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El secreto de Colón

Imágenes: Iván Benítez.

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Enigmas en el corazón humano

El lado oscuro de Colón

«Planeta encantado» nació como uno de los proyectos más ambiciosos en mi carrera como investigador y divulgador. Se trata en efecto, de recorrer el mundo y sacar a la luz los enigmas que todavía conserva la raza humana. Enigmas en las cumbres, en los hielos, en las junglas, en la sabana, en el pasado y también en el corazón del hombre. Enigmas que nos hacen soñar y, sobre todo, dudar. Éste es el principal objetivo de «Planeta encantado»: invitar a la reflexión, animar al lector a la duda permanente. «Planeta encantado» no pretende mostrar la verdad. En todo caso, la otra cara o caras de la verdad. Después, usted juzgará.

Y he dicho bien: los enigmas que encierra el corazón del hombre. Probablemente, los misterios más arduos y oscuros. Siempre me sentí atraído por esa región del alma humana, ora en penumbra, ora en tinieblas. Siempre experimenté una intensa inclinación por los hombres y mujeres malditos, marginados, incomprendidos, amados o discutidos. Éste es el caso que ahora me ocupa: Colón. Mejor dicho, el lado oscuro del descubridor…

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No creo en la libertad (aquí). Cada ser humano cumple su Destino, inexorablemente.

El implacable destino No voy a negarlo. Creo en el Destino, pero con mayúscula. Estoy convencido de que cada ser humano aparece en la Tierra con un «papel» minuciosamente diseñado y calculado. Sólo así entiendo por qué ocurren las cosas. Pero de este formidable «hallazgo» he sido consciente hace muy poco tiempo. Antes, durante la mayor parte de mi vida, consideré que todo se debía al azar. Todo era fruto de la caprichosa e incomprensible casualidad. Por eso no comprendía la tozudez de Cristóbal Colón. Y estudié su vida y figura una y otra vez. Y conforme fui profundizando, más oscura se presentó esa casi enfermiza obsesión del futuro Almirante de la mar Océana. ¿Por qué Colón se enfrentó a todo y a todos? ¿Por qué jamás cedió?

Hasta que un día lo descubrí: era ese Destino -siempre sutil e implacable- el responsable de semejante tozudez…

Pero vayamos por partes. Bueno será que ponga en orden los pensamientos.

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Colón se apropió de algo que no era suyo. (República Dominicana.)

Colón fue el último

Sin escrúpulos…

1

En el momento oportuno, enfrascado en las investigaciones y estudios sobre el célebre genovés, el Destino me tendió su mano. Fue en el monasterio de La Rábida, en Huelva (España). Allí, de pronto, no sé por qué razón, el entonces prior de los franciscanos, Francisco de Asís Oterino, me hizo una revelación: «Colón, estimado amigo, lo sabía. Sabía muy bien hacia dónde quería navegar…» y me confió parte de un secreto que, sinceramente, me dejó perplejo. Entonces, como digo, comprendí. Y la imagen de Colón se presentó en su auténtica dimensión: astuto, frío, calculador y despiadado. Un individuo sin escrúpulos, que se apropió de lo que no le pertenecía. Un hombre que cumplió su Destino de forma inexorable. Como todos…

Y por consejo del prior me puse en contacto con Juan Manzano y Manzano, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y uno de los mejores americanistas del momento. Fue este hombre, sabio y afable, quien terminó de empujarme al ojo del huracán y del gran secreto de Colón. Todo lo que sé se lo debo a él.

La historia arranca hacia el año del Señor de 1476. Es decir, unos dieciséis años antes del famoso descubrimiento oficial. Pero, en realidad, la verdadera historia no empieza ahí. Colón fue el último en descubrir América…

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Los franciscanos de La Rábida sabían el secreto de Colón. Ellos me pusieron en la pista.

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Monasterio de La Rábida, en Huelva.

Veamos, muy sintetizadas, algunas de mis indagaciones al respecto:

• Año 412 después de Cristo. Según lo narrado en el libro llamado Liangshu o la Historia de la dinastía Liang, en el referido siglo V, un monje budista (Hui Shen o Fa Hsieng) desembarcó en las costas americanas del Pacífico, probablemente en lo que hoy conocemos como Acapulco, en México. Según las crónicas chinas, este monje, en compañía de otros hermanos de religión, emprendió un largo viaje hacia la India con el fin de conocer los santuarios budistas existentes en dicha región. A su regreso, en octubre, cuando navegaban por el mar de China meridional, un tifón empujó la embarcación hacia el este, y desembarcaron en las costas de México. El 13 de abril del año 413, al parecer, regresaron a China. Esta referencia coincide con otras alusiones chinas a «Fusang»: el «país del este» (presumiblemente, América).

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Monjes chinos llegaron a México mucho antes que Colón, según la tradición budista.

• Año 990 (algunos estudiosos hablan del 985). Los vikingos llegan a Groenlandia y, desde allí, a las costas orientales de Norteamérica. Los relatos de los audaces normandos se propagaron rápidamente. Y de Noruega, patria de los vikingos, saltaron al resto de Europa, y fueron consignados en el año 1070 por el sabio alemán Adam von Bremen. El descubrimiento, al parecer, se debió a la precipitada fuga de Erik el Rojo. Tras una sangrienta venganza, los islandeses desterraron a Erik por tres años. Y el Rojo se embarcó rumbo al poniente con su familia y un puñado de seguidores. Así fue como llegaron a Groenlandia. De aquí, muy probablemente, los vikingos navegaron a las costas de Canadá y Estados Unidos (Labrador y Terranova y Massachusetts, respectivamente).

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Posible ruta seguida por los vikingos hace mil años, aproximadamente.

•Año 1300. El sultán de Guinea, un tal Gao, mandó construir una numerosa flota con el fin de averiguar si existía tierra firme al otro lado del océano (actual Atlántico). Y se hizo a la mar, aunque jamás regresó. La referencia procede de Mussa, sucesor de Mahommed Gao (1324), cuando se dirigía en peregrinación a La Meca. Al detenerse en El Cairo se lo contó a Ibn Amir Hadjib, gobernador de la referida ciudad egipcia. ¿Pudo ser éste el origen de las numerosas leyendas que hablan de árabes en América antes de 1492?

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¿Árabes en América antes de 1492? ¿Cómo explicar las numerosas leyendas?

A principios del siglo XVI, por ejemplo, Fernández de Oviedo, gobernador de la Castilla del Oro, aseguraba que los naturales llamaban «quevi» al cacique. «Quevi», en árabe, significa «grande». Y escribía que aquellas gentes rezaban en mezquitas.

Juan Castellanos, por su parte, afirma que peleó en Venezuela con la secta de Mahoma, amén de recordar a una tal Leonor, morisca, apodada «Fundimenta».

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Casi doscientos años antes que Colón, los mandiga llegaron a las costas de Brasil en dos mil piraguas. Pero nunca regresaron.

En 1517, el que fuera gobernador del Yucatán, Fernández de Córdoba, estuvo a punto de morir a manos de un negrillo, armado con un alfanje. Así reza en sus crónicas.

Demasiadas coincidencias. Como bien señala Álvarez de Toledo en su libro África versus América, de no haber existido población musulmana en América, Carlos V podría haberse ahorrado la provisión de 1540, prohibiendo hacer cautivos a los mahometanos naturales que hubiesen dado vasallaje a las coronas de Castilla o Portugal…

• Año 1311. Otro audaz pueblo, el mandinga, ubicado en las costas de África Occidental, se aventuró igualmente en el océano. Y cuentan que el rey Abubakari II, al frente de dos mil canoas, alcanzó tierras americanas. Concretamente, Recife, en Brasil. Pero nunca regresaron. De ser cierto, este suceso marcaría la primera y masiva presencia de hombres negros en América.

• Año 1421. El británico Gavin Menzies, de la Royal Navy, afirma que fue el almirante chino Zheng He quien llegó alas costas del Caribe entre los años 1421 y 1423. Es decir, unos setenta y un años antes del descubrimiento colombino. Menzies asegura que los restos de los barcos chinos se encuentran esparcidos en el fondo de las costas caribeñas y australianas. En unas declaraciones publicadas en The New York Times, Gavin revela que Zheng He fue también el primer navegante que intentó dar la vuelta al mundo. Lo hizo en una embarcación de nueve palos y sesenta metros de eslora.

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Monedas romanas en América.

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Escritura bereber descubierta en Canadá.

Huellas comprometedoras A lo largo de los años han ido apareciendo numerosas huellas que -de ser ciertas- ratificarían ese viejo convencimiento: Colón fue el último. Veamos algunas de las más sorprendentes:

• En mayo de 1980, la revista
Science Digest (tomo 89) hacía públicos los hallazgos del profesor Barry Fell (Universidad de Harvard): una serie de inscripciones y un barco tallados en una roca de Mount Hope, en Rhode Island. En dicha leyenda -en caracteres púnicos- se lee: «Esta roca es el saludo (testimonio) de los marinos de Tarshish.»

• Años atrás (1958), otros arqueólogos descubrieron en Massacre Lake (Nevada) una inscripción igualmente púnica (fenicia). Según los expertos se remontaría al año 100 antes de Cristo.

• Monedas romanas acuñadas en tiempos de Augusto, Constantino, Honorio y Teodosio fueron encontradas en México, Costa Rica, Venezuela y costas de Ecuador. ¿Navegaron los romanos hasta América entre los siglos 1 antes de Cristo y IV después de Cristo? ¿Fueron los ya mencionados fenicios quienes transportaron estas monedas hasta el Nuevo Continente?

• En tierras aztecas se descubren también un torso de Venus y una tanagra o cabeza griega (siglo IV antes de Cristo). En 1933 se procede a otro singular hallazgo, también en México: una pequeña cabeza de barro, de origen romano, datada en el año 200 después de Cristo. Fue extraída por el arqueólogo García Payón en el montículo 6 de la zona arqueológica de Tecaxic-Calixtlahuaca.

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Todo parece indicar que también los pueblos del Sahara navegaron hacia el oeste muchos antes del descubrimiento oficial.

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• En el municipio colombiano de Chivatá, muy próximo a la ciudad de Tunja, fue hallado en 1974 un «ostracón» (pequeño trozo de cerámica), al parecer de origen judío. Presentaba varias palabras en hebreo. Origen desconocido (¿dos mil años antes de Cristo?).

• Isla de Oak, al este de Canadá. En un pozo de 28 metros de profundidad fue descubierta una piedra de pórfido de noventa centímetros de longitud. En ella puede verse una extraña inscripción. La mayor parte de los lingüistas coinciden: podría tratarse de bereber antiguo, una de las lenguas habladas y escritas en el Sahara que desapareció con la desertización hace más de cuatro mil años.

• En el año 1964, el noruego Helge Ingstad encontró en el extremo septentrional de Terranova los restos de un posible campamento vikingo. Entre los restos aparecieron una forja de características normandas y varios fragmentos de hierro, material desconocido por los indios americanos. La madera analizada por el procedimiento del carbono 14 arrojó una antigüedad de mil años.

•En 1979 se daba a conocer otra noticia que no dejaba lugar a dudas: los vikingos visitaron prácticamente toda Norteamérica. Así lo demuestran las monedas acuñadas en Noruega entre el 1065 y el 1080 y que han sido encontradas en las ruinas indias del estado de Maine.

• En agosto del año 2002 regresaba a la actualidad un viejo y polémico asunto: el llamado mapa de Vinland. Para la Universidad de Yale y el Museo Británico, la prueba definitiva del descubrimiento de América por los vikingos. Así lo anunciaron el 12 de octubre de 1965. Estudios posteriores echaron por tierra esta pretensión: la tinta del referido mapa -según Walter McCrone- era moderna (confeccionada en el siglo: XX). Ahora, en un nuevo análisis realizado en el acelerador de partículas de la Universidad de Arizona, los veintiocho miligramos extraídos del mapa han arrojado una nueva fecha: 1434. En otras palabras: si el mapa de Vinland es auténtico, habría sido dibujado diecisiete años antes del nacimiento de Colón y cincuenta y ocho antes del descubrimiento de los españoles.

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Maíz en el sur de España antes de 1492. ¿Quién lo transportó desde América?

