritania, Marruecos, Argelia, Libia, Mali y Níger. ¡Más de mil carros «egipcios» a dos mil, tres mil y cinco mil kilómetros de Egipto! Las imágenes de Iván hablan por sí solas…

¿Cómo era posible? Según la arqueología, el primer faraón de la I dinastía empezó a reinar hace 4920 años (!). Algo, en efecto, no cuadraba en la historia «oficial»… Fue el primer «aviso». Algo no encajaba en la cronología establecida por los arqueólogos.

Y los «hallazgos» prosiguieron: carros y conductores típicamente egipcios, personajes peinados y vestidos como los antiguos egipcios. ¡Y todo en el corazón del Sahara!

Naturalmente, para la arqueología, estas pinturas y grabados no tienen sentido. El caballo y los carros -dicen- entraron en Egipto hacia el 1780 antes de Cristo, con la invasión de los hicsos, un pueblo procedente de la Alta Siria que gobernó la mitad oriental del delta. En mi opinión, nuevo y grave error. El caballo y los carros -corno demuestran las pinturas y grabados del Sahara- ya existían en esta región mucho antes de la XIII dinastía. Otra cuestión es que no quieran reconocerlo… Y es comprensible. Si los «egipcios» y su cultura proceden del Sahara, ¿en qué queda la supuesta hegemonía del Egipto faraónico?

Pero las «imposibles» pinturas y grabados «egipcios» en el corazón del desierto sahariano no se limitan a carros. Otras imágenes -para desconcierto e irritación de la arqueología- presentan escenas muy diferentes: ofrendas al más puro estilo egipcio (hace nueve mil años), personajes adornados con el «ureus» (la serpiente sagrada sobre las cabezas) mucho antes de la existencia de Egipto, barcas igualmente «egipcias», vestimentas similares a las que lucen faraones y sacerdotes, individuos de perfil…

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Carros y conductores «egipcios» pintados en el desierto del Sahara mucho antes de que existiera Egipto. Perfiles «egipcios» hace nueve mil años…

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Personajes de perfiles «egipcios», pintados en Tassili mucho antes del imperio egipcio.

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Wadi Imrawen, en Libia. Caballos grabados en la roca hace dos mil años. Para la ciencia, los caballos entraron en el norte de África hace tres mil setecientos años. Imagen inferior, perros pintados en Tassili.

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Arquero con perfil y tocado «egipcios». En la imagen inferior, obrero con casco e indumentaria «egipcios» en Jabbaren (Tassili N´Ajjer). A su lado, un potrillo. Posible antigüedad: nueve mil años.

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Aseo en el wadi One Mouhagag. Los hombres de la Edad de Piedra no eran tan primitivos como creemos.

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Egipcios con el «ureus» sobre las cabezas, en pleno Tassili N´Ajjer. Nadie tiene una explicación.

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«Cabezas redondas» de pequeña estatura, junto a gigantes.

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Desierto de Libia. Delicada pintura en la que se aprecian dos hombres de rasgos «egipcios» con vestiduras transparentes. ¿Ropas transparentes en el Neolítico?

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Individuo de largas piernas, pintado en Sefar (Tassili N´Ajjer). ¿Se trata de zancos?

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¿Barbas al estilo egipcio? El perfil del conductor del carro (imagen inferior) es claramente egipcio (Wadi Aramet, en Libia).

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Región de los lagos, en Libia.

Barcas «imposibles» ¿Barcas «egipcias» en pleno Sahara? Si estas pinturas, como afirman los confusos y confundidos arqueólogos, fueran tan sólo el testimonio de la influencia de la XVIII dinastía en esta remota parte del Sahara, ¿cuál sería el sentido de las mismas?

En ese tiempo, durante la referida XVIII dinastía -hace tres mil quinientos años -, esta región era un desierto, idéntico al que ahora vemos.

¿Barcas en un infierno de piedra y arena? Si estas pinturas tienen nueve mil años de antigüedad, entonces sí estarían justificadas. En ese tiempo, como ya he dicho, el Sahara era un jardín, con ríos tan anchos y caudalosos como el actual Amazonas.

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Barcas claramente egipcias en la meseta de Jabbaren, a dos mil kilómetros del Nilo. Fueron pintadas mucho antes de la existencia de Egipto. La comparación con las imágenes del Museo Egipcio de Turín y el Valle de los Reyes es elocuente.

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Barcas y perfiles «egipcios» en la meseta de Jabbaren, mucho antes de que existiera Egipto.

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¿Barcas en un infierno de piedra y arena? Si estas pinturas tienen nueve mil años de antigüedad, entonces sí están justificadas.

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Los incómodos carros

• Monod fue el primero que llamó la atención sobre los increíbles carros saharianos. En 1982 se publicó una síntesis de los trabajos de Lhote, que incluía más de seiscientos carros pintados o grabados.

• Mientras los carros grabados aparecen en la totalidad del Sahara, los pintados se limitan al desierto central. Los denominados «carros al galope volante o volador» (con las patas de los caballos extendidas) se encuentran únicamente en los abrigos rocosos del Tassili N’Ajjer, Hoggar y los Akakus, es decir, a dos mil y tres mil kilómetros del Nilo.

