Imágenes: © Iván Benítez.
Al doctor y maestro Manu Larrazábal, que me salvó la vida.
La verdad siempre está más allá de los sentidos.
La gran manipulación
La criatura más censurada de la historia
«Planeta encantado», sí…
Un planeta bello, mágico y fascinante por mil razones. Sobre todo por una: por la presencia en este remoto mundo de Jesús de Nazaret. Para mí, uno de los grandes Hijos de Dios. Todo un Creador. Un Hombre-Dios y, además, mi «socio» y amigo. En suma: el «planeta encantado» por excelencia. Pero ese Hombre-Dios, lamentablemente, también ha sido manipulado. He aquí otra de las características de este «planeta encantado». Somos capaces de dar la vida por los demás y de quitársela a un Dios…
Después de treinta años de investigación y estudio, después de haber visitado Israel, Egipto y Jordania en más de quince oportunidades, no puedo sacar otra conclusión: Jesús de Nazaret es el personaje histórico más manipulado y peor comprendido. Manipulado, curiosamente, por aquellos que se dicen seguidores y discípulos. La criatura más censurada de la historia.
Sólo para los que dudan Éste es mi propósito. Sacar a la luz algunas de estas manipulaciones. Denunciar las tergiversaciones que flotan sobre la memoria del Galileo. Y digo bien: tergiversaciones. Es decir, «interpretaciones erróneas». Todo un cúmulo de lamentables errores que ha maquillado y deformado su mensaje, su figura e, incluso, a cuantos lo acompañaron.
Iglesia ortodoxa en monte Nebo (Jordania).
Cabe la posibilidad de que las historias que me dispongo a narrar no sean de su agrado, incluso que lo escandalicen. Nada más lejos de mi intención. Estas páginas están escritas para los que todavía practican el saludable ejercicio de la duda. Si su mente y sus principios religiosos se hallan definitivamente cristalizados, por favor, no siga leyendo. Olvide el «mensaje enterrado». Por el contrario, si usted trata de pensar por sí mismo, entonces, adelante…
Lago Tiberíades, en Galilea (Israel). Si usted duda, siga leyendo…
Primer gran error
Un nacimiento equivocado
1
Nazaret, hoy. Nadie sabe con certeza dónde sucedieron los hechos.
La primera tergiversación en la historia del Hijo del Hombre aparece, justamente, con su nacimiento. Para ser exactos, las dos primeras grandes malinterpretaciones. Vayamos por partes.
Augusto, emperador romano, obliga a empadronarse a todos sus súbditos. De esta forma, el pago de impuestos era inevitable. Y José y María, padres terrenales de Jesús, acatan el edicto y viajan desde Nazaret a la pequeña aldea de Belén, muy próxima a Jerusalén. Era el año «menos siete» de nuestra era. He aquí, como digo, el primer «problema».
Durante siglos, la cristiandad ha considerado -y todavía considera- que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en el año «cero». Grave error…
Jesús de Nazaret nace en Belén, sí, pero mucho antes de lo que pretende la tradición. Todo se debió a un lapsus cometido por un monje del siglo VI, Dionisio el Exiguo. Siglos más tarde, en 1582, cuando el papa Gregorio XIII emprende la reforma del llamado calendario juliano, sus «expertos» caen en la trampa. Se fían del citado monje y establecen el nacimiento de Jesús en el referido año «cero». Ése -dicen- sería el comienzo del calendario oficial.
Jesús nació en Belén, pero antes de lo establecido por la tradición.
Cuatrocientos años después -en el siglo XX-, historiadores, exégetas y astrónomos se dan cuenta del error: el Maestro no pudo nacer en el año «cero».
Herodes La clave fue el rey Herodes el Grande, que gobernó Palestina hasta el año «menos cuatro» de nuestra era. No hay posibilidad de duda: Herodes muere el 13 de marzo del citado año «menos cuatro». En otras palabras, la fecha del nacimiento de Jesús y, por tanto, el calendario mundialmente aceptado estaban total y lamentablemente equivocados. Como es bien sabido, el año «cero» no existe. Pero, además, es igualmente conocido que Jesús padeció la ira y persecución del citado Herodes. Según consta, el sanguinario rey ordenó la matanza de los niños varones, menores de dos años de edad, en Belén y alrededores. Esta trágica circunstancia sitúa el nacimiento del Hijo del Hombre entre los años «menos seis» y «menos siete» de nuestra era. Basándome en las informaciones que obran en mi poder, y que me han permitido escribir los «Caballos de Troya», Jesús pudo venir al mundo en el verano del año «menos siete». En otras palabras: si los cálculos de Dionisio el Exiguo hubieran sido rigurosos, hoy deberíamos sumar seis años a los que señala el calendario… Pero el error, obviamente, no tiene solución.
Palestina en tiempos del rey Herodes el Grande.
Segunda manipulación Como tampoco es fácil resolver el segundo gran «problema»: Jesús de Nazaret no nació en diciembre. En esta oportunidad, el «invento» (término exacto) procede del siglo IV o, quizá, del V.
Cuando se investigan las condiciones meteorológicas de Belén salta a la vista que, entre noviembre y marzo, resultan tan crudas que ningún pastor se arriesga a conducir sus rebaños por las colinas próximas. Las temperaturas pueden descender hasta cinco y diez grados bajo cero. El fuerte viento, las lluvias y la nieve son meteoros habituales.
Pero hay más…
Ningún pastor, en Belén, se arriesga a sacar su rebaño al campo en diciembre.
José y María viajaron de Nazaret a Belén en época seca.
En aquel tiempo -año «menos siete» de nuestra era-, cuando José y María viajaron de Nazaret a Belén, este tipo de desplazamientos -a pie o con animales- se desarrollaba siempre en época seca. Jamás en temporada de lluvias. Existe, incluso, una maldición bíblica al respecto.
Los padres terrenales de Jesús, por tanto, sólo pudieron llegar a Belén entre los meses de mayo y octubre.
Jesús de Nazaret
Algunas fechas clave:
• Año 747 (ab Urbe Condita, UC): nacimiento de Jesús (corresponde al año «menos siete» de la cronología cristiana. El monje Dionisio el Exiguo se equivoca al asignar el año 754 de Roma al nacimiento del Maestro).
• Año 750: muerte de Herodes el Grande (corresponde al «menos cuatro» de la era cristina. La matanza de los inocentes fue llevada a cabo entre los varones menores de dos años de edad. Eso fijaría el nacimiento del Hijo del Hombre entre los años 747 y 748 de la fundación de Roma).
• Año «cero»: no existe.
• Año 754: año 1 de la Era Cristiana (corresponde al 777 de las olimpiadas griegas, según Varrón. Jesús de Nazaret cumplió siete años).
• Año 767 (cronología romana): muerte del emperador Augusto (corresponde al año 14 de nuestra era). Le sucede Tiberio.
• Año 1582 (era cristiana): el papa Gregorio XIII reforma el calendario juliano (de Julio César) asumiendo el error del monje del siglo VI. El citado papa suprime diez días (del 4 al 15 de octubre). Una reforma que no fue aceptada por la iglesia ortodoxa griega hasta 1923.
Historia de una usurpación ¿Qué fue entonces lo que sucedió? ¿Por qué el mundo cristiano celebra la Navidad el 25 de diciembre?
Muchos siglos antes del nacimiento del Hijo del Hombre, los pueblos paganos (especialmente los mesopotámicos, egipcios y, finalmente, el imperio romano) tenían la costumbre de festejar la «victoria del sol». Es decir, el progresivo alargamiento de los días. Con los romanos, estas celebraciones -llamadas Angeronalia o Diualia- alcanzaron gran esplendor. Según Varrón, el pueblo ofrecía sacrificios a la diosa Acculeia, y cerraban el ciclo de los días «más cortos» con una suculenta cena, en la que brindaban por el nuevo año. Amigos y familiares intercambiaban regalos y a eso de la medianoche acudían a los oficios litúrgicos, dando gracias a los dioses por la referida victoria de la luz. Diualia daba comienzo el 21 de diciembre. A partir de esa fecha, en efecto, el sol «vence» y las jornadas diurnas se alargan poco a poco. Pues bien, aunque no existen datos precisos y concretos al respecto, los historiadores señalan a Constantino como el emperador que admitió el cambio, sustituyendo la fiesta pagana de Diualia o el «sol invicto» por la del nacimiento de Jesús: el verdadero «vencedor de las tinieblas». A pesar de la dura oposición de la iglesia oriental, que se negó a admitir la arbitraria fecha (sólo celebran la festividad de los Reyes Magos), la manipulación fue aceptada.
Diualia o la fiesta del «sol invicto». Así nació la Navidad.
Hoy, muy pocos saben que este cambio obedeció en realidad a una maniobra política destinada a eclipsar una brillante celebración pagana. Otra aberración del régimen de Constantino, el primer gobernante que aceptó el cristianismo como religión oficial del Estado.
¿Cuándo nació Jesús? Y usted se preguntará, con razón, cuándo deberíamos celebrar la Navidad. ¿En qué fecha nació Jesús? No es el momento de extenderse sobre el particular. Si usted consulta los «Caballos de Troya» sabrá que el Maestro vino a este «planeta encantado» a las doce del mediodía de un 21 de agosto del citado año «menos siete» de nuestra era. Ésta, en suma, si mi información es correcta, debería ser la fecha de la Navidad. Y en ese día -21 de agosto-, quien esto escribe celebra el aniversario del Hijo del Hombre, aunque, probablemente, debo de ser el único…
El «ovni» de Belén Tampoco la célebre estrella de Belén se ha visto libre de errores y tergiversaciones…
Fue en 1983 cuando publiqué un extenso libro sobre este interesante fenómeno (El ovni de Belén). Desde entonces estoy convencido: la «luz» descrita por Mateo no fue otra cosa que un «objeto volador no identificado». Pero vayamos por partes. Analicemos el asunto, aunque sólo sea superficialmente. Primero fueron los teólogos. Para éstos, el relato evangélico de la estrella y de los Magos debe ser tomado como un género midráhsico o una construcción haggádica. Es decir, como una bella leyenda oriental, con detalles pintorescos, que viene a reforzar una enseñanza teológica. Sirva como ejemplo la idea de MacKenzie: en su Comentario a san Mateo insinúa abiertamente que dicho texto debe ser tomado como un «simbolismo de la regia mesianidad». Y me pregunto: si un fenómeno choca con la razón o con la lógica, ¿significa que ha sido inventado? ¿o será que nuestra «miopía» no permite ver «más allá»? Por esta misma regla de tres, los teólogos tendrían que rechazar igualmente la multiplicación de los panes y los peces o la resurrección del Galileo…
Las palabras de Orígenes, al hablar de la estrella de Belén, fueron manipuladas.
