Imágenes: Iván Benítez.
Tras la pista de «Ricky»
Nunca «Planeta encantado» fue tan sugerente
Nunca «Planeta encantado» fue tan mágico como en esta oportunidad. Nunca tan sugerente y, al mismo tiempo, tan real. Sé que muy pocos creerán en la presente historia. No importa. Yo sé que ha sido cierta. Y algún día -espero-lograré rematarla. Mientras llega ese momento, mientras trato de redondear la segunda parte de Ricky-B, he aquí un avance -unas pinceladas- de lo que he descubierto.
Todo empezó, aparentemente, en 1996. En realidad, esta increíble historia arrancó mucho antes -allá por el año 1972-, cuando el Destino me puso frente al enigma de los «no identificados». Pero será mejor centrarse en lo más reciente…
Cumbres del monte Sinaí. Al pie, la llamada explanada de la «zarza ardiente».
Mar Rojo
De nuevo las «señales»
1
En 1996, este investigador se hallaba inmerso en una desconcertante aventura llamada «Ricky»: una bella norteamericana que, al parecer, tenía muy poco de humana. Lo que conocemos como «infiltrados». Es decir, la presencia en la red social de seres «no humanos» que adoptan el «camuflaje» de un cuerpo físico. Este increíble suceso -relatado con detalle en mi libro Ricky-B- me tenía absorto. Y recuerdo que, necesitado de un respiro en las pesquisas, opté por tomar unas breves vacaciones.
Y volé a Egipto, en compañía de Blanca, mi mujer. Era el 16 de julio del referido e inolvidable año de 1996.
«Ricky», en 1981 o 1982.
De nuevo las señales Pero, como era previsible, ese respiro duró poco…
Nada más pisar El Cairo ocurrió algo -cómo lo diría- difícil de explicar. Esa noche, frente a las pirámides, me ví asaltado de nuevo por el asunto «Ricky». Y una «voz» (?) me sugirió que recurriera a las «señales», algo relativamente habitual en mí y que ya mencioné en la exploración de la cueva existente en Pella (Jordania) (véase El mensaje enterrado). ¿Una prueba? ¿Solicitar una «señal» que confirmase que iba por el buen camino? Pero ¿a quién? ¿Me estaba volviendo definitivamente loco?
Sin embargo, acepté. Dirigí la mirada y el corazón hacia los cielos e hice mío aquel «pensamiento»: «Si estoy en el buen camino -me dije-, si el caso «Ricky» es auténtico, si la hipótesis de los «infiltrados» tiene alguna base, «ellos», entonces, me darán una señal» (Después de treinta años en la investigación ovni, y tras la publicación de cuarenta libros, no creo necesario explicar el significado de «ellos».)
Pero, torpe, como siempre, me adelanté a los acontecimientos, fijando el cómo y el cuándo de dicha «señal»: dos luces en el cielo. Una al encuentro de la otra… Y al reunirse, un fogonazo.
He dicho bien: torpe, como siempre….
Y todo, lógicamente, antes de abandonar Egipto.
Y sucedió. Las «señales» se produjeron, pero fueron más notables de lo que este investigador había establecido.
«Luces», sí Y las repuestas a mi petición se sucedieron. Pero no fui consciente hasta algún tiempo después. Trataré de sintetizar las más destacadas:
19 de julio (viernes).
Al visitar los templos de Abu Simbel, algunos de los compañeros de viaje hacen las típicas fotos. Una vez en España, al revelar las películas, en varias de las fotografías aparecen unos misteriosos objetos volantes no identificados, que nadie vio (!). Esos ovnis, evidentemente, estuvieron sobre nuestras cabezas a plena luz del día.
¿Casualidad? Lo dudo…
20 de julio (sábado).
Al ingresar en el Oberoi Shehrayar, uno de los barcos que recorre el Nilo, el grupo se percata de algo muy extraño: un total de dieciocho relojes están alterados. Algunos -«causalmente»- se han detenido en el 17 de julio, fecha del singular «pacto con los cielos». De las sesenta y cuatro personas que integran la expedición, dieciocho sufren alteraciones en sus relojes. Es decir, el 28 por ciento. Como saben los estudiosos e investigadores del fenómeno ovni, las detenciones, los atrasos y los adelantos en los reloj es son frecuentes en presencia, o en las proximidades, de estas naves. Demasiada casualidad…
24 de julio (miércoles).
A las 16.30 horas, el grupo se dirige al aeropuerto de Luxor. Un vuelo de Egypt Air, contratado para las 18 horas, debería trasladamos a la mítica península del Sinaí. El programa es simple, pero agotador: llegada al pueblo de Sharm el Sheik, al sur de la montaña de Dios, a las 19.25 horas. Cena en el hotel y, acto seguido, desplazamiento en bus hasta el pie del Sinaí, en las cercanías del monasterio de Santa Catalina. Desde allí, aproximadamente a las 2 de la madrugada, ascensión a la cumbre, a pie.
Monasterio de Santa Catalina, al pie de los agresivos macizos graníticos del Sinaí.
J.J. Benítez, en el Sinaí. Una nueva aventura estaba a punto de comenzar.
El Destino, sin embargo, tenía otros planes…
Ante la sorpresa e indignación general, el vuelo de Egypt Air es cancelado. Estamos en un país árabe: todo es posible…
Siete horas más tarde conseguimos despegar de Luxor. Es un milagro. ..
Llegada a la península del Sinaí a la 1 de la madrugada. La subida a la montaña sagrada, obviamente, se pospone para el día siguiente. Es todo muy extraño…
25 de julio (jueves).
Agradecemos el respiro; estamos agotados. El conflicto en Luxor, en definitiva, nos proporciona unas horas de descanso. La ascensión al Sinaí se llevará a cabo esta próxima madrugada. Blanca y yo aprovechamos la jornada libre para nadar y bucear en las transparentes aguas del mar Rojo. El baño nos relajaría de cara a la dura subida del Sinaí, prevista para la 1 de la madrugada.
Al principio todo transcurrió con normalidad. Recuerdo que me alejé de mi esposa y seguí buceando y disfrutando. De pronto, en una de las salidas a la superficie, la vi gesticular. Me asusté. Nadé hacia ella y, al llegar a su altura, el corazón me dio un vuelco. Sangraba abundantemente por la pierna izquierda. Al parecer se había cortado con uno de los afilados corales del fondo. Y entre lágrimas fue a mostrarme una de las manos: le faltaba un anillo de oro. No supo explicarse con claridad. Al sentirse herida, llevó la mano a la pierna. Fue cuestión de segundos. Al sacar la mano del agua, el citado anillo (regalo de cumpleaños) ya no estaba. Blanca asegura que no lo vio caer. Sencillamente, desapareció.