• Reinach y Dussaud advirtieron de la gran semejanza entre los carros «al galope volador» del Sahara y los representados por el arte micénico. Como afirmaba Heródoto, ¿no será que los griegos aprendieron la doma y el enganche de los caballos de los libios? ¿No será que el arte y la ciencia procedían de África?

• Hace miles de años -tal y como muestran las pinturas de Ben Ghenma, en Libia- los habitantes del Sahara disponían de carros con seis timones (!) .

• La mayor parte de los carros pintados y grabados en el actual desierto del Sahara son de dos caballos. En el Tassili N’Ajjer se han contado 140 carros. De éstos, sólo una veintena son trigas o cuádrigas.

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Río Nilo. Los primeros pobladores llegaron del oeste mucho antes de lo que imaginamos.

Egipto, conquistado (?) mucho antes La conclusión fue inmediata: si las pinturas y grabados «egipcios» se remontan a nueve o diez mil años, ¿en qué queda la cronología oficial? ¿Qué decir del resto? ¿Son las pirámides y la esfinge de las épocas señaladas por los arqueólogos?

Y en mis viajes fui a descubrir otras pistas que confirmaron la inicial sospecha: las grandes migraciones humanas llegaron al este de África, al valle del río Nilo, mucho antes de lo que se ha dicho. Mucho antes de que Egipto existiera como tal. Es decir, hace seis mil quinientos años, como mínimo. En ese tiempo, como se recordará, la imparable desertización terminó cortando las comunicaciones entre el Nilo y el resto del Sahara.

¿Seis mil quinientos años? Poco a poco, las investigaciones demostraron que esa fecha también se quedaba corta. Aquella migración humana tuvo que registrarse mucho antes…

Y el Destino fue a mostrarme otra historia oficialmente imposible.

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¿No será que el arte y la ciencia proceden del Sahara?

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La oscura arqueología oficial

Algo no encaja…

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Pirámide de Keops. Casi tres millones de bloques.

Siempre me pareció extraño…

¿Cuándo se construyeron las pirámides de Egipto? ¿Cómo levantaron semejantes colosos? Y lo más importante: ¿para qué las diseñaron?

¿Son tumbas, como asegura la arqueología? ¿Son construcciones del reinado de Keops y demás sucesores, como afirman los arqueólogos?

¿Fueron alzadas con el auxilio de rampas de arena, rodillos de madera, etc., como defienden los investigadores ortodoxos?

Como digo, estas explicaciones oficiales siempre me parecieron extrañas…

Algo no encajaba.

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Canteras próximas a la ciudad de El Cairo.

¿Hace cuatro mil seiscientos años? Y estudié las propuestas de la arqueología tradicional. En síntesis -según la ciencia-, las pirámides de la meseta de Gizeh fueron construidas hace cuatro mil seiscientos años. Y lo hicieron los faraones.

Los gigantescos bloques -dicen- fueron trasladados desde las vecinas canteras de Tura y Mokhatan, a escasos kilómetros de El Cairo, y encajados en los respectivos monumentos mediante el uso de rampas de tierra y arena; rampas por las que miles de obreros empujaban los bloques con el auxilio de rodillos de madera. Primer problema: hace cuatro mil seiscientos años, cuando Keops empezó a levantar la Gran Pirámide, el valle del Nilo despertaba al llamado período Neolítico. En otras palabras: tanto en el sur (Alto Egipto), como en las regiones del Fayum y del Delta occidental, los habitantes malvivían en chozas de paja y adobe. Eran hombres prehistóricos, con un precario desarrollo agrícola y un incipiente pastoreo. Sus herramientas eran groseras, basadas principalmente en la industria lítica. Sería tres siglos después -hacia el 2300 antes de Cristo- cuando estos-pueblos entrarían en la Edad del Bronce.

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Hace cuatro mil seiscientos años, el valle del Nilo despertaba al período Neolítico.

Y surge la contradicción: si Egipto cambia la piedra por el bronce en el 2300 a. J.C., ¿cómo levantaron la Gran Pirámide trescientos años antes? ¿Con qué herramientas? ¿Con qué clase de conocimientos?

Desde mi punto de vista es muy difícil justificar ese importante salto cualitativo. Los supuestos constructores de la pirámide de Keops -según la arqueología- eran hombres del final de la Edad de Piedra. Y me pregunto: ¿quién, en su sano juicio, puede aceptar que semejante maravilla arquitectónica fuera diseñada y levantada por unas gentes que ni siquiera conocían la escritura?

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Keops (Museo de El Cairo).

Keops Segundo y no menos oscuro problema: ¿fue el faraón Keops el constructor de la Gran Pirámide de Gizeh? Así lo defienden los arqueólogos. Mejor dicho, la mayoría de los arqueólogos. Keops -dicen- utilizó las célebres rampas de tierra y arena (teoría divulgada en el siglo XX por el alemán Ludwing Borchardt).

Examinemos la cuestión. El faraón Keops reinó entre los años 2590 y 2567 antes de Cristo. Es decir, veintitrés años, aproximadamente. Basta un sencillo cálculo para verificar que, en esos veintitrés años, los trabajadores tuvieron que mover y elevar, hasta las correspondientes hiladas, un total de 357 bloques por día (!). (Se calcula que la Gran Pirámide reúne alrededor de tres millones de bloques de piedra.)

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Nadie consigue explicar racionalmente cómo lograron mover y elevar más de trescientos bloques de piedra por día.

