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El salar de Uyuni

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En el altiplano, en invierno la temperatura baja hasta los 15 grados bajo cero.

Hace 37 años se registró en el altiplano boliviano un “caso ovni» que no ha podido ser explicado.

En estos treinta y dos años de investigación de grandes misterios me han preguntado muchas veces cuál es mi enigma y por qué. Invariablemente surge la misma respuesta: la Sábana Santa de Turin (ya expuesta en esta sección) y el fenómeno ovni. No me andaré con rodeos. Cuando se dispone de una información tan minuciosa, y de primera mano, como la que he reunido en estas tres décadas, es imposible dudar: lo que entendemos por ovnis son naves o astronaves no humanas, ajenas, lógicamente, a la civilización de la Tierra. Esa es mi opinión al respecto. Así pensaba hace treinta años y así pienso en la actualidad.

¿Pruebas? Entre otras, más de 10.000 testigos interrogados personalmente, documentos gráficos irrefutables, declaraciones confidenciales de los militares y, por supuesto, mi propio testimonio (he observado estas naves en cuatro ocasiones y con aceptable cercanía). Pero, si tuviera que elegir uno de esos 10.000 casos OVNI, ¿por cuál me decidiría? No es sencillo. Todos los casos son interesantes, si son auténticos. Aun así, ¿cuál mencionaría?

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Salar de Uyuni, a 3.600 metros de altitud.

Probablemente me inclinase por un suceso registrado en 1967 en el altiplano boliviano, muy cerca del salar de Uyuni.

Hay que situarse en la época y en el lugar. En la región, casi desierta, vivían y viven familias de indios quechuas, prácticamente aisladas del resto del país y, naturalmente, del mundo. Ni siquiera hablan castellano. Son analfabetos. No disponían de radio o televisión y tampoco de periódicos. Para llegar a los caseríos es preciso caminar durante días o soportar un infernal viaje 4×4 por mesetas, colinas y valles tan ásperos como olvidados. En uno de esos desiertos, a casi cuatro mil metros de altitud, vivía en 1967 la familia Flores. Su economía estaba fundamentada en la cría de ovejas y en una más que precaria agricultura. Pues bien, un buen día, cuando los hombres habían salido a trabajar en el campo, Valentina Flores, con su bebé a la espalda, se dirigió a uno de los corrales en el que guardaban el ganado. Son corrales de piedra, de un metro de altura, en los que encierran a las ovejas durante la noche. Valentina quedó sorprendida. Uno de aquellos apriscos aparecía cubierto con una especie de red.

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Hoy viven 100 familias de la extracción de la sal.

Ataque y defensa. En el interior se movía un hombrecito, de un metro de estatura, y vestido con un extraño buzo. Tenia algo a la espalda; una especie de mochila. Y de la sorpresa, la india pasó a la indignación. Aquel individuo estaba matando a sus ovejas y corderos. Más de sesenta se hallaban desangradas en el interior del corral. En el exterior del aprisco observó también a un segundo hombrecito de la misma y corta estatura, y vestido con una indumentaria similar. Aquel segundo ser corrió hacia un cerro cercano y, de pronto, se alzó por los aires, desapareciendo como un pájaro. Valentina, enloquecida, ignorando la naturaleza de los intrusos, se hizo con un palo y comenzó a golpear con furia al que todavía se encontraba en el corral. El individuo pulsó una máquina que tenía a su lado, recogió la red y trató de defenderse de la lluvia de golpes lanzando una especie de cuchillo sobre la india. «El cuchillo -según me contó Valentina- iba y venía de la mano del hombrecito hasta mi pecho y me hirió». Uno de los golpes abrió la cabeza de la criatura y la sangre cayó sobre las piedras. Finalmente, como pudo, el hombrecito puso en marcha el mecanismo de la mochila y emprendió el vuelo, perdiéndose en la misma dirección de su compañero. Días después, avisadas las autoridades de Uyuni, una comisión del Ejército visitó el lugar, examinando las heridas de Valentina, la matanza de ovejas y recogiendo la sangre que había quedado en las piedras. Nadie supo dar una explicación satisfactoria a lo sucedido en el caserío de los Flores. Lo cierto es que la familia quedó en la ruina, teniendo que emigrar.

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La familia Flores junto a su casa, en pleno altiplano boliviano.

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Y digo que estamos ante un caso ovni de especial interés porque, fundamentalmente, no hay posibilidad de duda respecto a la pureza de la narración y a lo observado por los militares. Las ovejas aparecían sin sangre con heridas practicadas con algún tipo de instrumental.

Fotos: Iván Benítez.
(Fin de la serie de reportajes para la revista TIEMPO DE HOY)

J.J. Benítez

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