Y entre lágrimas, como digo, me rogó que lo buscara. ¿Buscado? ¿Dónde? Y la mujer, desolada, sólo acertó a señalar una amplia zona de agua. No tardé en comprender que la búsqueda era una labor poco menos que imposible.
Buscar un anillo en el fondo del mar Rojo: buscar una aguja en un pajar.
El «egipcio» Y en ésas estábamos cuando, de improviso, sin saber cómo ni de dónde, se presentó ante nosotros un individuo joven. Me pareció egipcio, pero no podría asegurado. Y en inglés, con evidentes prisas, apremió a Blanca para que saliera del agua. Es más, sin interesarse por la abundante y escandalosa sangre que manaba de la pierna, la tomó por la muñeca, arrastrándola prácticamente hacia la orilla. Y yo, como un perfecto idiota, permanecí en silencio, contemplando cómo aquel misterioso individuo se alejaba con Blanca hacia la costa. A mí, sencillamente, me ignoró. Todo su afán era sacar a mi mujer de la mar.
Con el paso del tiempo le he dado muchas vueltas a este desconcertante suceso. ¿Quién era aquel joven? ¿Por qué se presentó en ese momento? ¿A qué obedeció su extraño comportamiento?
Las respuestas -creo- llegarían después…
Los vi alejarse e, incomprensiblemente, en lugar de seguirlos e interesarme por la salud de mi mujer, di media vuelta. Exploré con la vista la amplia franja de agua en la que, supuestamente, había perdido el anillo de oro y, movido por una «fuerza» que no he logrado explicar, me sumergí a la búsqueda del pequeño tesoro. Buceé en círculos. Descendí una y otra vez, explorando las agujas de coral y los paños arenosos. Pero fue inútil. Tal y como imaginaba, el anillo no aparecía.
Una hora más tarde, el frío, el cansancio y la lógica decepción me obligaron a desistir. La búsqueda era una pérdida de tiempo. E inicié el regreso hacia la orilla.
El anillo de plata, en el dedo de Blanca.
Un destello Pero, impulsado por un último afán, deseoso de encontrar el anillo y complacer así a Blanca, seguí buceando hasta casi rozar los corales con el pecho. Me aferré a ellos y avancé hasta alcanzar los cuarenta o cincuenta centímetros de profundidad. Era el límite. Allí, necesariamente, debía incorporarme. Y en el último instante, cuando estaba a punto de ponerme en pie, un destello me mantuvo en el agua. ¿Un destello? Casi me pareció un fogonazo…
Me sujeté como pude a los afilados corales y fijé la vista en el reducido fondo arenoso que tenía ante mí. ¿Qué era aquello?
Se hallaba casi enterrado, pero brillaba con gran fuerza. No lo dudé: lo tomé entre los dedos y salí a la superficie. Y durante unos segundos permanecí atónito, con la pieza en la palma de la mano.
¡Increíble! Buscaba un anillo de oro y acababa de encontrar uno de plata…
¿Casualidad? ¿Otra más? Ahora sé que no…
Y recuerdo que, feliz -extrañamente feliz-, busqué a Blanca en la playa. Le narré lo sucedido e introduje el anillo de plata en su dedo corazón. Curioso: encajó perfectamente.
En cuanto al «egipcio» -el extraño personaje que arrastró a mi esposa hacia la orilla-, nadie supo darnos razón. Nadie lo conocía. Nadie se percató de su presencia. Nadie lo vio desaparecer. Ni Blanca ni yo pudimos entender su enigmático comportamiento, a no ser que tuviera mucho que ver con el hallazgo del no menos misterioso anillo de plata…
Nuevas «señales» sobre las pirámides.
Y otro tanto ocurrió con el hipotético propietario del anillo. Las gestiones fueron inútiles. Nadie lo reclamó. Al parecer,
nadie lo había extraviado. La búsqueda fue infructuosa. Parecía como si «alguien» lo hubiera depositado en el fondo del mar Rojo…, para que yo lo encontrara.
29 de julio (lunes).
El grupo pasa la noche en el interior de la Gran Pirámide. Varios expedicionarios tomaron fotografías en el exterior. Al revelar las películas, nuevas sorpresas: nuevos objetos que nadie vio. Y otro «detalle» de especial interés: hacia las 3.30 horas de esa madrugada se observan varios y potentes destellos sobre la vertical de Keops. Blanca y este investigador se retiraron media hora antes…
Sur de España
Un asombroso «encuentro»
2
El «lucerillo», con los mismos símbolos que los grabados en el anillo de plata.
Ahora, en la distancia, con la frialdad que proporciona el tiempo, sé que mi petición fue satisfecha. ¡Y de qué forma! Y proseguí con entusiasmo las investigaciones en torno a la misteriosa «Ricky», la supuesta «infiltrada». Y fue en aquel agosto de 1996, a mi regreso en España, cuando otro investigador, el joven Iker Jiménez Elizari, me puso al corriente de un caso ovni registrado en el sur de España en la mañana del citado 16 de julio. Se trataba de un encuentro cercano, y prometí ocuparme del asunto en cuanto me fuera posible.
Un mes más tarde -el 24 de septiembre me sentaba, al fin, frente al testigo de Los Villares. El encuentro ovni, efectivamente, había tenido lugar hacia las doce del mediodía del referido 16 de julio de 1996, la misma fecha en la que Blanca y yo volamos a Egipto y en la que se registró la extraña «petición». Pero eso no fue todo…
Veamos, muy sintetizada, la crónica de aquel singular suceso, acaecido en la provincia de Jaén (Andalucía) y protagonizado por Dionisio Ávila, vecino del citado pueblo de Los Villares:
El testigo, en el lugar del extraño «encuentro».
Un paseo habitual La aventura de Dionisio, como digo, empezó aquella luminosa mañana. Eran las doce, poco más o menos. Ávila es un hombre sencillo, muy querido y respetado por sus paisanos. Siempre ha vivido en Los Villares, un pueblo agrícola situado a catorce kilómetros de Jaén. Dionisio está jubilado. Fue carbonero y agricultor. No sabe leer ni escribir. Su vida, en definitiva, ha sido muy elemental. Pero un buen día -ese 16 de julio todo cambió.
Siguiendo la costumbre, Dionisio Ávila salió esa mañana de su domicilio y se dispuso a dar su paseo habitual por las cercanías de la localidad. El cielo aparecía azul y despejado. Junto a él, Linda, su fiel y dócil perra.
Los Villares, en Jaén.
