Tengo debilidad por los mariachis. Tienen fama de machos, pero no es por eso.
Ya el traje me impresiona. Son elegantes, van siempre impecables, no les falta ni un detalle. He tenido la suerte de vivir cinco años en México y en cuanto había algo que celebrar, la Plaza Garibaldi era el lugar. Allí es donde se reunen los mariachis. La gente puede contratarlos, lo mismo para un bautizo, que para dar una serenata a la novia o cantar unas mañanitas. Su música me emociona. Las trompetas, guitarras y guitarrones me ponen los vellos de punta, lo mismo te hacen llorar, que bailar. Las letras de sus canciones cuentan historias reales como la vida misma y te llegan al corazón.
Cuando pase al otro lado, por favor que sea con música de un mariachi.