La imagen destacada hace referencia a: Minutos antes de despegar, en el aeródromo de Arica (Chile).
Lo mío con las avionetas es una pura aventura, y lo vais a comprobar.
Estábamos al norte de Chile, en la ciudad de Arica.
Sabíamos que en esta zona, en las laderas de las montañas cercanas, hay gran cantidad de geoglifos y nos dispusimos a sobrevolarlos.
Nos acercamos al pequeño aeródromo de la ciudad y concertamos el alquiler de una pequeña avioneta para el día siguiente. Quedamos para salir a primera hora de la mañana siguiente.
Así que llegamos con las cámaras dispuestas para el trabajo, y con ganas de ver desde el aire las maravillosas figuras, que aún no se sabe por qué las hicieron.
Ya acomodados en nuestros asientos nos preparamos para el despegue.
Cuando se contrata el servicio de una avioneta con su piloto, se supone que todo está en orden. La avioneta está en buenas condiciones y el piloto es un profesional.
En este caso estuvimos un par de horas explicando cual era nuestro deseo: fotografiar los citados geoglifos, por lo que debíamos volar en algunos momentos muy bajo y hacer varias pasadas por la misma zona.
Con dos horas de vuelo pensamos que teníamos suficiente para hacer nuestro trabajo.
Así empezamos a rodar por la pista. Estábamos listos para despegar.
En ese momento, con gran asombro, vemos como el piloto, con gran calma, saca un manual de vuelo y se pone a ojearlo. Pasa una hoja, luego otra, y nosotros asombrados sin poder creerlo.
Bueno, ya estamos en la pista, lo que digo: lo mío no son las avionetas.
No sabía si abrir la portezuela y tirarme, o echarme a llorar. Pues nada, me quedé como una estatua y pálida.
Todo fue rápido, o lo pensé yo. Estábamos en el aire. El silencio se podía cortar con un cuchillo.
Al poco tiempo pudimos ver a los lejos el primer geoglifo. Era impresionante, pero yo había perdido la ilusión. Solo estaba pendiente del panel de mandos y, por supuesto, del “experimentado” piloto.
El tiempo pasaba. Ya teníamos que regresar al aeródromo. ¿Que pasaría? ¿Consultaría el manual para aterrizar?.
Dicen que hay miradas que matan. La mía, creo que asesinaba. ¿Quién me manda meterme en estos líos?.
Yo miraba a Juanjo y él con su sonrisita. Avionetas, ni una más.
Pero pasó lo que me temía que iba a pasar. Agarró el manual. ¡Aterrizaje! ¡Socorro! !La pista a la vista!
Agárrate a lo que puedas y cierra los ojos.
Así fue como toqué tierra en Arica.
Esta vez fue en Chile. Voy besando tierra de aeródromo en aeródromo.
A este paso le gano al Papa.
Algunos de los «geoglifos» del norte de Chile, menos célebres que los de la pampa peruana de Nasca. (Foto: J.J. Benítez)