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La montaña del diablo

En la imagen destacada: El cuervo, otra montaña del diablo para los Tuaregs.

En todas las leyendas hay siempre una parte de verdad, aunque los detalles sean falsos.

Cuando planteé la cuestión, Saad, el guía, me miró sin comprender. Insistí y su gesto fue entonces de desagrado. «Por nada del mundo subiría a aquella montaña». Hamed Alkilani, el chófer del Toyota, y Yahía, el cocinero nigeriano, se unieron con el silencio a la rotunda negativa de Saad. «Yo estaba loco». Aidinan o la montaña del diablo, en las proximidades de la ciudad de Ghat (Libia) era un territorio sagrado para los tuaregs. Me lo habían explicado muchas veces. ¿Por qué yo, ahora, quería conducirles a la muerte o a la locura? Aquel promontorio que tenía a la vista, de unos 800 metros de altitud, negro y calcinado en mitad del desierto libio era el refugio de los yenún. Ningún árabe sensato tentaría a la suerte. Ningún tuareg aceptaría adentrarse en aquella masa de rocas peladas y, mucho menos, pasar una sola noche en el lugar. No lo conseguí. Y, de momento, mi ascensión a la Aidinan de Ghat, en la frontera con Argelia, tuvo que esperar. A cambio, el guía tuareg accedió a narrarme algunas de las muchas historias que circulan desde antiguo sobre estas montañas del diablo. Estaba claro que trataba de convencerme sobre la maldad de los yenún, unos seres sobre naturales, invisibles muchas veces, que se comportan de forma extraña y que, según la leyenda, tiene pies de cabra «porque Dios no tuvo tiempo de crearlos a imagen y semejanza del hombre. Dios -dicen los tuaregs- empezó la creación del mundo en domingo. Pero el viernes por la tarde, poco antes de la oración se encontraba creando a un yin (singular de yenún). Por eso lo dejó sin terminar. Por eso los pies no son humanos. Desde entonces, los yenún o diablos llenan la Tierra y procuran toda suerte de males al hombre. Es su venganza. Aparentemente, la historia de los seres con patas de cabra parece una simple leyenda, Y puede que lo sea, salvo en un detalle. Esas mismas historias que cuentan los tuaregs en los perdidos desiertos del norte de África son muy parecidas a las que he podido escuchar en Europa y Estados Unidos. Recuerdo, por ejemplo, a José Pancho, vecino que fue de la bellísima localidad de Garganta la Olla, en Extremadura, y que en 1948 presenció la irrupción de una extraña criatura en el interior de una choza próxima a la localidad. Parecía una mujer, con un largo vestido negro. Al aproximarse a la candela, el Pancho vio los pies de la mujer. Eran idénticos a los de los chivos. ¿Cómo explicar semejante coincidencia?

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Imagen izquierda: La criatura mas temida por los Tuaregs es el «Yin».
A la derecha: J.J. Benítez escribe en su cuaderno, al fondo, Aidinan (la montaña del diablo) en Libia.

Saad me habló también de las luces que ven descender sobre la montaña del diablo. Son rapidísimas. Se aproximan a los campamentos y siguen a los vehículos que se aventuran en el desierto durante la noche. Después regresan a las estrellas. Las descripciones de dichas luces correspondían al cien por cien con lo que ya sabemos sobre el fenómeno ovni. Naturalmente, ninguno de los tuaregs sabe qué es un ovni o cuál es la interpretación aceptada por los investigadores. «De esas luces -prosiguieron los tuaregs- saltan al suelo los yenún y atacan al ganado. Muchas veces aparecen muertos, sin sangre y con extrañas heridas en la cabeza. Cuando esto sucede, nadie se aproxima a la Aidinan». Y supe también de singulares secuestros y de lo que hoy, en ufología llamamos teletransportación, algo relativamente frecuente en las proximidades de estas montañas del diablo. En cierta ocasión, una mujer nómada, que se trasladaba con sus hijos y ganado desde Ghat a Tin Alkoum fue interceptada por los yenún. Eran criaturas parecidas a niños, con vestiduras brillantes. Pues bien, la beduina y su prole cubrieron la distancia (alrededor de 75 kilómetros) en menos de una hora, algo impensable cuando se viaja a pie. La mujer no supo explicar cómo había llegado. Al poco enloqueció. Y otro tanto le sucedió a un tuareg de Al Awaynat, al norte de la ciudad de Ghat. Aquel hombre, que se dirigía a caballo por el desierto, fue arrebatado por los yenún. Apareció en Germa, a 350 kilómetros del punto donde fue tomado. El caballo presentaba quemaduras en el cuello y pecho. Murió a los pocos días. Pero quizá la criatura más temida entre los tuaregs es un yin al que llaman soul (alma) un ser con cuerpo de serpiente y cabeza humana, que desciende a tierra durante las lluvias y que bebe la sangre de hombres y animales. Naturalmente, a pesar de la negativa de los tuaregs me propuse subir a lo alto de aquella montaña de los yenún…

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Los «yenún» han sido plasmados en grabados y pinturas rupestres, como esta localizada en Matkhendus (Libia).

Fotos: Iván Benítez.
TIEMPO DE HOY (2004).

J.J. Benítez

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