¡357 bloques con pesos que oscilan entre dos mil y cuarenta mil kilos!

O lo que es lo mismo: ¡357 gigantescos sillares en doce horas! Es decir, ¡un bloque cada dos minutos! Algo, efectivamente, no cuadra…

Por mucha mano de obra que pudiera reunir Keops, la empresa en cuestión se presenta más que dudosa. Y no sólo por el arduo problema de organización, sino, sobre todo, por las lógicas dificultades técnicas a la hora de izar y encajar esos monstruos de caliza, granito y mármol. Los arqueólogos más conservadores se defienden, escudándose en lo escrito por Heródoto en el siglo V antes de Cristo. Según el Padre de la Historia, los bloques eran levantados de grada en grada, con el concurso de una serie de máquinas formadas por maderos cortos. Esto, al parecer, fue lo que le contaron los sacerdotes durante su visita a Egipto en el referido siglo V antes de Cristo.

Desde mi modesto punto de vista, la narración del escritor griego no constituye un punto de partida sólido y fiable. Y me explico: en el 450 antes de Cristo, cuando Heródoto recorre el Nilo, habían transcurrido dos mil años desde la supuesta construcción de la Gran Pirámide de Keops. Heródoto, además, no menciona las rampas, ni se atreve con el espinoso problema de los 357 bloques por día. Las extrañas máquinas -que no llega a describir- no satisfacen, mínimamente, la difícil incógnita del movimiento de esos casi tres millones de bloques en veinte o veintitrés años. Heródoto, sencillamente, cuenta lo que le contaron…

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Nadie, en su sano juicio, puede suponer que esta maravilla arquitectónica fue obra de los hombres de la Edad de Piedra.

Hoy, cualquier arquitecto o ingeniero comprende de inmediato las graves dificultades que debieron de superar los constructores de la Gran Pirámide. Las cámaras, galerías y los mal llamados «conductos de ventilación» exigen unos profundos conocimientos matemáticos y arquitectónicos. ¿Cómo movieron los hombres del Neolítico aquellos gigantescos sillares? ¿Cómo los cortaron y los elevaron a ciento cincuenta metros? Las explicaciones oficiales, en efecto, no son coherentes.

Las pirámides: algunos datos clave

• Keops (la Gran Pirámide). Alrededor de tres millones de bloques de piedra caliza y granítica (algunos especialistas hablan de dos millones y medio de bloques). Peso de cada bloque: entre dos mil y cuarenta mil kilos. El revestimiento original -hoy desaparecido- estaba formado por losas de caliza pulida de hasta dieciséis toneladas. Altura: 146,6 metros. Base cuadrada de 230,5 metros de lado. En la antigüedad era ocho metros más alta. Peso total: siete millones de toneladas.

• Kefrén. Casi gemela a la Gran Pirámide. Altura: 143,5 metros. Base: 215 metros de lado. Bloques idénticos a los de Keops (casi 1700000 metros cúbicos de piedra). Revestimiento original de caliza pulida y granito rojo de Asuán (se aprecia en el vértice). En la base podrían entrar siete campos de fútbol.

• Micerinos. La pirámide más pequeña. Altura: 62 metros. Base cuadrada de 108 metros de lado. Su altura equivale a un edificio de veinte plantas.

• En el año 830 después de Cristo, el califa egipcio Abdala al Mamun penetró por la fuerza en la Gran Pirámide (actual entrada para los turistas). El ingreso original se encuentra en la cara norte y a dieciocho metros de altura sobre el pavimento. El sarcófago (?) apareció vacío.

• El astrónomo Piazzi Smyth descubrió que la mayoría de las medidas de la Gran Pirámide están relacionadas con el número pi.

Herramientas Basta con echar un vistazo a las toscas herramientas con las que -según los arqueólogos- se construyeron las pirámides para comprender que algo falla en esta historia; unas herramientas, por cierto, que no existían hace cuatro mil seiscientos años. Pero, aceptando que así fuera, ¿es que los mazos, niveles, bolas de dolerita, escuadras, trineos de madera y regletas sirvieron para establecer las asombradas proporciones de la Gran Pirámide ¿Cómo explicar, por ejemplo, que la desviación norte-sur de sus caras no supere los tres minutos y veinte segundos hacia el Oeste? ¿Cómo explicar la increíble perfección de la angulación de los bloques de revestimiento? Hoy sólo podríamos alcanzarla con instrumentos ópticos.

¿Y cómo entender que aquellos pueblos del Neolítico -hace cuatro mil seiscientos años- dispusieran de una medida tan perfecta como el codo?

Y he dicho bien: «una medida tan perfecta». Como es sabido, sólo en la era espacial se ha podido comprobar que el metro estaba mal medido. Su longitud, en realidad, es algo mayor de lo que siempre habíamos creído. El metro exacto tiene una longitud de 1,047. Pues bien, dos codos egipcios equivalen exactamente a 1,047: el metro de la era espacial (!). ¿Cómo lo lograron los hombres de la Edad de Piedra? ¿O no fueron ellos?

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Las groseras herramientas del Neolítico no justifican la construcción de la pirámide de Keops.