• Para otros investigadores, el único mapa que merece confianza, y que demostraría que América era conocida antes de 1492, es el llamado mapamundi de Martellus, elaborado en 1489. Henricus Martellus Germanus nació hacia 1440. Trabajó como cartógrafo del Vaticano, y fue reconocido como uno de los grandes sabios alemanes del siglo XV. Fue en 1941 cuando el eminente Almagiá, editor de la Monumenta Canographica Vaticana, llamó la atención de los eruditos sobre lo que definió como la «cuarta península asiática» en el referido mapa de Martellus. Una región en los confines de Asia y que recordaba el perfil de América. Un mapa, según los pleitos colombinos, que fue entregado a Martín Alonso Pinzón por un familiar del papa Inocencio VIII, en una visita del marinero de Palos a la ciudad de Roma. En esa ocasión, además del mapa, Martín Alonso Pinzón pudo recibir un escrito que decía: «… Navegarás por el mar Mediterráneo hasta el fin de España…, y allí, al poniente del sol, entre el norte y el mediodía, por la vía temperada hasta 95 grados del camino hallarás una tierra de Cipango, la cual es tan fértil y abundosa que, con su grandeza, sojuzgarás África y Europa…» Aunque el origen salomónico del documento es más que dudoso (Europa no existía como tal en el año 900 antes de Cristo), la verdad es que, si la historia es cierta, Alonso Pinzón habría recibido antes de embarcarse con el Almirante, una información secreta que apuntaba directamente a México. Este país se encuentra a 95 grados del Guadalquivir. El hecho fue ratificado por Fernández Colmenero, compañero de Pinzón en el descubrimiento. El marino aseguró que Pinzón «traía acuerdo de ir a descubrir» y que el consejo le fue dado por el Vaticano (Pleitos colombinos, tomo VIII).

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Barbate (Cádiz). Años antes del descubrimiento se comercializaba con productos americanos. La historia, sin embargo, no lo dice.

• Pero más intrigante aún es la existencia de maíz en tierras del sur de España, antes de 1492. Todo el mundo sabe que esta planta es oriunda de América. ¿Cómo explicar entonces lo escrito por Alonso de Falencia con motivo de los ataques de Enrique IV a la ciudad de Granada en 1456? Según Falencia, el rey preparó la conquista de la ciudad morisca «quemándoles en verano las mieses y en otoño las cosechas de mijo y maíz». Y así durante cinco años…

¿Cómo entender igualmente el símil utilizado por Erik el Rojo cuando compara el ruido de los remos con el chocar de los granos de maíz?

•¿Y cómo justificar los llamados «aranceles de descarga», en los puertos de Barbate, Vejer, Conil y Chiclana, al sur de España, en los que -años antes del descubrimiento- se hace expresa mención de la manegueta, la guindilla que se cultivaba en Chiapas, en la actual Guayana Francesa y en Jamaica? Unos comprometedores aranceles en los que también se pasa lista a otras mercancías típicamente americanas. Éste es el caso de los «almayzares» o velos de algodón de colores; del añir, otro producto de las Indias Occidentales; del caucho; la grana y los pellejos de gato cerval que algún tiempo después serían mencionados por Fernández de Oviedo.

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Cuba. El hallazgo de un «leproso» antes de los conquistadores españoles fue prácticamente silenciado en Europa.

• En 1998 se registró en Cuba un descubrimiento que, prácticamente, no ha trascendido: en febrero del citado año, el investigador Jorge Díaz sacó a la luz un esqueleto que fue datado en el 800 después de Cristo. El hallazgo tuvo lugar en la cueva «El Naranjo», al sur de la bahía de Matanzas (región occidental de la isla). Al examinar los restos humanos, los médicos coincidieron: aquel individuo había padecido la enfermedad de la lepra. ¿Lepra en Cuba en el 800 después de Cristo? La lepra llegó a Cuba y al resto de América con los conquistadores españoles… ¿Quién era este incómodo personaje?

La muy secreta historia

Todo empezó mucho antes…

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En 1476, un joven Colón llegó nadando hasta las costas portuguesas. Cosas del Destino…

Como iba diciendo, la muy secreta historia de Cristóbal Colón empieza hacia el año del Señor de 1476 y en tierras portuguesas. El Destino, implacable, va empujando a un joven Colón que apenas cuenta veinticinco años de edad…

El 13 de agosto de ese año, Colón viaja como marinero en uno de los barcos propiedad de los Spínola y Di Negro. Transporta especias desde la isla de Chíos a Flandes. Pero la flota es sorprendida por la marina francesa. Los genoveses luchan y Colón resulta herido. Salta al agua y consigue nadar hasta las costas de Lagos, al sur de Portugal, con la ayuda de un remo que había quedado flotando. Allí es curado y Colón parte hacia Lisboa. El joven genovés permanecería en Portugal durante nueve años. Nueve largos años en los que el Destino, como digo, lo prepararía para la historia de todos conocida…, y «algo» más.

Escasa experiencia en la mar La mayor parte de los americanistas coinciden: Colón, en esas fechas, carecía de experiencia náutica. Procedía de una familia humilde. Su padre era tejedor y comerciante. Colón, en realidad, se ocupaba de los negocios familiares. A los veintidós años era todavía un cardador en Génova, una ciudad medieval como tantas. Y pudo ser ahí donde arrancó en un nuevo oficio: el de marinero. Colón, quizá (no hay datos fiables al respecto), se inició en el comercio marítimo en los pequeños barcos de vela existentes entre Génova y Savona. Probablemente comerció con vinos, tejidos, quesos y algodón. Después, hacia 1471, Colón se embarca en un navío propiedad del rey René de Provenza. Y navega hasta Chíos, uno de los centros en el comercio de especias. Poco a poco se familiariza con el mundo de los negocios en la mar y con los grandes potentados del momento: los Di Negro, los Spínola y, sobre todo, los Centurioni. y es en una de estas expediciones (1476) cuando el Destino, como digo, lo hace naufragar, y se instala en Portugal. Colón, en definitiva, no poseía otra ilustración que las primeras letras. Fue a raíz de su estancia en tierras portuguesas cuando empezó a leer y cultivarse.

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La vocación marinero de Colón fue tardía y comenzó gracias a su actividad en el comercio marino entre ciudades mediterráneas.

En Lisboa, al parecer, se reúne con su hermano Bartolomé y trabaja como mercader de libros de estampa. Y es en la isla de Madeira donde entra en los negocios de compra de azúcar…

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Una de las escasas imágenes de Felipa Moniz, esposa de Cristóbal Colón.

En esas fechas (muy probablemente en 1477, otros especialistas hablan de 1476) conoce a Felipa Moniz, una dama portuguesa de cierto linaje e hija de Bartolomé Perestrello, estrecho colaborador de Enrique el Navegante y gobernador de la isla de Porto Santo. Perestrello, al parecer, descendía de Piacenza, en la Lombardía, y había destacado -según Cá da Mosto- como excelente marino y mejor comerciante colonial. Colón se traslada a Porto Santo y se aloja en la casa de su suegra. Allí nace su primer hijo, Diego, que llegaría a ser virrey de las Américas (muy probablemente en 1478). Con posterioridad, Colón y Felipa se mudaron a Funchal, capital de la isla de Madeira. Y fue en estas islas portuguesas donde el Destino empezaría a trenzar una formidable historia. La historia secreta de Colón…

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La familia

• Hay dudas, pero Cristóbal Colón pudo nacer entre el 25 de agosto y el 31 de octubre del año 1451, en la región de Génova (Italia). . Su abuelo paterno fue tejedor de lana en Moconesi, a unos treinta kilómetros al este de Génova.

• Domenico Colombo, su padre, fue igualmente tejedor en la región genovesa de Quiuto. En 1440 vivía en las proximidades de Porta dell’Olivella (Génova). Contrae matrimonio en 1445 con Susana Fontanarossa, hija igualmente de un tejedor. En la Casa de Porta dell’Olivella nace Colón. Sus hermanos mayores mueren prematuramente.

• Hacia 1453 nace su hermano Bartolomé. El último de los hermanos de Cristóbal viene al mundo en 1468, cuando Colón contaba ya diecisiete años de edad. Su nombre era Jaime (identificado como Diego por los españoles).

• En 1470, Doménico Colombo se traslada a Savona. La familia se aventura en otros negocios. Colón, el mayor de los hijos, toma parte activa en la empresa familiar de compra y venta de vinos, tejidos, etc. A los veintidós años, Cristóbal vende la casa paterna de Porta dell’Olivella.

• Cristobal tenía los ojos azules. Era alto, con una nariz curva y «judía», tez morena y un rostro alargado. Encaneció a los treinta y uno o treinta y dos años. Su lenguaje era amigable y digno, según Hernando, su hijo y biógrafo.

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Isla de Madeira, Colón empieza a escuchar extrañas historias…

Primeras y extrañas noticias Es muy probable que en esta isla de Porto Santo Colón escuchase por primera vez unas desconcertantes y excitantes noticias. Rumores y cuasi leyendas sobre la existencia de «otras tierras e islas, más allá de la mar Tenebrosa». Colón, ajeno a la gloria que le aguarda, se va interesando lentamente por estos avisos de los viejos marinos portugueses. Y la pasión por la mar vuelve a encenderse. Su hijo Hernando, años más tarde, dejaría constancia de estas importantes noticias en su obra Vida del Almirante.

Las gentes de Porto Santo, Madeira e, incluso, Azores, le contaron cómo los vientos de poniente arrojaban con frecuencia a las playas restos de árboles desconocidos en aquellas latitudes.
En una ocasión, la mar depositó en la isla de las Flores los cadáveres de dos hombres de caras muy anchas y aspecto distinto del de los europeos y africanos.

En esas fechas -hacia 1477-, en un viaje de negocios a la ciudad irlandesa de Galway, el propio Colón fue testigo de la presencia de un hombre y una mujer que habían llegado por mar y que en nada se parecían a los europeos. El genovés, al parecer, los tomó por chinos o hindúes, arribados a Irlanda por el occidente. Y así lo escribió en las notas que aparecen en los márgenes de la Historia rerum.

La semilla del gran proyecto estaba siendo sembrada en el corazón del genovés…

Y los avisos -decisivos, diría yo- siguieron llegando a oídos de Colón: al otro lado del Atlántico (entonces conocido como el mar Tenebroso) existían tierras y gentes. ¿Sería posible una navegación hacia el oeste?

Martín Vicente, piloto del rey portugués, habló igualmente con el cada vez más entusiasmado Colón, comunicándole que, navegando a 450 leguas al oeste del cabo de San Vicente, recogió un madero ingeniosamente labrado. Y dado que los vientos procedían de poniente, el marino dedujo que el tronco debía de haber navegado desde tierras existentes hacia el oeste.

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Playas de Porto Santo. Colón recibe noticias de maderos labrados procedentes de poniente.

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La semilla del gran proyecto estaba siendo sembrada en el corazón del genovés.

También los pescadores del cabo de La Vela le pusieron al tanto de otra singular visión. No hacía mucho se habían cruzado con varias y enormes almadías. Todas disponían de casas de madera y eran gobernadas por gentes extrañas.

Pedro Correa, su cuñado, contribuiría -y de qué forma- a excitar los ánimos y la imaginación del genovés con otra noticia de parecido corte: él mismo fue testigo de la aparición en las playas de Porto Santo de otro madero labrado y de unas cañas tan gruesas que, de nudo a nudo, podían contener nueve garrafas de vino. Unas cañas nunca vistas en Europa y África. Unas cañas, con toda seguridad, empujadas por vientos y corrientes desde tierras ignoradas o, tal vez, desde la India, como había sentenciado Ptolomeo en el libro primero de su célebre Cosmografía.

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Colón lo ve en Galway: gentes llegadas por mar, por el oeste. Gentes extrañas.

Los misteriosos papeles de Perestrello Esta oleada de avisos, en mi opinión, fue clave. Y la semilla del proyecto colombino empezó a germinar. Lentamente, casi sin querer, Cristóbal Colón se vio envuelto en una apasionante idea: «navegar hacia el este (Indias) por el oeste».

Y pudo ser este creciente entusiasmo de Colón lo que, con toda probabilidad, estimuló a su suegra a entregarle los escritos y cartas de marear de su marido, Bartolomé Perestrello, fallecido unos veinte años atrás. Estoy de acuerdo con mi maestro, el gran americanista Juan Manzano y Manzano: «Éstos fueron los primeros papeles de carácter geográfico que llegaron a manos de Colón.» Y el propio Hernando, su hijo, asegura que, con su lectura, su padre «se entusiasmó más».

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En su estancia en las islas portuguesas, el joven Colón lee los papeles de su suegro. Al parecer, todo coincide.

