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El Andorra

En la imagen destacada: “Solamente al delfín ha dado la Naturaleza aquello que buscan los mejores filósofos: ser amigos sin pedir nada a cambio.” Plutarco.

Por José Rafael Gómez – joserafael.gomez@hotmail.com

La oscura noche del 23 de abril de 1987 el yate “Andorra”, de 13 metros de eslora, se encontraba navegando en aguas próximas al archipiélago de las Galápagos, en el océano Pacífico. En su ruta preveían pasar la isla Tower que quedaría a unas 10 millas por su costado de estribor. Pero, sin que sus tripulantes lo supieran, la corriente había hecho derivar al barco hasta ponerlo en dirección a las negras escolleras de la isla donde, sin duda, hubieran naufragado de no ser por el asombroso comportamiento de un grupo de delfines…

El capitán y armador del velero, Avelino Bassols Llopart, relata el suceso de esta manera en su libro “Andorra, entre alisios y tifones”:

“Al acercarnos al archipiélago la primera isla que debíamos encontrar era la de Tower o Genovesa, nombre dado por ingleses y españoles respectivamente. Según nuestros cálculos, la pasaríamos de noche, a unas 10 millas por estribor, por lo que no debíamos temer nada. Pero aquella noche, que era tan negra que daba pavor e íbamos muy tensos por ello, vimos de pronto que nos seguían varios delfines. El hecho es normal por estas latitudes, pero su comportamiento no lo era. Los delfines se movían de un modo extraño, refregaban su lomo contra el casco por estribor y emitían unos chillidos agudos y raros. Joaquín, que estaba de guardia en la rueda, Félix, que intentaba dormir en el interior, y yo, que trabajaba en la mesa de cartas, nos dimos cuenta del fenómeno y salimos a cubierta. En ese momento vimos con espanto que estábamos a unos escasos 50 metros de unas rocas negras que se nos aparecían amenazadoras.

Aquella noche estuvimos a punto de echarnos encima de la isla Tower, contra la cual nos había empujado la corriente. Rápidamente cambiamos de bordo y nos alejamos del peligro. Los delfines continuaron a nuestro lado por largo rato, pero dejaron de golpear el casco y emitir aquellos agudos sonidos que nos habían salvado de un accidente fatal”

Este extraordinario suceso habría sido considerado en otra época como una más de las fantasiosas leyendas que circulaban por las tabernas portuarias, producto de la exagerada imaginación de marineros ebrios. Sin embargo, en esta ocasión su veracidad está respaldada por alguien cuyo prestigio, seriedad y rigor narrativo está fuera de toda duda. En tal caso, ¿qué puede inferirse de la actitud de aquellos delfines que salvaron al Andorra de un naufragio seguro? ¿Por qué existen tantas crónicas de náufragos salvados por estos seres? ¿Son sólo fábulas, leyendas, mitología… o tienen los delfines un grado de conciencia superior al que tradicionalmente les ha atribuido la biología ortodoxa? ¿Por qué sentimos una simpatía natural hacia estos seres? ¿Es simplemente porque nos agrada su bonita sonrisa y su esbelto cuerpo o hay algo más? Y, sobre todo, ¿por qué sienten ellos esa misma simpatía hacia nosotros?

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Mitología

En general, todo el mundo antiguo consideró a los delfines como criaturas cercanas a los dioses y encontrarlos durante una navegación era considerado como signo de buen augurio.

Los antiguos griegos les otorgaron un origen sobrenatural: los delfines eran hombres, piratas que secuestraron al dios Dionisios para venderlo como esclavo y que este, como castigo, los había transformado en cetáceos.

Existen representaciones de delfines grabadas en monedas de la ciudad siciliana de Siracusa que datan de 480 a. C. En ellas se ve a un joven a caballo del animal, en recuerdo de la leyenda griega que narraba como Arión de Lesbos, una vez que viajaba hacia la península italiana, tuvo que arrojarse al mar para evitar su muerte a manos de los marineros de la embarcación, que se habrían rebelado. En el agua, un grupo de delfines lo protegió del ataque de los tiburones y le ayudó a llegar hasta la costa.