Una iluminación imposible Sin embargo, las dudas y las contradicciones no terminan ahí. Hasta el día de hoy nadie ha logrado explicar satisfactoriamente el sistema de iluminación utilizado a la hora de construir las pirámides. Las tradicionales teas y antorchas no sirven; no hay restos de hollín en techos y paredes. Tampoco la fórmula de los espejos, reflejando la luz solar hasta lo más profundo, resiste un análisis medianamente serio. El movimiento del sol obligaría a los constructores a llevar a cabo una penosa labor de permanente rectificación. Esa luz sería útil, como mucho, para las salas y las galerías más próximas a la entrada. En la documentación hallada en Deir el Medina -poblado en el que vivían los artistas y obreros que participaron en las construcciones del Valle de los Reyes- se mencionan unas extrañas lámparas, utilizadas a diario en el trabajo. Pero, en esos textos, no se describen las citadas lámparas ni la misteriosa energía que las alimentaba y que, al parecer, no dejaba huellas.

Sencillamente, la egiptologia no sabe, no contesta…

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Entre las pinturas de la tumba de Ramsés III destaca un «dios» con «cabeza redonda» y un largo tubo que conecta el casco con los pies.

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La teoría de la luz reflejada por el sol no sirve para explicar la iluminación en el interior de las pirámides.

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En el interior de las pirámides no hay restos de hollín. ¿Cómo se iluminaban?

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Deir el Medina.

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Vasos de diorita. Máxima perfección en el pulido.

Misteriosos taladros Y las explicaciones de los arqueólogos tampoco convencen cuando alguien pregunta por el método utilizado para cortar los enormes bloques de caliza y granito. ¿Herramientas de cobre? Eso sería como intentar cortar una mesa de mármol con unas tijeras…

Y otro tanto sucede con el enigmático pulido de los vasos de diorita y granito. ¿Qué clase de taladro empleaban para que la cara interior ofrezca el mismo pulido que la exterior? ¿Cómo lo consiguieron si por las bocas de estos panzudos vasos no cabe siquiera la mano de un niño?

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¿Cómo cortaron los gigantescos bloques de piedra?

Y otro «detalle» que no encaja en la cultura de la Edad de Piedra: al examinar el mencionado pulido de estos vasos y platos, los expertos han comprobado que, a cada vuelta, la presión ejercida era quinientas veces mayor que la obtenida en la actualidad con los poderosos taladros de punta de diamante artificial. ¿Quién los fabricó? ¿El hombre del Neolítico?

¿Y quién fue capaz de llevar a cabo un pulido como el que presenta el supuesto sarcófago (?) de la pirámide de Keops? El acabado en el bloque de granito resulta imposible para un hombre de la Edad de Piedra. Mientras las esquinas aparecen perfectamente cuadradas, el índice de imperfección de la superficie de dicho sarcófago no llega a 0,0002 pulgadas. Es decir, la décima parte del espesor de un cabello humano.

¿Y cómo entender la técnica empleada para la ejecución de las no menos misteriosas perforaciones en la piedra? Las hay a cientos…

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¿Herramientas de cobre para cortar bloques y pulir sarcófagos?

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A cada vuelta, la presión ejercida por los egipcios era quinientas veces superior a la desarrollada hoy por las puntas de diamante.

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Estatua de Kefrén, de extraordinaria belleza y precisión. (Museo de El Cairo).

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Taladros en sarcófago de granito (Museo de El Cairo).

Para la arqueología, sin embargo, no encierran mayor secreto. Estos orificios -dicen- se conseguían mediante la introducción en la piedra de un cilindro hueco que, al girar, cortaba el granito. Pero, al examinar la espiral grabada en el interior, algo no concuerda: la distancia entre línea y línea es de 2,5 milímetros. Nosotros, en la actualidad, utilizando taladros modernos, sólo podemos alcanzar 0,05 milímetros por vuelta (!).

¿Cómo lo hicieron? Si los taladros del siglo XXI, con diamantes artificiales de widia (dureza 11) sólo perforan 0,05 mm, ¿cómo conseguían los «egipcios» una presión semejante?

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Asombrosas perforaciones en granito. En la imagen inferior, las marcas del taladro egipcio (izquierda), mucho más anchas que las obtenidas en la actualidad (derecha).

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Camas ergonómicas. Y aunque algo posterior en el tiempo que nos ocupa (hace cuatro mil seiscientos años), también lo descubierto en la tumba de Tutankhamón me dejó con la boca abierta: ¡cuchillos inoxidables! ¿Cómo y de quién aprendieron semejante aleación? Como es sabido, la mejora de los aceros especiales, de cara a la corrosión, se inició en 1910 con la adición de elementos como el cromo (más del 10 por ciento) y el níquel.

Y entre el ajuar, ¡una cama ergonómica! Una cama con la parte de los pies más elevada, favoreciendo así la circulación de la sangre. ¿Cómo era posible hace 3333 años?

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Máscara funeraria del faraón Tutankhamón, en el Museo de El Cairo.

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Cuchillos inoxidables encontrados en la tumba de Tutankhamón.

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Cama ergonómica para favorecer la circulación de la sangre (Museo de El Cairo).

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A la vista de estos datos, cuesta trabajo creer en la versión oficial. Hace cuatro mil seiscientos años, los pueblos que habitaban las orillas del Nilo no estaban en condiciones de imaginar un portento arquitectónico como el de las pirámides. Pero, entonces, ¿quién las diseñó y levantó? Y lo más intrigante: ¿fueron construidas en la fecha que establecen los arqueólogos?

