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Un «emblema» no humano

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Piedra lanzada por los tres seres con los «palos» y un «cero» grabados en la superficie.

Los Villares, Jaén, 1996. Dionisio Ávila y su perra, “Linda” pasean tranquilamente y se topan con un “cacharro” y con tres seres. ¿Un ovni?

Probablemente se trata de una de las historias más extrañas que he conocido en estos ya dilatados treinta y dos años de investigación. Estoy seguro de que, algún día, el caso de Los Villares pasará a la pequeña-gran historia de la ufología como un clásico. Sin duda, uno de los enigmas más redondos e inquietantes. He aquí en síntesis, la desconcertante historia, registrada en el verano de 1996 en el pequeño pueblo de Los Villares, en Jaén. Una historia que nadie ha descifrado, de momento…

El protagonista fue Dionisio Ávila, y su perra Linda. Ávila es un jubilado, muy querido y respetado en su pueblo. Siempre ha vivido en Los Villares. Primero fue carbonero. Después, agricultor. No sabe leer ni escribir. Su vida, en definitiva, ha sido muy sencilla, casi elemental, hasta que un día -el 16 de julio- todo cambió. Siguiendo la costumbre, Dionisio Ávila salió esa mañana de su domicilio y se dispuso a dar su paseo habitual por las cercanías de la localidad. El cielo aparecía azul y despejado. Junto a él, Linda, su fiel y dócil perra.

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Dionisio Ávila, no sabe ni leer ni escribir.

Ocurrió al subir la suave loma de Los Barrero, a cosa de medio kilómetro del pueblo. Linda se mostró inquieta. El hombre se detuvo, tratando de animar a la perra. Pero fue inútil. El animal, visiblemente atemorizado, terminó desapareciendo de la vista del anciano. Y Ávila, sospechando que se trataba de otro perro, prosiguió por su camino sin darle mayor importancia, dispuesto a llegar a una vieja encina en la que tiene por costumbre descansar durante unos minutos, pero al coronar la loma, se llevó la sorpresa de su vida: a escasos metros del atónito jubilado flotaba un extraño cacharro. Un objeto que, en su ignorancia, Dionisio confundió con un contenedor del ICONA (antiguo organismo dedicado a la conservación de la naturaleza). El testigo observó el aparato durante unos segundos y presintiendo algo, llamó a gritos a la perra. Poco después, Linda regresó junto a su amo. «Era circular, parecido a una media naranja y con una cúpula en lo alto». y asombrado, fue acercándose despacio. Aquello no era normal. Dionisio caminaba todos los días por la zona y sabía que aquel cacharro nunca había estado allí: «Era muy raro. Flotaba en el aire, a corta distancia del suelo, y noté un olor muy desagradable, parecido al carburo. Por debajo se escuchaba un ruido, como el del gas cuando escapa de la botella de butano». Y, ni corto ni perezoso, fue a rodear el supuesto cacharro. Hasta esos momentos, Dionisio seguía creyendo que aquello no era otra cosa que un trasto dejado en el lugar por los guardas forestales. Y sin prisa, ignorando la naturaleza de lo que tenía delante, fue rodeando el objeto. En lo alto, en la cúpula, se distinguían unas ventanas redondas y oscuras, similares a los ojos de buey de los barcos: tres a un lado y el resto en la superficie opuesta. Y entre los dos grupos de ventanas lo que Ávila definió como un emblema: dos «palos» y un «cero».

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Lugar donde Dionisio vio la nave. El terreno quedó completamente seco.

«Ellos».

Pero las sorpresas no concluyeron ahí. Terminada la gira de inspección en tomo al objeto, el testigo prosiguió su camino, dirigiéndose hacia la mencionada encina, apoco más de cuatro metros del lugar donde flotaba la nave. Y la visión de aquella cosa empezó a intranquilizarlo. De pronto, cuando se hallaba a tres metros del objeto, Ávila, instintivamente, volvió la cabeza hacia el referido cacharro. Fue entonces cuando los vio. «No sé de dónde salieron ni cómo llegaron. Sencillamente, al mirar atrás los vi junto al cacharro. Eran tres: dos mujeres y un hombre. Me miraban. Tendrían 1,70 metros de altura. Vestían unos buzos muy ajustados y resplandecientes. Tenían la cabeza pelada y los ojos rasgados, como los indios del Perú. No vi labios…». Entonces ocurrió algo no menos insólito. El jubilado vio aparecer una pequeña luz, de características similares a la bombilla de una bicicleta o de una moto: «No sé de dónde salió. Lo que recuerdo es que la vi acercarse. Puede que la arrojaran ellos, no lo sé. Trazó un arco y fue a caer a mis pies. Era como un lucerillo». Dionisio, según sus palabras, se inclinó y tomó la luz entre los dedos: «¡Qué misterio, oiga! Al agarrar el lucerillo ya no era un lucerillo. Aquello era una piedra…» (Continuará).

Fotos: Iván Benítez.
TIEMPO DE HOY (2004).

J.J. Benítez

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