Incluso en la Odisea de Homero, el mismísimo Ulises fue también salvado en una ocasión por dos delfines cuando iba a morir ahogado. Y existen otras muchas referencias a estos seres, casi siempre de corte extraordinario o sobrenatural, en diferentes culturas antiguas. También el hombre ha querido verlos en el océano del cielo nocturno, dando su nombre a una constelación, “Delphinus”

Del mito a la realidad

Pero no se trata sólo de leyendas o mitología, los casos de seres humanos que son ayudados por delfines se han producido siempre, también en nuestros días. Sin ir más lejos, aún es posible que recuerden al niño cubano Elián González quien logró sobrevivir al naufragio del bote en el que su madre, su padrastro y otras personas intentaban llegar a Florida desde Cuba. Después del naufragio en el que desaparecieron la madre, el padrastro y otras 10 personas, el pequeño Elían con apenas 6 años de edad, pasó 50 horas en absoluta soledad, agarrado a una cámara de neumático inflada hasta que fue encontrado por 2 pescadores estadounidenses en aguas del estrecho de Florida. El pequeño manifestó haber sido acompañado durante ese tiempo por delfines que le hicieron compañía y con los que incluso llegó a jugar.

El 24 de noviembre de 2004 la agencia Europa Presss se hacía eco de la noticia difundida por la BBC según la cual tres socorristas neozelandeses y la hija adolescente de uno de ellos, habían sido salvados del ataque de un tiburón blanco de tres metros de longitud por media docena de delfines que nadaron apretadamente en circulo alrededor de los socorristas durante más de 40 minutos, haciendo de barrera entre ellos y el tiburón. Este suceso tuvo lugar en una playa de Whangarei, en North Island, Nueva Zelanda y los cuatro neozelandeses que vivieron la experiencia no tuvieron dudas de que los delfines actuaron «deliberadamente» para ayudarles.

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Este asombroso comportamiento se repitió el martes 28 de agosto de 2007 en Marina Beach, bahía de Monterrey, California, cuando Todd Endris que se encontraba practicando surf junto a otros compañeros, sufrió el ataque de un enorme tiburón blanco mientras flotaba sobre su tabla. “No vi llegar al tiburón. De pronto me vi atrapado entre unas enormes mandíbulas que me aprisionaban juntamente con mi tabla que impidió que los dientes hirieran también mi pecho y abdomen”. El tiburón soltó por un momento a Todd para morderle de nuevo en una pierna. Lo de no ver al tiburón es una constante que se da en casi todos los ataques de tiburones blancos. “Si estando en el agua ves un tiburón blanco, ese no te va a atacar, el que te devora no lo ves llegar” suelen decir los surfistas. Pero lo realmente sorprendente es lo que declaró Wes Williams, el surfista más cercano a la víctima y el primero que le ayudó a salir del agua: “Justo antes del ataque varios delfines me sobrepasaron, llegaron hasta Todd y comenzaron a dar vueltas alrededor de él”. A Wes, que acumula muchos años de experiencia practicando surf, la presencia de los delfines no le sorprendió. Lo que llamó su atención fue la actitud que estos tenían, nadando en circulo alrededor de Todd y golpeando con fuerza la superficie del agua. Entonces oyó gritar a Todd y vio como las salpicaduras que producían los delfines se teñían de rojo. Vio la enorme aleta del tiburón y comprendió lo que sucedía. Wes relata como uno de los delfines, que seguían nadando en circulo cerrado alrededor de Todd dando violentas palmadas sobre la superficie del agua, roja ya por la sangre, dio un gran salto fuera del agua cayendo estrepitosamente junto a la cabeza de Todd. Entonces el tiburón volvió a soltarle y el surfista pudo tomar una ola con su tabla y acercarse más a la orilla de donde fue rescatado por sus compañeros. Sin la actuación de aquellos delfines es probable que Todd hubiera muerto.

Nunca se ha observado que delfines acudan en auxilio de focas o leones marinos cuando van a ser atacadas por tiburones. Este es sólo un comportamiento que tienen hacia nosotros, los seres humanos.