Las siguientes investigaciones me dejaron igualmente perplejo.

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Detalle de la inscripción existente en la llamada estela del Inventario. ¿Existía la Esfinge antes de lo señalado por la arqueología?

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Estela del Inventario, en el Museo de El Cairo.

La estela del Inventario. Las nuevas pistas resultaron muy sugerentes. Las pirámides de Gizeh, efectivamente, no parece que fueran construidas en la época señalada por la oscura arqueología oficial. Veamos por qué.

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Primera pista. Museo de El Cairo, sala 42. En ella puede contemplarse una estela de piedra de caliza de 65 centímetros de altura por 40 de ancho. Una estela casi desconocida que muy pocos turistas se detienen a contemplar. La arqueología la bautizó como la estela del «Inventario». Es probable que fuera esculpida entre las dinastías XXI y XXIII. Es decir, entre los años 1070 y 712 antes de Cristo, aproximadamente. Se trata, casi con seguridad, de una copia de otro texto mucho más antiguo. Pues bien, en ella se lee un párrafo que deja sin argumentos a los arqueólogos. Dice así:

«…[el faraón Keops] fundó la casa de Isis, Señora de la Pirámide, detrás de la Casa de la Esfinge de (Harmakis) en el noroeste de la casa de Osiris, Señor de Rosta.»

¿Señora de la Pirámide? ¿Quiere esto decir que la Gran Pirámide ya existía cuando Keops llegó al poder hace cuatro mil seiscientos años? ¿Y qué decir del segundo párrafo?: «detrás de la Casa de la Esfinge». ¿Significa que la Esfinge también existía antes del citado faraón Keops?

La estela del Inventario no es, sin embargo, la pista más notable. Los defensores de Keops, como constructor de la Gran Pirámide, se aferran a otro párrafo en el que se afirma que Keops «construyó su pirámide detrás del templo…». No se trata, por tanto, de una prueba definitiva, pero sí comprometedora…

Turín Segunda pista. Museo Egipcio de Turín (Italia), a tres mil kilómetros de las pirámides de Gizeh. Los especialistas lo conocen como el Canon de Turin: un papiro descubierto en 1882 por el viajero italiano Bernardino Drovetti en la antigua capital egipcia de Tebas.

Fue traducido por el mismísimo Champollion, descubridor de la piedra de Rosetta. Y aunque Champollion le concedió una singular importancia, la arqueología ortodoxa ha preferido ignorarlo. Y no es de extrañar, a la vista de su contenido…

El Canon de Turín -redactado en escritura hierática- procede de la época del no menos célebre Ramsés II, entre los años 1290 y 1224 antes de Cristo (para algunos, el faraón que persiguió a Moisés).

En total, 160 fragmentos de papiro correspondientes a once hojas, escritas hace tres mil doscientos años y en las que se lee una desconcertante lista de reyes. Unos reyes «egipcios» imposibles para la arqueología…

«Imposibles» porque, de aceptar lo manifestado en este documento, la cronología faraónica se vendría abajo.

¿Y qué dice este papiro de 1,70 metros de longitud?

Sencillamente, que en un lejano pasado, Egipto fue gobernado por unos seres -mitad hombres, mitad dioses- que recibían el nombre de «Shemsu Hor» (los «compañeros de Horus»). La lista de esos misteriosos reyes sitúa el primer gobierno en el valle del Nilo, no durante el faraón Narmer Menes Aha, hace cinco mil años, como asegura la arqueología, sino mucho más atrás en el tiempo. Para los arqueólagos más conservadores, todo esto es pura fantasía…

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Restos de llamado Canon de Turín, redactado, al parecer, en la época de Ramsés III (imagen inferior), en el Museo Egipcio de Turín.

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Valle del Nilo al amanecer.

Manetón Tercera pista. La historia de Egipto relatada por Manetón en el año 240 antes de Cristo. Otra historia igualmente despreciada por los arqueólogos.

Manetón, sumo sacerdote, recibió el encargo del faraón Ptolomeo II Filadelfo de escribir la historia de Egipto desde sus comienzos. Manetón tuvo acceso a la documentación depositada en el templo de On, en Heliópolís, y cumplió el trabajo. Pues bien, en los escasos fragmentos que se conservan de su obra, en especial los recopilados por Eusebio de Cesarea, puede leerse algo insólito que coincide, en lo básico, con lo relatado en el Canon de Turín. Según Manetón, antes de Menes (primer faraón de la I dinastía), Egipto fue gobernado por unos semidioses y también durante miÍes de años…

El sumo sacerdote grecoegipcio no habla de los «Shemsu Hor», y es posible que exagere al remontar el gobierno de esos semidioses veinticinco mil años atrás, pero la coincidencia es sospechosa.

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Seres, mitad hombres, mitad dioses, gobernaron Egipto mucho antes de lo establecido, según el Canon de Turín y la historia de Manetón.

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Algunas de las antiguas ciudades egipcias fueron fundadas por los dioses, según Diodoro de Sicilia.

«Shemsu Hor»

• Heródoto, en su Historia, en cierto modo, refrenda la posible realidad de los «Shemsu Hor» cuando escribe que Egipto nació merced a las «fundaciones teológicas» (visitas de los dioses) (!).

