En la imagen destacada: El magnífico Tassili.
Algún día, los científicos descubrirán que el bereber pudo ser una de las primeras lenguas del ser humano.
La investigación del encuentro cercano con un ovni en Los Villares (Jaén), de la piedra esférica lanzada a los pies del testigo y de los símbolos grabados en el anillo de plata que fui a descubrir en el fondo del Mar Rojo me han ido llevando -casi de la mano- a una serie de hipótesis y nuevos hallazgos. No es fácil sintetizados. Entre otras razones, porque la compleja investigación no está cerrada. Quedan algunos cabos por atar y en ello estoy. Pero, aún así, veamos a qué me ha conducido esta supuesta cadena de casualidades (?). Al trasladar el lucerillo y el anillo de plata a los diferentes laboratorios, algunos de los expertos consultados no tardaron en pronunciarse, adelantando que aquellos símbolos podían corresponder a una lengua hablada y escrita en África: el bereber. Fue entonces cuando inicié una minuciosa ronda de consultas con especialistas como Galand, Onrubia, Tilmatine, Alonso, Tasmount, Springer, Mercier y Aghali-Zacara, entre otros.
Abrigo del desierto de Libia, el antiguo lenguaje bereber junto a las pinturas rupestres.
Todos coincidieron: los signos grabados en la piedra esférica y en el exterior del anillo son libico-bereber, un idioma cuya antigüedad se pierde en la noche de los tiempos (algunos sitúan el origen en el quinto milenio antes de Cristo) y del que se sabe muy poco. De aquel bereber antiguo o madre quedan hoy algunos vestigios entre los tuaregs que habitan el Sáhara y el norte de Africa. Pero la remota lengua ha sufrido las lógicas perturbaciones y, en la actualidad, la docena de alfabetos supervivientes (todos ellos derivados de aquel bereber madre) no sirve para reconstruir la referida y primitiva escritura. Esta fue la razón básica por la que ninguno de los expertos mencionados alcanzó a traducir los signos antiquísimos, pertenecientes a dicho bereber antiguo y que, lamentablemente, no se han conservado. Fue la confirmación por parte de los lingüistas de que me hallaba ante unos símbolos claramente emparentados con el bereber lo que despejó las dudas respecto a la autoría de lo grabado en el lucerillo. Dionisio Ávila no podía ser el autor de dichos signos porque, sencillamente, es analfabeto. En aquel septiembre de 1996, cuando lo interrogué por primera vez, él no sabía nada de libico-bereber, de tuareg o del Sáhara. Definitivamente, el lucerillo no podía ser obra suya.
Los Tuaregs conservan parte del antiguo bereber.
Coordenadas geográficas. El siguiente hallazgo llegó casi simultáneamente. Al examinar el anillo de plata, algunos de los científicos apuntaron la posibilidad de que los símbolos grabados en el exterior pudieran corresponder a una secuencia binaria (el lenguaje de los ordenadores). Y durante meses, expertos en matemáticas y computadoras trataron de descifrar el significado de los nueve palos y nueve ceros que integran dicha secuencia. Y un buen día, uno de estos especialistas -el entonces oficial de la Armada española, Manuel Audije- tuvo una genial intuición. Al convertir los dígitos al sistema decimal y conjugarlos con el emblema que aparecía en la cúpula de la nave de Los Villares (I O I), el resultado le proporcionó unas cifras que, de inmediato, asoció a unas coordenadas geográficas. Esas coordenadas, trasladadas a un mapa, indicaron varios puntos. Uno de ellos me dejó perplejo. Era un paraje en el que, según mis noticias, se habla y escribe el bereber. No podía creerlo. Quedé tan impactado que me trasladé junto a Manuel Audije y le pedí que repitiera las operaciones. Tuve que rendirme a la evidencia: todo aquello parecía controlado por una mano mágica.
Cabeza redonda. La unión del casco con el traje es evidente.
Aquel punto en el mapa no era otro que el Tassili N’Ajjer, en el sur de Argelia, en pleno corazón del Sáhara. En esa gran meseta, a 1.200 metros de altitud, en pleno desierto de piedra, se conservan miles de pinturas a las que ya me he referido en «Enigmas de la humanidad». Pinturas rupestres, de una gran antigüedad, en las que fueron representados individuos con escafandras y un traje espacial. ¿De nuevo la casualidad?
Como decía el Maestro, quien tenga oídos que oiga…
Fotos: Iván Benítez.
TIEMPO DE HOY (2004).