Ocurrió al subir la suave loma de los Barrero, a cosa de medio kilómetro del pueblo. Linda se mostró inquieta. El hombre se detuvo, tratando de animar ala perra. Pero fue inútil. El animal, visiblemente atemorizado, terminó desapareciendo de la vista del anciano. En el lugar -según el testigo-, se percibió un silencio extraño…
Dionisio Ávila y el investigador.
«Al principio -cuenta Dionisio-, al ver cómo pegaba el hocico a la tierra, pensé que había localizado a otro perrillo. Y no le hice mayor caso…»
Y nuestro hombre siguió caminando, dispuesto a llegar a una vieja encina, debajo de la cual suele sentarse y descansar. Pero, al coronar la loma, se llevó la sorpresa de su vida: a escasos metros del atónito jubilado flotaba un extraño «cacharro». Un objeto que, en su ignorancia, Dionisio confundió con un contenedor de lCONA (antiguo organismo dedicado a la conservación de la naturaleza).
El testigo observó el aparato durante unos segundos. Y, presintiendo algo, llamó a gritos a la perra. Poco después, Linda regresó junto a su amo.
«Estaba rara -manifestó el anciano-. Parecía recelosa y con miedo.»
Y Ávila siguió contemplando el «cacharro» de lCONA.
Como una «media naranja» «Era circular. De unos tres metros de diámetro y parecido a una media naranja, pero con una especie de cúpula en lo alto.» Y, asombrado, fue acercándose despacio, muy despacio. «Aquello», evidentemente, no era normal. Dionisio caminaba todos los días por la zona y sabía que el dichoso «cacharro» nunca había estado allí.
«Era rarísimo. Flotaba en el aire. Quizá a treinta o cuarenta centímetros del suelo. Y noté un olor terrible. ¿Cómo le explicaría? Sí, una peste a carburo… -Después, el testigo entró en detalles-: Era muy brilIante. Casi como el cristal, pero no puedo jurárselo. Por debajo se oía un ruido. Me recordó el que hace el gas cuando escapa de la bombona de butano, pero más despacio.»
Y, ni corto ni perezoso, fue a rodear el supuesto «cacharro». Hasta esos momentos -insisto-, Dionisio seguía creyendo que «aquello» no era otra cosa que un «trasto>> dejado en el lugar por los guardas forestales.
Ocurrió al subir la suave loma de los Barrero, a cosa de medio kilómetro del pueblo. Linda se mostró inquieta.
Desde aquel setiembre de 1996 he conversado con Dionisio Ávila a razón de dos o tres veces por año. Pues bien, siempre contó la misma historia respecto a este primer encuentro con el ovni.
Y sin prisas, ignorando la naturaleza de lo que tenía delante, fue rodeando el objeto. «Estuve muy cerca. Quizá a medio metro o menos… Poco faltó para que lo tocara. No me atreví. No me gusta que me tachen de curioso.»
En lo alto del objeto, en la cúpula, se distinguían unas ventanas redondas y oscuras. Seis en total y similares a los «ojos de buey» de los barcos. Tres a un lado y el resto en la superficie opuesta. Y entre los dos grupos de ventanas, lo que Dionisio calificó como un «emblema» o algo parecido: dos «palos» y un «cero»…
Dionisio, en el lugar del cuasi aterrizaje del extraño objeto. La hierba no volvió a crecer.
«No podría decide si estaban pintados. Eran grandecitos. Cada «palo» vertical mediría una cuarta [alrededor de veintiún centímetros], más o menos. El «cero», en cambio, era más chico. Quizá tuviera doce o quince centímetros de diámetro.»
Y Dionisio Ávila, a petición mía, fue a dibujar el ovni y, por supuesto, el extraño «emblema». ¡Palo-cero-palo! Justamente en ese orden: I O I.
Necesité un tiempo para reaccionar. Aquello no podía ser otra casualidad. ¡Eran los mismos signos que presentaba el exterior del anillo de plata encontrado en el mar Rojo! ¿Cómo era posible? Dionisio, naturalmente, no sabía nada de mí, ni de mi reciente viaje a Egipto, ni mucho menos de la existencia del citado anillo. . .
Pero las sorpresas no concluyeron ahí.
El anillo de plata presenta los mismos signos que la cúpula del ovni.
Dos mujeres y un hombre Terminada la gira de inspección en torno al objeto, el testigo prosiguió su camino, dirigiéndose hacia la mencionada encina, a poco más de cuatro metros del lugar donde flotaba la nave. La visión de aquella «cosa» empezó a intranquilizado.
Pero -según él- el miedo no se había presentado, todavía…
«Eran tres: dos mujeres y un hombre. Me miraban…»
Ya cosa de tres metros del objeto, Dionisio, instintivamente, volvió la cabeza hacia el referido «cacharro». Fue entonces cuando los vio.
«No sé de dónde salieron ni cómo llegaron. Sencillamente, al mirar atrás, los ví junto al «cacharro». Eran tres: dos mujeres y un hombre. Me miraban…»
Fue entonces cuando apareció el pánico.
«No eran muy altos…»
«Tendrían 1,70 metros de altura, pizca más, pizca menos. Vestían unos buzos muy ajustados y resplandecientes. Miento: en un primer momento pensé que estaban en cueros. No sé cómo explicarle. .. Era como si la ropa estuviera pintada.»
¿Quiénes eran aquellos seres? ¿De dónde habían salido? ¿Qué buscaban? ¿Por qué lo miraban así?
«Eran muy bonitos. También los trajes; brillaban como el papel de estaño. Por más que miré no vi cremalleras ni botones. Los «monos» eran de una sola pieza. ¿Me entiende?»
«Tenían los ojos rasgados, como los indios del Perú.»
«No vi labios. Eran preciosos. Una gente tan bella no puede ser mala.»
Asentí. La descripción era típica. En mis archivos hay cientos de casos similares.
«Me quedé mirando como un tonto. Estaban alineados. Casi no se movían. Y no me quitaban ojo. Como le digo, empecé a notar algo raro. Si usted quiere, llámelo miedo. Las cosas como son…
«Lo que recuerdo es que, de pronto, vi acercarse una luz.»
»Tenían la cabeza pelada y los ojos rasgados, como los indios del Perú. El resto, salvo la boca, era normal. No vi labios. Eran preciosos. Muy bonitos. Una gente tan bella no puede ser mala.»
Al preguntarle por qué estaba tan seguro de que eran dos mujeres y un hombre, Dionisio replicó con una pícara sonrisa: «Por los pechos y las caderas, señor. Uno es de pueblo, pero no tonto. Al hombre, además, se le marcaba el «paquete». ¿Sabe de qué hablo?»
Y el testigo entró en la última fase de su experiencia. Una experiencia que, lógicamente, jamás olvidará. «Nunca supe de dónde salió. Lo que recuerdo es que, de pronto, vi acercarse una «luz». No sé si la arrojaron ellos, supongo que sí. Trazó un arco y cayó a mis pies. Era un «lucerillo».»
