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El relojero de Dios

¿Puede haber algo más kui que llevar la vida en los bolsillos de una gabardina?

Eso hacía Faustino Almansa (ahora repara los relojes sin tiempo del más allá) cuando lo conocí en el pueblo gaditano de Algodonales (España).

Vivía solo “porque para qué…”

Trabajaba en los relojes de los campanarios de la sierra “porque son los que están más cerca de Dios…”

Le gustaba reir “porque así no pensaba en otra cosa…”

Lo suyo, sin embargo, eran los “disturbios”. Así llamaba Faustino a lo más importante de su vida. Y los llevaba, como digo, en los bolsillos de una gabardina mucho más vieja que él. Una gabardina de la que nunca se separaba “porque le había tomado cariño…”

Un día me mostró sus “disturbios”: un calendario de 1875 (no sabía para qué), un duro de plata de Amadeo I (tampoco sabía muy bien para qué), veinte salvoconductos (por si estallaba de nuevo una guerra), algunas ideas que nunca utilizaba, un sol en Géminis (que tampoco entendía, pero era muy bonito) y varias postales de Buenos Aires, donde jamás estuvo y por las que paseaba cuando se aburría de Algodonales.

Otro maravilloso kui…

 

 

(Fotos: Alberto Torregrosa.)

J.J. Benítez

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