En la imagen destacada: Cristóbal Colón, en el retrato que conserva el Museo Precolombino de Sevilla.
El almirante Colón no fue a ciegas a América. Gonzalo Fernández de Oviedo, en su obra «Historia general y natural de las Indias», se atrevió a poner por escrito que otro navegante anónimo le facilitó la información.
En el presente año se cumple el quinientos aniversario del que fuera cuarto y último viaje de Cristóbal Colón a las Indias, como él llamó siempre a las tierras americanas. En aquella oportunidad, al desembarcar en lo que hoy conocemos como Panamá y Costa Rica, el almirante recibió la noticia de la existencia -” a nueve días de camino hacia Poniente” – de unas gentes prósperas, que disponían de barcos, espadas y caballos. Eran, probablemente, los ciguares. Colón nunca lo comprobó. Dos años más tarde, en 1506, moriría en Valladolid. ¿Caballos en América antes de la llegada de los conquistadores? No fue éste el único enigma que empañó la vida y el recuerdo del almirante de la Mar Océana. Poco después de su muerte, Gonzalo Fernández de Oviedo se atrevió a poner por escrito otro misterio que circulaba ya, desde hacia décadas, entre los hombres de la mar. En 1535, en su obra Historia general y natural de las lndias, Oviedo, indirectamente, acusa a Colón de plagio. Fue otro navegante -dice- quien le proporcionó la información al almirante.
A la izquierda: El agonizante que facilitó la información a Colón, según «Planeta Encantado». A la derecha: La tumba de Cristóbal Colón en la Catedral de Sevilla.
En esencia, así fue la historia: hacia 1476, una carabela que navegaba por el golfo de Guinea en dirección a España o Gran Bretaña se vio sorprendida por una tormenta que terminó arrastrándola hasta unas islas desconocidas, en el Oeste. Allí permanecieron varios años y, finalmente, asaltados por una grave enfermedad, los escasos supervivientes decidieron regresar. Este piloto anónimo o prenauta terminó desembarcando en las islas portuguesas de Madeira o Porto Santo donde, casualmente, vivía un jovencísimo Cristóbal Colón, casado con Felipa Moniz, hija del gobernador Perestrello. El prenauta muere en la casa de Colón pero antes de fallecer, no se sabe si por agradecimiento, el piloto anónimo «le confiesa cuanto ha visto y anotado en aquellas lejanas y desconocidas tierras situadas al oeste del Mar Tenebroso (Atlántico). Colón hace suya la información y, desde ese momento, se documenta y estudia, llegando a la conclusión de que existe una vía -por el oeste- para alcanzar las Indias. El proyecto, por supuesto, no era nuevo. En 1474, dos años antes de la llegada de Colón a Portugal, el sabio florentino Toscanelli ya había hecho saber a Alfonso V, rey de Portugal, que existía esa vía occidental. El plan de Toscanelli, sin embargo, fue rechazado y olvidado.
Estatua de Cristóbal Colón en Santo Domingo (República Dominicana).
Y Colón inicia un largo peregrinaje por las Cortes europeas, exponiendo su loco proyecto de descubrimiento. El gran americanista Juan Manzano y Manzano, que estudió a fondo el secreto de Colón, consideró que, a la vista de los fracasos en las Cortes de Juan II, en Lisboa, y de los Reyes Católicos, en Castilla, el genovés no tuvo más remedio que revelar parte de su secreto, informando a la reina Isabel de lo que sabía. Fue probablemente por esta razón por la que Colón consiguió su propósito y, sobre todo, el título de Almirante. Un título que aparece en las llamadas Capitulaciones de Santa Fe (Granada) en abril de 1492, cuando todavía no se había producido el viaje. En dicho documento, los Reyes Católicos hablan de «lo que ha descubierto». Y uno se pregunta: ¿qué había descubierto Colón en abril de 1492? En opinión de los expertos, Colón lo sabía prácticamente todo, antes de iniciar el viaje descubridor: millas, rumbo, marcas, minas de oro e, incluso, la derrota que debería seguir en el viaje de regreso. Y así fue…
Fuente:
Fotografías de Iván Benítez.
www.artehistoria.com
www.tiempodehoy.com 10/05/2004. TIEMPO DE HOY -140