Por lo que entendí, al hablar de un «lucerillo», Dionisio Ávila se estaba refiriendo a una luz de reducidas dimensiones, similar -según sus palabras- a la que produce la bombilla de una bicicleta o de una moto.
«Entonces me incliné y la tomé en las manos. Los seres seguían de pie, inmóviles. -y se apresuró a matizar-: ¡Qué misterio, oiga! Al agarrar el «lucerillo» ya no era un «lucerillo».»
Buscó mi comprensión y redondeó: «Quizá no me crea. No lo culpo. Pero sepa que digo la verdad. El «lucerillo» se convirtió en una piedra.»
Naturalmente, lo observé con incredulidad. Y el hombre ratificó con vehemencia: «¡Una piedra, sí! Oscura. Redonda como una pelota de tenis y con muchos laberintos.»
«¡Una piedra, sí! Oscura. Redonda como una pelota de tenis y con muchos laberintos.»
¿Laberintos?
Y Dionisio, con su peculiar lenguaje, explicó que los «laberintos» en cuestión eran signos grabados, muy raros, que jamás había visto. «Signos y marcas -añadió trabajados en la piedra. Un «laberinto muy poco cristiano.»
Instantes después, seres Y nave desaparecieron.
«Tampoco me pregunte cómo. No sabría decirle o, lo que es peor, le mentiría. Estaban allí y, en un abrir y cerrar de ojos, dejaron de estar. Se esfumaron.»
Y allí quedó el atemorizado y descompuesto jubilado, con el «lucerillo» en la mano y sin saber adónde mirar. El pánico, entonces, terminó por ahogarlo. Y el buen hombre se lanzó a la carrera, huyendo hacia el pueblo.
Ésta, en síntesis, fue la primera historia vivida por Dionisio Ávila en las afueras de Los Villares. Una historia que me llevaría muy lejos…
La «luz» se transformó en una piedra…
Los análisis
Una investigación que no ha terminado
3
Lógicamente le pedí que me mostrara la piedra. Una de dos: o Dionisio decía la verdad o estaba ante un importante mentiroso…
El buen hombre no lo dudó. Buscó la piedra en cuestión y la puso en mis pecadoras manos. La examiné con desconfianza. Se trataba, en efecto, de una pequeña piedra esférica, de color plomo y de un estimable peso, teniendo en cuenta el reducido volumen. La totalidad de la superficie se hallaba trabajada con unos no menos extraños signos, tal y como había anunciado el testigo. Y, de pronto, quedé tan de piedra como el «lucerillo». Uno de los símbolos me resultó familiar. ¡No podía creerlo!
¡Otro «I O I» ¡Otra vez el «emblema»! ¿Cómo era posible?: «palo-cero-palo» en el exterior del anillo de plata (nueve «ceros» y nueve «palos»), en la cúpula del ovni y también en el «lucerillo». ¿Casualidad?
Y fue a raíz de este providencial encuentro con el anciano de Los Villares cuando «desperté» y comprendí que ambos sucesos -mar Rojo y sur de España- tenían mucho en común. . .
¿Qué era aquello? ¿Me hallaba ante una piedra de origen o manufactura «no humana»? Y el instinto me susurró que no estaba equivocado. . .
Me faltó tiempo para solicitarle que me prestara el «lucerillo». Aquélla, en mi opinión era una prueba interesante y convenía analizada. Ávila hizo algo mejor: puso la piedra en mis manos y me la obsequió. Este generoso gesto me permitiría trabajar con un amplio margen de tranquilidad. Ahora, efectivamente, convenía someter el «lucerillo» y el anillo de plata a toda una batería de exámenes científicos. Y así fue.
El «lucerillo» es una piedra común en la región.
El lucerillo. Durante varios años, como puede imaginar el lector, la pequeña piedra esférica ha ido pasando de laboratorio en laboratorio y de universidad en universidad. Y debo adelantar que las investigaciones no han terminado. Y otro tanto sucedió con el anillo. Pero vayamos por partes.
Los primeros estudios sobre el «lucerillo» tuvieron lugar en las universidades de Granada, Cádiz, Madrid y en el Instituto de Ciencia de los Materiales de Sevilla, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Todos coincidieron: estábamos ante un nódulo de baritina (BaSO 4) un material margoso muy común en la región de Los Villares y correspondiente a depósitos marinos del cretácico inferior. Estos materiales se exfolian o se parten según una fractura concoidea, dando lugar a formas más o menos redondeadas. En dichos materiales margosos se encuentran -con relativa frecuencia- nódulos de barita y/o celestina. Dichos nódulos, de tamaños comprendidos entre dos y tres y siete u ocho centímetros, son de origen diagenético, es decir, formados durante las primeras etapas de litificación del sedimento.
Al principio dudé. ¿Había fabricado Dionisio Ávila los grabados del «lucerillo»?
En otras palabras: el «lucerillo» es una simple concreción de barita, un material común en la referida región andaluza de Los Villares. ¿Qué significaba este veredicto de los científicos? Muy simple: la piedra que fue arrojada a los pies del anciano es terrestre. No tiene nada que ver con un posible origen «no humano».
Respecto a las incisiones o grabados, los exámenes con el microscopio electrónico fueron concluyentes. Las hay de tres tipos: las realizadas con un punzón, actuando sobre la piedra con algún dispositivo de torneado; las efectuadas a mano alzada y las ejecutadas con un sistema abrasivo ancho, de unos dos milímetros, de fondo plano, y rematadas en su fase final con un material mucho más blando. Se apreciaron igualmente dos fases bien diferenciadas en la elaboración de los grabados; una reciente y otra mucho más antigua. Los expertos justificaron este hecho por la ausencia, en algunas incisiones, de material particulado. En otras, en cambio, era abundantísimo.
En los laboratorios se detectó también una sustancia -parecida a la cera- que cubre la superficie de la piedra. Pero no supieron determinar la naturaleza de dicho barniz.
Por último, uno de los detalles que más sorprendió a los investigadores fue la extraordinaria circularidad de uno de los grabados: los círculos concéntricos. Las medidas efectuadas con un programa de tratamiento de imagen arrojaron una casi perfecta circularidad, con desviaciones, en las medidas de los diámetros, inferiores al uno por ciento. En conclusión: aquello tenía que haber sido grabado necesariamente con medios mecánicos.
Algunos de los grabados que presenta la piedra esférica.
Y las dudas siguieron ahí. ¿Quién grabó esos extraños signos? Estaba claro que alguien -perfectamente humano- podía ser el autor de semejante «laberinto». ¿Quizá Dionisio Ávila? ¿Me encontraba frente a un fraude?
