En la vida ocurren cosas así. Hay personas cuyo recuerdo jamás se borra, aunque su paso haya sido fugaz. Hay personas –gente maravillosa– que son recordadas por los asuntos más triviales; mejor dicho, por los asuntos, aparentemente, más insustanciales. Éste es el caso de mi amigo Pepe Aragón. Fue mi primer contacto con la música. Éramos niños. Él tocaba la armónica y cantaba. Fue con él, a la sombra de la torre del Tajo, con quien aprendí que la mar y la música son una misma cosa. Fue Pepe Aragón quien le puso letra a mis primeros amores de juventud. Con él descubrí “Mariquilla bonita” y a José Luís y su guitarra. Con él, además, me calcé mis primeros guantes de boxeo, aunque reconozco que Dios no me hizo para boxear. Pepe Aragón fue el amigo leal que me orientaba en aquellos lejanos cursos escolares. No importaba que lo hiciera copiando párrafos del libro “Corazón”, de Edmundo de Amicis. Era y es todo corazón.
Pepe Aragón.
Pepe Aragón, (primero por la izquierda) en la playa de Barbate.
La torre del Tajo, en Barbate. (Cádiz. España.) (Foto: J.J. Benítez.)