Un día se propuso vivir de acuerdo con la Providencia. Dios le proporcionaría cuanto necesitase. Y así lo hizo. Olvidó su trabajo y se hizo narrador de fantasías. Hablaba para los pescadores de Barbate (España) y para quien lo deseara. Abandonó su casa y se fue junto a la mar. Vivía allí donde le señalaba Dios. Hoy en un barco, mañana sobre un montón de redes. Predicó la libertad a los cautivos del trabajo. Dejó que el buen Dios lo cubriera con su voluntad y así vivió. Quedé tan fascinado con Iglesias que le escribí un poema: “¿Loco?”.
Murió tierra adentro, lejos de la mar, como no podía ser menos en un kui.
Iglesias, en el puerto de Barbate, en Cádiz (España). (Foto: J.J. Benítez.)