• El también escritor Diodoro de Sicilia (siglo I antes de Cristo) hace alusión en su Historia Universal a los dioses que, al parecer, fundaron ciudades en Egipto. Así consta en el preámbulo del primer volumen.

• En el siglo III, Eusebio de Cesarea recopila la historia de Manetón, y dice: «…Éstos fueron los primeros que rigieron Egipto. Después la realeza pasó de uno a otro en sucesión ininterrumpida hasta Bidis a lo largo de 13900 años…
»Después de los dioses, los héroes reinaron 1255 años, y después hubo otra línea de reyes que gobernó durante 1817 años y después vinieron treinta reyes más de Menfis, que reinaron durante 1790 años; y después reinaron diez reyes de Tis durante 350 años… A esto siguió el reinado de manes y héroes, durante 5813 años.» (¿«Shemsu Hor»?)

De ser ciertos estos cálculos, la historia de Egipto tendría más de veinte mil años (!).

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El equipo de «Planeta encantado» en las proximidades de las pirámides de Gizeh.

¿Quiénes eran los «Shemsu Hor»? ¿Por qué los califican de semidioses? ¿Mitad hombres, mitad dioses hace doce mil años? Como decía, los arqueólogos no lo consideran. Pura imaginación -dicen- y puede que tengan razón. ¿O no? Si Egipto fue gobernado hace diez mil o doce mil años (Manetón habla, incluso, de mucho más), ¿dónde están los vestigios y las pruebas arqueológicas que deberían delatar a esas culturas desaparecidas? ¿O están ahí? ¿No será que los arqueólogos no lo quieren ver?

EXCLUSIVA

Un huevo de avestruz Cuarta pista. Museo de Nuhia, en Asuán, al sur de Egipto. El presente hallazgo se debe al investigador español Manuel Delgado. Él fue el primero en percatarse de lo que guarda el museo de Nubia, a mil kilómetros de El Cairo. Un descubrimiento que ofrezco en primicia y que, una vez más, hace dudar de la cronología oficial respecto a la construcción de las pirámides de Gizeh. Se trata de un huevo de avestruz, hallado en la tumba 96 del cementerio 102, en Nubia. Fue sacado a la luz en 1907 por el arqueólogo inglés Cecil Mallaby Firth.

A primera vista, la historia de este huevo de avestruz parece simple: alguien dibujó sobre él y lo depositó junto al cadáver. Evidentemente se trataba de un objeto muy querido por el difunto. En una de las superficies se aprecian los dibujos de un avestruz y algunas plantas (?). En la cara opuesta -¡oh, sorpresa!-, otra escena «imposible»: el curso del Nilo (?) y las siluetas de unas construcciones muy familiares. ¿Las tres pirámides de la meseta de Gizeh?

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Las tres pirámides, pintadas, al parecer, sobre un huevo de avestruz. Antigüedad: ¡siete mil años!

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Cementerio 102. El huevo de avestruz a la izquierda del esqueleto.

El descubrimiento no tendría mayor trascendencia de no ser por un pequeño-gran «detalle». Según los investigadores, los restos humanos de la referida tumba 96 se remontan a la llamada cultura Nagada I. Es decir, hace unos siete mil años. ¡Siete mil años! Algo, en efecto, no concuerda. Si la arqueología asegura que las pirámides fueron levantadas hace cuatro mil seiscientos años, ¿cómo es que fueron dibujadas hace siete mil?

La esfinge Quinta pista. «Abu-el-Hol» (el Padre del Terror): la famosa esfinge de la meseta de Gizeh. Otro de los monumentos emblemáticos de Egipto, levantado -según los arqueólogos más conservadores- en los tiempos del faraón Kefrén, hace cuatro mil quinientos años. ¿Y por qué la arqueología sitúa su construcción en esa época? He aquí los principales argumentos: en primer lugar -dicen- por el parecido del rostro con algunas de las estatuas de Kefrén.

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Para la arqueología oficial, la esfinge fue obra de faraón Kefrén.

Además, por el hecho de hallarse muy próxima al templo funerario de dicho faraón y, por último, por la presencia del nombre de Kefrén («Jafra») en la «Estela del Sueño», descubierta en 1817 entre las patas de la esfinge. Una estela colocada frente al Padre del Terror por el faraón Tutmosis IV (muy posterior a Kefrén).

Aunque parezca increíble, eso es todo. Éstos son los razonamientos o pruebas, supuestamente científicos, que sostienen la hipótesis oficial.

A decir verdad, no existe una sola prueba documental que relacione al faraón Kefrén con la esfinge.

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Y en 1991 surgió la enésima polémica. El geólogo Robert Schoch, profesor de Ciencia y Matemáticas de la Universidad de Boston, dio a conocer un estudio que retrasaba la construcción de la esfinge en varios miles de años. En 1989, el egiptólogo egipcio Anthony West le mostró imágenes de la zona frontal de la esfinge. Imágenes que denunciaban un notable deterioro. Y West le pidió que examinara el asunto con detenimiento. Schoch viajó a Egipto y, mediante la utilización de ondas sonoras y micrófonos especiales, exploró las rocas que rodean la esfinge y que forman parte del Padre del Terror. El sismólogo Dobecki completó los estudios y en octubre de ese año 1991 fue anunciado al mundo, ante la sorpresa e indignación de la arqueología oficial: la zona delantera del monumento, y parte de las paredes del foso que lo rodea, presentan una erosión de dos metros de profundidad, provocada por las lluvias.

