Corría el mes de marzo. Hacía frío en Jerusalén. Esa noche yo había solicitado una señal de los cielos. “Si la ley del contrato era cierta (ver “AL SUR DEL SUR”), a la mañana siguiente, en la Tumba del Inglés o del Jardín, que yo debería visitar por razones de mi trabajo, el buen Dios haría aparecer una rosa blanca”. Difícil, lo sé… Así es mi personal juego con Dios. A primera hora del día siguiente me presenté en la Tumba del Inglés y recorrí el jardín, nervioso y expectante. Allí estaba ella, esperándome… ¡Una rosa blanca! ¡La única en todo el jardín! Pregunté al jardinero y confirmó mis sospechas: “¿Una rosa, en marzo? Muy difícil, señor…” La ley del contrato –para mí– es real.
(Fotos: Iván Benítez.)