Poco o nada sabemos sobre la naturaleza de estos misteriosos papeles de Perestrello. Lo que sí parece claro es que dicha información tuvo que coincidir con las narraciones de los marinos y pescadores lusitanos y castellanos. Era el segundo «aviso» del Destino…

Y Colón, según todos los indicios, puso manos a la obra. A partir de esos momentos empieza una auténtica preocupación por ilustrarse en los asuntos de la mar. Como ya he mencionado, el genovés era casi analfabeto en cuestiones marinas. No es cierto que estudiara Cosmografía en la universidad italiana de Pavía. Este dato, aportado por su hijo Hernando, es pura invención. Hernando, comprensiblemente, quiso dibujar la imagen de un Colón universitario, tan importante en aquellos tiempos. De ser cierto, el propio Colón lo habría citado en sus escritos. Por ejemplo, en la carta de 1501, dirigida a los Reyes Católicos y en la que refiere sus conocimientos: « abundosos en la marinería; de Astrología, lo que bastaba, y así de Aritmética y Geometría.» Es en Portugal, y por las razones ya expuestas, cuando Cristóbal Colón establece un contacto más íntimo con las obras de cosmografía. Pero no es suficiente. Estas informaciones -a decir de los expertos- no pudieron justificar la proverbial tozudez del futuro Almirante de la mar Océana. Tenía que haber algo más…

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Porto Santo: escenario del gran secreto del Almirante.

EXCLUSIVA
El piloto anónimo Y el Destino -sabiamente- lo llevó a Porto Santo. Y llamó con fuerza al corazón del inquieto genovés. Fue en esas fechas (alrededor de 1478 o 1479) cuando tuvo lugar el gran suceso de su vida. Un acontecimiento que cambiaría, bruscamente, el rumbo de la existencia de Cristóbal Colón. Un hecho que muy pocos conocieron y conocen. «.Algo» que se convertiría en su gran secreto y en su gran tragedia…

En ese tiempo, mientras Colón recibe las noticias sobre hombres extraños y maderos labrados procedentes del oeste, y casi simultáneamente a la entrega de los papeles de Perestrello, su suegro, una carabela arriba a las costas de Porto Santo. Es un navío casi desguazado, con una mermada tripulación. Son hombres enfermos y maltrechos. Al parecer, un piloto y cuatro o cinco tripulantes. ¿Castellanos? ¿Portugueses?

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Cuatro o cinco hombres enfermos desembarcan en Porto Santo.

Y uno tras otro van muriendo. Colón, compasivo, se hace cargo del piloto y lo aloja en su casa. Mejor dicho, en la de su suegra. Y así, el increíble Destino cierra el círculo, poniendo en las manos de Colón una fascinante y decisiva historia.

No sabemos si por agradecimiento, quizá porque sabe que la muerte le ronda, pero la cuestión es que dicho piloto anónimo termina por narrar a Colón los detalles de su peripecia…

Navegando desde las costas africanas -probablemente en la región del golfo de Guinea-, la carabela, que transporta madera y alimentos, se ve sorprendida por una furiosa tormenta. Y los poderosos vientos alisios la desvían de su inicial derrota (presumiblemente hacia la península Ibérica o Inglaterra). Finalmente, la tripulación escapa del temporal y descubre con asombro que se encuentra en mitad de unas islas desconocidas.

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El piloto anónimo muere en la casa donde reside Colón.

La sífilis Ellos no lo saben. Los vientos los han empujado hasta el Caribe. Y durante dos años (quizá 1476 y 1477) , estos hombres blancos y barbados navegan de isla en isla. Son bien acogidos por los naturales y se mezclan y conviven con ellos. Llegan a construir un pequeño fuerte y descubren oro. Y el prenauta o piloto desconocido va tomando notas de cuanto ve. Registra perfiles, ensenadas y montañas. Calcula leguas y distancias. Reseña marcas y referencias. Hasta que, un día, aquel paraíso se convierte en un infierno. La tripulación, carente de defensas, contrae una dolencia tan peligrosa como desconocida. Ellos no pueden saberlo: las bellezas taínas les han contagiado la Spirochaeta pallida, la temible sífilis. Una enfermedad nueva en Europa, trasladada por los navegantes y conquistadores españoles a partir de 1493. Una terrible dolencia que afectó también a Martín Alonso Pinzón y que es referida por fray Ramón Pané, Rodrigo Díaz de Isla, fray Bartolomé de las Casas y Gonzalo Fernández de Oviedo. Mencionaré tan sólo uno de los testimonios. De las Casas, en su Apologética histórica, escribe al respecto: «…hice algunas veces diligencia en preguntar a los indios desta isla [La Española: actual República Dominicana] si era en ella muy antiguo este mal [de las bubas], y respondían que sí, antes que los cristianos a ella viniesen sin haber de su origen memoria, y desto ninguno debe dudar…»

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Los vientos alisios empujan la carabela hasta el Caribe.

Y el dominico puntualiza: «Es cosa muy averiguada que todos los españoles incontinentes, que en esta isla no tuvieron la virtud de la castidad, fueron contaminados dellas, de ciento no se escapaba uno si no era cuando la otra parte nunca las había tenido; los indios, hombres y mujeres, que las tenían, eran muy poco dellas aflijidos, y cuasi no más que si tuvieran viruelas, pero a los españoles les eran los dolores dellas grande y continuo tormento, mayormente todo el tiempo que las bubas fuera no salían.»

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Las bellezas taínas terminan con la vida de los navegantes anónimos.

Poco después, hacia 1495, la sífilis se extendió por Europa con gran rapidez, en especial por tierras italianas, por obra y gracia de los ejércitos franceses de Carlos VIII.

La larga estancia del piloto anónimo y de su gente entre las islas del Caribe terminó propiciando la evolución de las «bubas»(sífilis), y el mal, con toda probabilidad, pudo alcanzar la fase secundaria. Y los hombres blancos vieron con terror cómo sus cuerpos se cubrían de pústulas (erupción sifilítica), que provocaban fiebre, dolores intensísimos y una postración general. Fue el momento clave. El piloto anónimo, desesperado, tomó la decisión de regresar. Y en el penoso camino de vuelta muere el resto. Sólo unos pocos -agonizantes-llegan a divisar tierra. Y allí, cosas del Destino, está Cristóbal Colón…

Es muy posible que este retorno ocurriera, según los especialistas, entre los ya citados años 1478 y 1479. Colón podía hallarse en Porto Santo o, quizá, en Madeira. La cuestión es que, como digo, coincide con el desembarco del piloto anónimo. Y el Destino hace que dicho prenauta muera prácticamente en las manos del genovés. Y Colón, astuto y calculador, hace suyas confidencias, croquis, mapas y toda la información suministrada por el desdichado piloto anónimo.

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Estatuilla precolombina en la que se aprecia la posible enfermedad de la sífilis.

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Posible ruta del piloto anónimo.

Es entonces, sólo entonces, cuando Colón, dueño y señor de la oportunísima revelación, se entusiasma definitivamente con la idea de alcanzar esas tierras ignoradas, y utiliza para ello el peligroso y desconocido camino de Occidente…

Denunciado en 1535 Esta asombrosa historia -guardada celosamente por el Almirante y de la que tuve noticias en los años setenta, en el referido convento de La Rábida- fue divulgada (yo diría que denunciada) por primera vez, en letra impresa, en el año 1535 y en la ciudad de Sevilla. Su autor: Gonzalo Fernández de Oviedo. En dicha fecha, y en la imprenta de Juan Cromberger, Fernández de Oviedo publicaba la primera parte de su Historia general y natural de las Indias. Pues bien, en el capítulo II del libro segundo, el cronista hace un exhaustivo relato de las peripecias del mencionado predescubridor. Hacía treinta años que Colón había muerto. En vida del genovés, al parecer, nadie se atrevió a semejante denuncia. Después, otros escritores de los siglos XVI y XVII se harían eco también de lo acaecido con el prenauta. Así lo cuentan López de Gómara, fray Bartolomé de las Casas -acérrimo defensor de la figura de Colón-, Baltasar Porreño y el doctor Gonzalo de Illescas, entre otros.

Testimonios sobre el piloto anónimo

Aunque los rumores sobre la existencia del prenauta corrían de boca en boca desde los inicios del descubrimiento «oficial» de América, sólo en 1535 se ponen por primera vez por escrito. He aquí una síntesis de los testimonios más destacados sobre la existencia de dicho piloto anónimo:

• Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés
Bajo el título Del origen e persona del almirante primero de las Indias, llamado Cristóbal Colón, e porqué vía o manera se movió al descubrimiento de ellas, según la opinión del vulgo, el cronista dice: «Quieren decir algunos que una carabela que desde España pasaba para Inglaterra cargada de mercadurías e bastimentos, así como vinos e otras cosas que para aquella isla se suelen cargar, de que ella caresce e tiene falta, acaesció que le sobrevinieron tales e tan forzosos tiempos, e tan contrarios, que hobo de necesidad de correr al Poniente tantos días, que reconosció una o más de las islas destas partes e Indias; e salió en tierra, e vido gente desnuda, de la manera que acá la hay; y que cesados los vientos, que contra su voluntad acá le trujeron, tomó agua y leña para volver a su primer camino. Dicen más: que la mayor parte de la carga que este navío traía eran bastimentos e cosas de comer, e vinos; y que así tuvieron con qué se sostener en tan largo viaje e trabajo; e que después le hizo tiempo a su propósito, y tornó a dar la vuelta, e tan favorable navegación le subcedió, que volvió a Europa, e fue a Portugal. Pero como el viaje fuese tan largo y enojoso, y en especial a los que con tanto temor e peligro forzados le hicieron, por presta que fuese la navegación, les duraría cuatro o cinco meses, o por ventura más, en venir acá e volver a donde he dicho. y en ese tiempo se murió cuasi toda la gente del navío, e no salieron en Portugal sino el piloto con tres o cuatro, o alguno más, de los marineros e todos ellos tan dolientes, que en breves dias después de llegados murieron.

»Dícese, junto con esto, que este piloto era muy íntimo de Cristóbal Colón, y que entendía alguna cosa de las alturas; y marcó aquella tierra que halló de la forma que es dicho, y en mucho secreto dio parte dello a Colón, e le rogó que le hiciese una carta y asentase en ella aquella tierra que había visto. Dícese que él le recogió en su casa, como amigo, y le hizo curar, porque también venía muy enfermo; pero que también se murió como los otros, e que así quedó informado Colón de la tierra e navegación destas partes, y en él solo se resumió este secreto. Unos dicen que este maestre o piloto era andaluz; otros le hacen portugués; otros vizcaíno; otros dicen que Colón estaba entonces en la isla de Madera, e otros quieren decir que en las de Cabo Verde, y que allí aportó la carabela que he dicho, y él haba, por esta forma, noticia desta tierra.

»Que esto pasase así o no, ninguno con verdad lo puede afirmar; pero aquesta novela así anda por el mundo, entre la vulgar gente, de la manera que es dicho. Para mí, yo le tengo por falso, e, como dice el Augustino: «Mejor es dubdar en lo que no sabemos que porfiar lo que no está determinado.»»

• Francisco López de Gómara
Diecisiete años después de la publicación de la obra de Fernández de Oviedo, otro reconocido cronista, Francisco López de Gómara, refrescaba la aventura del intrépido prenauta en su Historia general de las Indias (Zaragoza, 1552). En el capítulo XIII, titulado «Del descubrimiento primero de las Indias», dice textualmente:

«Navegando una carabela por nuestro mar Océano tuvo tan forzoso viento de levante y tan continuo, que fue a parar en tierra no sabida ni puesta en el mapa o carta de marear. Volvió de allá en muchos más días que y cuando acá llegó no traía más de al piloto y a otros tres o cuatro marineros que, como venían enfermos de hambre y de trabajo, se murieron dentro de poco tiempo en el puerto. He aquí cómo se descubrí eran las Indias por desdicha de quien primero las vio, pues acabó la vida sin gozar dellas y sin dejar, a lo menos sin haber memoria de cómo se llamaba, ni de dónde era, ni qué año las halló. Bien que no fue culpa suya, sino malicia de otros o envidia de la que llaman fortuna. Y no me maravillo de las historias antiguas que cuenten hechos grandísimos por oscuros principios, pues no sabemos quién de poco acá halló las Indias, que tan señalada y nueva cosa es. Quedáramos siquiera el nombre de aquel piloto, pues todo con la muerte fenesce. Unos hacen andaluz a este piloto, que trataba en Canarias y en Madera cuando le acontesció aquella larga y mortal navegación; otros vizcaíno, que contrataba en Inglaterra y Francia; y otros portugués, que iba o venía de la Mina o India, lo cual cuadra mucho con el nombre que tomaron y tienen aquellas nuevas tierras. También hay quien diga que aportó la carabela a Portugal, y quien diga que a la Madera o a otra de las islas de los Azores; empero, ninguno afirma nada. Solamente concuerdan todos en que fallesció aquel piloto en casa de Cristóbal Colón, en cuyo poder quedaron las escripturas de la carabela y la relación de todo aquel luengo viaje, con la marca y altura de las tierras nuevamente vistas y halladas.»