Colaboración pesquera

Y aún existe una costumbre ancestral en determinados lugares del planeta en la que los habitantes de aldeas de pescadores golpean la superficie del mar para que los delfines les ayuden a pescar. Es lo que ocurre en el estado de Santa Catarina al sur de Brasil, en las playas conocidas como Mar Grosso de la ciudad de Laguna. Allí los pescadores desde muy temprano observan el mar hasta que ven aparecer a los delfines. Entonces se introducen hasta la cintura en el agua con sus redes preparadas y los delfines van acorralando los bancos de peces que no tienen más remedio que llegar hasta la orilla donde son pescados con facilidad por los hombres. Sistemas parecidos se emplean desde tiempos remotos en aldeas costeras de Mauritania (Jacques Cousteau lo recogió en uno de sus documentales) o de Stradbroke Island, en Australia. En ambos lugares los pescadores llegan a golpear en la superficie del mar para avisar a los delfines de que se hallan preparados y entonces estos comienzan a guiar a los peces hasta la orilla. Es verdad que en otros lugares los delfines emplean una forma parecida para alimentarse sin que existan hombres dispuestos en la orilla, lo asombroso es que en los casos referidos parecen esperar la señal de los pescadores para actuar.

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Pero, ¿quiénes son en realidad los delfines?

Tras la desaparición de los dinosaurios hace 65 millones de años, unas pequeñas criaturas comenzaron a proliferar sobre la Tierra: los mamíferos. De ellos, hace 50 millones de años, una rama conocida como Artiodáctilos se especializó en vivir al borde del mar, del que obtenían fundamentalmente su alimento. Poco a poco mutaciones evolutivas fueron haciendo a estos animales cada vez más adaptados al entorno acuático costero, convirtiéndose primero en criaturas anfibias y después en seres plenamente marinos. Los cambios continuaron hasta que hace unos 15 millones de años ya existieron delfines como los actuales nadando en los mares de nuestro planeta. Lo curioso de todo esto es que hace 50 millones de años, las criaturas de las que provenimos nosotros, los seres humanos, no eran muy diferentes de las que evolucionaron hacia los delfines. Pero esto no es suficiente para explicar la especial simpatía que existe entre ambas especies.

Estudios científicos

Llevamos estudiando científicamente a los delfines desde los años 40 del siglo XX. Algunas investigaciones han ido a explorar las posibilidades de estos seres aplicadas al campo militar, llegando, por ejemplo, a ser utilizados para limpiar de minas un área portuaria. Así, se ha descubierto que el cerebro del delfín supera en tamaño al humano, siendo además muy complejo, poseyendo un cortex muy estructurado que le permite desconectar temporalmente un hemisferio para descansar mientras mantiene la vigilancia y la respiración (han de subir a la superficie a respirar cada 5 minutos) con el otro hemisferio. Tienen además un lenguaje muy rico identificándose los individuos de un mismo grupo con distintos silbidos únicos que utilizan… ¡como si fueran nombres! Pueden comunicarse a larga distancia empleando ultrasonidos que, además, usan para ecolocalizar objetos en la oscuridad o en aguas turbias. Se puede decir que el delfín ve el sonido. El cerebro humano sólo es capaz de captar veinte o treinta señales por segundo, pero el delfín puede distinguir hasta setecientas. Por esa razón, los sonidos que el delfín produce nos parecen chasquidos.

Así mismo se ha descubierto que viven en grupos que en algunas ocasiones pueden superar los cien individuos y en los que se dan complejas relaciones sociales. Necesitan mantener un continuo contacto físico con sus congéneres, tocándose y acariciándose unos a otros con frecuencia, llegando a practicar sexo no sólo con ánimo de procreación, si no también por el mero hecho de obtener placer, dándose incluso relaciones homosexuales entre ellos.

Estudios realizados por el Dolphin Research Center, han puesto de manifiesto que estos asombrosos seres poseen la cualidad de la “metacognición”, propia de inteligencia de grado superior que consiste en poder reconocer y analizar los propios procesos de aprendizaje, es decir, mientras aprenden una tarea, los delfines son capaces de reconocer cuándo pueden fallar y, para evitarlo, piden más tiempo hasta que se sienten seguros de conseguir realizarla con éxito.