El instinto, como decía, afirmaba lo contrario. El jubilado no mentía. Aquel primer encuentro fue real. . .
Por otro lado, según los laboratorios, las incisiones fueron practicadas en dos épocas muy diferentes. Una de gran antigüedad, aunque, por el momento, no ha sido posible datarla. Esto significaba que el grabador tenía que haber llevado a cabo las incisiones en dos tiempos distintos. Uno reciente y el otro quién sabe cuándo. . .
¿Es que el testigo del avistamiento ovni, de los tres seres y del «lucerillo» había planificado el engaño con semejante meticulosidad? Pero ¿para qué inventar una historia tan compleja? Y lo más extraño: ¿cómo explicar la increíble coincidencia del «emblema»? Dionisio Ávila, insisto, es analfabeto. No sabe dónde se encuentra el mar Rojo, nunca supo de mis anteriores indagaciones sobre «Ricky» y, como digo, no tenía conocimiento de la existencia del anillo de plata. Y terminé rechazando las lógicas dudas…
Si el «lucerillo» fue arrojado a los pies del anciano por los seres que se presentaron junto a la nave, ¿por qué ignorar la posibilidad de que las incisiones fueron obra, igualmente, de dichos personajes? Lo lógico es que tales signos hubieran sido trabajados al «estilo humano», es decir, con medios, o con una técnica, que no llamasen la atención. No sería la primera vez que ocurre algo similar y, supongo, no será la última. Estaba claro que las investigaciones debían continuar. «Algo» se nos escapaba. ..
Características del «lucerillo»
. Composición básica: baritina, material común en la región de Los Villares (Jaén).
. Peso: 89,4 gramos. Alta densidad (4,5).
. Dureza: entre 3 y 3,5 en la escala de Mohs. Material fácil de trabajar.
. Diámetro ecuatorial: 3,9 centímetros. Círculos concéntricoso diámetro círculo menor: 11 mm; diámetro círculo mayor: 22 mm. Similar al diámetro del anillo de plata.
. Según la policía científica: grabados hechos por alguien que utilizó la mano derecha.
. Extraña presencia de aluminio en su composición y de una sustancia parecida a la cera que cubre la totalidad de la piedra.
. Las grabaciones fueron realizadas en dos épocas bien diferenciadas. Una de ellas, muy antigua (?).
. Extraordinaria perfección en la circularidad de los círculos concéntricos grabados en uno de los polos de la piedra. Las desviaciones son inferiores al uno por ciento.
La mano de J.J. Benítez, a través de la termovisión.
El anillo de plata. También el anillo de plata fue sometido a toda suerte de análisis. Al principio, los expertos no hallaron nada anormal. Se trataba de plata. Una excelente aleación, con los componentes normales: cobre, oxígeno y carbono. Fue algún tiempo después -noviembre de 1998- cuando alguien se percató de una enigmática -casi imposible- característica del referido aro de plata. La génesis de este «hallazgo» fue igualmente singular. He aquí un resumen:
. En la madrugada del 12 al 13 de agosto del citado año de 1998, un objeto volante no identificado fue observado en la localidad gaditana de San Roque, muy próxima a «Áb-ba», mi residencia habitual. Y la población sufrió un más que sospechoso corte de luz.
En esas fechas, servidor se encontraba a miles de kilómetros, en el mar Rojo investigando de nuevo el asunto del anillo de plata. A mi regreso, al tener conocimiento del avistamiento ovni en San Roque, me puse en movimiento, e inicié las correspondientes averiguaciones. Un objeto no identificado, efectivamente, fue observado por los vecinos muy cerca de una de las torretas que suministra energía eléctrica a la localidad. Pues bien, en una de las múltiples visitas a la zona ocurrió «algo» que enredó un poco más el ya complicado rompecabezas…
Francisco Sánchez Viera, con la cámara de termovisión, midiendo la temperatura del anillo de plata.
Fue el 25 de noviembre. Esa mañana me hallaba reunido con los técnicos de la compañía Sevillana de Electricidad, propietaria de la citada torreta, en la subestación de San Roque. Trataba de esclarecer el apagón de luz cuando, de pronto, irrumpió en el lugar Francisco Sánchez Viera, empleado de la referida compañía y experto en termovisión: un sistema de alta tecnología, utilizado en la medición y filmación de temperaturas en las líneas eléctricas y, en general, de cualquier cuerpo. Francisco portaba su cámara de termovisión; estaba allí por razones profesionales. Era la primera vez que nos veíamos. Aparentemente, el encuentro era casual. ¿Casual? Ahora, sinceramente, ya no estoy seguro. . .
Me sentí intrigado por la mencionada cámara y el afable Sánchez Viera nos mostró el funcionamiento de la misma. Instintivamente (?) le pedí que enfocara hacia el anillo de plata que llevaba en mi mano izquierda. ¿Por qué lo hice? Ni idea…
El anillo ofrece lecturas no comprensibles para la física.
La cuestión es que Francisco, gentil, accedió. Enfocó la cámara de termovisión y, sorprendido, comentó: «Debe de tratarse de un error. ..» y sin más comentarios repitió la operación.
«No puede ser-exclamó de nuevo, visiblemente contrariado-. La cámara está perfectamente.»
Tercer intento.
El grupo, desconcertado, aguardó una explicación. Finalmente, mostrando la imagen captada por la cámara, resumió:
«Aquí pasa algo muy raro… Ese anillo tiene unas temperaturas imposibles.»
¿Qué quería decir Sánchez Viera? Las imágenes que acompañan el presente texto hablan por sí solas…
El anillo presenta cuatro temperaturas distintas.
Lo que teníamos a la vista -lo que marcaban los termogramas- no era lógico. El anillo hallado en el fondo del mar Rojo se comportaba de forma anormal. Como decía el experto en termovisión, «casi imposible>>. Veamos por qué.
Mientras los dedos de mi mano presentaban las temperaturas lógicas (28, 35 o 36 grados Celsius, según las zonas), la superficie exterior del anillo ofrecía unas lecturas muy diferentes. A juicio del experto, «imposibles». Algunas de las secciones de dicho anillo marcaban siete grados Celsius. Otras diez e, incluso, ¡cinco grados!
¡Imposible! Sánchez Viera tenía razón: ningún anillo se comporta de forma tan extraña. Ningún anillo colocado en un dedo puede descender a temperaturas tan bajas y, mucho menos, cuando la temperatura ambiente, en esos momentos (13 horas), era de dieciocho grados. A lo sumo, tratándose de plata (un excelente conductor), el anillo debería haber permanecido a una temperatura que podía oscilar alrededor de veinticinco o veintiocho grados Celsius. Nunca a cinco, siete o diez grados…
Lo más increíble, sin embargo, es que, a pesar de esas mediciones tan bajas, el anillo -al tacto- se presentaba caliente.