En este caso, la opinión de Cómara es contraria a la de Fernández de Oviedo. El que fuera capellán de Hernán Cortés sí cree en la realidad del piloto anónimo. Cabe, incluso, la posibilidad de que Gómara recibiera parte de la información de labios del propio Cortés que, como es sabido, vivió en Cuba. Allí, como veremos más adelante, los indios tenían memoria de unos hombres blancos y barbados que habían llegado a la región poco antes que Colón. Un testimonio confirmado igualmente por De las Casas.

• Fray Bartolomé de las Casas
Por último, he aquí la versión del dominico fray Bartolomé de las Casas, una de las máximas figuras de la historia de aquellos tiempos y encendido defensor de la obra y persona del Almirante de la mar Océana. Lejos de silenciar las noticias sobre el prenauta -que quizá pudieran eclipsar en parte el brillo de Colón-, De las Casas le dedica un generoso espacio en el capítulo XIV de su gran obra Historia de las Indias. He aquí el testimonio recogido por él mismo entre los primeros pobladores de La Española (actual República Dominicana):

«… Díjose que una carabela o navío que había salido de un puerto de España (no me acuerdo haber oído señalar el que fuese, aunque creo que del reino de Portugal se decía), y que iba cargada de mercaderías para Flandes, o Inglaterra, o para los tractos que por aquellos tiempos se tenían, la cual, corriendo terrible tormenta y arrebatada de la violencia e ímpetu della, vino diz que a parar a estas islas y que aquesta fue la primera que las descubrió. Que esto acaesciese así, algunos argumentos para demostrarlo hay: el uno es que a los que de aquellos tiempos somos venidos a los principios era común, como dije, tratarlo y platicarlo como por cosa cierta, lo cual creo que se derivaría de alguno o algunos que lo supiesen, o por ventura quien de la boca del mismo Almirante o en todo o en parte e por alguna palabra se lo oyese. El segundo es, que en otras cosas antiguas, de que tuvimos relación los que fuimos al primer descubrimiento de la tierra y población de la isla de Cuba (como cuando della, si Dios quisiere, hablaremos, se dirá), fue una ésta: que los indios vecinos de aquella isla tenían reciente memoria de haber llegado a esta isla Española otros hombres blancos y barbados como nosotros, antes que nosotros no muchos años; esto pudieron saber los indios vecinos de Cuba, porque como no diste más de diez y ocho leguas la una de la otra de punta a punta, cada día se comunicaban con sus barquillos y canoas, mayormente que Cuba sabemos, sin duda, que se pobló y poblaba desta Española.

»Que el dicho navío pudiese con tormenta deshecha (como la llaman los marineros y las suele hacer por estos mares) llegar a esta isla sin tardar mucho tiempo y sin faltarles las viandas y sin otra dificultad, fuera del peligro que llevaban de poderse fácilmente perder, nadie se maraville, porque un navío con grande tormenta corre cien leguas, por pocas y bajas velas que lleve, entre día y noche, y a árbol seco, como dicen los marineros, que es sin velas, con sólo el viento que cogen las jarcias y masteles y el cuerpo de la nao, acaece andar en veinte y cuatro horas treinta y cuarenta y cincuenta leguas, mayormente habiendo grandes corrientes, como las hay por estas partes; y el mismo Almirante dice que en el viaje que descubrió a la tierra firme hacia Paria anduvo con poco viento, desde hora de misa hasta completas, sesenta y cinco leguas, por las grandes corrientes que lo llevaba; así que no fue maravilla que, en diez o quince días y quizá en más, aquéllos corriesen mil leguas, mayormente si el ímpetu del viento Boreal o Norte les tomó cerca o en paraje de Bretaña o de Inglaterra o de Flandes. Tampoco es de maravillar que así arrebatasen los vientos impetuosos aquel navío y lo llevasen por fuerza tantas leguas, por lo que cuenta Herodoto en su libro IV, que como Grino, rey de la isla de Thera, una de las Cíclades y del Archipiélago, recibiese un oráculo que fuese a poblar una ciudad en África, y África entonces no era cognoscida ni sabían dónde se era, los ansianos y gentes de Levante orientales, enviando a la isla de Creta, que ahora se nombra Candía, mensajeros que buscasen algunas personas que supiesen decir dónde caía la tierra de África hallaron un hombre que había por nombre Carabio, el cual dijo que con fuerza de viento había sido arrebatado y llevado a África y a una isla por nombre Platea, que estaba junto a ella…

»Así que, habiendo aquéllos descubierto por esta vía estas tierras, si así fue, tornándose para España vinieron a parar destrozados; sacados los que, por los grandes trabajos y hambres y enfermedades, murieron en el camino, los que restaron, que fueron pocos y enfermos, diz que vinieron a la isla de la Madera, donde también fenecieron todos. El piloto del dicho navío, o por amistad que antes tuviese con Cristóbal Colón, o porque como andaba solícito y curioso sobre este negocio, quiso inquirir délla causa y el lugar de donde venía, porque algo se le debía de traslucir por secreto que quisiesen los que venían tenerlo, mayormente viniendo todos tan maltrechos, o porque por piedad, de verlo tan necesitado el Colón recoger y abrigarlo quisiese, hobo, finalmente, de venir a ser curado y abrigado en su casa, donde al cabo diz que murió; el cual, en recognoscimiento de la amistad vieja o de aquellas buenas y caritativas obras, viendo que se quería morir, descubrió a Cristóbal Colón todo lo que les había acontecido y diole los rumbos y caminos que había llevado y traído, por la carta del marear y por las alturas, y el paraje donde esta isla dejaba o había hallado, lo cual todo traía por escripto.

»Esto es lo que se dijo y tuvo por opinión; y lo que entre nosotros, los de aquel tiempo y en aquellos días comúnmente, como ya dije, se platicaba y tenía por cierto, y lo que diz que eficazmente movió como a cosa no dudosa a Cristóbal Colón.»

A estos testimonios principales habría que sumar los de otros cronistas e historiadores posteriores. Éste sería el caso de Luciano Cordeiro, Fructuoso, Fonseca, Astrana Marín, Francesco Gonzaga, Pedro de Mariz, Juan de Mariana, Feijoo, Esteban de Garibar y Rodrigo taro, entre otros. Todos, casi con seguridad, se inspiraron en las tres versiones iniciales. Y todos, curiosamente, coinciden en lo esencial: la existencia de un piloto anónimo y de una carabela que fue arrastrada por una tormenta hasta unas tierras desconocidas. Como aseguraba R. H. Tawney, las leyendas, en general, suelen ser tan ciertas en lo básico como falsas en los detalles…

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Madeira. Todos los cronistas coinciden: el prenauta terminó su viaje en las islas de Portugal.

¿Fue Alonso Sánchez el prenauta? Está claro. Conforme profundizo en el conocimiento sobre el llamado predescubrimiento, mi corazón se inclina hacia la creencia de que esta tradición del prenauta fue cierta en lo sustancial y quizá exagerada y poco clara en los detalles. Como he mencionado, tanto Oviedo como Gómara y De las Casas se muestran coincidentes en el suceso aunque difieren en la derrota, nacionalidad del piloto y punto de arribo de la nave.

Respecto a la identidad del prenauta, mis averiguaciones no fueron concluyentes. En realidad, lo que se sabe o menciona en las crónicas no es definitivo. Para algunos, el piloto anónimo fue portugués o castellano. Quizá vizcaíno. Hablan, incluso, de un tal Sánchez. Veamos los testimonios más sobresalientes al respecto:

• El inca Garcilaso de la Vega identifica al prenauta como Alonso Sánchez, de Huelva. Así consta en sus Comentarios reales, escritos en 1609: «Fueron a parar a casa del famoso Christóval Colón, genovés, porque supieron que era gran piloto y cosmógrafo y que hacía cartas de marear. El cual los recibió con mucho amor y les hizo todo regalo, por saber cosas acaescidas en tan extraño y largo naufragio, como el que decían haber padecido. Y como llegaron tan descaecidos del trabajo pasado, por mucho que Colón les regaló, no pudieron volver en sí y murieron todos en su casa, dejándole en herencia los trabajos que les causaron la muerte.» Todo esto -asegura Garcilaso- lo supo por su padre y éste, a su vez, por los compañeros de Colón.

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Antes de morir. Colón escribió cuanto le había dicho el piloto anónimo. ¿Dónde se encuentran esos escritos y anotaciones? ¿Fueron destruidos por el Almirante?

• Vasconcellos escribe: «Su muerte [la de Alonso Sánchez] acaeció en casa de Cristóbal Colón, genovés y también piloto. Conociendo que se moría, le comunicó a éste su secreto, dándole relación por extenso de todo y dejándole en agradecimiento del hospedaje su carta de marear, en la que tenía marcada la tierra. Colón no echó en saco roto la nueva noticia de cosas tan grandes; reflexionó juiciosamente sobre los informes del finado y deseó adquirir fama y honra, haciéndose descubridor de alguna nueva parte del Mundo.»

•Henry Vignaud, por su parte, asegura: «Los sobrevivientes en número de tres, cuatro o cinco, entre los cuales se encontraba el piloto Sánchez, llegaron por fin a Madera, donde les dio asilo Colón, que habitaba en la isla. Agotados por las privaciones y las fatigas sufridas durante su penosa expedición, a la que se le asigna una duración de cuatro o cinco meses, y aún más, no tardaron en morir también. Pero su secreto no pereció con ellos. El piloto, que expiró en la misma casa de Colón, de quien se dice que era amigo, conmovido por los solícitos auxilios y cuidados que recibió y reconocido a las atenciones, le cedió todas las indicaciones que él había recogido sobre la situación de la isla casualmente descubierta y sobre el rumbo que había que tomar para ir a ella, indicaciones que fueron cuidadosamente consignadas por escrito.»

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A partir de 1478 o 1479, el futuro Almirante se convierte en un obstinado defensor de la llamada «vía de Occidente», ¿Casualidad?

• En 1630, Pizarra y Orellana escribe en su obra Varones ilustres de Indias: «y fueron a parar en casa de Christóval Colón, genovés, porque supieron cuán gran marinero y cosmógrafo era. El buen Alonso dio cuenta a Colón de todo lo que había ocurrido a la ida ya la vuelta, y pormenores de la Isla que había descubierto, entregándole los documentos que en el viaje había redactado. Por esto y por lo que la ciencia que tenía alcanzaba, tuvo por sin duda que había otro Nuevo Mundo. Con lo cual, después de muerto Alonso Sánchez, que dio principio a tan grandes cosas, trató de ponerla en ejecución.»

• «Con motivo de esta tempestad -afirma Madre de Deus-, el piloto Sánchez, andaluz, según dicen algunos, o portugués, como quieren otros, tuvo la ventura de noticiar al Mundo antiguo la existencia del Nuevo: Informado por él, Cristóbal Colón (otro piloto genovés, domiciliado en la isla de Madeira, en cuya casa aquél se hospedara y muriera después de llegar allí enfermo y vencido), guiándose también por una carta náutica en la que el difunto había marcado la tierra incógnita, se transformó en héroe célebre con el Descubrimiento de América.»

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Colón defendía una «absurda hipótesis»; navegar hacia el este, por el oeste.

Fray Joseph Torrubia insiste también en el nombre de Alonso Sánchez: «… Colón genovés, no ilustrado con divina revelación como quisieron algunos, recurriendo sin necesidad a providencia extraordinaria, sino instruido con las noticias ciertas que le dio un piloto de que había tierra a la otra parte del Océano, intentó su descubrimiento. El desgraciado Alonso Sánchez quedó en la región del olvido en una común sepultura de la isla de Madera, de que no hay memoria, después de habernos dado un Mundo entero. Yo admito y no puedo olvidar en su invención (aunque casual) una notable especie de heroicidad que se refunde en sus fieles observaciones.»

La vía de occidente A juzgar por este cúmulo de informaciones, lo que parece nítido es que, a partir de esos años [1478 o 1479], Colón se transforma. Y se convierte en un obstinado defensor de la llamada «vía de Occidente», el nuevo y desconocido camino hacia las Indias. Un camino hacia el este, por el oeste. Una obstinación que mantuvo siempre, contra todo y contra todos. Una tozudez, en definitiva, enraizada en la apropiación de algo que no era suyo…

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Colón recibió información puntual sobre tierras, costas, minas y gentes.

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Detalles de la secreta información ¿Y cuál fue esa secreta información? ¿Qué datos concretos pudo facilitarle el piloto anónimo? En opinión de los expertos, Colón recibió los siguientes, precisos y preciosos informes:

• Las leguas casi exactas (750) que separan Canarias de aquella otra isla a la que fue a parar la carabela y en la que el prenauta encontró oro.

