Regresé al pie del gigantesco quejigo, en San Roque (Cádiz), pero José Pérez y Pérez no salió a recibirme. Pepe, el Feo, había muerto. Ya no queda nada de su choza, ni tampoco de la empalizada que la protegía, y mucho menos de “Bicicleta” el burro que aliviaba la vida de este “kui”.
Pepe, el Feo, vivió cincuenta años desnudo de cintura para arriba, y aislado en una cabaña que él mismo levantó. Lo hizo por amor. Eso me dijo. Lo hizo desde aquel día, muy lejano, en el que se le presentó, una “luna”, que volaba. En el interior – eso creía – vió a Jesús, con unas vestiduras rojas. Desde entonces lo dejó todo. Buscó un paraje aislado en el bosque y evitó el contacto con los humanos. Él confeccionaba sus ropas. Él cortaba leña y rezaba. Hacía penitencia, por sus muchos pecados, y esperaba el momento de la “liberación”: la muerte. Jamás vio la televisión. No supo qué era un teléfono móvil. Sólo hablaba con Bicicleta, y con los “kui” que él elegía. Yo fui uno de ellos.
Pepe, el Feo, el último “robinson”.
Cincuenta años desnudo de cintura para arriba. No importaba el frío o el calor.
“Calzado” y ropa eran confeccionados por él.
Cortaba leña y la vendía. Con eso conseguía pan y leche.