De los teólogos a los astrónomos Acto seguido, a la «miopía» de teólogos y exégetas vino a sumarse la de los astrónomos. Y aún permanece… Durante un tiempo -basándose en las ideas de Orígenes-, la famosa «estrella» que condujo a los Magos fue explicada con la hipótesis de un cometa. En realidad, la versión de Orígenes fue igualmente manipulada. Las palabras del sabio de Alejandría, nacido en el año 185 después de Cristo, fueron éstas: «…Soy de la opinión de que la estrella que se apareció a los Magos en las tierras de Oriente fue una estrella distinta, que no tenia nada que ver con las que se nos muestran en la bóveda celeste. Seguramente pertenecía a esa clase de astros que, de tiempo en tiempo, acostumbraban a aparecer en el cielo, y que los griegos -que suelen diferenciarlos dándoles nombres que hacen referencia a su configuración- denominan con el nombre de viguetas ígneas, luces con colas, toneles y muchos otros.» Como resulta fácil de comprobar, Orígenes hace mención, sí, de «luces con colas» (¿cometas?), pero también menciona otros fenómenos luminosos: «viguetas ígneas» y «toneles», algo bien conocido hoy en ufologia y que no guarda relación alguna con los cometas…
Años después, en 1603, Kepler aportaba otra teoría astronómica. Una hipótesis que sigue en vigor en la actualidad. El 17 de diciembre de ese año, el famoso astrónomo se hallaba junto al río Moldava, en Praga. Esa noche, Júpiter y Saturno se encontraban muy próximos entre sí. Kepler estudió la conjunción de ambos planetas y, basándose en el relato del rabino Abrabanel, dedujo que aquélla era la señal que guió a los Magos hasta Belén.
Kepler tenía razón, a medias…
Los actuales cálculos astronómicos han demostrado que en el año «menos siete», en efecto, se registró una triple conjunción o aproximación de Júpiter y Saturno. La primera, el 29 de mayo. Y fue visible durante dos horas. La segunda, el 3 de octubre, y también en la constelación de los Peces. La última, el 4 de diciembre. Y Kepler acertó igualmente al enjuiciar el relato del judío Abrabanel. «El Mesías tendría que llegar durante una conjunción de Saturno y Júpiter, en la constelación de los Peces.» Pero Kepler, como digo, acertó a medias.
Jesús nació en el año «menos siete» de nuestra era, pero en época seca, es decir, en verano. De las tres conjunciones registradas por la astronomía, sólo la primera -la del 29 de mayo- encajaría en la hipótesis de Kepler y de los astrónomos modernos. Pero esa intensa aproximación de Júpiter y Saturno sólo duró dos horas. Y me pregunto: si el viaje de los Magos (habría que hablar de sacerdotes y astrólogos) desde Ur de Caldea hasta Jerusalén y, posteriormente, hasta Belén podía tener una duración aproximada de tres meses, ¿cómo llegaron los caldeos hasta el lugar donde se hallaba el Niño? Y otro «detalle» más que significativo: si los viajes, en aquel tiempo, se llevaban a cabo habitualmente de día, ¿cómo fueron «guiados» por una conjunción planetaria?
En suma: las explicaciones defendidas por los teólogos y los astrónomos no resisten un análisis científico. En el supuesto de un cometa, al ingresar en la atmósfera, el núcleo de hielo se habría desintegrado y habría formado una lluvia meteórica.
En el caso de una conjunción, como hemos visto, la duración es mínima. ¿De qué podemos hablar? ¿Quizá de un meteorito? Los expertos saben que esta probabilidad es inviable: ninguna roca espacial desarrolla un vuelo horizontal en su ingreso en la atmósfera de la Tierra. Obviamente, al entrar en contacto con las capas superiores de la referida atmósfera, la piedra se incendia y se consume en cuestión de segundos. Son las estrellas fugaces, tan abundantes en las noches estivales. Naturalmente, si se tratase de un asteroide (una roca sideral de mayor tamaño), las consecuencias de su choque con el planeta habrían sido dramáticas; tan catastróficas como las provocadas por otros cuerpos celestes que han impactado con la Tierra en la antigüedad. Éste fue el caso del asteroide que colaboró en la extinción de los dinosaurios.
Posible ruta de los Magos desde Ur de Caldea hasta Jerusalén y Belén.
Según Luis y Walter Álvarez, hace aproximadamente sesenta y cinco millones de años, una roca tan grande como el monte Everest (entre once y trece kilómetros) fue a chocar en las cercanías de Chicxulub (península mexicana del Yucatán). El impacto fue tal que abrió un cráter de doscientos kilómetros de diámetro por otros 35 de profundidad, y fulminó la vida en miles de kilómetros a la redonda. La fuerza de la detonación -según los científicos- pudo equivaler a diez mil veces todo el armamento nuclear existente hoy en el planeta. Como consecuencia de dicho impacto, nuestro mundo se vio cubierto por una gruesa capa de ceniza que ocultó el sol. Y un crudo y repentino «invierno» se precipitó sobre la Tierra. Un «invierno» que pudo durar décadas y que terminó con plantas y animales.
Por simple eliminación, si la estrella de Belén existió realmente -y estoy convencido de ello-, sólo pudo tratarse de un «objeto brillante», capaz de guiar a una caravana a lo largo de mil trescientos kilómetros y, en consecuencia, tripulado inteligentemente. Como decía el Maestro, «quien tenga oídos, que oiga…».
¿Qué guio a los Magos durante casi tres meses a la luz del día? Si la estrella existió, sólo pudo ser un ovni…
Estrella de Belén
Hipótesis imposible
• Conjunción planetaria. Fue puesta de moda por el astrónomo J. Kepler en el siglo XVII. Posteriormente sería revitalizada por el erudito alemán P. Schnabel (1925), que descifró un texto cuneiforme procedente de la escuela astrológica de Sippar, en Babilonia. La traducción de Schnabel hablaba de una triple conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de los Peces, en el año «menos siete» de nuestra era. Ninguna conjunción puede «guiar» a una caravana.
• Cometa. Al alcanzar los altos niveles de la atmósfera, cualquier cometa se desintegraría. El viaje de los Magos o astrólogos caldeos desde Ur a Belén pudo prolongarse durante casi tres meses. Ninguna «lluvia meteórica» los hubiera guiado. De haber permanecido fuera de la atmósfera, la teoría del cometa habría sido igualmente insostenible.
• Asteroide. Otra versión imposible. El ingreso de estas rocas espaciales en la atmósfera terrestre se registra a tal velocidad que su visión rara vez supera un minuto. Nada que ver con un viaje tan largo.
Herodes: ficha policial Y en este cúmulo de manipulaciones y despropósitos nos encontramos con otro capítulo muy poco apreciado por la teología moderna: la llamada «matanza de los inocentes». Un suceso que los teólogos han relegado a la simple categoría de leyenda, tan propia -dicen- de los pueblos orientales. ¿Leyenda? ¿En qué se fundamentan? La «explicación» es desconcertante: «demasiados niños asesinados…».
Según mis noticias, fueron dieciséis los niños varones asesinados en Belén por orden de Herodes.
Y uno se pregunta: ¿es que el rey Herodes el Grande, responsable de la matanza, no era capaz de una crueldad semejante?
Si echamos un vistazo al «historial delictivo» del odiado edomita, como lo llamaban los judíos, comprobaremos que el viejo Herodes era capaz de eso y de mucho más…
Algunos ejemplos:
• En el año 39 antes de Cristo asedia Jerusalén y asesina a miles de hebreos.
• Encadena a Antígono, el legítimo rey, y lo envía a Antioquía. Allí sería decapitado por Marco Antonio.
• A partir del 37 antes de Cristo, el gobierno del edomita se convierte en una pesadilla: ajusticia a 45 partidarios de Antígono y a decenas de ancianos del Consejo Supremo.
• Asesina a su cuñado Aristóbulo III, de diecisiete años de edad.
• Asesina a su madre, a dos de sus hijos y a Mariamme, su esposa.
• Su crueldad es tal que, en el testamento, llega a incluir una cláusula secreta en la que ordena que, una vez fallecido, sean reunidos en el hipódromo varios miles de dignatarios y pasados a cuchillo. «De esta forma -explicaba el propio Herodes-, el llanto y duelo por mi muerte será mucho más notable.»
¿Quién puede dudar de la sangrienta condición de Herodes?
No fue un ángel quien avisó a José sobre las intenciones del rey Herodes.
En mi opinión, la matanza de los bebés de Belén y su comarca fue real. Triste y lamentable, pero real. Y no son cientos, o miles, como se ha llegado a decir, los niños varones menores de dos años de edad, que fueron pasados a cuchillo por orden expresa del rey. Según lo reflejado en Caballo de Troya, Herodes acabó con la vida de dieciséis infantes. La mayor parte de los bebés fue sacada de la aldea, merced a la confidencia de uno de los cortesanos. Una oportunísima confidencia que permitió, sobre todo, la huida de José y María hacia tierras de Egipto.
Mateo, en efecto, manipuló el texto evangélico, haciéndonos creer que fue un ángel el que sacó al pequeño Jesús de Belén. Desde mi punto de vista, una absurda manipulación destinada a magnificar los hechos…
Pero no fue la última.
Los egipcios trataron de retener a la familia de Jesús. De haber prosperado, hoy, Jesús sería llamado Jesús de Alejandría.
Dos años en Alejandría. Los evangelistas apenas hacen mención de la estancia de José y María en la ciudad egipcia de Alejandría. Allí, según mis noticias, vivieron durante dos largos años. Y poco faltó para que la familia se quedara definitivamente en el delta del Nilo. Según parece, los familiares de José -residentes desde antiguo en Egipto- fueron informados por María del no menos célebre e igualmente manipulado mensaje del ángel en Nazaret. Y la familia consideró que Jesús era el líder y el Mesías esperado por el pueblo judío. Y José y su esposa fueron presionados para permanecer en el país de los faraones, proporcionando así seguridad y una excelente educación al que -según ellos- debería ser el futuro guía de Israel. Pero, lógicamente, también el Destino de Jesús estaba trazado; minuciosamente trazado. Y el matrimonio terminó retornando a la provincia de la Judea. Jesús, entonces, contaba tres años de edad. Es curioso: de haber seguido los consejos de sus parientes, hoy, quizá, el Maestro sería recordado como Jesús de Alejandría…
El continuo error de María Era el año «menos cuatro» de nuestra era cuando José y María decidieron regresar a Belén. Herodes el Grande había muerto y surgió un nuevo conflicto. Un problema igualmente ignorado por los mal llamados «escritores sagrados». ¿O fue ocultado deliberadamente?
Todo se debió a la obsesión de María, la madre de Jesús, por «la misión política» de su Hijo. Ése, en mi opinión, fue su gran error. La Señora, sencillamente, equivocó el papel del Hijo del Hombre. Para ella -siempre de buena fe-, Jesús era el «hijo de la promesa»: el libertador político de Israel, el Mesías esperado. En suma, un líder que rescataría a su pueblo de la tiranía y de la opresión de Roma. Y esa idea le acompañaría hasta la resurrección del Galileo…
Pues bien, fuertemente influenciada por esta creencia, María, a su regreso a Belén, trató de fijar la residencia en la citada aldea. De esta forma, al encontrarse tan cerca de Jerusalén -apenas siete kilómetros-, las posibilidades del Hijo en esa supuesta carrera política serían más sólidas y prometedoras que en la oscura y perdida Nazaret.
María, la madre de Jesús, trató de establecerse en Jerusalén. José no lo permitió.
José se opone y, finalmente, triunfa el sentido común. Arquelao, sucesor del sanguinario Herodes, no inspira confianza a José. El padre terrenal de Jesús no se equivocó. Arquelao resultaría tan destructivo como el «odiado edomita». Y la familia viaja definitivamente al norte y se instala de nuevo en Nazaret, una tranquila población de poco más de doscientas almas.
Nada de esto fue contado por los evangelistas.
Los años «perdidos»
Jesús nunca se escondió
2
Los veinticuatro años que el Maestro vivió en Nazaret fueron igualmente intensos. Jamás se escondió.
Y la historia, la tradición y las religiones vuelven a escamotearnos otra importante etapa en la vida terrenal de Jesús de Nazaret. La Iglesia define este período como los «años ocultos o perdidos».