• La existencia de un peligroso archipiélago, ubicado poco antes de la referida isla del oro. Un laberinto de arrecifes que Colón bautizó después del «descubrimiento» como la «entrada a las Indias» .

• En ese mismo archipiélago, otras dos islas muy particulares: una habitada por amazonas y la otra por feroces caníbales.

• Vientos y corrientes. Por un lado, los alisios que empujaron la carabela del prenauta desde la región del golfo de Guinea y, por otro, información específica sobre la importante corriente ecuatorial del norte.

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• Y el piloto anónimo le habló también de los puntos exactos en los que halló sendas y ricas minas de oro. Ambas en la gran isla que situó a 750 leguas al oeste de las Canarias. El primer yacimiento al norte, en una región que los naturales llamaban Cibao. Un valle situado entre montañas, a cosa de veinte leguas de la costa. Lo reconocería fácilmente porque, en esas playas, se alza un promontorio muy peculiar.

• Allí, en Cibao, el piloto anónimo y su gente dejaron enterradas algunas balas de piedra.

• Y otra precisa e importante información: en ese valle vivía un rey al que llamaban Caona – boa, que significa «Señor de la Casa de Oro».

• La segunda e importante mina de oro se encontraba al sur de la isla. La distinguiría por unos profundos pozos que, en opinión del prenauta, no fueron excavados por los indios.

• Y Colón recibe una puntual información sobre las gentes que habitaban esas lejanas tierras. No son ni negros ni blancos, sino del color de los canarios. Van desnudos y navegan entre islas en canoas en las que caben hasta ochenta remeras.

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En aquellas islas vivía un rey llamados el Señor de la Casa de Oro. (Isla de Madeira.)

• Y algo más al sur de la gran isla del oro, a cosa de cincuenta o setenta leguas, Colón podrá hallar otras tierras exuberantes, con gente vestida. Reconocerá el lugar por un bellísimo golfo en el que desembocan varios ríos. Y otro detalle clave: el encuentro de esos ríos con la mar provoca un fortísimo ruido.

• Más hacia el oeste -le sigue informando el prenauta- se alza otra isla igualmente rica en oro y que los naturales llaman «Saba» .

• Por último, el piloto anónimo facilita a Colón una información vital: el rumbo para el viaje de regreso. No debe retornar por donde ha llegado. Lo importante es navegar primero hacia el norte, evitando así los vientos alisios. Y marca la derrota que lo llevará hasta las Azores, Madeira o las costas portuguesas: NE. 1/4 E.

De fracaso en fracaso

La locura del Almirante

3

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Tras recibir el secreto del prenauta, Colón inicia una febril búsqueda en los libros.

Es a partir de ese providencial encuentro con el prenauta cuando Cristóbal Colón pone manos a la obra. E inicia un largo peregrinaje, a la búsqueda de patrocinador. Pero antes, sabia y prudentemente, el genovés se documenta. Necesita toda clase de confirmaciones. El piloto anónimo, obviamente, no ha sabido decir el nombre de esas nuevas tierras situadas al oeste. Y el futuro Almirante lee, emprendiendo una febril búsqueda. Consulta los textos clásicos y también los de sus contemporáneos. Es la etapa clave en su formación como autodidacta.

Y el Destino, implacable, le salió de nuevo al encuentro…

Fue en esos libros donde halló la ansiada respuesta. Mejor dicho, lo que él entendió como la gran respuesta.

Y fueron tres -en opinión de los más prestigiosos americanistas-las informaciones que lo marcaron definitivamente. La primera, el Imago Mundi, del cardenal francés Pierre d’Ailly, impresa en Lovaina (oficina de Juan de Westphalia) entre 1480 y 1483. Colón quedó maravillado. Y en los márgenes del libro deja un total de 898 anotaciones e infinidad de dibujos, entre los que sobresale un puño con el dedo índice marcando muy determinados párrafos y curiosidades. En especial, el oro y las riquezas apuntados por el cardenal. Colón, suponemos, lee perplejo las reflexiones de Pierre d ‘Ailly sobre la navegabilidad de los océanos, la existencia de las Antípodas, la posibilidad de habitar cualquier clima y, sobre todo, el convencimiento del cardenal de la existencia de una «vía» entre Europa y Asia por el mar Tenebroso (Atlántico). Eso, en parte, es lo anunciado en secreto por el piloto anónimo…

Después llega la Historia rerum ubique gestarum locorumque descriptio, de Eneas Silvio Piccolomini, que llegó a ser papa (Pío II), y que fue impresa en Venecia en 1477. Es decir, en las mismas fechas en las que arribó el prenauta a las islas portuguesas donde estaba Colón. ¿Casualidad?

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En los márgenes de los libros, Colón escribe toda clase de pensamientos.

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No podemos engañarnos. El gran objetivo del Almirante fue siempre el oro.

En los márgenes de la Historia rerum, Colón lleva a cabo 861 anotaciones. No puede dar crédito a lo que está leyendo. Allí están ratificadas las preciosas informaciones proporcionadas por el prenauta. El que sería papa habla de amazonas, de grandes y caudalosos ríos, de una ruta inexplorada por el Atlántico y de la llegada de mercaderes «indios» a tierras alemanas en el siglo XII. Colón, probablemente, queda fascinado por el sentido crítico de la obra de Eneas Silvio, que se opone a todo y a todos…

Y sigue con su febril búsqueda, profundizando también en la Biblia, en el Libro del los Reyes, el Paralipómenos, el falso Esdras, la Glosa ordinaria de Nicolás de Lira, Aristóteles, Estrabón, Beda, Isidoro, Ptolomeo, Marco Polo y un largo etcétera.

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Reconstrucción del probable mapa de Toscanelli. El original se perdió.

El «milagro» de Toscanelli Fueron tiempos difíciles para Colón. Todo apuntaba en la dirección marcada por el piloto anónimo, pero necesitaba la prueba definitiva. Y el Destino, naturalmente, se la proporcionó.

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Toscanelli se adelantó a Colón , pero el proyecto del sabio florentino fue rechazado por el rey de Portugal. (Lisboa.)

No se sabe con certeza cuándo llegaron a manos de Colón. Juan Manzano y Manzano asegura que tuvo que ser entre 1478 o 1479 y 1484. Y es muy probable que así fuera. Colón, en esos años, terminó por hacerse con las copias de un mapa y de unos documentos. Y quedó nuevamente perplejo: era lo que buscaba.

El mapa en cuestión, y los documentos, eran obra del célebre físico, matemático y astrónomo Paolo Pozzo Toscanelli. Unos documentos, como veremos, que tampoco coinciden con la historia «oficial» del descubrimiento de América…

En 1474 -dos años antes de la llegada de Colón a Portugal-, el canónigo lisboeta Fernao Martins recibe una carta de su amigo el florentino Toscanelli. Años atrás, durante su estancia en Italia, Martins conoce y conversa con Toscanelli. Y hablan de las exploraciones de los portugueses a lo largo de las costas africanas. Los lusitanos llevaban tiempo intentando alcanzar las regiones orientales de las Indias, donde -según decían- se hallaban las famosas islas de la Especiería. Y Martins recibe una desconcertante noticia de labios de Toscanelli: a las Indias podía llegarse por un rumbo más corto y distinto del que pretendía Portugal. Un rumbo nuevo: bastaba con cruzar el mar Tenebroso, siempre hacia el oeste.

Martins, impresionado, expuso las revolucionarias ideas de Toscanelli al rey portugués y, sin demora, Alfonso V solicitó más detalles. Toscanelli le respondió con una carta fechada en Florencia el 25 de junio del citado año de 1474. En ella le dice que las nuevas informaciones fueron extraídas de la obra de Marco Polo y de las relaciones orales facilitadas por un viajero italiano (Nicolo de Conti) , fallecido en 1469. Para mejor comprensión, el sabio florentino acompaña sus informaciones y sus comentarios con un mapa o carta de navegación (hoy desaparecido) en el que fueron dibujadas las costas de Europa y África, así como las islas y tierra firme existentes al otro lado del mar Tenebroso, marcando las distancias y el mejor rumbo, incluyendo longitud y latitud. Y añadía: <… navegando derecho, por poniente, está pintado el comienzo de las Indias. Unos reinos opulentos llamados Cathay y Mangi, señoreados por un poderosísimo monarca llamado Gran Khan… Y al este de Cathay, la nobilísima isla de Cipango, la cual es fertilísima de oro, de perlas y piedras preciosas… Sabed -advierte -Toscanelli- que, en Cipango, las casas reales son de oro puro…»

¿Cómo se las ingenió Colón para obtener estos documentos y, sobre todo, la carta de navegación de Toscanelli? Emiliano Jos proporciona una pista clave: la suegra de Colón pertenecía a la noble familia Martins. No hace falta mucha imaginación para suponer que la noticia sobre los papeles de Toscanelli terminó llegando a oídos del genovés o, incluso, pudieron aparecer entre los escritos de Perestrello, entregados a Colón por su suegra hacia 1477 o 1478. La cuestión es que, por una u otra vía, los documentos de Toscanelli terminaron en manos de Cristóbal Colón…

Y no es difícil imaginar la sorpresa y alegría del futuro Almirante al repasar dichos documentos. Allí estaba la confirmación final, la prueba irrefutable a lo entregado por el piloto anónimo: las Indias, al otro lado del mar Tenebroso. Un rumbo siempre a poniente, como le había anunciado el prenauta. Una isla rica en oro. Una isla con casas de oro puro. Y su memoria puso en pie el nombre pronunciado por el secreto confidente: Caona – boa, el Señor de la Casa de Oro. Cipango y Cibao. ¿No eran términos muy similares?

Y el gran proyecto descubridor fue tomando forma. Las ideas de Toscanelli y las pistas halladas en las restantes lecturas hicieron el «milagro», redondeando lo que ya sabía por el prenauta. Sólo había que navegar hacia el oeste. Siempre hacia el oeste…

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Cristóbal Colón murió con la creencia de que Cuba era Asia (La Habana.)

Colón, en definitiva, fue víctima del mismo error que Toscanelli: confundió la isla de La Española con Cipango (actual Japón) y América con Asia. Y esta idea le acompañaría hasta la muerte…

Los errores de Colón

• No es cierto que los contemporáneos de Colón creyeran que la Tierra era plana. Los científicos lo sabían de antiguo. Uno de los ejemplos más preclaros es la Geografía de Ptolomeo, un compendio alejandrino del siglo II. Pero Colón cometió el error de despreciar la circunferencia de la Tierra proporcionada por Ptolomeo (un ocho por ciento superior de lo que estimaba el genovés). Tampoco admitió las cifras señaladas por Estrabón y el también griego Eratóstenes (27000 y 39690 kilómetros para la circunferencia total del planeta, respectivamente). Para Colón, el mundo era mucho más pequeño…

• Colón se equivoca también en la evaluación del grado. Dice que equivale a 56 millas y 2/3 (83,36 kilómetros). (La medida real es de 110,5 km.) Toma la medición del cosmógrafo árabe Alfragano (aparece reflejada indirectamente en el Imago Mundi, sin darse cuenta de que las millas del árabe eran más largas que las itálicas, utilizadas por Colón. Estos cálculos llevan al Almirante a una medición errónea en la mencionada circunferencia de la Tierra. Colón la estima en 5100 leguas (30000 km): diez mil menos de lo real (40007 km). Es la única forma de «ajustar> lo que sabe por el prenauta (700- 750 leguas entre Canarias y la isla del oro: el Cipango de Toscanelli) con los datos de los eruditos clásicos y contemporáneos.

• La proporción entre tierras y aguas: otro gran error del genovés. En el citado Imago Mundi, el cardenal
D ‘Ailly se hace eco del supuesto profeta Esdras, y asegura que la costra sólida del mundo ocupaba seis partes contra una de agua. Colón toma al pie de la letra la versión de Esdras y muere con ese convencimiento. Para Colón, por tanto, el mar que se interpone entre Europa – África y Asia (las Indias) tenía una longitud de 728 leguas. En otras palabras: lo que le había anunciado el prenauta (entre 700 y 750 leguas).

• La isla del oro descrita por el prenauta es identificada por Colón como el Cipango de Toscanelli. Y a cosa de 375 leguas al oeste de Cipango, el Almirante señala la «tierra firme» (las Indias o el Cathay). Colón murió creyendo que Cuba era parte de Asia.

• Para Colón, las míticas minas del rey Salomón no podían ser otras que las descubiertas por el piloto anónimo al sur de la gran isla del oro (La Española o actual República Dominicana: Cipango para el Almirante). El monte y los extraños pozos se hallaban -decía Colón- en la región de Ofir y Sophora, que mencionan la Biblia y el Imago Mundi.