En la década de 1980 el psicólogo cognitivo Louis Herman, un experto que lleva estudiando delfines desde finales de lo años 60, comenzó, junto a su equipo, una nueva investigación en el Laboratorio de Mamíferos Marinos de Kewalo Basin, en Hawai. Allí trabajó con cuatro delfines de los que descubrió cosas asombrosas. Enseñaron a los delfines a entender señales gestuales, identificándolas con objetos y órdenes. En un reciente artículo publicado por Nacional Geographic, Herman declara no tener una explicación para cierto hecho que les ocurrió un día y que quedó registrado en video: se les pidió a dos hembras del grupo de delfines que improvisaran alguna cosa y que además lo hicieran juntas. Pues bien, las dos hembras se alejaron del borde de la piscina, nadaron juntas en circulo bajo el agua para luego saltar en el aire girando sobre sí mismas en el sentido de las agujas del reloj mientras escupían agua por la boca. Lo hicieron todo perfectamente sincronizadas y nada de eso se había ensayado jamás. Para Herman y su equipo, el que hicieran eso fue algo –usando sus propias palabras-“absolutamente misterioso para lo que no tenemos explicación”. Herman continúa recordando aquella investigación en los siguientes términos: “Yo adoraba a nuestros delfines como estoy seguro que usted querrá a su perro. Pero era más que eso, más que el amor que puede sentirse por una mascota. Los delfines eran nuestros colegas. Es la única palabra que encaja. Eran nuestros compañeros en aquella investigación y nos guiaban para conocer todas las capacidades de su mente.”

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Terapias con delfines

La terapia con delfines o delfinoterapia se utiliza con niños autistas o con lesiones en el sistema nervioso central. También se han obtenido resultados positivos con adultos en procesos de desintoxicación por drogadicciones, con personas deprimidas o estresadas y con mujeres embarazadas para mejorar su estado de relajación. Suele consistir en un número determinado de sesiones de entre 15 y 30 minutos de duración que se realizan acompañados de un terapeuta. Los mejores sitios para realizar estas terapias son los acuarios donde los delfines viven en régimen de semilibertad. En estos lugares se les abre las compuertas que separan su recinto con el mar abierto y los delfines salen a acompañar a embarcaciones cargadas con buceadores que practican el buceo junto a ellos, regresando luego los delfines por su propia voluntad al acuario.

Conclusiones

¿Qué debemos pensar de conductas de delfines como los que salvaron al velero Andorra de naufragar? ¿Por qué los delfines han acudido a proteger a seres humanos del ataque de tiburones y sin embargo no lo hacen con focas o leones marinos? ¿Por qué nunca se ha producido un ataque por parte de ningún delfín hacia seres humanos, ni siquiera en el caso de las orcas (que son delfines y no ballenas), de quienes podríamos constituir fácilmente alimento? ¿Por qué esa simpatía desinteresada hacia nosotros?

Por ahora no hay respuestas

Quizás simplemente sea por reconocer los delfines en nosotros la existencia de algo que también poseen ellos: inteligencia. La recíproca simpatía que sin duda nos profesamos quizás tenga que ver con la complicidad que pueden tener dos mentes que se reconocen mutuamente, aún sin ser por nuestra parte, conscientes de ello.

Contrariamente a lo que muchos creen, las orcas son una especie de delfín, la orcinus orca. Por tamaño, podríamos ser perfectamente alimento para ellas, sin embargo cuando buceadores se han encontrado con orcas, estas se han mostrado respetuosas y, salvo un caso de “conducta inapropiada con un humano” ya que no llegó a ser una agresión, producido en un acuario y atribuible al estado de estrés en el que se encontraba el animal por su largo cautiverio, no existen ataques conocidos hacia seres humanos.

Recientemente un equipo de científicos brasileños y británicos ha informado, después de tres años de investigaciones sobre la conducta sexual del delfín rosado del Amazonas o “Boto”, que el macho de esta especie utiliza ramos de plantas para cortejar a la hembra. La investigación llevada a cabo en la Reserva Mamiraua en el río Amazonas, descubrió un comportamiento nunca observado en un mamífero acuático y ha sido publicada en la revista Biology Letters.

En ocasiones los delfines cautivos en acuarios terminan desarrollando depresiones que les llevan a buscar la muerte dejando deliberadamente de alimentarse, cuando no terminan por volverse literalmente locos. Asistir como público a este tipo de espectáculos contribuye a mantener y fomentar este tipo de tortura para estos maravillosos seres. Es preferible elegir acuarios cuyos delfines se hallen en régimen de semilibertad.

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