Cosa de locos, lo sé. Pero así fue. Y nadie logró explicar el desconcertante comportamiento del anillo de plata. Repetimos la operación y los resultados fueron idénticos.
Aquella enésima sorpresa me dejó perplejo. ¿Qué clase de anillo había «encontrado» en las aguas del mar Rojo?
Energía no visible Tratando de buscar una explicación lógica a las sorprendentes características del anillo, lo sometí a nuevas exploraciones.
Al retirado del dedo, los termogramas arrojaron un espectáculo que no olvidaré jamás: el anillo, entonces, aparecía envuelto en un intenso «halo» blanco. ¿Se trataba de luz? Pero ¿qué clase de luz? ¿Por qué no era detectable a simple vista y sí con el sistema especial de termovisión? ¿De dónde procedía esa radiación? ¿Era algo propio del anillo? ¿Una energía que yo mismo trasvasaba?
Nadie ha sido capaz de explicar el «halo» de luz.
Hasta el momento, nadie ha logrado aclarar el misterio. Otro más…
Y las pruebas, obviamente, se multiplicaron. Una de ellas vino a confirmar la indiscutible realidad del «halo» o radiación. Se colocó una copia -en oro- junto al original y ambos anillos fueron sometidos nuevamente al sistema de termovisión. El de oro, como era de esperar, no presentó «halo» alguno. El de plata, en cambio, se manifestó como un potente emisor (?) de energía. Las imágenes (los termogramas) son incuestionables.
Los expertos, en efecto, no supieron qué hacer ni qué decir. Aquello, sencillamente, iba contra las leyes físicas. Al menos, contra las humanas…
Otra imagen desconcertante: el anillo emite una extraña «luz».
Y los investigadores observaron otro «detalle» igualmente extraño: al retirar el anillo de plata de mi dedo, las temperaturas de algunas secciones se «disparaban», alcanzando hasta los veintinueve grados Celsius. ¿Cómo era posible si el ambiente se hallaba en esos momentos a dieciocho grados? En esta oportunidad -también para sorpresa de todos-, a pesar de las altas mediciones (veintinueve grados), el anillo, al tacto, aparecía frío (!). Era el proceso inverso al registrado en noviembre de 1998.
¡De locos, sí!
Y en lo más íntimo reforcé mi convencimiento: anillo de plata, «Ricky» y avistamiento en Los Villares guardaban relación. Todo parecía tener un mismo origen.
Y de ser así, ¿adónde conducían estos hechos? Durante semanas viví obsesionado con estos singulares «hallazgos». El círculo se cerraba poco a poco pero servidor, torpe, como siempre, no fue consciente de ello…
Copia, en oro, a la izquierda. Obviamente no emite luz. El de plata, en cambio, sí.
El interior Y las pruebas se sucedieron. Si el anillo se comportaba como una especie de condensador térmico, cediendo (?) energía al acoplado a mi dedo y si, al retirado, actuaba como un «emisor», ¿de dónde procedían esas propiedades? ¿Quizá del interior? ¿Me hallaba ante una «tecnología» no humana?
Sólo conocía un medio para salir de dudas. Y así lo hice. El anillo fue depositado esta vez en los laboratorios del Instituto de Ciencia de los Materiales, en Sevilla. Y los científicos investigaron su naturaleza interna. Gran decepción: ni los ultrasonidos, ni el microscopio electrónico, ni tampoco las radiografías detectaron anomalía alguna. Todo era compacto y normal: ningún hueco extraño, oclusión o discontinuidad. Como ya he mencionado, el anillo es de plata, de excelente calidad (ley 925), con diferentes picos de cobre oxígeno y carbono.
Pero no fue ésta la única decepción en aquellos días. En algunas de las pruebas, los asombrosos cambios de temperatura no se produjeron. Y el anillo ofreció las lecturas lógicas en cualquier pieza de esta naturaleza. Así lo constatamos, por ejemplo en la Escuela Superior de Ingenieros de Sevilla (Sección de Termodinámica).
Todo parecía coincidir: «Ricky», anillo y avistamiento ovni en Los Villares.
No supe qué pensar. Parecía como si el desconcertante anillo tuviera vida propia y actuara «inteligentemente». Naturalmente repetimos los ensayos con la cámara de termovisión. Y el «halo» blanco apareció de nuevo, registrándose los singulares fenómenos de las temperaturas <imposibles» .
¿De qué me asombraba después de treinta años en la investigación ovni? Si realmente me hallaba ante algún tipo de tecnología «no humana», ¿quién era capaz de imaginar hasta dónde podían llegar los responsables de esta mágica historia? Y dejé hacer al Destino…
Algunas claves del anillo de plata
. «Hallado» por J. J. Benítez el 25 de julio de 1996 al sur del Sinaí (Sharm el Sheik, mar Rojo), a las 18 horas (local).
. Profundidad: entre cuarenta y cincuenta centímetros. Semienterrado en un paño arenoso. Brillaba con gran fuerza.
. Peso: 8 gramos.
. Diámetro interior: 19 milímetros (promedio: 18,4 mm. No es exactamente circular). Diámetro exterior: 21 milímetros. Grosor: l mm.
. Altura: 9,5 milímetros. Altura de cada «palo»: 4 mm. Diámetro de cada «cero» o círculo: 2 mm.
. El interior presenta dos grabaciones: una «R» circunscrita en un círculo con la ley de la plata (925) y un «rectángulo».
Sahara
Signos bereberes en la piedra esférica
4
Esta vez, el Destino me condujo hasta el desierto del Sahara.
La siguiente «casualidad» no tardó en presentarse. En realidad me lo habían advertido en las diferentes visitas a las universidades, al someter el «lucerillo» a los ya mencionados análisis. Pero, como siempre, torpe y distraído, no presté demasiada atención. Algunos científicos lo insinuaron: los signos grabados en la piedra esférica guardan semejanza con el llamado alfabeto bereber, una lengua casi desconocida y que, al parecer, todavía se habla en el Sahara.
¿Símbolos africanos en una piedra supuestamente arrojada a los pies del testigo por unos no menos supuestos seres «no humanos»? Parecía demasiado.
