Creo en Jesús de Nazaret como mi Dios y Creador. Por eso no soy religioso. (Museo de la Sábana Santa, en Turín.) (Foto: Iván Benítez.)
Lo pensé mucho. Traté de ser objetivo y, sobre todo, coherente.
Puedo estar en un error -un error fatal, según algunos-, pero la intuición me animó: Sé valiente. Abandona. . .
Y así fue. Aquel 26 de julio de 2005 me dirigí a Cádiz capital. Me acompañaba un buen amigo, otro “kui “, Manolo Molina, “Moli”. Le expliqué con claridad mi propósito: ha llegado el momento de tomar una decisión. Él sería testigo. Le pareció bien. Adelante…
Pero, ¿cómo hacerlo?. ¿Cómo decirles?. Eran muchos años en el “club”…
Al principio me sentí incómodo. Noté cómo me sudaban las manos. ¿Qué razones podía esgrimir?. Y seguí pensando a toda velocidad.
Las razones eran muchas.
Ejemplo: Jesús de Nazaret jamás fundó una iglesia.
Ejemplo: El pensamiento de Jesús ha sido traicionado.
Ejemplo: Jesús no fundó sacramento alguno, y la llamada eucaristía, mucho menos.
Ejemplo: Las religiones convierten al ser humano en un esclavo moral.
El doctor Molina, testigo de la petición de abandono por parte de Juanjo Benítez. (Foto: J.J. Benítez.)
La relación es interminable. Estaba decidido. Solicitaría el abandono de la iglesia Católica. No deseaba pertenecer a su estructura, ni figurar como “socio”, bajo ningún concepto. Esa era una etapa finalizada. Insisto: lo tenía muy claro. Yo creo en el Padre y en Jesús de Nazaret, pero no creo en el “club”. Lo único que podía hacer era lo que estaba a punto de hacer.
En el obispado de Cádiz nos recibió el vicario judicial. Nos invitó a sentarnos y yo seguí sudando.
―En realidad -me expresé como pude-, yo venía porque… El caso es que no estoy de acuerdo y no sé cómo…
La conversación me recordó un personaje de “Jordán. Caballo de Troya 8” que nunca terminaba las frases. Sinceramente, no sabía cómo decirle que deseaba borrarme de la iglesia. El sacerdote, acostumbrado a estos lances, hizo fácil lo difícil.
―¿Quiere usted renunciar como católico?
―Eso es…
―Muy, bien -comentó sin inmutarse, al tiempo que situaba un papel impreso frente a mi y reclamaba el documento nacional de identidad-, escriba y firme al pie de la solicitud. . .
“Moli” y yo nos miramos, incrédulos. ¿Así de sencillo?
Cumplimenté el impreso, y firmé. En el capítulo de “razones”, contesté con una sola palabra: “personales”.
―Muy bien -replicó el jurídico, al devolverme el DNI-, se le avisará.
―¿En cuánto tiempo podré saber… ?
El jurídico se encogió de hombros y depositó la solicitud de abandono sobre una alta pila de impresos. Allí podía haber más de cien solicitudes similares a la mía…
―Se le avisará…
―De acuerdo, gracias -repliqué con un hilo de voz-. ¿Y cuánto debo pagar… ?
El vicario sonrió, malicioso.
―Nada. Es gratis.
Al abandonar el obispado sentí un enorme alivio. !Ya era apóstata!
Si la iglesia católica tiene razón, yo iría directamente al infierno. Además, como es lógico, no tengo derecho a un funeral, ni podré ser padrino de nadie. Es más, no veré el cielo ni de lejos…
Aún así, como digo, me sentí feliz.
Ya no soy católico, gracias a Dios.
Tres meses más tarde recibía el certificado de renuncia formal a la fe católica.
Ahora soy un “kui” apóstata.
Oficialmente, J.J. Benítez no es católico.