• Dominado por la fiebre descubridora y por aquellas lecturas -adelantándose al Quijote-, el genovés confunde Jamaica con el reino de Saba. Y cree que uno de los Reyes Magos partió, justamente, de esta isla.

• Cristóbal Colón, según lo narrado por el prenauta, considera que el golfo de Paria (actuales costas de Venezuela) era el mítico Paraíso Terrenal.

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Colón, minucioso, comprobó las informaciones del desconocido piloto fallecido en su casa.

Últimas comprobaciones Como es sabido, el proyecto de Toscanelli no fue aceptado por Portugal. De haber prosperado, Colón, muy probablemente, no habría pasado a la historia y hoy, en América, se hablaría portugués. Pero el Destino tenía otros planes…

Colón, eufórico, repasa su proyecto una y otra vez. Todo coincide. El gran sueño, más próximo a la locura que a la realidad, está casi a punto. Sólo faltan las últimas comprobaciones. Y los primeros movimientos lo llevan hasta la región de Guinea.

Pudo ser en 1482 o 1483. Quizá con la excusa de un viaje de negocios, Colón se embarca y recorre las aguas del golfo africano. Visita el castillo de San Jorge de la Mina, construido por Juan II de Portugal, pero su auténtico objetivo es otro: Colón, siempre minucioso, trata de confirmar las informaciones del prenauta. Intenta comprobar, in situ, la dirección de los vientos alisios y de las corrientes dominantes.

El piloto anónimo estaba en lo cierto. Vientos y corrientes empujan a los navíos hacia poniente. La tormenta, en efecto, pudo arrastrar a la carabela hacia el oeste…

Portugal Es el momento: 1484. Hace cinco o seis años que el genovés ha hecho suyo el secreto que le reveló el desdichado piloto anónimo. Y Cristóbal Colón ofrece su sueño al rey portugués. Y lo hace así porque, sencillamente, era lo que tenía más a mano y porque, además, Portugal se hallaba a la cabeza de los grandes descubrimientos geográficos. En principio, de haber sido aceptada su propuesta, Colón habría partido de las islas de Cabo Verde, en el referido golfo de Guinea. Era lo lógico.

Pero Juan II no acepta el proyecto colombino. El historiador Juan de Barros describe el lance con precisión: «… el monarca luso, tras conocer su demanda, le creyó poco, y menos aún tomaron en consideración sus planes descubridores los técnicos portugueses, pues todos ellos consideraron las palabras de Colón como vanas, fundadas simplemente en la imaginación o en cosas como esa isla, la Cipango de Marco Polo.»

Juan II de Portugal, en suma, rechaza el plan porque era una copia del de Toscanelli. Probablemente, además, porque las pretensiones económicas del genovés eran disparatadas…

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Estatua del rey Juan II, en Coimbra.

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Colón, sin duda, supo de la traición de Juan II al enviar una carabela, en secreto, a las islas de Cabo Verde.

Y Colón desaparece, tragándose la rabia. Lo que no sabe en esos momentos es que el rey, a sus espaldas, aconsejado por Ortiz de Calzadilla, obispo de Ceuta, de quien mucho se fiaba, resolvió mandar en secreto una carabela allí donde decía Colón: las islas de Cabo Verde. Así lo cuenta Hernando, hijo de Cristóbal Colón:
«… porque, descubriéndose de tal modo dichas tierras, le parecía al rey que no estaba obligado a dar los grandes premios que el Almirante le pedía por su descubrimiento.»

La carabela, sin embargo, no halló lo que dijo Colón. ¿Qué sucedió con esta tripulación desconocida? No lo sabemos. Las intenciones de Juan II, como digo, eran llegar a Cabo Verde y, desde allí, navegar hacia poniente, según los planes expuestos por Colón. Pero algo falló. Y el sueño colombino fue olvidado por los portugueses. Años después, en 1493, al retornar el Almirante de su primer viaje, el mismo monarca, Juan II, enviaría otra carabela hacia el oeste, descubriendo las costas de Brasil.

Y el Destino siguió tejiendo y destejiendo. ..

Castilla Colón, al parecer, terminó enterándose de la turbia maniobra de Juan II. Y el Destino, implacable, lo acorraló. A esta decepción se sumó la pésima marcha de los negocios y la muerte de Felipa, su mujer.

Algunos -sin demasiado fundamento- han llegado a pensar que Colón asesinó a su esposa, borrando así al único testigo que asistió al trasvase de información por parte del prenauta. Y el genovés se vio forzado a tomar la decisión de abandonar Portugal. Corría la primavera de 1485.

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Fray Antonio de Marchena, oxígeno para el proyecto colombino.

A pesar de los pesares, el gran proyecto descubridor sigue en pie. Colón tiene la información. El éxito es cuestión de tiempo…

Y decide probar fortuna en la corte de Castilla. Pero antes, apremiado por la escasa bolsa, viaja a Huelva, encomendando a su joven hijo Diego de siete años a los cuidados de su cuñada, Violante Moniz, casada con Miguel Muliart. Y el Destino, atento, le obliga a pasar por el monasterio franciscano de La Rábida. Allí conoce a fray Antonio de Marchena. El monje se entusiasma con la idea del genovés. Marchena sería una bocanada de aire puro en el decaído ánimo del futuro Almirante. El fraile, en definitiva, le facilita el camino hacia Isabel y Fernando, los Reyes Católicos. Y Colón, nuevamente eufórico, trata de vender su gran sueño.

Segunda decepción. Colón parece ir de fracaso en fracaso. Nadie le cree. La llamada Junta de Salamanca, formada por expertos, rechaza el proyecto. El testimonio de Rodrigo Maldonado de Talavera, profesor de Derecho de la Universidad de Salamanca y miembro de esta junta de sabios, resume el sentir general: «… este testigo, con el Prior de Prado e con otros sabios y letrados e marineros platycaron con el dicho Almirante sobre su hida a las dichas yslas e todos ellos concordovan que hera ynposible ser verdad lo que el dicho Almirante desya.»

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La Rábida, otra oportuna «casualidad» en el camino del futuro Almirante.

Era el año 1487. Hacía unos diez años que Colón había visto morir al prenauta…

Pero el genovés no se rinde. Su tozudez es asombrosa. Al año siguiente viaja a Portugal. Los expertos no se ponen de acuerdo. ¿Se entrevistó de nuevo con el rey Juan II? ¿Le ofreció su gran sueño descubridor por segunda vez?

Sea como fuere, las cosas no marchan. Colón se desespera. Y en 1489 envía a su hermano Bartolomé a Francia e Inglaterra. Sus propósitos vuelven a fracasar. Nadie le cree. El Cipango es una quimera.

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Colón en la llamada Junta de Salamanca: segundo gran fracaso.

Y Colón, forzado por las circunstancias, se ve en la necesidad de revelar parte de su secreto. ¿Lo hizo con fray Antonio de Marchena? La segunda entrevista, en 1491, es muy sospechosa. ¿Lo hizo bajo secreto de confesión? Personalmente, así lo creo.

Documentos desconcertantes Y en abril de 1492, finalmente, Colón triunfa. Terminada la conquista de Granada, los Reyes Católicos firman las llamadas «Capitulaciones de Santa Fe». Un documento insólito. Una aprobación del proyecto colombino con un encabezamiento muy elocuente: «Las cosas suplicadas e que Vuestras Altezas dan e otorgan a don Cristóbal de Colón en alguna satisfacción de lo que ha descubierto en las mares océanas…»

¿De lo que HA DESCUBIERTO? ¿Por qué los monarcas castellanos aceptan esta contundente afirmación si las carabelas no habían partido? Estábamos en abril de 1492…

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Colón, probablemente, dadas las circunstancias, se vio en la necesidad de compartir parte de su secreto con los franciscanos.

La increíble concesión, firmada el 17 de abril, sólo puede explicarse por lo ya mencionado: Colón tuvo que confesar parte de lo transmitido por el piloto anónimo. Pero hay más. En esos documentos previos al gran viaje descubridor, los Reyes Católicos, al entrar en detalles, cometen tres indiscreciones que confirman cuanto sostengo. Veamos:

Primera: Conceden a Colón los títulos de virrey y almirante. Y le otorgan un décimo de cuanto se consiga en esas tierras incógnitas. Es decir, muy por encima de lo acostumbrado en el almirantazgo (la contribución total del «sector público» ascendió a 1140000 maravedís. El salario de Colón fue de 140000. Esta suma, al parecer, fue adelantada por Santángel y Pinelli. La reina, por tanto, jamás empeñó sus joyas). En buena ley, además, todo esto debería haber llegado después del descubrimiento.

Segunda: Al proceder a la requisa de las necesarias naves, los monarcas ordenan lo siguiente: «…para ir a ciertas partes de la mar Océana, donde nos le mandamos yr…»

Evidentemente, los Reyes Católicos tenían una información previa y privilegiada.

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Encabezamiento del documento llamado «Capitulaciones de Santa Fe», con la insólita frase, «de lo que ha descubierto».

Tercera: Al designar al «delincuente» de Palos, Diego Rodríguez Prieto, como el hombre que debería facilitar los barcos, la ordenanza real fija su sueldo en cuatro meses. Y me pregunto: ¿cómo sabían los Reyes Católicos la duración del viaje en aquel mes de abril de 1492? ¿Cómo es posible que sólo se equivocaran en dos semanas?

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Granada, Colón a los pies de la reina Isabel.

Tan convencidos estaban de que Colón ya había estado en esa parte de las Indias o que su secreta información era más que correcta que, incluso, redactaron una carta de presentación para el Gran Kan. Una carta que el astuto genovés llevó en su primer viaje. (En contra de lo que se cree habitualmente, la obra de Marco Polo influyó muy tardíamente en Colón. Sus ideas sobre Cipango, Cathay, el Gran Kan, etc., procedían, especialmente, de las noticias de Toscanelli. El gran americanista Emiliano Jos pudo demostrar que Colón supo de los hallazgos de Marco Polo gracias a la carta del sabio florentino al canónigo lisboeta Martins. En suma: Colón pudo leer el libro de Marco Polo en 1492, en Santa Fe, aunque el ejemplar que manejó estaba impreso en 1485.)

Las cartas marcadas del Almirante

El error en el primer viaje

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¿Por qué Colón modificó las velas de la Pinta?

Colón triunfa, en efecto. Pero las sorpresas no han terminado. El Destino sigue ahí, a su lado…

Y llegó el gran viaje. Y con éste, y las siguientes singladuras, el Almirante terminaría descubriendo sus cartas. Unas cartas marcadas…

Veamos algunos de los hechos registrados en aquel histórico viaje y que muy pocos conocen:

Fiel a lo consignado por el prenauta, Colón, en lugar de navegar directamente hacia el oeste (así figuraba en las noticias y en la carta de marear de Toscanelli ) siguiendo los paralelos de España, alarga la ruta y pone proa al sur. ¿Por qué? Colón lo sabe muy bien. Es allí donde encontrará los vientos y las corrientes propicios. Desciende hasta las Canarias, y se sitúa entre los paralelos 27 y 28. Modifica las velas de la Pinta y cambia el aparejo latino (cuadrado) por el redondo, más útil para beneficiarse de los vientos de popa. Ésos fueron los consejos del piloto anónimo. Y así fue: el jueves, 6 de setiembre de 1492, un viento del este empujó a los barcos hacia lo desconocido. Lo último que vieron fue San Sebastián de la Gomera y la isla de Hierro, a babor. «»

El error del prenauta Colón, siguiendo al pie de la letra las informaciones del piloto anónimo, reúne a los capitanes de las tres carabelas y, poco antes de partir de las Canarias, les hace una advertencia: a cosa de setecientas leguas de Hierro deberán tener especial cuidado con un rosario de arrecifes y roqueos. Los Pinzones se miran desconcertados. ¿De dónde ha sacado el Almirante una información tan útil y puntual? ¿Cómo podía hablar con semejante seguridad si jamás había navegado por esos mares?

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La seguridad de Colón al hablar de los arrecifes situados entre Canarias y las Indias dejó perplejos a los capitanes.

Colón, sin embargo, desconfía. La seguridad en el secreto del prenauta es total, sí, pero… y el 10 de setiembre -a los cuatro días de la partida de Canarias- empieza a falsificar el diario de a bordo. Colón lleva una doble contabilidad con respecto a las leguas navegadas por su barco, la Santa María. Una cosa es lo que escribe y otra lo que comunica a sus hombres…

He aquí otro rasgo característico en la compleja personalidad del genovés: mentir le fascina. Pero, al desconfiar, no le falta razón: el piloto anónimo cometió un grave error. El informador de Colón se equivocó al situar la gran isla del oro. El Almirante, al seguir el paralelo 27, dejó esa isla ( Cipango ) mucho más al sur. Por eso, en este primer viaje, no encuentra el peligroso laberinto de arrecife, ni tampoco las islas de las amazonas y de los caníbales. Lo que Colón llamaba la «entrada a las Indias».

