En la imagen destacada: Jesús Conte y J.J. Benítez, en la Isla de Pascua. (Fotos: Iván Benítez.)
Corrían los años setenta. Fueron naciendo mis hijos y yo, por esos caprichos del Destino, quise llamarlos con sendos nombres rusos. Mi intención era registrarlos con los nombres de Iván, Satcha y Lara. El régimen franquista y la iglesia católica se negaron. Es más: me lo prohibieron. Y tuve que inscribirlos como Ibán, Alejandro y Larisa. No me rendí, e interpuse un recurso. El juez encargado del caso –Celedonio Ceña– solicitó asesoramiento a un experto en lenguas. Y el lingüista, una vez evacuadas las consultas pertinentes, confirmó que los nombres de Iván, Satcha y Lara eran de uso común en la antigua Unión Soviética. En consecuencia, a pesar de la oposición del régimen y de la iglesia, el juez dictó sentencia a mi favor y pude modificar los expedientes y los nombres. Nunca supe quién había sido el providencial lingüista hasta que, en 1989, en una de mis visitas a la isla de Pascua, tuve la fortuna y el privilegio de conocer a Jesús Conte Oliveros, teólogo, filólogo y profesor de lenguas clásicas. Él sí recordaba el suceso de los nombres rusos y se identificó como el “lingüista del milagro”. Cosas del Destino, otro “kui”…