Y vuelvo a preguntarme: ¿años ocultos o, simplemente, negligencia o falta de interés de los evangelistas?
Según mis informaciones, en los veinticuatro años en los que el Galileo vivió en Nazaret, jamás estuvo oculto. Insisto: que en los llamados evangelios canónicos no se diga prácticamente nada sobre la infancia y juventud del Maestro no quiere decir que permaneciera escondido. Allí, en Nazaret, en Galilea, vio crecer a sus hermanos. Ocho en total: Santiago, Miriam, José, Simón, Marta, Judas, Amós y Ruth. Otro interesante capítulo en la vida del Hijo del Hombre, intencionadamente tergiversado. ¿Hermanos de Jesús? La tradición cristiana dice que «no»: María -asegura el dogma- fue virgen, y concibió al Hijo del Hombre por obra del Espíritu Santo. Personalmente no lo creo. Sé que el buen Dios puede hacer maravillas pero, en mi humilde opinión, jamás crea problemas añadidos. Y esto habría ocurrido si María, en verdad, hubiera quedado embarazada en el período de «esponsales» (antes del matrimonio). La ley judía era implacable…
Pero no es el momento de profundizar en el delicado asunto de la supuesta virginidad de la Señora, un tema ampliamente desarrollado en los «Caballos de Troya». A lo que sí voy a referirme es a otra cuestión que, al parecer, podría guardar relación con los citados hermanos del Galileo y que salió a la luz pública en el año 2002. Un tema que, a primera vista, vendría a demostrar la realidad de dicho parentesco. Y digo bien: sólo a primera vista…
Fue, como digo, en el otoño de 2002. La noticia dio la vuelta al mundo. En Jerusalén fue descubierto un osario que presentaba la siguiente inscripción en arameo.
«Jacobo [Santiago], hijo de José, hermano de Jesús.» La urna de piedra, de cincuenta centímetros de largo por 27,5 de ancho, completamente vacía, desencadeno la polémica en los círculos arqueológicos y antropológicos. ¿Se trataba del sepulcro de Santiago, el hermano del Maestro? Para el paleógrafo francés André Lemaire, de la Universidad de la Sorbona, no había la menor duda. Así era. La urna -asegura- es del siglo 1. Concretamente, del año 63 después de Cristo.
Nombres comunes Para otros investigadores, sin embargo, estamos ante un dilema. El profesor Kyle McCarter, de la Universidad Johns Hopkins, rechaza el hallazgo, asegurando que los nombres grabados eran muy comunes en aquellas fechas. Y tiene razón: Jacobo, José y Jesús eran tan frecuentes en el siglo 1 como lo son hoy Manuel, Francisco o María…
Esta circunstancia, sumada al hecho de que no han sido hallados los huesos del supuesto Santiago, hace dudar, lógicamente, a los expertos. En mi opinión existen otras vías para demostrar que Jesús tuvo hermanos carnales. Pero ésa es otra historia…
Y allí, en Nazaret, el joven Jesús aprendió también varios oficios. No sólo fue carpintero…
Allí, a los catorce años, tras la muerte de José, su padre en la Tierra, el Jesús adolescente se vio en la obligación de asumir la dirección de la familia. Un tiempo no menos difícil para el futuro Maestro…
Allí, en Nazaret, rechazó la oferta para enrolarse en la guerrilla zelota, los terroristas que luchaban contra Roma. Esta decisión no fue comprendida por María, su madre, y provocó un notable distanciamiento entre ambos; algo de lo que tampoco hablaron los evangelistas…
Las calumnias de la teología Pero el colmo del infundio llegó con otra «moda teológica». Esta vez, los «doctores de la Iglesia» afirmaron que Jesús no dejó escritos de su puño y letra porque, simplemente, el «Maestro era analfabeto». La afirmación, amén de calumniosa, resulta patética. Cualquiera que profundice mínimamente en la vida del Galileo sabe que Jesús conocía, al menos, tres lenguas: arameo galileo (su lengua natal), hebreo y griego (koiné).
En contra de lo que opinan algunos teólogos, Jesús no era analfabeto. Se sabe que leyó en las sinagogas.
Jesús de Nazaret habló hebreo bíblico. De esto no hay la menor duda. De lo contrario no podría haber leído públicamente en las sinagogas. No debemos olvidar, además, que la enseñanza, en aquel tiempo, era obligatoria a partir de los cinco años de edad. Una enseñanza -sólo para los varones- en la que se aprendía a leer, justamente, sobre las Sagradas Escrituras.
El hecho indudable de que no dejara escritos, al igual que tampoco dejó descendencia, obedece en realidad a otra circunstancia: una opción personal que me llevaría muy lejos en este breve relato y que quizá algún día me decida a contar. «Algo» que tiene relación con la lógica. ¿Imagina usted lo que habría sucedido si el Maestro hubiera tenido hijos? ¿A cuántas nuevas polémicas y cruzadas habría asistido el mundo de existir un testimonio escrito de puño y letra del Galileo? ¿A qué grado de idolatría podrían llegar los hombres si se hubieran conservado los huesos del Maestro?
En la época de Jesús, la enseñanza (para los varones) era obligatoria desde los cinco años. Y se aprendía sobre las Escrituras.
Lenguas habladas por Jesús
• Arameo galileo (occidental), su lengua materna. El arameo, al parecer, nace en Siria hacia el año 3000 antes de Cristo. Después se irradia hacia los países que hoy forman el Oriente Medio, y se divide en dos ramas: arameo oriental y occidental. En la actualidad, la lengua natal del Maestro se conserva parcialmente en tres localidades del Antilíbano de Siria. Malula, Yubbadin y Baha.
• Hebreo bíblico y míshnico. Jesús los conocía y lo demostró en la lectura en las sinagogas y en sus continuas disputas con fariseos y escribas. Era la única lengua utilizada por los judíos para aprender a leer.
• Griego común o «internacional» (koiné). Algo parecido al inglés actual. Se utilizaba especialmente en los negocios y en las relaciones con los gentiles. Se puso de moda a raíz de las conquistas de Alejandro Magno en el siglo IV antes de Cristo. Es muy probable que Jesús se dirigiera a Poncio, el procurador romano que autorizó la crucifixión, en koiné.
• Personalmente estoy convencido de que el Maestro dominaba también el latín y de que comprendía igualmente el árabe.
El futuro Maestro conocía bien las calles de Jerusalén. Jamás estuvo perdido, como asegura la tradición.
Nunca estuvo «perdido» Y siguiendo con esos años, supuestamente «ocultos o perdidos», uno vuelve a topar con otra descarada manipulación: lo que hoy conocemos como el «Niño perdido y hallado en el Templo».
¿Perdido?
La tradición, una vez más, ha deformado la realidad. Jesús de Nazaret jamás estuvo perdido. Durante los días que permaneció en Jerusalén se alojó en la casa de su amigo Lázaro, en la aldea de Betania, muy cercana a la Ciudad Santa. Jesús tenía casi trece años (la mayoría de edad para la ley judía). ¿Cómo entender que pudiera perderse?
El asunto, sinceramente, no huele bien. Parece como si teólogos y exégetas se empeñaran en justificar o disimular la clara desobediencia del Jesús casi niño, deslizando la citada interpretación del muchacho «perdido».
Jesús, en mi opinión, sabía desenvolverse por las calles de Jerusalén. El hecho de que no regresara con el grupo en el que viajaban José y María se debe, seguramente, a otras razones, pero nunca a la de una inocente «pérdida»…
EXCLUSIVA:
Un período auténticamente secreto Y sigo con los «silencios» de los evangelistas. Unos «silencios» muy sospechosos…
Veamos: Jesús abandonó Nazaret cuando contaba veintisiete años. Corría el 21 de nuestra era. Pues bien, hasta el comienzo de la vida pública o de predicación, ninguno de los «escritores sagrados» hace referencia a las experiencias vividas por el Maestro. ¿Dónde estuvo durante esos casi cuatro años? ¿Por qué nadie habla de ese período?
A los ventisiete años empieza la verdadera etapa oculta Jesús. Corría el año 21 de nuestra era.
Aunque tengo previsto escribir un extenso trabajo sobre esta fascinante aventura -el único tiempo auténticamente secreto en la vida terrenal del Galileo-, dibujaré aquí y ahora unas leves pinceladas sobre lo que fue esta increíble etapa: los grandes viajes del Maestro. El sueño de su vida…
Lamentablemente, como decía, ninguno de los evangelistas hace mención de ello. Y no consigo entenderlo. ¿No recibieron información al respecto? ¿No lo juzgaron importante?
Sea como fuere, la cuestión es que nos privaron de otra decisiva etapa en la existencia del Hijo del Hombre. Durante un primer año -según mis informaciones-, Jesús de Nazaret, tras despedirse de su familia, se embarca en una apasionante gira por el Mediterráneo y parte de Oriente. Y, siempre de incógnito -no había llegado su hora-, tras visitar Joppe y Cesárea, se dirige por mar hacia la ciudad egipcia de Alejandría. Allí permanece un tiempo. Consulta la célebre biblioteca y contempla las pirámides. He aquí una imagen desconocida del Galileo Jesús, al pie de las imponentes construcciones faraónicas…
Algunas de las ciudades visitadas en secreto por Jesús de Nazaret.
De Alejandría navega hacia Creta y de allí a Cirene y Cartago. Jesús se mezcla con los hombres. Los observa y aprende de ellos. Otro gran misterio para la mente humana: ¿Cómo un Dios puede aprender de sus criaturas?
De Cartago pone rumbo a la isla de Malta. De aquí a Siracusa, en Sicilia. Después, Messana (actual Messina) y, por mar, alcanza las costas de la actual Italia. Visita Capua y, tomando la llamada Vía Apia, entra en Roma, la capital del imperio.
El Maestro contempló también las pirámides. Algo nunca imaginado.
Según mis informaciones, Jesús visitó Roma y disfrutó de los juegos. Los circos existían en Roma desde el año 329 a.C. Hoy sólo queda el Coliseo, concluido por Tito en el año 80 d.C.
Y durante su estancia en la Roma del emperador Tiberio, el Maestro disfrutó también de los juegos y de la belleza de la Ciudad Eterna. Allí escuchó a los más insignes filósofos de la época y, siempre de incógnito, adelantó parte de su mensaje. Un mensaje que causó sensación, pero nadie supo quién era aquel brillante orador…
La sorpresa de Pedro y Pablo Algún tiempo después, cuando Pedro y, posteriormente, Pablo llegan a Roma, quedan desconcertados: un nutrido grupo de romanos sabía ya del mensaje de igualdad que había predicado el Maestro. Pero ¿cómo era posible? Jesús muere en el año 30 de nuestra era y Pedro, según los datos aportados por Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica, pudo entrar en la capital del imperio hacia el 40 (en tiempos de Claudio). La explicación -ignorada por los Evangelios- se encuentra en ese primer y secreto periplo del Galileo por el Mediterráneo, el gran foco cultural y económico de aquella época.
Y de Roma, Jesús de Nazaret se dirige a Tarento. Y de aquí prosigue hasta Corinto y Atenas. En la capital de la ciencia y el arte, el Maestro siguió escuchando y observando. E hizo una advertencia clave: «La ciencia -afirmó- nunca podrá demostrar la existencia del alma.»
Y me atrevo a añadir: «…y tampoco podrá demostrar jamás la existencia de Dios».
Y los griegos, como los romanos, se preguntaron: ¿quién es este sabio?