La sugerencia no tenía fundamento. Y me pregunté: ¿qué ocurre con el resto de la historia? ¿Tiene alguna explicación racional? Por supuesto que no, pero…
Y necesitado de todas las pistas posibles, terminé entrando en la investigación de aquella nueva e hipotética faceta. Y emprendí otra laboriosa ronda de consultas con los más prestigiosos expertos en bereber. Especialistas como Galand, Onrubia, Tilmatine, Alonso, Tasmount, Springer, Merciery Aghali-Zakara, entre otros, fueron unánimes: aquello era bereber, sin duda. Al contemplar el «lucerillo», o las fotografías de los signos, se mostraron seguros. Estábamos ante rasgos concretos del lenguaje líbico- bereber, un idioma cuya antigüedad se pierde en la noche de los tiempos -algunos expertos sitúan el origen en el quinto milenio antes de Cristo y del que se sabe muy poco. De aquel bereber antiguo quedan hoy algunos vestigios entre los tuaregs que habitan el Sahara y el norte de África. Pero la remota lengua ha sufrido las lógicas perturbaciones y, en la actualidad, los doce alfabetos supervivientes (todos ellos derivados de aquel bereber antiguo) no sirven para reconstruir la referida y primitiva escritura. Ésta fue la razón básica por la que ninguno de los expertos mencionados alcanzó a «traducir>> los signos grabados en la pequeña y oscura piedra esférica encontrada en el sur de España. Todos coincidieron: algunos de los símbolos eran desconocidos. Se trataba, muy posiblemente, de signos antiquísimos pertenecientes a la «lengua madre».
Los tuareg conservan parte del antiguo bereber.
Ni expertos en lingüística, ni tampoco los tuaregs supieron traducir la totalidad de los signos grabados en el «lucerillo».
Y fue justamente este importante avance en la investigación lo que disipó las últimas dudas respecto a la autenticidad del caso. Dionisio Ávila, como ya he dicho antes, es analfabeto. ¿Cómo maquinar una escritura semejante? Ávila no sabe qué es el bereber antiguo, ni dónde se hablaba y se escribía. Definitivamente, el «lucerillo» no era obra del jubilado de Los Villares…
Y en ese tiempo, en una de las consultas a los expertos en bereber, fui a «tropezar» con una imagen que me dejo atónito. Fue, quizá, algo secundario -lo sé-, pero, como digo, me impresionó. Lo tomé como una «señal». Otra más en esta mágica aventura…
Ocurrió en el despacho de Rachid Rafia, profesor de bereber en Granada. Me acompañaba el investigador Haro Vallejo. En una de las paredes colgaba una fotocopia en color: la imagen de una estela de piedra. Y en ella, una inscripción en bereber antiguo. Al principio la examiné sin excesiva atención. Pero, de pronto, quedé «clavado» en tres de los signos que integran dicha leyenda: «I O I.»
¡De nuevo la increíble secuencia! Y esta vez en una estela de piedra de más de dos mil años de antigüedad. Una estela encontrada en la región de Maaziz, al noroeste de Marruecos, y que se conserva en el museo de Rabat. ¿Dos mil años? A juzgar por el deterioro de los caracteres, yo diría que muchos más…
Rachid Rafia, con la imagen de la estela de piedra en la que aparecen los mismos signos del anillo y del «lucerillo».
Permanecí largo tiempo contemplando la estela y la providencial inscripción. Para mí, tan acostumbrado al «juego» de las «señales», lo ocurrido en la casa de Rachid no fue una simple casualidad, como podrían pensar los escépticos. Fue un nuevo «empujón>> en la investigación. Una confirmación de lo que venía insinuando el instinto: «Estás en el camino correcto.»
Pero todo esto -lo sé- no es científico. Y me pregunto: ¿qué importa la ciencia cuando la intuición está segura de algo?
<<N S N>> Y seguí adelante, con nuevas fuerzas, entusiasmado. Ninguno de los expertos pudo descifrar el enigma contenido en el «lucerillo», pero no importó. Estaba seguro de que la luz aparecería en el momento más inesperado. Y así fue. Pero sigamos paso a paso…
En aquellas fechas continué las pesquisas en dos frentes: el «lucerillo» y los nueve «palos y ceros» del anillo de plata. Tenía que existir alguna conexión entre ambos. Lamentablemente, como digo, los lingüistas no fueron capaces de «traducir» las grabaciones del «lucerillo». Al menos la totalidad. Sólo se mostraron de acuerdo en la conversión de algunos de los grabados, muy pocos. La secuencia «palo -cero -palo» fue una de las primeras en ser traducida. Al convertirla a letras -nsn o nrn, según-, el resultado más verosímil era «suyo» o «de ellos». Es decir, algo propiedad de alguien. Esta versión, naturalmente, responde a lo que hoy se conoce dentro del más que oscuro líbico- bereber. ¿Podría ser una traducción correcta? Sinceramente, no lo sabemos. No lo sabe nadie. Entre otras razones porque los dialectos actuales son una leve sombra de lo que fue la lengua primigenia. Prueba de ello, insisto, es que nadie termina de traducir el resto de los signos grabados en la piedra esférica de Los Villares.
«¿Suyo o de ellos?»
Aceptando que fuera la traducción de «I0I», ¿cómo debía interpretarla? ¿Significaba eso que el anillo era de «ellos»? ¿También la nave y el «lucerillo»? ¿Y qué relación guardaba todo esto con «Ricky»? ¿Qué tenía que ver la supuesta «infiltrada» con el asunto de Los Villares y con mi hallazgo en el mar Rojo?
Península del Sinaí.
Desde esos instantes empecé a recibir numerosas sugerencias sobre el posible significado de los «palos» y los «ceros». Algunas muy atractivas y desconcertantes…
Alguien, por ejemplo, me recordó que, en el alfabeto morse, la secuencia en cuestión significa «ET» (1). ¿Extraterrestre? ¿Una casualidad? En este mismo código, «I0I » equivale también a «K>>, de especial trascendencia en el Antiguo Egipto. «IOI», además, se «traduce» en morse como «invitación a transmitir». ¿Nuevas casualidades?
Pero las sorpresas continuaron, naturalmente…
Unas coordenadas
Todo encaja
5
Tassili N`Ajjer. ¿Qué esconde la gran meseta?
Y fue por esas fechas -5 de mayo de 1998- cuando el Destino me salió de nuevo al encuentro.
Nada más hallar el anillo de plata, cuantos acertaron a verlo coincidieron: los signos «<palos y ceros» podían ser interpretados también como dígitos. Es decir, nueve «unos» y nueve «ceros»: el «lenguaje de las computadoras» (binario). Y durante meses, expertos en matemáticas y ordenadores se esforzaron en desentrañar aquel misterio. El instinto volvió a manifestarse: aquella secuencia no era gratuita. Aquellos «unos y ceros» tenían que significar algo. Quizá algún día me decida a publicar esas interesantísimas investigaciones. ..