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Todo estaba previsto (o casi todo), incluida la escala en la islas Canarias.

Segunda revelación del secreto Y las cosas siguen complicándose para Colón. Al atardecer del martes, 9 de octubre, la marinería está harta. Su paciencia se ha terminado. Quieren regresar y tienen razón. El Almirante había prometido encontrar la tierra de Cipango a 750 leguas de las Canarias. Pues bien, las cuentas de los pilotos de la Pinta y la Niña no dicen eso: las citadas carabelas han navegado 844 y 860 leguas, respectivamente. Colón guarda silencio. En la contabilidad «verdadera» de su diario aparece otra cifra: mil leguas… ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué no han encontrado la gran isla del oro?

La situación es tan violenta que Colón se ve obligado a reunir a los capitanes. El motín puede significar la ruina para su proyecto descubridor. Quedan las provisiones justas para el viaje de regreso. Es preciso dar la vuelta y ¡ahora! El Almirante trata de ganarse de nuevo a Martín Alonso Pinzón, sin duda el marino más prestigioso de aquella expedición. Pero el de Palos se siente engañado. Tres días antes, los vizcaínos ya intentaron rebelarse…

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El segundo motín es decisivo. Colón se ve obligado a revelar su secreto nuevamente. Esta vez a Martín Alonso Pinzón.

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Colón está a punto de perderlo todo. Martín Alonso no cede: quiere volver a España. Y se produce otro hecho de vital importancia: Cristóbal Colón no tiene más remedio que hacer un aparte con el paleño, y hacerle partícipe de su gran secreto. Y Colón, en mi opinión, le muestra «algo» que termina de convencerlo. ¿Una pieza de oro entregada por el prenauta? ¿Oro hallado en la gran isla? No sería de extrañar, dado que el piloto anónimo permaneció en el Caribe durante casi dos años. Y Colón, muy probablemente, le habla de la ubicación de una de las minas de oro del supuesto Cipango. Por eso, semanas después, el 21 de noviembre, Alonso Pinzón -sin justificación aparente- deserta y desaparece con la Pinta, abandonando al Almirante. Pinzón sabía de la existencia de esa mina de oro y decide llenarse los bolsillos. Colón nunca se lo perdonó…

Pero el Almirante, una vez más, consigue su propósito: la marinería le concede tres días de plazo para hallar tierra. De no ser así regresarán. Ha sido la segunda revelación de su gran secreto.

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Colón nunca perdonó la traición de Alonso Pinzón.

El día más amargo Y el 12 de octubre descubren una pequeña isla del grupo de las Lucayas, llamada Guanahaní por los nativos. Colón respira y la bautiza como San Salvador.

La historia, sin embargo, ha vuelto a engañamos. Aquél no fue un día de gloria para Colón y su gente. Aquello era una pequeña isla perdida en el océano. Aquello no era la tierra firme (las Indias) que buscaba el Almirante con tanto afán. ¿Dónde estaba el error? ¿Por qué no habían desembarcado en Cipango? Como ya he mencionado el error, en realidad, no fue de Colón, sino del prenauta. Y el Almirante, perplejo, tuvo que tragarse la rabia. Fue, sin duda, un día muy amargo…

Y el genovés siguió de isla en isla, buscando «su» Cipango, «su» gran sueño…

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Primer viaje de Colón. Un error en los cálculos del piloto anónimo llevó a las carabelas mucho más al norte.

Es en esas angustiosas jornadas cuando se destapa el verdadero objetivo de Colón: el oro. Es lo único que le preocupa realmente. Embarca a los indios en las naves y, como puede, les hace ver que busca una tierra (Cipango) rica en oro. E1 28 de octubre alcanza la costa norte de Cuba y cree que ha pisado Cipango. Pronto comprueba que no es así. Los datos facilitados por el prenauta no coinciden. Y, obsesionado, navega hacia el este…

Hombres blancos Y el 12 de diciembre, costeando al norte de la actual Haití, tiene lugar otro suceso que llena de admiración a la marinería de la Niña y de la Santa María. Otro hecho que, naturalmente, no sorprende al astuto Colón. Al desembarcar en una ensenada que el Almirante denominó De la Concepción, varios de los exploradores acertaron a establecer contacto con un nutrido grupo de indios. Pues bien, entre ellos descubrieron varios hombres y mujeres blancos. «Hombres y mujeres jóvenes -dicen- tan blancos como los de España…»

¿Cómo era posible? ¿Hombres y mujeres blancos entre los caribeños?
Días después, en un paraje próximo que Colón bautiza como valle del Paraíso, los expedicionarios vuelven a encontrar otro poblado. Y en él, de nuevo, hombres y mujeres «harto blancos, que si vestidos anduvieren serían cuasi tan blancos como en España».

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¿Hombres y mujeres blancos en América antes de Colón? ¿Cómo era posible? (Isla de la Juventud, Cuba.)

La misteriosa presencia de gente blanca se repetiría en el segundo y tercer viaje de Colón. En el sur de Cuba, por ejemplo, un ballestero que se adentró en tierra con ánimo de cazar se vio sorprendido por un grupo de indios entre los que destacaban tres individuos blancos, vestidos con sendas túnicas blancas. El ballestero se encontró tan súbitamente con dichos hombres con túnicas que, por un momento, pensó que se trataba de frailes de la Trinidad. Según cuentan Bernáldez, Hernando, Anglería y Bartolomé de las Casas, nadie consiguió explicar satisfactoriamente la presencia de aquellos hombres blancos entre los naturales. Y el ballestero huyó aterrorizado sin atender las llamadas del hombre de la túnica cumplida que, al parecer, le reclamaba a voces.

En esa misma isla de Cuba, el citado De las Casas recoge una insólita leyenda taína: los naturales decían tener reciente memoria de la llegada a la isla de La Española (el Cipango de Colón) de unos hombres blancos y barbados, iguales a los españoles, pero desembarcados antes que los hombres del Almirante. No mucho antes…

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Colón sabía que los hombres de la carabela se habían mezclado con las indias. Por eso no se sorprendió al contemplar blancos en el Caribe. (La Habana.)

También en el tercer viaje colombino (1498), Colón y su gente descubren otros hombres y mujeres blancos entre los nativos del golfo de Paria, en lo que después sería Venezuela. «Gentes amabilísimas -escriben los cronista- que nos recibieron como si nos conocieran de antiguo.»

Los conquistadores españoles quedaron asombrados, sí, pero no el Almirante. Él sabía por el piloto anónimo que la tripulación de aquella carabela había permanecido uno o dos años con los indios de la región. Y sabia igualmente que los predescubridores se mezclaron con las indias. Ésta, sencillamente, era la explicación a la insólita presencia de hombres y mujeres blancos. Una presencia confirmada por los indios taínos de Cuba cuando se referían a «hombres blancos y barbados».

Monte Christi ¿Por qué esa obsesión por navegar hacia el este? Me costó entenderlo. Colón descubre Guanahaní (San Salvador) y en lugar de proseguir hacia poniente, por el rumbo que, supuestamente, debería haberle llevado a la tierra firme (las Indias), cambia primero hacia el sur (Cuba) y, finalmente, se decide por el este. La clave, como dije, estaba en el oro y en la silueta de un monte. Ésas eran las informaciones facilitadas por el piloto anónimo antes de morir. Colón busca la isla del oro (Cipango) como objetivo prioritario. No puede regresar a España sin las inmensas riquezas que ha prometido a los Reyes Católicos y a cuantos han costeado el viaje. Y al mencionar la palabra «Cipango», los indios asienten y señalan al este.

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Monte Christi, un cerro con un perfil muy peculiar. Ésta fue otra de las claves del piloto anónimo.

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Y exclaman en su idioma: «Cibao.» EI Almirante asocia «Cibao» con «Cipango» y por eso navega hacia el oriente. Y el 4 de enero de 1493, al fin, aparece ante él la señal que identifica a la isla del oro: un monte con figura de alfaneque o pabellón de campaña (forma cónica) que visto de lejos «parece una isla». Es una de las claves del prenauta: Monte Christi, una pequeña montaña asomada al mar y con un perfil muy particular e inconfundible. No hay duda: Monte Christi está marcando la isla del oro, su añorado Cipango…

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Colón no fue un profeta, aunque así se lo pareció a su gente.

Y prueba de lo que digo son las propias palabras de Colón. En esa oportunidad -sin llegar a desembarcar- anuncia a sus hombres que allí, a escasas veinte leguas de la costa, se encuentran las ricas minas de oro…

Poco después (marzo de 1494), durante el segundo viaje colombino, el Almirante desciende a tierra frente a Monte Christi y se adentra en «su» Cipango. La región es el valle del Cibao. Y a dieciocho leguas, ante el asombro de la marinería, descubre las minas de oro de las que le había hablado el prenauta. ¿Dotes proféticas? Por supuesto que no. Colón tenía información previa…

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Durante el segundo viaje, Colón desciende a tierra frente a Monte Christi.

Las sorpresas, sin embargo, no concluyen ahí. En esa región del bellísimo Caribe, Colón entra en los dominios de Cao-na-boa, el Señor de la Casa de Oro, del que también le habló el piloto anónimo. Y el Almirante se siente feliz y orgulloso, confirmando, al mismo tiempo, las noticias de Toscanelli: un Cipango con las casas reales cubiertas por tejados de oro…
Ya no hay duda: Cipango y Cibao, para Colón, son la misma cosa.

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El Almirante se adentra en el Cibao (actual República Dominicana) y descubre las minas de oro de las que le habló el prenauta.

Unas balas imposibles Y Cristóbal Colón, astutamente, va administrando su información privilegiada. El siguiente paso está allí mismo, en el valle del Cibao. Busca un lugar «especial» -inconfundible y muy estratégico-, rodeado por un río, y ordena construir un pequeño fortín. Será el fuerte de Santo Tomás. Pero Colón busca algo más. Al preparar los cimientos, los hombres quedan nuevamente atónitos: allí, en un nido de paja y barro, aparecen tres o cuatro piedras de lombarda. ¿Balas de cañón en La Española antes del descubrimiento? ¿Quién ha dejado esas balas «imposibles» en el Cibao? Nadie se lo explica, salvo Colón. Pero el Almirante guarda silencio. Él sabe que fue la tripulación del prenauta quien dejó allí el preciado «tesoro». Otra señal y otra aplastante demostración del paso de los predescubridores por el Caribe antes de 1492.

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Al construir un fortín, los españoles descubren balas de lombarda.

Obviamente, el genovés no pudo leer nada al respecto en los libros de Pío II, D ‘Ailly o en los escritos de Toscanelli. Ninguno de estos autores podía proporcionarle pistas tan concretas y exactas como las minas de oro en el Cibao (a escasas veinte leguas de la costa), la silueta de Monte Christi o el nido de lombardas. ¿Solución? Una de dos: o Colón era un profeta o alguien le facilitó dichas informaciones. Naturalmente, me inclino por lo segundo.

Siguen las profecías y es también en ese segundo viaje (1493-1496) cuando Colón, al aproximarse a la actual isla de Jamaica, reclama la atención de la marinería y dice: «… Señores míos: os quiero llevar al lugar de donde salió uno de los tres magos que vinieron a adorar a Cristo, el cual lugar se llama Saba…»

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Balas de piedra: una de las claves de la información del prenauta.

Cuando los españoles desembarcaron y preguntaron a los nativos, éstos replicaron que la isla se llamaba Sobo. Entonces, el Almirante explicó que Saba y Sobo eran la misma palabra, pero que los indios no la pronunciaban bien.

Y la tripulación, desconcertada, se preguntó: ¿cómo sabía Cristóbal Colón el nombre de esta isla si jamás la había pisado? … La respuesta es elemental: por el piloto anónimo…

Y conforme siguieron los viajes de exploración, las supuestas dotes proféticas del Almirante dejaron sin aliento a cuantos le acompañaban. Un nuevo ejemplo: lo que Colón llamaba la «entrada a las Indias». En noviembre de 1493, el Almirante navega derecho hacia ese laberinto de arrecifes (hoy conocido como el archipiélago de las Once Mil Vírgenes). En el primer viaje, como se recordará, aunque advirtió de la existencia del roqueo a los capitanes de las carabelas, la expedición navegó más al norte, y no coincidió con dicha «entrada». Ahora, Colón se saca la espina. Pero ¿cómo podía saber de la presencia de tales arrecifes un año antes? El lector ya conoce la respuesta: por el prenauta y allí, tal y como le refirió igualmente el piloto desconocido, Colón encuentra dos islas muy especiales: Matininó y Carib. La primera habitada por las amazonas. Carib, por los caníbales. Y el Almirante se cubre de gloria ante sus hombres. ¿Cómo pudo saberlo don Cristóbal Colón?