La «chispa» divina A esta etapa siguieron las de Éfeso, Rodas y Chipre. En esta última isla Jesús habló por primera vez de la mente humana, siempre subordinada a lo que definió como la «chispa» divina: una especie de «miniporción» de la sustancia del buen Dios. Algo así como una «trillonésima» de su corazón, enviada y regalada a cada ser humano del tiempo y del espacio en el instante en el que el hombre es capaz de tomar su primera decisión moral. Otro profundo enigma…
Pero los evangelistas no supieron dar razón de estos interesantes días.
Y, de pronto, la aventura del Maestro por el Mediterráneo cambió de rumbo. De Chipre navegó a la ciudad siria de Antioquía y, desde aquí, se adentró en el Oriente. Visitó Sidón, Damasco, Ur de Caldea, Babilonia, Susa y Charax. Finalmente regresó a Nazaret.
Oeste del mar Caspio, la zona más alejada a la que llegó el Galileo.
Segundo gran viaje Meses más tarde, según mis informaciones, cuando Jesús estaba a punto de cumplir veintinueve años, emprendió una segunda y no menos fascinante gira. Otro largo viaje que lo llevó desde Jerusalén hasta el remoto lago Urmia y la región suroriental del actual mar Caspio, el punto más alejado al que llegó el Maestro. No es cierto, por tanto, que Jesús alcanzara la India o las tierras de la actual Cachemira, como se ha publicado.
Otra aventura igualmente silenciada por la historia y la tradición. Una asombrosa experiencia en la que el Galileo se mezcló también con las razas orientales y en la que, siempre de incógnito, observó y escuchó a sus criaturas. Al parecer, una de las grandes razones de su encarnación en la Tierra: conocer de cerca a los que Él mismo había creado. Siento no estar de acuerdo -una vez más- con los planteamientos de las iglesias: Jesús de Nazaret no vino a redimir a nadie. Jesús se hizo hombre por «algo» infinitamente más importante: cumplir lo establecido, alcanzando así su propia soberanía, y, sobre todo, refrescar la débil memoria de los humanos, cambiando el rostro del sanguinario Yavé. Dios no es justicia, sino AMOR. En consecuencia, ¿por qué culpar a los humanos de un supuesto error cometido por Adán y Eva?
Lo dicho: manipulación pura y dura…
EXCLUSIVA
La cueva de la llave
Una «señal» de «Ab-bâ»
3
Misteriosa imagen (sin remitente), llegada a manos de J. J. Benítez en 1984, tras la aparición del Caballo de Troya 1.
Y llegó uno de los momentos culminantes en la vida terrenal del Hijo del Hombre: aquel verano del año 25 de nuestra era…
Jesús de Nazaret estaba a punto de cumplir treinta y un años.
Ésta es mi información: el Maestro sabe que su hora está próxima y decide retirarse, en solitario, a la falda del monte Hermón. Un domo de calizas jurásicas, coronado por la nieve y abrigado por los míticos y soberbios cedros del Líbano. La montaña sagrada, en la actual frontera entre Líbano e Israel.
Y allí, en la soledad de los bosques, el Hijo del Hombre recupera «algo» que era suyo: la divinidad. En un proceso incomprensible para la mente humana, el Galileo «hace suya» la naturaleza divina. Ya partir de ese instante se transforma en un HombreDios. Sus viejas dudas e incertidumbres desaparecen. Ahora, definitivamente, sabe quién es: uno de los grandes hijos de «Abba», el buen Dios.
Inexplicablemente, ese histórico momento en el Hermón fue nuevamente silenciado por los evangelistas. Tampoco consigo explicarlo. ¿No fue importante como para reseñarlo en sus escritos? ¿Se perdió o fue censurado? La cuestión es que ninguno de los escritores sagrados acertó a explicar en qué instante y en qué lugar se produjo el trascendental suceso del reencuentro de Jesús con su naturaleza divina.
Desde mi punto de vista -insisto-, uno de los momentos de mayor gloria en la vida terrenal del Galileo. Y los errores y tergiversaciones se suceden…
Hermón, la montaña sagrada.
Río Jordán, cerca de Pella. Auténtico lugar del bautismo de Jesús de Nazaret.
Los evangelistas escucharon campanas, pero no supieron dónde. Las tentaciones nunca existieron, tal y como ellos las pintan. Jesús no se trasladó al desierto.
Las «tentaciones» ¿Fue tentado Jesús de Nazaret? Así lo cuentan los evangelistas. Sucedió después del bautismo en el río Jordán. Jesús se retira al desierto –dicen- y allí permanece durante cuarenta días, ayunando y en soledad. Y el diablo se acercó hasta Él para tentarle.
Mi información no es ésa. Pero vayamos por partes…
El Maestro, efectivamente, acude al Jordán y es bautizado por su primo lejano, Juan el Bautista o el Anunciador. Era el 14 de enero del año 26 de nuestra era. Y, de inmediato, se aleja del río y de la gente que acompaña al Bautista, dirigiéndose hacia el este, en las proximidades de la ciudad de Pella (norte de la actual Jordania).
Colinas de la antigua ciudad de Pella, al este del río Jordán. Aquí permaneció el Maestro después del bautismo. Durante cuarenta días convivió con sencillos beduinos.
Colinas de la antigua ciudad de Pella, al este del río Jordán. Aquí permaneció el Maestro después del bautismo. Durante cuarenta días convivió con sencillos beduinos.
Primer error: Jesús nunca se retiró al «desierto». El lugar elegido, a cuatro kilómetros escasos de Pella, es una sucesión de suaves colinas, repletas de olivos y huertos.
Segundo error: tampoco ayunó. En esos cuarenta días y cuarenta noches bebió y se alimentó con la ayuda de los vecinos de la aldea de Beit-Ids, hoy desaparecida. El Maestro convivió con sencillos beduinos, y se refugió en una cueva próxima a la referida aldea.
Fue en esas colinas donde meditó y planificó las líneas maestras de su inminente vida pública. Fue allí donde tomó importantes decisiones sobre lo que debía hacer y lo que debía evitar en la citada etapa de predicación. Pero los evangelistas, confundiendo tiempo y escenarios, crearon la fábula de las tentaciones.
Según mis fuentes, Jesús jamás fue tentado por el diablo. Al menos, no en ese lugar y como lo pintan los evangelios. Las «tentaciones» del Maestro fueron de otra naturaleza. Yo diría que más intensas y normales…
El suceso narrado por Mateo, Marcos y Lucas tuvo lugar cinco meses antes y en el referido monte Hermón. Pero no fueron tentaciones, como se ha dicho. Al recobrar la divinidad, uno de los seres leales a Luzbel se presentó ante el Hijo del Hombre y le interrogó sobre su verdadera identidad y propósitos. Y se registró toda una lucha dialéctica. Los evangelistas, quizá, oyeron campanas, pero no supieron dónde…
Y el Hijo del Hombre ofreció el perdón al rebelde, pero la oferta fue rechazada. Desde este instante, Jesús de Nazaret se convirtió en el verdadero Príncipe de este mundo. Pero los hechos, como digo, fueron silenciados.
Y ya que he mencionado la cueva en la que, según parece, vivió Jesús durante cuarenta días, me resisto a pasar por alto una pequeña gran historia en la que me ví envuelto hace ya algunos años. Dado lo especial del «hallazgo» y mi precaria memoria, he preferido remitirme a lo relatado por mí mismo en el correspondiente «Cuaderno de campo». Entiendo que el presente paréntesis merece la pena y que el lector sacará sus propias e inteligentes conclusiones…
Ruinas de la ciudad de Pella (actual Jordania).
He aquí lo escrito en aquella inolvidable oportunidad:
Octubre de 1997
Vuelo en el Airbus A-130 de la Royal Jordanian. Despegue de Madrid a las 12 horas, 2 minutos y 20 segundos. Tiempo de vuelo estimado: 4 horas y 45 minutos. Hay tiempo de sobra para repasar el plan. Iván duerme. Blanca lee.
Veamos: ¿qué tengo? Muy poco… La investigación es casi imposible. Cuando lleguemos a Ammán decidiré.
Blanca observa intrigada. No sabe qué escribo.
Pella (ruinas). Examinaré de nuevo las «pistas»: según la información proporcionada por mi amigo, el mayor norteamericano, tras el bautismo en el Jordán, mi «socio» (Jesús de Nazaret) se dirigió a un lugar relativamente cercano y permaneció allí durante cuarenta días. Ubicación: al oriente de las citadas ruinas de Pella y a cosa de cuatro kilómetros.
Más «pistas»: «Jasón», en sus escritos, afirma que el Hijo del Hombre estableció su refugio en una gruta natural existente muy cerca de la aldea de Beit-Ids. «…La amplia caverna -dice- aparecía a corta distancia de un manantial». Y añade: «…una viga de madera, empotrada en la roca, le servía de…».
Se trata, por tanto, de hallar una cueva. Una gruta natural situada al norte de Jordania, a cosa de cuatro kilómetros al este de la antigua ciudad de Pella y muy próxima a una aldea llamada Beit-Ids. Junto a la cueva hay una fuente o manantial…
Me pregunto por qué termino embarcándome en estas aventuras «imposibles», ¿Encontrar la cueva en la que vivió Jesús durante su retiro, después del bautismo? Nadie lo ha logrado. ¿Por qué tendría que conseguirlo este pobre soñador? Recuerdo el comentario de mi mujer cuando, tiempo atrás, le hice partícipe del tan increíble proyecto: «Estás loco. De eso, suponiendo que sea cierto, hace casi dos mil años… ¿Cómo vas a encontrarla?» Y recuerdo también mi respuesta: «Si existe, daré con ella.» Fue una seguridad inexplicable. La misma que me acompaña ahora, en pleno vuelo hacia Jordania…
14 horas. Iván recibe la noticia. Me observa igualmente perplejo pero, como imaginaba, acepta encantado. Me ayudará a buscar la gruta. Tampoco sabe muy bien cómo, pero lo hará. Formula una sola pregunta: ¿por qué?
La respuesta es muy simple: creo en lo escrito por el mayor, pero, una vez más, debo cerciorarme. Necesito ver y palpar esa gruta, suponiendo que exista…
Blanca, experta conocedora de mis sueños y «locuras», asiente con la cabeza.
16.30 horas. Ammán, bañada de oro, nos recibe cálida y ruidosa.
Hotel Jerusalén, habitaciones 513 y 514.
Primera reunión con los guías. Expongo mis objetivos. Mal asunto: ninguno de los jordanos ha oído hablar de la aldea de Beit-Ids… Hay que buscar otros guías.
Por prudencia, silencio el asunto de Jesús de Nazaret. No debo rendirme. Mañana saldremos hacia el norte.
Jueves, 2 de octubre (1997)
5.30 horas. Veo amanecer. Me siento inquieto. El sentido común se revuelve y me acosa: «No podrás. Es absurdo. Esa cueva no existe.»
Pero algo sutil, intangible, tira de mí. Consulto los mapas por enésima vez. Vayamos por partes: primero conviene localizar las ruinas de Pella, la antigua ciudad de la Decápolis. Por allí pasó Jesús. Después les tocará el turno a las colinas orientales. Hay que «peinarlas» una por una…
Hamdi, el guía jordano.
7 horas. Llega Al Jabari Hamdi, nuevo guía. Se trata de un joven afable, discreto y culto. Habla inglés, italiano y francés. Creo que ha comprendido mi arduo objetivo. Agradezco la buena voluntad. A pesar de las evidentes dificultades, no ha protestado. Nos ayudará a buscar la remota y desconocida aldea de Beit-Ids.