¿Lluvias? En la época de Kefrén, supuesto constructor de la esfinge, esta región era un desierto. Como se recordará, hacia el 4800 antes del presente, Egipto era ya un arenal, similar al que podemos contemplar en la actualidad…

¿Cómo explicar entonces las huellas de la erosión acuática en la esfinge, construida hace cuatro mil quinientos años?

Muy simple: había que retrasar su construcción varios miles de años. Quizá al cinco mil o siete mil antes de Cristo, como afirmaba Schoch. Puede que más. Como ya mencioné al hablar del Sahara azul, hace unos doce mil años, todo el norte de África se vio sometido a un importante cambio climático. Y las fuertes e intensas lluvias -el Gran Húmedo- se prolongaron hasta el 8000 antes del presente. Unas lluvias torrenciales que fueron disminuyendo progresivamente. Y dije también que fue a partir de esa época -hace ahora unos ocho mil años- cuando los monzones perdieron fuerza y el Sahara entró en un lento pero inexorable proceso de desertización. Un proceso que desembocó en el desierto que todos conocemos.

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Cuando Kefrén vivía, Egipto era un desierto. ¿Cómo explicar entonces la erosión acuática en la esfinge?

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La zona delantera de la esfinge y parte de las paredes del foso presentan pronunciados surcos, provocados por las lluvias.

Y me pregunto: ¿cómo pudo Kefrén construir la esfinge hace cuatro mil quinientos años si las lluvias desaparecieron cuatro mil años antes?
Kefrén, obviamente, no levantó la esfinge. Como mucho, quizá la restauró.

El Padre del Terror, en suma, está ahí desde mucho antes. La huella de las lluvias registradas en el Gran Húmedo holocénico es incuestionable (para el que lo quiera ver).

«Abu-El-Hol»

• La esfinge fue construida sobre un promontorio natural en la roca de la meseta de Gizeh.

• En el pasado se hallaba pintada. El cuerpo de león en rojo y el tocado de la cabeza en azul con rayas horizontales en amarillo. Portaba una barba postiza y, por delante de esa barba, aparecía una estatua a tamaño natural. Dicen que una representación de Amenofis II.

• Mide 73 metros de longitud y 20 de altura. Según Mariette, cada oreja alcanza 1,37 metros. Anchura de la boca: 2,32 metros.

• En 1817, los ingleses encomendaron al egiptólogo Caviglia que rescatara el monumento de la arena que lo cubría. Al llevar a cabo la operación se descubrió entre las patas una estela que, al parecer, pudo ser labrada bajo el reinado de Tutmosis IV (Estela del Sueño).

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Hasta el siglo XIX, la esfinge se hallaba prácticamente sepultada por la arena del desierto.

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Cada oreja mide 1.37 metros.

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Mamelucos y franceses cañonearon la esfinge, destrozando la nariz.

• En la Estela del Sueño se narra la aventura vivida por el príncipe Tutmosis (después Tutmosis IV). Al quedarse dormido bajo la esfinge (entonces enterrada hasta la cabeza), ésta se le apareció en sueños y le rogó que la liberara. Tutmosis ordenó que la desenterrasen, y depositó entre las patas la referida estela.

• Durante la invasión de los mamelucos, la esfinge fue cañoneada, y la nariz, destrozada. También los soldados de Napoleón la tomaron como blanco para sus cañones .

• Para algunos expertos, la esfinge ha sido esculpida en diferentes épocas. Para Schoch, por ejemplo, la primera, o «protoesfinge», constaba del torso, las patas y la cabeza. Sería el monumento erosionado por las lluvias. Posteriormente se remodeló (Imperio Antiguo) y cabe la posibilidad de que se rehabilitara por tercera vez en el Imperio Nuevo.

• El detective Frank Domingo, de la policía de Nueva York, ha llevado a cabo un estudio comparativo entre la estatua de Kefrén (Museo de El Cairo) y la cara de la esfinge, y ha llegado a la conclusión de que no presentan semejanza alguna.

El cinturón de Orión Sexta pista. La hipótesis de Robert Bauval y Adrian Gilbert: las pirámides de Gizeh se hallan íntimamente relacionadas con la constelación de Orión. En los años setenta, el ingeniero egipcio Bauval se atrevió a difundir una teoría que conmocionó a los seguidores y amantes del Egipto faraónico. Las tres pirámides -afirmó- forman parte de un «plan unificado», minuciosamente diseñado. Y para irritación de los arqueólogos más conservadores formuló una hipótesis que volvía a poner en tela de juicio la ya desacreditada cronología oficial. La tesis de Bauval es conocida como la «correlación de Orión». Es decir, el asombroso parecido en la disposición de Keops, Kefrén y Micerinos respecto a las tres estrellas que forman el «cinturón» de Orión. Basta trazar una línea entre las tres pirámides, y otra entre las estrellas del «cinturón», para observar que sendas ubicaciones son casi idénticas; casi idénticas, sí, pero no iguales. El ángulo de las pirámides es de 172 grados, y el de las estrellas de Orión, en la actualidad, de 181.