En Matininó (Guadalupe) se registran otros sucesos insólitos que, supongo, hicieron sonreír maliciosamente al genovés.

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Al llegar al archipiélago de las Once Mil Virgenes. Colón sabía de la existencia de dos islas muy especiales…

Los españoles, al penetrar en una de las aldeas, fueron a topar con otros dos objetos «imposibles»: un codaste y un cazuelo de hierro. El primero, la pieza recta y vertical que remata la nave por popa, nada tenía que ver con las canoas utilizadas por los indios. En cuanto al segundo, ¿qué pudieron pensar los españoles? Los naturales no conocían el uso del hierro. Y el Almirante, como digo, sonrió para sus adentros. Aquellas piezas sólo podían tener un origen: el prenauta.

El reino de Ofir Y las hazañas proféticas de Colón siguieron registrándose en ese segundo viaje. Ocurrió cuando navegaban al sur de la isla de La Española (la actual República Dominicana). A cosa de siete u ocho leguas de tierra fueron a divisar un montículo. Y Colón, con una seguridad que desarmó a sus hombres, aseguró que aquél era el lugar llamado Ofir, los montes «todos de oro» o las célebres minas del rey Salomón. Un yacimiento aurífero sembrado de profundos y enigmáticos pozos. Y así fue. Aquel paraje recibió el nombre de San Cristóbal.

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Para Cristóbal Colón, uno de los Reyes Magos salió de Jamaica.

Colón lo sabía desde mucho antes de 1492 y lo confirmó en mayo de 1493, a su regreso del primer viaje triunfal. Lo sabía, naturalmente, porque así se lo había detallado el piloto anónimo. No debemos olvidar que, para Colón, aquellas tierras seguían siendo el extremo de Asia. Y allí, para su turbulenta mente, se encontraban Ofir y Sophora, los legendarios parajes donde Salomón envió sus naves para cargar el oro destinado a la construcción del Primer Templo en Jerusalén. Los citados y profundos pozos que existían junto a las minas (hoy San Cristóbal) animaron -y no poco- a consolidar su creencia: dichos pozos, como le advirtió el prenauta, no pudieron ser excavados por los indios. No tenían herramientas para tal menester. «En consecuencia, tuvo que ser Salomón.

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Colón, al parecer, deseaba reconquistar Jerusalén: ése fue uno de los objetivos del descubrimiento: proporcionar oro a los Reyes Católicos para emprender dicha cruzada.

El legendario reino de Ofir

· El nombre de Ofir aparece mencionado en la Biblia. Dice así: «… Hizo también el rey Salomón navíos en Ezion-gaber, que es junto a Elath, en la ribera del mar Bermejo, en la tierra de Edom. Y envió Jirám en ellos a sus siervos, marineros y diestros en el mar, con los siervos de Salomón, los cuales fueron a Ofir y tomaron de allí oro, cuatrocientos y veinte talentos y trajéronle al rey Salomón…»

· Del citado reino o territorio de Ofir se transportaba también madera preciosa (posiblemente sándalo), oro fino, plata y marfil. El viaje duraba alrededor de diecisiete meses.

· Durante siglos se ha especulado sobre la ubicación de dicho país. En la época de Colón se creía que Ofir podía hallarse en el extremo de Asia (las Indias para Toscanelli y Cristóbal Colón). Otros lo buscaron en Yemen, África Occidental, Persia, Etiopía y la India. En 1871, Carl Mauch alcanzó las ruinas de Zimbaoche, en la actual Zimbabwe (África). Y los exploradores creyeron que se trataba del antiguo reino de Ofir. Posteriormente se descubrió que dichas murallas fueron levantadas en el siglo XII. (El Primer Templo de Jerusalén fue construido entre el año 972 y el 932 antes de Cristo.)

· Hoy, Ofir sigue siendo una incógnita. Nadie sabe realmente dónde pudo estar ubicado.

 

No hay deuda que no se pague

5

…ni plazo que no se cumpla

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Isabela (norte de La Española).

Pero la locura del Almirante no se detuvo ahí. El piloto anónimo le había informado también de un increíble lugar en el que los ríos procedentes de una montaña desembocaban en un enorme lago y producían un gran estrépito al chocar con la mar. Pues bien, en el tercer viaje a las Indias (1498), Colón busca ese territorio, situado -según el prenauta- a cosa de cincuenta o setenta leguas al sur de Cipango (La Española). ¡Y lo encuentra! Es el golfo de Paria, al norte de la actual Venezuela.

Descubre el lago, los ríos y queda maravillado al oír el fortísimo ruido provocado por la reunión de las aguas dulces y saladas. Ya esta tierra incógnita, hacia la que el Almirante navegó directamente y sin la menor sombra de duda, la llamó la «tierra firme de acá».

El tornaviaje Las pistas se suceden unas a otras. Colón, en efecto, disponía de una información secreta y privilegiada, que utilizó sin escrúpulos, incluso, para programar el difícil viaje de regreso a España. Es un hecho que, durante la primera travesía hacia América, los marineros se mostraron muy preocupados por la dirección de los vientos. Los alisios, efectivamente, siempre soplaban de popa. ¿Cómo regresar con semejante viento en contra? Colón, sin embargo, guardó silencio. No hizo un solo comentario. ¿Por qué? Sencillamente, porque sabía cómo hacerla. Fue otro de los consejos del prenauta. Veamos algunos detalles:

Aquel 16 de enero de 1493, cuando toma la decisión de retornar, pone rumbo «nordeste, cuarta al este». En otras palabras: busca el norte, evitando los vientos que lo han empujado en la llegada. Y en el paralelo 38, frente a las costas de la actual Virginia (EE. UU) cambia el rumbo hacia el este, aprovechando los vientos del oeste. Él sabe que así llegará a las costas de las Azores, Madeira o de las Canarias. Y no se equivoca. El 17 de febrero avista Santa María, en las Azores. Poco después, el 4 de marzo, desembarca en Lisboa y, finalmente, arriba a Palos el 15 de marzo de ese año de 1493. ¿Cómo pudo saber que debía navegar hacía el norte y, posteriormente, hacia el este? ¿Por qué evita el rumbo que había mantenido con tanta tozudez a su salida de las Canarias? Colón no conocía la zona y, sin embargo, acertó…

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En el tercer viaje, Colón encuentra el golfo de Paria, al norte de la actual Venezuela.

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En el golfo de Paria, el Almirante escucha el fortísimo ruido que provoca la reunión de las aguas dulces con las saladas. Algo que le advirtió el prenauta.

Pero el genovés cometió un gran error. Hizo suyo un secreto que no le pertenecía. Ignoró al piloto anónimo y se quedó con toda la gloria. Y el Destino pasó factura: en la primavera de 1499, el virrey y Almirante es encadenado y devuelto a la corte de Castilla. Poco después, el 20 de mayo de 1506, muere en Valladolid. Y muere olvidado y en la ruina.

Ni siquiera sus restos descansan en paz. Nadie conoce su paradero con exactitud. ¿Se encuentran en Sevilla o en Santo Domingo?

Como reza el adagio, no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague.

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Catedral de Sevilla. Supuesta tumba de Colón.

Las ideas delirantes de Colón

· El Almirante se consideraba un elegido de Dios. Vestía como un monje y su conducta religiosa se hallaba muy cercana al fanatismo. Cualquier escrito lo iniciaba con la frase «Jesus cum Maria sit no bis in via».

· Vivió obsesionado con la conquista de Jerusalén. Consideraba que las riquezas obtenidas en América (las Indias) servirían a los Reyes Católicos para dicha cruzada. La tradicional amistad de Colón con los franciscanos pudo alimentar estas obsesivas ideas. (Los franciscanos tomaron estas ideas sobre Jerusalén de los escritos del abad Joaquín de Fiore. del siglo XII.)

· Durante toda su vida creyó oír «voces» que lo aconsejaban y guiaban. Uno de los ejemplos se registra el 14 de febrero de 1493, cuando se encuentra de regreso a España. En mitad de una tormenta, una «voz» le habla y le sosiega. Cuatro días después desembarca en las Azores.

· Colón asocia la región del golfo de Paria (Venezuela) con el Paraíso Terrenal. Y lo bautiza con el nombre de Los Jardines, en recuerdo del Jardín del Edén. Murió creyendo que había pisado la patria de Adán y Eva.

· Para el Almirante, la isla de Jamaica fue el mítico reino de Saba y el sur de La Española (San Cristóbal) el no menos legendario país de Ofir (las minas del rey Salomón).

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«Llore por mí quien tiene caridad…». Acertadas palabras del propio Colón. (Santo Domingo.)

Colón: algunas fechas clave

· 1451: Posible nacimiento de Colón en Porta dell’Olivella (Génova). Sus padres (Domenico Colombo y Susana Fontanarossa) son tejedores y comerciantes.

· 1471: Primeras navegaciones por el Mediterráneo.

· 1474: Carta de Toscanelli al rey de Portugal, en la que expone la posibilidad de viajar a las Indias por el mar Tenebroso (Atlántico).

· 1476-1477: El prenauta viaja por el Caribe.

· 1476: Colón naufraga frente a las costas de Portugal. Tenía veinticinco años.

· 1477: Matrimonio con Felipa Moniz. Traslado a Porto Santo. Primeras noticias sobre tierras extrañas existentes al oeste.

· 1477: Viaja a Galway. Colón observa a un hombre y a una mujer extraños. Los toma por chinos o hindúes.

· 1478: Nace su hijo Diego.

· 1478 o 1479: El piloto anónimo desembarca en Porto Santo o Madeira. Allí está Colón.

· 1478 a 1483: Colón se documenta.

· 1482 o 1483: Viaje a Guinea. Comprueba vientos y corrientes.

· 1484: Ofrece su proyecto descubridor a Juan II de Portugal. Primer gran fracaso.

· 1485: Colón abandona Portugal. Deja a su hijo en Huelva. Encuentro con los franciscanos de La Rábida.

· 1487: La Junta de Salamanca rechaza su proyecto. Segundo fracaso.

· 1488: ¿Nuevo viaje a Portugal? ¿Ofrece su sueño a Juan II por segunda vez?

· 1489: Bartolomé, su hermano, habla del proyecto en Francia e Inglaterra. Nuevos fracasos.

· 1491: Nueva reunión con fray Antonio de Marchena. ¿Le revela parte de su secreto?

· 1492: Los Reyes Católicos firman las llamadas Capitulaciones de Santa Fe (Granada). Colón triunfa.

· 1492: Colón revela su secreto a Martín Alonso Pinzón. Evita un segundo motín.

· 1493: Colón descubre Monte Christi, las minas de oro de Cibao y el nido de balas de cañón.

· 1493: Retorna a España por el paralelo 38.

· 1535: Primer testimonio escrito sobre el piloto anónimo (Gonzalo Fernández de Oviedo).

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Punto final

Y Colón cumplió su Destino. Como todos…

Y ante sus restos en Santo Domingo (?) analizo el mío. Permanezco «dormido» sobre mis propios pensamientos. Un escalofrío me envuelve.

Aquel 13 de diciembre de 2001 (jueves). El diario de campo, y mi propia vida, se ven súbitamente interrumpidos. Gravísimo susto.

Sucedió en Costa Rica, una semana antes de embarcamos hacia la República Dominicana. No había más remedio que abrir la selva de Palmar Sur a machetazos. De pronto uno de los guías me golpea accidentalmente con su largo machete. Veo llegar el brillo de la hoja. Demasiado tarde. Cañas y ramas frenan la caída del acero sobre mi mano derecha. El machete me secciona el tendón extensor. He estado a punto de quedarme sin mano…

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Cuadernos de campo

Publicados por primera vez

A lo largo de treinta años de investigación por todo el mundo, J. J. Benítez ha reunido un centenar de cuadernos de campo. Unos textos íntimos -él prefiere llamados «cuadernos casi secretos», en los que refleja el día a día de viajes, investigaciones, éxitos y fracasos.

Jamás se habían publicado. Con «Planeta encantado» salen al fin a la luz. Una vez más, las imágenes hablan por sí solas…

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J.J. Benítez

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Cuestione con J.J. Benítez los grandes misterios y los temas insólitos que el hombre se planteó en el pasado y de los que aún hoy busca una respuesta. Rompa las barreras de lo desconocido y disfrute de la mano de J.J. Benítez y sus sorprendentes descubrimientos. Venga con nosotros y viva a través de sus obras y documentales de TV, la hechizante aventura del saber.

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