8 horas. El termómetro marca 23 grados Celsius. Día soleado y radiante.
Al partir me pongo en las manos del Padre: «Que se haga tu voluntad.»
Conforme avanzamos en el descenso hacia el río Jordán crece el nerviosismo.
10 horas. Hamdi detiene el automóvil en las cercanías del río sagrado. Señala hacia el norte. Las ruinas de Pella se encuentran a poco más de un kilómetro, escondidas entre un largo -casi interminable- amasijo de colinas calcáreas y desoladas. Tiemblo. El paraje es más extenso y complicado de lo que imaginaba…
«Una aguja en un pajar.»
No me rindo. Y comienza un fatigoso e inútil peregrinaje por la zona. Hamdi, en árabe, interroga a los lugareños.
¿Beit-Ids?
Nadie sabe. Y aldea tras aldea sólo cosechamos el más rotundo de los fracasos. Blanca me observa, compasiva. Puede que tenga razón. Quizá la aldea nunca existió. Quizá existió hace dos mil años. Quizá estoy loco…
Dos horas más tarde -peligrosamente confuso- dejo hacer al guía. Hamdi, impasible, opta por lo más sensato: hacer un alto en el camino. Y asciende por las colinas al encuentro de Pella.
12 horas. A un paso de las ruinas se levanta un pequeño restaurante. Un café me tranquilizará. Debo conservar la calma. Es curioso: a pesar de los pesares, el instinto me dice que la cueva existe. ¡Está ahí, en alguna parte! ¡La intuición!, ¿cuándo aprenderé a confiar en ella?
Miro a mi alrededor y me desespero. Las colinas al este de Pella, descritas por el mayor norteamericano, ocupan una inmensa franja paralela al Jordán. Necesitaría meses para explorarlas en su totalidad…
Pero el buen Dios sigue atento. De pronto, como lo más «natural», se hace el «milagro». A las puertas del Rest House, de espaldas, aparece un hombre. Se encuentra regando un heroico corro de flores.
Deeb Hussien, un hombre providencial.
Hamdi toma la iniciativa y lo aborda. Conversan. No sé por qué pero, instintivamente, me acerco. El guía, sonriente, me presenta a Deeb Hussien, director del restaurante. Y añade eufórico: «¡Él conoce el lugar!»
Deeb habla inglés correctamente. No puedo creerlo. Blanca e Iván no reaccionan. Yo estoy muerto del susto…
¡Qué casualidad!
La aldea existe. Mejor dicho, existió en la antigüedad. Deeb sabe dónde están las ruinas y algo más: ¡sabe de una gruta, muy cerca de lo que fue la antigua población!
La llaman la cueva de la «llave», asegura. Y afable y curioso se brinda a guiarnos.
Dicho y hecho. No hay tiempo que perder. El providencial árabe se une a la expedición pero, a los pocos minutos, en el abrupto sendero que nos lleva hacia el este, el guía y Hussien discuten. Algo no va bien…
Hamdi, finalmente, explica. Dado que la gruta en cuestión, al parecer, es de propiedad privada, lo aconsejable -dice- es pedir permiso. Y lo aparentemente sencillo se complica. Olvido que estoy en un país árabe…
Confiemos en mi buena estrella.
No salgo de mi asombro. Durante horas asistimos a un cansino y desesperante peregrinaje por los ayuntamientos de la zona. Es increíble: Hussien ha logrado convocar dos plenos. Uno en el pueblo de Kufr Awan y otro en Kufr Rakeb, muy próximos a Beit-Ids. Las discusiones son interminables. Alcaldes y concejales nos toman por buscadores de oro. Permiso denegado.
Intento explicarles. No comprenden. No aceptan la verdad. No admiten que sólo pretenda localizar y visitar una cueva. Estoy a punto de revelar que en esa gruta, quizá, vivió Jesús. Me contengo.
Alguien apunta una solución: acudir al Departamento de Antigüedades de Ammán y recibir la pertinente bendición oficial. Me desespero. Hamdi -bendito sea- intercede inteligentemente. Quizá no sea preciso regresar a Ammán. A media hora de camino, en Kufr Alma, a orillas del Jordán, existe una delegación del referido Departamento de Antigüedades. Quizá el permiso pueda ser tramitado telefónicamente.
Nueva reunión. Los arqueólogos deliberan. Desconfían. Dudan. Me veo obligado a contarles parte de la verdad. Blanca, ágil, echa mano de la mochila y muestra un ejemplar de Caballo de Troya.
¿Qué hace este libro en Jordania? Cosas de Blanca.
Los arqueólogos ojean el volumen. Comprueban la fotografía de la solapa -mi foto y aceptan, con una condición: formar parte del grupo. Le guiño un ojo a mi mujer aunque, sinceramente, no sé si la presencia de los arqueólogos es algo bueno o malo…
15 horas. Un total de nueve personas -¡esto es increíble!- descendemos de los automóviles en una zona próxima -dicen- a Beit-Ids.
Por más que busco, sin embargo, no encuentro un solo resto del citado asentamiento. En cuanto a los arqueólogos, parecen tan despistados como yo.
El rastreo por las colinas resulta inútil. Entre rocas y olivos hallamos tres o cuatro agujeros. Son pozos artificiales. Nada que ver con la gruta que busco. Conozco de memoria las palabras del mayor: «Una amplia caverna natural» Los pozos tienen bocas angostas y de difícil acceso. Nadie, en su sano juicio, elegiría estas cisternas como refugio. Aun así penetro en algunos de ellos. Nada. Sólo escorpiones.
Agotado y desanimado me dejo caer al pie de uno de los olivos. El resto del grupo se dirige hacia los vehículos. No comprendo. Los arqueólogos no tienen ni idea.
Y llega la sorpresa.
Deeb se acerca y me susurra: «La cueva de la «llave» está más arriba, más hacia el este…»
¿Me está tomando el pelo? El árabe se excusa. Dice que los arqueólogos no le han permitido hablar…
De nuevo, el instinto. Le miro fijamente y Hussien sostiene la mirada. Está bien. Le pido que tome el mando. Él conducirá al grupo. Los arqueólogos, humillados, no replican. Entramos nuevamente en los coches y partimos hacia algún lugar, en el este. Es inútil consultar los mapas. No sé dónde estoy…
Ha sido en esos instantes, al acomodarme en el coche, cuando -no sé muy bien por qué me dirijo a los cielos y solicito una «señal». El buen Dios podría hacerme un pequeño favor.
¿O no? Claro que sí…
El sentido común, sin embargo, protesta: «¿Una señal? ¡Qué ridiculez!»
Me fío de la intuición. ¡A la mierda la razón y la lógica!
Una «señal», sí, «algo» que confirme que la cueva de la «llave» es la «amplia caverna natural» mencionada por el mayor.
Hamdi, al volante, avanza entre polvo y guijarros. El camino es infernal.
«Una señal… Pero ¿cuál?»
Los pensamientos se atropellan. «Debo darme prisa. Una señal…»
Y en mi mente aparece «algo» concreto, nítido. Me aferro a ello.
«Eso es. Si estoy en el buen camino, si la gruta en cuestión fue el refugio de Jesús de Nazaret durante su retiro de cuarenta días, en algún lugar -dentro o fuera- de la cueva aparecerá una cruz.»
La lógica se revuelve de nuevo: «¿Una cruz? ¿En un país musulmán?»
¿Una cruz en un país musulmán?
No le falta razón. Estas remotas y peladas colinas, al oriente del Jordán, no guardan relación alguna con los llamados «santos lugares». O mucho me equivoco o es la primera vez que alguien sitúa el célebre retiro del Hijo del Hombre en tierras jordanas. Los cristianos afirman que el monte de las Tentaciones se encuentra en las proximidades de Jericó, en Israel. Incomprensiblemente apuesto por el instinto.
«No importa. Más difícil todavía…»
Los vehículos siguen ascendiendo. Y en mi repentina locura trato de amarrar la «señal».
«Una cruz, sí, pero ¿cómo?, ¿dónde? ¿En piedra?, ¿en madera? ¿Pintada…?»
Poco importa. Sencillamente, una cruz.
Debo anotarlo. Por un momento, ese «Alguien» que siempre va conmigo me empuja a compartir la singular petición con Blanca e Iván.
«Aún estás a tiempo. Háblales.»
Sin embargo, el miedo al ridículo gana la partida. Y guardo silencio. ¡Pobre idiota!
Minutos más tarde nos detenemos. El sendero está impracticable. Imposible continuar. Salto del coche.
«¿Qué sucede? Mejor dicho: ¿qué me ocurre?»
Hussien señala a lo lejos y proclama: «¡La cueva de la «llave»!»
A doscientos o trescientos metros, en la falda de un pequeño valle, distingo una boca negra y semicircular. Y en silencio, sin razón aparente, me despego del grupo, corriendo hacia la gruta.
«Una cruz… Una cruz en alguna parte…» Conforme me aproximo, «algo» frena la carrera. «Algo» inexplicable e inexorable. Al principio lo atribuyo al miedo. ¿Miedo al fracaso? No lo sé…
Sucede lo incomprensible. En lugar de entrar en la cueva, me detengo a seis o siete metros. «Algo», en efecto, ha captado mi atención. «Algo» situado a la izquierda de la boca de la gruta. Me aproximo, perplejo y nervioso. El corazón está enloquecido.
Y al contemplarlo palidezco.
Manantial existente a escasos metros de la cueva.
Una cruz pintada en rojo sobre la chapa que cubre el manantial. La respuesta a la «señal»…
«¡Un manantial! ¡Un manantial a la izquierda de la cueva!»
El dueño del terreno lo ha protegido con una chapa de hierro, pero el rumor de las aguas es inconfundible. Recuerdo el texto del mayor: «…Y muy cerca de la amplia caverna natural brotaba una fuente…»
¿Casualidad? Lo dudo…
Al principio, presa de la emoción, no reparo en otro «detalle».
Y ese «Alguien» magnífico y bondadoso que, sin duda, ha guiado mis pasos, solicita de nuevo mi atención. Y lo veo. Al fin lo veo… «¡No es posible!»
Pero sí lo es: sobre la chapa de metal aparece una cruz.
«¡Una cruz pintada en rojo!»
Y tiemblo de emoción. ¿O fue el miedo? No hay la menor duda: esto es una cruz, perfecta y nítida. Una cruz sobre el manantial.
Me inclino y la acaricio. No estoy soñando. La fotografío. Y me pregunto: ¿nueva casualidad? Yo sé que no. Esto no es obra del azar. Ésta es la señal.
¡Bendito seas!
El grupo me alcanza. Pasa de largo, penetrando en la cueva. Sólo Blanca, con su fino instinto, comprende que sucede algo especial. Sigo inmóvil (Blanca dice que pálido), con la vista fija en la chapa de hierro. Mi mujer, prudentemente, no pregunta. Se lo agradezco en lo más íntimo. Esos inolvidables segundos no son explicables con palabras.
Finalmente, despacio, me pongo en movimiento. Y me sitúo frente al arco de piedra de la cueva. Todo ha cambiado en minutos.
Lo que sólo era una sospecha, ahora es un convencimiento.
«¡Éste es el lugar! ¡Ésta es la cueva en la que mi «socio» se refugió durante cuarenta días! ¡La cueva del retiro!»
Dudo. Voy a pisar y a contemplar un lugar sagrado. ¡Él estuvo aquí! ¡Él durmió aquí! ¿Y quién soy yo? Retrocedo asustado. Pero la «fuerza» que siempre me acompaña me detiene. Y escucho en mi interior: «¡Adelante!»
