En la imagen destacada: Juan José Benítez y su mujer Blanca se hacen un selfie a su llegada al puerto de Barcelona (Foto: Blanca.)
Fuente: David Ruiz. La Vanguardia 30/10/2020.
El escritor se embarcó en un crucero para dar su segunda vuelta al mundo, un viaje que se convirtió en “calvario” por culpa del coronavirus.
El Costa Deliziosa es un monstruo de 292 metros de eslora, trece cubiertas, 92.000 toneladas, 33 metros de manga, ocho de calado, tres motores de 35.000 caballos cada uno, dos hélices tipo pitch (capaces de girar) y varios motores laterales. Su consumo medio es de 80 toneladas de gasoil al día para dar el máximo de comodidades a los 2.000 pasajeros y 800 tripulantes que lleva abordo. En este gigantesco buque embarcaron el escritor Juan José Benítez y su mujer Blanca a principios de 2020. Era el inicio de su segunda vuelta al mundo, un viaje “inolvidable”, pero no por los motivos que ellos pensaban… Sus peripecias han quedado registradas en el libro La Gran Catástrofe Amarilla (Planeta).
-Leyendo su libro, lo primero que a uno se le viene a la cabeza es ¿a quién se le ocurre subirse a ese crucero con la cantidad de malos presagios que usted estaba percibiendo?
-Pues sí. La verdad es que intervino mucho Blanca, mi mujer, que ya lo tenía todo listo y preparado. Y bueno, me dejé llevar.
-Al final tuvieron una aventura complicada de gestionar.
-Sí, fue una odisea porque en el barco nadie podía imaginar lo que iba a pasar. Embarcamos el 12 de enero en Barcelona y fue en el Pacífico cuando nos enteramos de todo el problema (del coronavirus). Imagínate las reacciones de la gente, cada uno con sus miedos. Sobre todo, lo que está claro es que la gente no quiere morir. Y aquello fue entre desastre y desastre mayor.
-Las primeras noticias del covid-19 en Wuhan hablaban de algo que parecía extraño y lejano. ¿Era esa la misma sensación que tenía usted? Si no he leído mal, estaban entonces en el Caribe…
-Las noticias que llegaban al barco hacían referencia a Wuhan, a China, a un murciélago… Era todo muy confuso. A mi, en un primer momento, me pareció raro y la gente le echó la culpa a los chinos, que era muy fácil.
-Usted comenta que en Australia a nadie parecía importarle el virus. ¿Nos tomamos la primera ola demasiado a la ligera?
-Los del barco estábamos muy confundidos, no sabíamos qué hacer. Pero cuando bajábamos a los puertos australianos te dabas cuenta de que a la gente le daba exactamente igual, parecía que aquello no iba con ellos. No había ningún tipo de precaución, de mascarillas ni nada de nada. La gente paseando por la calle, tan feliz, sin más. Creo que la gente no era consciente de lo que estaba pasando y de la gravedad del problema.
-De pronto llegan las primeras medidas contra el covid-19 en el Costa Deliziosa, pero la sala del bingo seguía llena a rebosar. ¿Era la vía de escape?
-Pienso que en un barco, del que no puedes salir, tienes que buscar algún tipo de aliciente. Y la gente hacía lo que podía. Cuando había teatro se iba al teatro, o al casino, o a los bares, hasta que los cerraron. Porque no había otra forma de escapar.
-Sorprende que ninguna de las medidas que se tomaron incluyera el gel hidroalcohólico.
-Que yo recuerde, no se usó nada. Ni las mascarillas tampoco. En algún momento, cuando se produjo un confinamiento durante algunas horas por un posible positivo, se usaban las mascarillas para salir del camarote. En el resto del crucero nadie las llevaba.
-¿Pruebas para detectar el covid-19 no se hicieron?
-Que yo sepa, no. Vamos, a mi no me hicieron nada ni a la gente que yo conocía tampoco. Los PCR cuestan dinero. La situación era muy loca, muy extraña, muy surrealista.
-Quizás lo peor es que nadie les informara…
-Sí, eso fue lo más terrible. Preguntábamos al capitán o a la representante española pero no sabían gran cosa o no querían hablar. Eso multiplicaba los rumores, los bulos y el nerviosismo. La gente estaba muy tensa. Fueron cuarenta y tantos días de película, de película de terror.
Benítez, en una de las cubiertas del ‘Costa Deliziosa’ (Foto: Blanca.)
-Seychelles, Mauricio, Madagascar, India, Sri Lanka, Maldivas… nadie quería que ustedes se bajaran cuando quizás el barco era el sitio más seguro.
-En cierto modo, el crucero era el sitio más seguro, mucho más seguro que estar en tierra. Llegabas a un sitio, parabas a media milla del puerto y venían los buques para el combustible y los víveres. Nosotros lo mirábamos desde las cubiertas y nos sentíamos mal. Había verdadero pánico.
-¿Cómo consiguió evadirse de todo esto en un buque en medio del océano?