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La disposición de las estrellas del cinturón de Orión coincide con la alineación de las pirámides ¡hace doce mil quinientos años!

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Bauval se percató de esta diferencia y tuvo una genial intuición. Con la ayuda de los ordenadores retrocedió en la historia y descubrió que la alineación de las estrellas del «cinturón» de Orión coincidía con la de las pirámides, ¡hace doce mil quinientos años! En otras palabras: la ubicación geográfica de las tres pirámides de Gizeh es el vivo reflejo de la posición de las estrellas del «cinturón» hace doce mil quinientos años…

¿Casualidad?

Si tres indicios constituyen una prueba, ¿qué podemos pensar cuando, al menos, se contabilizan seis?

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Colosos de Memnón.

Sabias flechas indicadoras

África: cuna de civilzaciones

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¿Dónde estaba? ¿Era éste el final de la mágica historia?

Y recapitulé, una vez más…

Todo empezó con un anillo de plata. Un anillo hallado de forma singular en el mar Rojo. Un anillo con unos extraños símbolos y un no menos increíble «poder». Unos símbolos idénticos a los presentados por la nave «no humana» de Los Villares. Unos «palos y ceros» (lenguaje binario) grabados también en el «lucerillo», la piedra esférica lanzada por los tripulantes del ovni a los pies del anciano testigo. Un anillo que -mágicamente- me condujo al Sahara y, muy especialmente, al Tassili N’Ajjer, una meseta repleta de escritura bereber (la misma que lucía la cúpula de la nave y que presentan el anillo de plata y el «lucerillo»). y junto a la antiquísima escritura bereber, miles de pinturas y grabados. Pinturas rupestres de hace nueve y diez mil años en las que se ven «astronautas», seres con cabeza de perro, decenas de naves y cientos de carros y barcas «egipcios». Y el Destino -sabia y pacientemente- me llevó de la mano, haciéndome comprender. En esos tiempos (hace nueve o diez mil años), el desierto era un jardín. Y fue en ese paraíso donde descendieron unos seres «no humanos» -quién sabe si procedentes de Orión-, que se mezclaron con las primitivas etnias y «aceleraron» (?) su evolución. Hoy, esos seres, son conocidos como los «cabezas redondas», unos seres que pudieron inspirar la antigua civilización egipcia (mucho antes de lo supuesto y mucho más hacia el oeste).

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Todas las pistas me llevaron al Tassili N´Ajjer.

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Dionisio Ávila, con el «lucerillo».

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El anillo de plata, con su misterioso halo blanco.

Unos seres que fueron descritos, con mayor o menor acierto, por el Canon de Turín y Manetón. los «Shemsu Hor» (mitad hombres, mitad dioses). Unos seres venerados por la mitología egipcia y que -directa o indirectamente- fueron los responsables de algunas de las grandes y enigmáticas construcciones supuestamente faraónicas. Unos seres que, probablemente, abandonaron el jardín cuando se inició el inexorable proceso de desertización. Y me pregunté de nuevo: ¿era éste el final? ¿Terminaba ahí la apasionante aventura? ¿Por qué nadie había logrado descifrar el «mensaje» completo del «Iucerillo»?

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Y aquellos seres «no humanos» fueron tomados por dioses.

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Seres del espacio descendieron hace miles de años en el Sahara azul.

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Aquellos seres espiaron las actividades humanas.

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Sí, escribamos de nuevo la Historia.

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«Objeto volador no identificado» hace nueve mil años.

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Hombres-dioses con cabeza de pájaro. ¿Mito o realidad?

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No, la increíble aventura no concluyó ahí. Pero, de momento, me sentí satisfecho. Aquellas «sabias flechas indicadoras» me habían conducido también a otra realidad tan profunda como ignorada: la realidad de un continente -África- cuna de grandes civilizaciones, abandonado y despreciado por el hombre blanco. Un hombre blanco que, paradójicamente, salió de él.

Y en la afilada mirada de los tuaregs leí el final de este capítulo: «Escribamos de nuevo la historia».

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Punto final

Estatua de piedra

El encantador de serpientes me hizo una sola advertencia: «Puedes sujetar a la cobra sin miedo, pero nunca -nunca-le mires a los ojos.» Alguien me desafió. ¿Serías capaz de tomar la venenosa cobra entre las manos y dejarte fotografiar? Y acepté el reto. Afortunadamente, el reptil jamás me miró. El miedo, sin embargo, me convirtió en estatua de piedra. Nunca más aceptaré un reto semejante.

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Cuadernos de campo

Publicados por primera vez

A lo largo de treinta años de investigación por todo el mundo, J.J. Benítez ha reunido un centenar de cuadernos de campo. Unos textos íntimos -él prefiere llamarlos «cuadernos casi secretos»-, en los que refleja el día a día de viajes, investigaciones, éxitos y fracasos.

Jamás se habían publicado. Con «Planeta encantado» salen al fin a la luz. Una vez más, las imágenes hablan por sí solas…

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J.J. Benítez

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Cuestione con J.J. Benítez los grandes misterios y los temas insólitos que el hombre se planteó en el pasado y de los que aún hoy busca una respuesta. Rompa las barreras de lo desconocido y disfrute de la mano de J.J. Benítez y sus sorprendentes descubrimientos. Venga con nosotros y viva a través de sus obras y documentales de TV, la hechizante aventura del saber.

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