La cueva del retiro. Probablemente el lugar donde permaneció Jesús durante cuarenta días.
Iván, Blanca, Hussien y los arqueólogos jordanos me han precedido en la inspección de la gruta. Hamdi, muy cerca, me contempla sonriente. Y, respetuoso, consciente -supongo- de la importancia del «hallazgo», me cede gentilmente el paso. Desciendo muy lentamente por el breve túnel de tres metros que conduce a una «amplia caverna natural». El corazón sigue loco.
Varias linternas colaboran. ¿Qué veo? Nada. La cueva está vacía y abandonada. Huele a humedad y a excrementos de murciélagos.
Poco a poco voy serenándome. Iván no deja de fotografiar. Su instinto es inmejorable.
Quince metros de longitud máxima por seis de fondo y tres de altura. No hay rastro de la «viga de madera» mencionada por el mayor norteamericano. No hay rastros de hombres o animales.
Sólo oscuridad y polvo.
Los nervios terminan traicionándome. Miro sin ver. Me niego a seguir tomando datos. No quiero medir. Sólo deseo sentir. Sentir.
Y el tiempo parece detenerse. Me siento en el fondo, sobre una roca. Inspiro profundamente y dejo volar la imaginación. ¿O no fue la imaginación?
Lo veo con claridad. ¡Es él! Entra y sale de la gruta. ¡Es Jesús de Nazaret! Me mira y sonríe…
Por fortuna, mi hijo Iván conserva la sangre fría y dispara las cámaras sin cesar.
El grupo, poco a poco, abandona la gruta. Me quedo definitivamente solo. Solo con mis pensamientos y sensaciones…
De pronto -no sé cómo explicarlo- oigo de nuevo la «voz». Una «voz» cálida y susurrante:
«¿Deseas otra «señal»?».
Me resisto.
«¿Quién habla? ¿Me estoy volviendo loco?»
La «voz» insiste: «¿Necesitas otra «señal»?»
Y ocurre de nuevo. Ocurre «algo» imposible de evaluar. Esta vez no pienso, no calculo, no establezco una «señal».
En realidad no hay tiempo. Y, sin más, sin poder explicar por qué, me inclino hacia el suelo de la cueva. Los dedos se hunden en la seca y esponjosa tierra. ¿Qué está pasando?
En la negrura, los dedos tropiezan con algo. Lo capturo. Es metálico, pero no veo, no distingo su naturaleza. El corazón, sin embargo, me da un vuelco. Me pongo en pie y, desconcertado, me dirijo a la boca de la gruta. Al contemplarlo a la luz del atardecer vuelvo a palidecer.
«¡Dios santo!»
Y allí mismo, en el túnel, caigo de rodillas.
«¡No es posible!»
Mi mano -sin querer (?)- ha tropezado (?) con un enorme clavo.
«¡Nadie me creerá!»
Un clavo con una curiosa y significativa forma: ¡un clavo en forma de «J»!
Vuelvo a observarlo. Le doy vueltas y vueltas…
«¿»J» de Jesús?» ¿De nuevo la casualidad? Por supuesto que no.
Y el «Ser» maravilloso que me habita –la «chispa» divina- sonríe como un cómplice.
J.J. Benítez en el interior de la cueva.
Del resto de la estancia en las suaves colinas de Pella apenas recuerdo gran cosa. Tomé apuntes, sí, y exploré las ruinas situadas a corta distancia de la cueva. Unas ruinas que los arqueólogos identifican con la primitiva Beit-Ids, la aldea mencionada por mi amigo, el mayor de Caballo de Troya. Pero todo eso, a decir verdad, quedó en la sombra. Lo importante, para mí, fueron las dos «señales». Estaba claro: mi querido Maestro, mi Dios y Creador, Jesús de Nazaret, había estado allí. Y ésta era la primera vez que alguien fotografiaba la gruta. Todo un testimonio histórico…
Al examinar el clavo, arqueólogos y expertos coincidieron: se trata, casi con absoluta seguridad, de una pieza de origen romano. En otras palabras: del tiempo de Jesús. Pero convenía analizarlo con mayor rigor.
Respecto a la forma de «J», lo más probable es que obedeciera a la función realizada: algún tipo de sujeción. Por ejemplo -explicaron los especialistas-, el enclavamiento de una viga.
Clavo en forma de «J» encontrado (?) en la cueva del retiro.
Y el texto del mayor sonó «5×5» en mi memoria (fuerte y claro): «…una viga de madera, empotrada en la roca, le servía de…».
¿Casualidad? Me niego a aceptarlo.
Regreso a Ammán. En la soledad de la habitación contemplo de nuevo el increíble clavo y escribo: «Ningún científico podría convencerme. Nada de lo sucedido en las colinas de Pella es susceptible de análisis racional. Más aún: ningún científico lo creerá. ¡Pues a la mierda los científicos! Yo sé que ha sido real…»
A mi regreso en la ciudad de Ammán comprendí: «nadie me creerá pero ¿qué importa?»
El «invento» de santa Helena
Alguien metió la mano en los escritos
4
Túneles de los Asmoneos, en Jerusalén: un hallazgo arqueológico que echa por tierra los «descubrimientos» de santa Helena.
Jesús de Nazaret regresa a su hogar, en Galilea. Poco después estrena la vida pública, también llamada de predicación. Y los errores, manipulaciones y silencios de los evangelistas se empujan unos a otros. El desastre, en definitiva, es generalizado…
Me limitaré a señalar algunos de los más llamativos.
Una violencia inaceptable ¿Quién, en su sano juicio, puede imaginar al Hijo del Hombre levantando un látigo contra los cambistas y comerciantes del atrio de los Gentiles, en el Templo de Jerusalén? Así lo cuentan los escritores sagrados. Juan, el más explícito (cap. 2, ver. 15), asegura que «haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes…». La actitud del Zebedeo resulta inexplicable. Juan sabía muy bien que aquel Hombre-Dios jamás utilizó la violencia. ¿Por qué escribió semejante falsedad? Sólo caben dos opciones: o fue añadido posteriormente por alguien o el discípulo perdió la cabeza. Personalmente me inclino por la primera posibilidad. Sólo un necio, o alguien que no hubiera conocido al Maestro, podría dibujar una escena así.
Aquel lunes, 3 de abril del año 30 de nuestra era, el Galileo se hallaba en el Templo de Jerusalén, sí, pero los hechos -según mis fuentes- fueron muy distintos.
Jesús predicaba a la multitud, y fue interrumpido en varias oportunidades por las discusiones y peleas entre cambistas y clientes. El Maestro, paciente, guardó silencio una y otra vez. Por último, ante la imposibilidad de seguir hablando, Jesús, decidido, abrió los portalones de los corrales en los que se guardaba el ganado para los sacrificios de la inminente Pascua. Y bueyes, ovejas y carneros -azuzados por Jesús- derribaron mesas y tenderetes, provocando el caos. Un desastre, por cierto, aplaudido por buena parte del pueblo judío, que no veía con buenos ojos aquel injurioso comercio en la casa de Dios.
Es muy sospechoso que Mateo, Marcos y Lucas no mencionen látigo alguno en sus respectivos evangelios. En una versión dudosa se limitan a decir que «entró Jesús en el Templo y echó fuera a todos los que vendían».
El Galileo, en efecto, terminó con el negocio de cambistas y prostitutas (los echó del atrio), pero no empleó la violencia, como dice Juan. Fueron los animales, en definitiva, los que suspendieron temporalmente el referido e injurioso comercio.
Jesús nunca utilizó la violencia. Lo que no cuentan los evangelistas es que los propios judíos aplaudieron el gesto del Galileo.
Lo dicho: o Juan, el Evangelista, perdió la memoria -cosa que dudo- o alguien, una vez más, metió la mano en sus escritos…
El dudoso servicio de la emperatriz Helena ¿Y qué decir de la Pasión y Muerte del Galileo? Los errores y tergiversaciones parecen no tener fin…
¿Murió Jesús a los treinta y tres años, como se dice? Ya hemos visto que no: el Maestro nació en el año «menos siete», y fue crucificado el 7 de abril del 30 de nuestra era. Si llegó al mundo en época seca, al ser ejecutado tenía treinta y cinco años. La «edad de Cristo», por tanto, serían treinta y cinco y no treinta y tres años…
Tampoco la llamada «Vía Dolorosa», en el casco antiguo de Jerusalén, es real. En esta ocasión, los «culpables» no son los evangelistas, sino la tradición. Más concretamente, la emperatriz Helena, madre de Constantino.
Fue esta mujer (hoy santa) la que puso en marcha uno de los mayores «inventos» relacionados con Jesús de Nazaret. «La emperatriz Helena, advertida por un sueño -reza un pasaje de Sócrates de Constantinopla (año 440)-, fue a Jerusalén, donde buscó el Sepulcro y Calvario, y no sólo los halló señalados por la estatua de Venus, sino que echada abajo la estatua, y excavado el lugar, halló tres cruces, una de ellas en la que Cristo estuvo colgado, y las dos de los ladrones. Con estas cruces -sigue su relato el continuador de la Historia eclesiástica de Eusebio- encontró también la tablilla en la que Pílatos había proclamado en varias letras [lenguas] que Cristo crucificado era el rey de los judios.»
Jesús de Nazaret, la criatura más manipulada de la historia.
La «Vía Dolorosa», tal y como se venera hoy, nunca existió.
Era, al parecer, el año 328 de nuestra era. La buena de Helena llega a Jerusalén. Excava en los puntos «marcados» por Adriano (estatua de Venus), que pretendió así borrar cualquier recuerdo de los cristianos, y, ¡oh, sorpresa!, aparecen tres cruces: las de Jesús y sus compañeros de ejecución, los terroristas o zelotas (mal llamados ladrones). Y los acontecimientos se precipitan. Helena reconoce la cruz del Maestro por la curación de una enferma, ante el obispo Macario. A partir de ahí, toda una pléyade de sabios y padres de la Iglesia bendicen el más que dudoso «hallazgo» de la voluntariosa y crédula madre del emperador Constantino. Y digo bien: «dudoso hallazgo». Dudoso por tres importantes razones:
En primer lugar, porque el Hijo del Hombre y los zelotas no cargaron las cruces completas. Sólo los patibulum, es decir, los pesados maderos transversales. La stipe o palo vertical se hallaba fija en el lugar de ejecución. Santa Helena no lo sabía. No podía saberlo porque este «detalle» fue confirmado por los científicos mucho después: en el siglo XX.
Segunda razón: porque el Calvario y el Sepulcro hallados por la emperatriz en el siglo IV se encontraban dentro de los límites de la ciudad; algo imposible en el año 30, cuando muere Jesús. Grave error de santa Helena. En tiempos del Galileo, el Gólgota estaba fuera de las murallas de Jerusalén, tal y como prescribía la rigurosa ley mosaica. El lugar señalado por la emperatriz, sencillamente, es tan artificial como falso.
Por último, el «invento» de santa Helena se vino estrepitosa y definitivamente abajo cuando los arqueólogos judíos descubrieron los llamados túneles de los Asmoneos, muy cerca del Muro de las Lamentaciones, en el centro de Jerusalén. En estas excavaciones ha aparecido el pavimento de la Ciudad Santa que sí pisó Jesús de Nazaret, así como parte de los muros del Segundo Templo. Un enlosado construido por el rey Herodes el Grande y situado entre dieciocho y veinte metros por debajo del nivel actual.
Enlosado construido por el rey Herodes el Grande. (Túneles de los Asmoneos).
