Era una preciosa niña. Lloraba. Ignoro por qué.
El caso es que fui a arrodillarme a su altura, la enfoqué con el 80/200 y disparé. Fue milagroso. Dejó de llorar. La primera lágrima, desconcertada, se detuvo. La segunda también…
Fue mi buena obra del día.
(Foto: J. J. Benítez.)