Y el 5 de mayo, como decía, recibí un escueto fax. Procedía de Manuel Audije, oficial de submarinos de la Armada española y excelente matemático. El marino, trabajando con la referida secuencia, había tenido una genial intuición. Al convertir los dígitos al sistema decimal, y conjugarlos con el «emblema» (I O I) de la nave de Los Villares, el resultado le proporcionó unas cifras que, de inmediato, asoció a unas coordenadas geográficas.
Esas coordenadas, trasladadas a un mapa, indicaron varios puntos. Uno de ellos me dejó mudo. Era un paraje en el que, según mis noticias, se habla y se escribe bereber (!). Quedé tan impactado que me trasladé de inmediato junto a Manuel Audije y le pedí que repitiera las operaciones.
¡No podía creerlo! Tuve que rendirme a la evidencia: todo aquello parecía controlado por una mano invisible y mágica. Tanta «casualidad» era matemáticamente imposible…
La visita al desierto me reservaba otras sorpresas…
Todo parecía controlado por una mano mágica.
Aquel punto en el mapa no era otro que Tassili, en el corazón del Sahara (1).
Pero había más. Esas mismas coordenadas tenían una segunda lectura: Orión (!). Esas coordenadas marcaban, justamente, la constelación de Orión; el lugar del que, al parecer, procedía «Ricky».
¿Por qué una de las coordenadas geográficas señala Argelia?
El anillo señala unas coordenadas geográficas: Tassili, en el sur de Argelia.
¿Tassili? Curiosamente, una región del sur de Argelia, en pleno horno sahariano, en la que se conserva el «tifinag», uno de los dialectos derivados del bereber antiguo, un dialecto hablado por los tuaregs. Una región -curiosa y sospechosamente- en la que existen miles de pinturas rupestres. Y, entre ellas, decenas de individuos con «escafandras» y «trajes espaciales» (!).
¿De nuevo la casualidad? ¡Imposible!
Exterior del anillo
Sistema binario: I O I O I O I O I O I O I O I O I O
Conversión de los nueve «palos» y nueve «ceros» al sistema decimal: 174762
I O I (cúpula de la nave) (binario): conversión a decimal: «5». Conversión del sistema binario al hexadecimal: 2AAAA. Conversión a octetos: 525252.
Mis amigos los tuaregs, reconocieron los signos del «lucerillo», pero no supieron traducir la totalidad del «mensaje».
Y un presentimiento fue echando raíces en mi aturdido corazón.
¡Tenía que volar a Argelia! ¡Tenía que adentrarme en el Sahara! ¡Tenía que llegar al fondo de aquel irritante y perturbador enigma!
¿Qué relación existía entre el ovni de Los Villares y esas pinturas rupestres del Tassili? ¿Eran los mismos seres? Y lo más intrigante: ¿qué papel jugaban el «lucerillo» y el anillo de plata en este rompecabezas? ¿Estaba «Ricky» mezclada en semejante locura?
Sí, tenía que volar a Argelia. Allí, probablemente, encontraría las repuestas…
De nuevo en marcha. Esta vez hacia el desierto del Tassili N´Ajjer.
Una historia mágica
• 16 de julio de 1996: avistamiento ovni en Los Villares (Andalucía). El testigo, Dionisio Ávila, observa una especie de «emblema» en la cúpula: I O I. Una «luz» es arrojada a los pies del anciano. Al recogerla se transforma en una pequeña piedra esférica con la superficie grabada. Uno de los signos es I O I.
• Madrugada del 16 al 17 de julio: J. J. Benítez, en El Cairo, solicita una «señal» a los cielos. Una «prueba» que ratifique que el caso «Ricky» es auténtico (Juanjo Benítez ignora lo sucedido en Los Villares).
• 19 de julio: ovnis fotografiados sobre los templos de Abu Simbel y sobre el lago Nasser. Nadie los vio.
• 20 de julio: el grupo en el que viaja J. J. Benítez descubre que un total de dieciocho relojes se encuentran alterados.
• 24 de julio: nueva «casualidad» (?): la prevista ascensión al Sinaí se retrasa veinticuatro horas. Esto permite que J. J. Benítez pueda bucear en el mar Rojo, frente a Sharm el Sheik.
• 25 de julio: Blanca, esposa de Juanjo Benítez, pierde (?) un anillo de oro mientras buceaba. En el lugar, de pronto, se presenta un misterioso joven que saca a la mujer del agua. Una hora después (18 horas), J. J. Benítez encuentra (?) un anillo de plata.
El corazón del Tassili N´Ajjer, en el Sahara.
• 29 de julio: el grupo pasa la noche en el interior de la Gran Pirámide. Varios expedicionarios toman fotos en el exterior. Al revelar las películas aparecen otros objetos luminosos que nadie vio.
• 24 de setiembre (1996): primera entrevista de J. J. Benítez con Dionisio Ávila. El «lucerillo» presenta los mismos signos que el ovni y el anillo de plata (I O I).
• 5 de mayo de 1998: Manuel Audije convierte las secuencias de «palos y ceros» del anillo y del «emblema» de la nave de Los Villares en unas coordenadas geográficas y estelares. Las primeras señalan el Tassili. Las segundas, la constelación de Orión.
• 12 al 13 de agosto de 1998: ovni sobre la localidad de San Roque, en Cádiz, muy cerca del domicilio de J.J. Benítez. El investigador, en esos momentos, se encuentra en el mar Rojo.
• 25 de noviembre de 1999: Sánchez Viera descubre las extrañas propiedades del anillo de plata (termovisión).
Continuará…
Punto final
Si Moisés levantara la cabeza…
Auténticos mercadillos de bebidas y colchonetas entre las rocas de la montaña sagrada. Una vez más, el dinero por medio, organizando las religiones.
El equipo de «Planeta encantado» se concede un respiro en la cima del Sinaí. Llevamos varios meses de continuos viajes. Sin tregua. Creo que el esfuerzo está mereciendo la pena. De un trago largo, al estilo pamplonica, apuro la bota de vino de Tommie, el operador de cámara. Cierro los ojos y reflexiono. No puede ser. Demasiadas coincidencias. ¿Cómo es posible? Las coordenadas del anillo de plata nos dirigen hasta los Tassili y Orión.
¿Tiene algo que ver Ricky con todo esto?
EXCLUSIVA
Cuadernos de campo
Publicados por primera vez
A lo largo de treinta años de investigación por todo el mundo, J. J. Benítez ha reunido un centenar de cuadernos de campo. Unos textos íntimos -él prefiere llamados «cuadernos casi secretos», en los que refleja el día a día de viajes, investigaciones, éxitos y fracasos.
Jamás se habían publicado. Con «Planeta encantado» salen al fin a la luz. Una vez más, las imágenes hablan por sí solas…