En otras palabras: la emperatriz, los padres de la Iglesia -entre los que figuran el referido Sócrates de Constantinopla, san Cirilo de Jerusalén, san Crisóstomo, Ambrosio, Paulino de Nolayunlargo etcétera- y la tradición olvidaron que Jerusalén fue destruida y vuelta a levantar al menos en veinte ocasiones. Esta circunstancia coloca la actual basílica del Santo Sepulcro -que incluye la supuesta roca del Gólgota- a veinte metros de altura sobre lo que fue el suelo original del año 30 de nuestra era. Todo un despropósito…
Naturalmente, si el Santo Sepulcro y el Calvario son más falsos que Judas, ¿qué podemos decir de la citada Vía Dolorosa? Se trata, en efecto, de otro «invento» humano. Jesús de Nazaret, camino del lugar de ejecución, no cruzó la ciudad. La presencia, junto al Hijo del Hombre, de dos terroristas, obligó a los romanos a desviar a la comitiva. Y, por seguridad, evitaron las concurridas calles de Jerusalén, alcanzaron el Gólgota por el norte y a campo través.
El Santo Sepulcro aparece levantado a veinte metros sobre el pavimento original de los tiempos de Jesús. Todo un despróposito.
No quedó piedra sobre piedra
• 258 años antes del «hallazgo» de Helena, la Ciudad Santa de Jerusalén fue literalmente barrida por las legiones romanas de Tito. Como anunció el Maestro, «no quedó piedra sobre piedra». La descripción de Flavio Josefo es elocuente: «…Todo el resto, las murallas perimetrales, las casas, el Templo, los demoledores lo arrasaron de tal modo que no era posible reconocer ningún vestigio de construcción. Y si se hubiera mostrado esto a alguien venido de otro país, diciéndole: «Aquí había una ciudad», él no lo habría creído en absoluto.» (Guerra de los judíos, VII, 1) .
• Los escasos restos que pudieron quedar tras el asedio de Tito (año 70 de nuestra era) fueron triturados hacia el año 135, con motivo de la rebelión de Bar Kochba. Adriano, entonces, procedió a uno de sus sueños: levantar una colonia romana sobre lo que había sido Jerusalén. La llamó Aelia Capitalina.
Jerusalén fue destruida veinte veces.
La estafa de las apariciones
Unas palabras incómodas
5
Muchas de las apariciones a los no judíos fueron ignoradas por los evangelistas.
Todo esto, en realidad, poco importa. Los más que supuestos «santos lugares» de Israel se han convertido en una mina de oro. Eso es lo único que preocupa en realidad a los responsables de las confesiones religiosas que los custodian. Veamos un dato esclarecedor: la familia árabe Musseiba, propietaria del Santo Sepulcro, y cuantos cuidan de la basílica (griegos ortodoxos, cristianos, armenios, coptos y sirios) reciben cada mes del orden de un millón de dólares, en concepto de limosnas y donaciones. Sin comentarios.
A esta vergonzosa e interminable sucesión de errores y manipulaciones hay que sumar, por último, los lamentables y nuevos «silencios» de los evangelistas respecto al Jesús resucitado. Los creyentes, una vez más, fueron estafados.
Si uno consulta los textos sagrados observará que las referencias a dichas apariciones son cuatro. Según mis informaciones, después de muerto, el Maestro se presentó en un total de diecinieve oportunidades. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué los evangelistas sólo citan cuatro de estas misteriosas «presencias»? La respuesta es muy simple: las palabras del Resucitado en esas manifestaciones no fueron cómodas. No interesaban a la filosofía y al rumbo que estaba tomando la primitiva y naciente Iglesia. Los hechos, sencillamente, fueron censurados. He aquí una síntesis de lo ocurrido. Que cada cual saque sus propias conclusiones.
9 de abril (año 30) Primera aparición: Poco antes del alba. Huerto de José de Arimatea (proximidades de Jerusalén). Testigos: María, la de Magdala, y otras cuatro mujeres. Observan a un «hombre con ropas nevadas y el rostro, los cabellos y los pies como el cristal». Reconocen la voz del Maestro. Cuando la Magdalena intenta abrazarlo, el Resucitado se lo impide y le dice: «No soy el que has conocido en la carne.» Duración: alrededor de cinco minutos.
Segunda aparición: Hacia las 9.35 horas. También en la plantación del anciano de Arimatea. Único testigo: María, la de Magdala. Describe al Resucitado como un «extranjero con túnica y mantos nevados». Reconoce la voz de Jesús. Duración: segundos.
Los llamados «santos lugares» sólo son «perfectos» para los que reciben el dinero.
Tercera aparición: Hora «sexta» (mediodía). Betania, muy cerca de Jerusalén. Jardín de la hacienda de la familia de Lázaro. El Resucitado se presenta ante Santiago, su hermano. El testigo no reconoce al Maestro, pero sí su voz. El «Hombre» le habla de ciertos hechos que debían producirse, pero Santiago se niega a desvelarlos. Años más tarde, algunos asocian esa revelación con la muerte de Santiago, ocurrida en el año 62 de nuestra era. El Resucitado desaparece súbitamente. Duración: de tres a cuatro minutos.
Cuarta aparición: Hora «nona» (15 horas). También en la aldea de Betania. Umbral de una de las estancias de la casa de Lázaro. Veinte testigos. Entre otros, la familia de Lázaro, David Zebedeo (hermano de los Zebedeo), Salomé (madre de los Zebedeo), María (madre de Jesús), Santiago (hermano del Resucitado) y la Magdalena. Esta vez, los testigos reconocen al Resucitado. Se trata -dicen- de un hombre de carne y hueso. Desaparece súbitamente. Duración: segundos.
«El evangelio de la buena nueva no es propiedad de nadie.»
El primado de Pedro, otro «invento» humano.
Mensaje del Resucitado a las mujeres: censurado por Pedro y los primeros cristianos.
Quinta aparición: 16.15 horas, aproximadamente. Interior de la casa de José de Arimatea (Jerusalén). Testigos: María, la de Magdala, y veinticuatro mujeres. Sienten primero una clara sensación de frío. «Como una corriente de viento helado». El Maestro aparece de pronto en el centro del corro que forman las hebreas. Es un hombre de carne y hueso. El Resucitado reivindica el papel de la mujer en la difusión de la buena nueva. «Vosotras -dice- también estáis llamadas a proclamar la liberación de la Humanidad por la buena nueva de la unión con Dios… Id por el mundo entero anunciando este mensaje y confirmad a los creyentes en la fe.» La «presencia» se extingue.
¿Mujeres proclamando la buena nueva? ¿Mujeres al mismo nivel que los hombres? Pedro y el resto -inmersos en una sociedad machista, en la que la mujer quedaba relegada a un segundo plano- no podían aceptarlo. El suceso fue censurado. Duración: entre uno y dos minutos.
Sexta aparición: 16.30 horas. Jerusalén. Interior de la casa de Flavio, antiguo conocido de Jesús. Testigos: más de cuarenta griegos, seguidores de las enseñanzas de Maestro. Aparición repentina. El «Hombre» les pide igualmente que salgan al mundo y que proclamen la buena nueva. «Dentro del reino de mi Padre -les comunica- no hay ni habrá judíos ni gentiles. Aun cuando el Hijo del Hombre haya aparecido en la Tierra entre judíos, traía su ministerio para todos los hombres.» Desaparición fulminante. Duración: poco más de un minuto.
«En el reino de mi Padre no hay gentiles ni judíos.»
Séptima aparición: Alrededor de las 18 horas. En el camino de Jerusalén a Ammaus (entre cinco y seis kilómetros de la Ciudad Santa). Testigos: los hermanos Cleofás y Jacobo, pastores. Un «Hombre» les sale al encuentro. No reconocen al Maestro. Tampoco su voz. El «Hombre» les habla, recordándoles que «el reino anunciado por Jesús no era de este mundo y que todos los humanos son hijos de Dios». El «Hombre» entra en la casa de los pastores, se sienta a la mesa y trocea el pan. Tras bendecirlos, desaparece. Duración: una hora y media, aproximadamente.
Octava aparición: 20.30 horas. Patio a cielo abierto en el hogar de los Marcos, en Jerusalén. Testigo: Simón Pedro. Un «Hombre» se presenta de pronto junto al desmoralizado discípulo. El pescador no lo reconoce, pero sí su voz. El Resucitado, entre otras cosas, le dice: « Prepárate a llevar la buena nueva a aquellos que se encuentran en las tinieblas.» Pasean recordando el pasado y hablando del presente y del futuro. Desaparición igualmente súbita. Duración: más de cinco minutos.
Novena aparición: 21.30 horas. Planta superior de la casa de Elías Marcos, en Jerusalén. Testigos: el cabeza de familia, José de Arimatea y diez de los once discípulos (faltaba Tomás). Puertas cerradas y atrancadas. Aparece un «Hombre luminoso». Nadie reconoce al Maestro. Duración: segundos.
Después de esta vida, Dios regala la vida eterna. Sólo se muere una vez.
«No temáis. Sois hijos de la luz.»
11 de abril Décima aparición: Poco antes de las 8 horas. Interior de una de las sinagogas de Filadelfia (actual ciudad de Ammán). Testigos: Lázaro y más de ciento cincuenta seguidores del Maestro. La reunión tenía por objeto difundir la última noticia procedente de Jerusalén sobre la resurrección de Jesús. Cuando Lázaro y Abner, el jefe de aquellos creyentes, se disponían a hablar, un «Hombre» surgió de la «nada», a escasos pasos de los oradores. Tampoco lo reconocieron. El Resucitado dijo: «La paz sea con vosotros… Ya sabéis que tenéis un solo Padre en el cielo y que únicamente existe un «evangelio» [mensaje] del reino: la buena nueva del regalo de la vida eterna que los hombres reciben por la fe. Al gozar de vuestra fidelidad al mensaje, rogad a Dios para que la verdad se extienda en vuestros corazones con un nuevo y más bello amor hacia vuestros hermanos. Amad a todos los hombres como yo os he amado y servidles como yo os he servido.
»Recibid en vuestra comunidad, con agradable comprensión y afecto fraternal, a todos los hermanos consagrados a la divulgación de la buena nueva. Sean judíos o gentiles. Griegos o romanos. Persas o etíopes. Juan predicó el reino por adelantado. Vosotros, la fuerza del mensaje. Los griegos anuncian ya la buena nueva y yo, en breve, voy a enviar al Espíritu de la Verdad al alma de todos estos hombres, mis hermanos, que tan generosamente han consagrado sus vidas a la iluminación de sus semejantes, hundidos en las tinieblas espirituales. Todos sois hijos de la luz. No tropecéis en el error de la desconfianza y la intolerancia. Si, gracias a la fe, os habéis elevado hasta amar a los no creyentes, ¿no deberíais igualmente amar a vuestros compañeros creyentes de la gran familia de la fe? Recordad que, según améis, todos los hombres reconocerán que sois mis discípulos. Marchad, pues, por todo el mundo, anunciando la buena nueva de la paternidad de Dios y de la hermandad de los hombres. Hacedlo con todas las razas y naciones. Sed prudentes al escoger los métodos para la divulgación de estas verdades. Habéis recibido gratuitamente este mensaje del reino y gratuitamente lo entregaréis. No temáis. Yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin de los tiempos. Os dejo mi paz…»
Dicho esto, el «Hombre» desaparece. Duración: alrededor de tres minutos.
La luz se concede gratuitamente. Entrégala también sin pedir nada a cambio. (Mar Muerto).
