En el otoño de 1965, Ángel Benito, director de la Escuela de Periodismo, en Pamplona (Navarra. España), me dio a elegir: “El Comercio, de Gijón, o “La Verdad” de Murcia. Me incliné por “La Verdad”, un periódico regional con mucha vida. Murcia, además, es un lugar soleado. Y allí trabajé durante dos años. Fueron mis primeros pasos como profesional del Periodismo, aunque mis prácticas tuvieron lugar en La Nueva Rioja, en Logroño. Y el Destino, atento, puso a mi lado a gente maravillosa, que me auxilió y me colmó de atenciones. No puedo recordar a todos los que me recibieron con los brazos abiertos en Murcia. Me vienen a la mente hombres como Venancio Luís Agudo Ezquerra, mi primer director. Tuvo una santísima paciencia con aquel recién llegado. Yo sólo tenía veinte años. Recuerdo a Crespo, el genio del cine, siempre dispuesto a regalar información y, muy especialmente, sonrisas. Recuerdo a Baldo, un humanista que, además, dibujaba. Me fascinaban los juegos de sus plumas y pinceles. Quiso casarme con una de sus bellísimas hijas, pero yo era infinitamente más torpe que ahora. Sus calderos han quedado para la historia. Recuerdo a Manolo Carles, la bondad y la sabiduría; inexplicablemente hacía deportes. Yo golpeo la máquina de escribir por pura simpatía hacia Carles. Recuerdo a Alegría, y a Sánchez, y a la gente de talleres, y sus desayunos tras toda una noche de trabajo, y a Tomás, el fotógrafo, que aparecía y desaparecía misteriosamente, como en las novelas del “Gabo”. “La Verdad” fue el lugar donde encontré mayor cantidad de gente maravillosa por metro cuadrado. De hecho, cuando tuve que abandonar Murcia (1968), requerido por el servicio militar, lo hice con lágrimas en los ojos.
Tomás.
Baldo.
Crespo.