-Yo era muy afortunado porque me refugiaba en la lectura o en la escritura. Escribí un libro entero y parte de otro. Además, teníamos unas pequeñas tertulias en las que podíamos conversar. Pero el resto, fatal. Se incrementó el consumo de alcohol, la gente no salía de los camarotes, no se miraban a la cara… era una situación terrible.
-En ese diario de viaje usted comenta que llega un momento en el que había ciertos problemas con la comida, fruta podrida… Tuvo que ser dantesco.
-Notábamos que la comida escaseaba, que no había determinadas cosas y, para colmo, la gente, con un egoísmo tremendo, acaparaba todo lo que podía. En el bufet era terrible porque había empujones, personas que le quitaban la comida a otras, insultos. Aquello parecía de las cavernas.
-¿Trabajo extra para la seguridad del crucero?
-En el restaurante era más complicado, pero en los bares donde la gente se reunía para tomar una cerveza sí tuvo que intervenir la policía del barco en varias ocasiones. Recuerdo que un francés le quitó una silla a un alemán y este le tiró una botella al primero. Entonces se liaron a puñetazos, medio barco contra medio barco. Aquello era un caos y pasaba casi todos los días.
-Llegan a Perth y los primeros pasajeros se bajan del barco para regresar en avión a sus casas. ¿Eso fue un alivio o incrementó el miedo entre el pasaje?
-Recuerdo que se bajaron 300, ningún español, y los llamaron “desertores”. La gente no les insultaba, pero casi.
-¿Por qué no regresaron todos desde allí?
-Porque Perth no tenía combinaciones para venir a España, había que hacer muchas escalas, en algunos sitios no te admitían por el virus y también había quien quería ver si podía disfrutar algo de lo que quedaba de crucero.
-¿Cómo se vivió el amotinamiento del Costa Pacífica, el buque hermano del Costa Deliziosa?
-Hubo conversaciones, concilios y cónclaves en los que se habló de bajar a recepción con pancartas para decirles que no estábamos de acuerdo con lo que se estaba haciendo y que nos bajasen en un puerto seguro. Pero al final no se hizo nada porque un minuto después la gente comenzó a pensar con la cabeza y llegamos a la conclusión que no tenía sentido amotinarnos si la compañía estaba haciendo todo lo que podía.
-Siempre mejor que te llevan a casa que no dejarte en cualquier sitio alejado y que te obliguen a regresar por otras vías, con el riesgo que eso implica.
-Sí, se hicieron muchas gestiones y entre todos consiguieron convencer al Gobierno para que nos dejara bajar en Barcelona, pero no fue fácil, tuvieron que luchar durante días.
-¿El Gobierno español no quería que viajaran hasta el puerto de Barcelona?
-No, no. Al principio hubo mucha resistencia. Se hicieron muchas gestiones y fue difícil. Incluso en algún momento se pensó que no nos dejaban bajar. El Gobierno del señor Sánchez decía que no y estábamos todos consternados, sorprendidos. Al final la presión fue importante y, tras casi tres semanas de gestiones, se consiguió llegar hasta Barcelona.
El escritor, junto a uno de los camareros del crucero. (Foto: Blanca.)
-Además, empiezan a llegar malas noticias desde España. El padre de una pasajera había muerto a causa del coronavirus. Supongo que la sensación era de impotencia total.
-Sí. No podíamos hacer nada, ni ir a ningún sitio, ni tomar ninguna iniciativa personal. Fue una situación en la que tuve que mantener el control de los nervios y eso ayudó a mi mujer y a la gente de mi entorno, que siempre acudían a mi para saber cómo estaban las cosas.
-Al fin en Barcelona, una ciudad casi fantasma en medio del confinamiento y de ahí en avión a Bilbao. “Tengo el alma rendida ante tanta tristeza y desolación”, escribió.
-Fue triste. Nunca había visto el aeropuerto de El Prat tan desierto, tan silencioso. No había ningún movimiento, salvo alguna patrulla de la policía que pasaba por allí.
-¿Qué se está haciendo mal?
-El problema es que no se utiliza el sentido común. Los políticos son los peores que hemos tenido en nuestra existencia. Porque lo que no debes hacer es empezar a confinar a la gente cuando no sabes dónde está el virus. Es que yo puedo contagiarme en el supermercado o en la calle o en el autobús, no solo en los bares o restaurantes. Y encima se pelean entre ellos. Menos mal que la sociedad está reaccionando ya.
-Por cierto, ¿qué credibilidad le da usted al informe confidencial (explicado en el libro) que indica que el “Havoc”, supuestamente creado por el ejército estadounidense, es el covid-19?
-Yo le daría un 80% de credibilidad. He hecho todo tipo de investigación y me ratifico. El virus nace en Estados Unidos. Y luego se lleva de un sitio a otro y se utilizan los lugares “pantalla”. Uno de ellos era Wuhan, pero había otros dos. En todo caso, esta no es la primera vez que ocurre, es constante. Ya pasó con el sida o las vacas locas. Pero es tan fácil echarle la culpa a los chinos…
JJ Benítez, junto a un amigo en Sydney (JJ Benítez / Editorial Planeta / Miguel Garrote).