La clave del «mensaje enterrado»: todos los hombres son -físicamente- iguales.
16 de abril Undécima aparición, 18 horas. Casa de los Marcos, en Jerusalén. Piso superior. Puertas atrancadas. Testigos: los once discípulos. Como salido de uno de los muros se presenta un «Hombre de carne y hueso». Todos lo reconocen. Es Jesús de Nazaret. El Resucitado ordena que salgan al mundo y anuncien la buena nueva: «Os envío, no para amar las almas de los hombres, sino para amar a los hombres. Sabéis por la fe que la vida eterna es un don de Dios. Cuando tengáis más fe y el poder de arriba haya penetrado en vosotros, no ocultaréis vuestra luz. Vuestra misión en el mundo se basa en lo que he vivido con vosotros: una vida revelando a Dios y en torno a la verdad de que sois hijos del Padre, al igual que todos los hombres. Esta misión se concretará en la vida que haréis entre los hombres, en la experiencia afectiva y viviente del amor a todos ellos, tal y como yo os he amado y servido. Que la fe ilumine el mundo y que la revelación de la verdad abra los ojos cegados por la tradición. Que vuestro amor destruya los prejuicios engendrados por la ignorancia. Al acercaros a vuestros contemporáneos con simpatía comprensiva y una entrega desinteresada, los conduciréis a la salvación por el conocimiento del amor del Padre. Los judíos han exaltado la bondad. Los griegos, la belleza. Los hindúes, la devoción. Los lejanos ascetas, el respeto. Los romanos, la fidelidad. Pero yo pido la vida de mis discípulos. Una vida de amor al servicio de sus hermanos encarnados.»
El Resucitado alza los brazos. Las mangas de la túnica resbalan y muestra a Tomás la piel tersa, sin huella de las heridas. Y le dice: «A pesar de que no veas ninguna señal de clavos, ya que ahora vivo bajo una forma que tú también tendrás cuando dejes este mundo, ¿qué les dirás a tus herrnanos?»
El «Hombre» se distancia, camina hacia uno de los muros y desaparece. Duración: cuatro minutos.
18 de abril Duodécima aparición: Poco después de las 20 horas. Residencia de Rodán, en Alejandría (Egipto). Otro de los seguidores de Jesús. Testigos: ochenta griegos y judíos. Un «Hombre» aparece ante los allí reunidos y les dice: «…El Padre me ha enviado para establecer algo que no es propiedad de ninguna raza, nación, ni tampoco de ningún grupo especial de educadores o predicadores. El mensaje del reino pertenece a judíos y gentiles, a ricos y pobres, a hombres libres y esclavos, a mujeres y varones e, incluso, a los niños…
»iPrestad atención! Esta buena nueva no debe ser confiada exclusivamente a los sacerdotes.
»…Id, pues, y predicad esta gran noticia.»
El «Hombre» se esfuma. Dos días después (20 de abril, jueves), un «correo» llega a Alejandría con la noticia de la resurrección.
Rodán y su gente ya lo sabían. Duración de la «presencia»: dos minutos.
El mensaje era de todos, pero fue enterrado por unos pocos.
Decimotercera aparición: playa de Saidan, lago de Tiberíades.
21 de abril Decimotercera aparición: Poco después del amanecer (6 horas). Playa de Saidan, en el lago de Tiberíades. Testigos: diez de los discípulos (faltaba Simón el Zelota) y el joven Juan Marcos. Un «Hombre» se presenta en la orilla del lago. Las embarcaciones tripuladas por los discípulos se aproximan a la costa. El «Hombre» indica a los pescadores la presencia de un banco de peces (tilapias). Llenan las redes y regresan. Muy cerca, Juan Zebedeo intuye que aquel «Hombre» es el Maestro. Simón Pedro se lanza al agua y nada hasta la orilla. El «Hombre» los invita a comer algunos de los pescados. Todos lo reconocen. El «Hombre» se niega a comer. Pasea con los discípulos por la playa. Lo hace con una pareja cada vez. Al caminar junto a Andrés, el Resucitado, sutilmente, le anuncia la muerte de Santiago (hermano de Jesús): «…Cuando tus hermanos se dispersen como consecuencia de las persecuciones, sé un sabio y previsor consejero para Santiago, mi hermano por la sangre, ya que tendrá que soportar una pesada carga, que su experiencia no le permite llevar». La muerte de Santiago, según parece, se produjo treinta y dos años después (62 de nuestra era). Santiago de Zebedeo, hermano de Juan y David, moriría en el 44.
Duración: cuatro horas.
22 de abril Decimocuarta aparición: Hora «sexta» (mediodía). Monte de la Ordenación (hoy llamado de las Bienaventuranzas), al norte del mar de Tiberíades. Testigos: los once discípulos. Un «Hombre» surge de pronto en la cima. Es Jesús de Nazaret. Impone las manos sobre las cabezas de sus íntimos y conversa con ellos.
Duración: una hora.
«Mi único fin es revelar al Padre.»
Decimoquinta aparición: Hora «nona» (15 horas). Playa de Saidan. Testigos: los once discípulos, el joven Juan Marcos, María (madre de Jesús), parte de la familia de los Zebedeo y alrededor de quinientos vecinos de las aldeas próximas. El Resucitado aparece. La gente retrocede, asustada. Duración: unos quince segundos.
5 de mayo Decimosexta aparición: Hacia las 21 horas. Patio a cielo abierto en la casa de Nicodemo, en Jerusalén. Testigos: el anfitrión, los once discípulos y alrededor de setenta seguidores del Maestro. Un «Hombre» se presenta de improviso. Todos lo reconocen. Jesús les dice: «…He aquí el grupo más representativo de creyentes, embajadores del reino, discípulos, hombres y mujeres, al que he aparecido desde que me liberé de la carne. Os recuerdo ahora lo que os anuncié tiempo atrás: que mi estancia entre vosotros terminaría. Os manifesté que tenía que volver junto al Padre. También os expuse claramente cómo los sacerdotes principales y los líderes de los judíos me entregarían para ser condenado a muerte. Pero también os dije que me levantaría del sepulcro. Entonces, ¿cuál es la razón de vuestro desconcierto?… Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro padre y vosotros sus hijos…»
El «Hombre» desaparece. Duración: cuatro minutos.
13 de mayo Decimoséptima aparición: Hacia la «décima» (16 horas). Cerca del pozo de Jacob (ciudad de Sicar, en Samaria). Testigos: alrededor de setenta y cinco samaritanos, fieles seguidores del Maestro. Todos lo reconocen cuando se presenta ante ellos.
«Ya no deberéis adorar a Dios -les dice en el monte Gerizim o en Jerusalén, sino allí donde os encontréis. Allí donde estéis…»
Duración: tres minutos.
«Debéis adorar a Dios allí donde estéis.»
16 de mayo Decimoctava aparición: Poco antes de las 21 horas. Ciudad de Tiro (costa de Fenicia: actual Líbano). Entre cincuenta y cien testigos, todos paganos y seguidores de las enseñanzas del Maestro. Se presenta un «Hombre» normal y corriente (de carne y hueso). Entre otras cosas, el Resucitado dice: «…No os confundáis. Que los muertos resuciten no constituye la buena nueva del reino. Estas cosas sólo son el resultado, una consecuencia más, de la fe en el mensaje. Forma parte de la buena nueva y de la sublime experiencia de aquellos que, por la fe, se convierten en hijos de Dios, pero, recordad, no es el mensaje».
Duración: entre cuatro y cinco minutos.
18 de mayo (jueves) Decimonovena aparición: 6.30 horas. Estancia superior de la casa de Elías Marcos (Jerusalén). Testigos: los once discípulos, María, Marcos y Rode (una sirvienta). Cuando se disponen a desayunar, un «Hombre» se presenta ante ellos. Es el Maestro. Jesús hace alusión a Judas: «…ya no está con vosotros porque su amor se enfrió y porque os negó su confianza. ¡Confiad, pues, los unos en los otros!» Acto seguido, camina hacia la salida, dirigiéndose con los once hacia la falda occidental del monte de los Olivos. Al cruzar las atestadas calles de Jerusalén, muchos vecinos lo reconocen. Poco después de las 7 horas, el Resucitado y los íntimos se detienen a medio camino de la cima. Jesús pronuncia sus últimas palabras en la Tierra: «…El hombre es un hijo de Dios y todos, por tanto, sois hermanos…»
El Resucitado se despide y desaparece.
Duración: una hora y veinte minutos.
El primer cisma Si esto fue así, salta a la vista que muchas de estas apariciones no fueron del agrado de la primitiva y naciente Iglesia. Pedro, como líder, no consintió que aquel «triunfo» (la resurrección del Maestro) se le fuera de las manos. ¿Igualar a judíos con gentiles? ¿Situar a las mujeres al mismo nivel que los varones? ¿Romper las barreras de la esclavitud en beneficio del revolucionario «mensaje» de Jesús? Nada de eso. Y tres de los discípulos -Bartolomé, Tomás y Simón el Zelota- se vieron empujados a salir de Jerusalén. Fue el primer cisma, del que, naturalmente, nadie habla. Fue el primer desacuerdo grave entre los seguidores del Hijo del Hombre. Bartolomé, Tomás y Simón el Zelota deseaban predicar la buena nueva: la paternidad de Dios y la correspondiente igualdad entre los humanos. Ése era el mensaje del Maestro. Pero la mayoría votó en contra y el mensaje fue enterrado. Y así continúa…
Jerusalén, nadie confía en nadie.
El mensaje enterrado Y para concluir, permítame un juego. Mejor dicho, un supuesto juego. Mientras investigaba sobre las referidas «presencias» del Resucitado, ante mi sorpresa, surgió «algo» inesperado. Al trasladar a un mapa los puntos en los que se presentó Jesús de Nazaret después de muerto aparece una extraña y sospechosa figura geométrica. Una figura que, a su vez, encierra un hermoso y elocuente segundo mensaje. ¿Casualidad? Lo dudo…
Si usted llega a descubrir ese increíble «mensaje enterrado», por favor, escríhame: Apartado de correos 141 – Barbate, 11160. Cádiz. España.
El «juego», se lo aseguro, no le dejará indiferente…
Al unir los puntos de las apariciones surge una misteriosa figura geométrica. ¿Qué le recuerda?
Punto final
«…no pongáis vuestra fe en grandes hombres…»
«Los acontecimientos que iba a tener ocasión de presenciar en la tarde y noche de ese mismo martes, 4 de abril, confirmarían mis sospechas sobre la pésima recepción por parte de los apóstoles, de muchas de las cosas que hizo Y que, sobre todo, dijo Jesús.
En cuanto a Tomás, el gran escéptico, las palabras de despedida de Jesús fueron proféticas.
-No importa lo difícil que pueda ser: ahora debes caminar sobre la fe y no sobre la vista.
»No permitáis que lo que no podéis comprender os aplaste. Sed fieles a los afectos de vuestros corazones y no pongáis vuestra fe en grandes hombres o en la actitud cambiante de la gente…» (Caballo de Troya 1).
Cuadernos de campo
Publicados por primera vez
A lo largo de treinta años de investigación por todo el mundo, J. J. Benítez ha reunido un centenar de cuadernos de campo. Unos textos íntimos -él prefiere llamarlos «cuadernos casi secretos»-, en los que refleja el día a día de viajes, investigaciones, éxitos y fracasos.
Jamás se habían publicado. Con «Planeta encantado» salen al fin a la luz. Una vez más, las imágenes hablan por sí solas…