Manolita Bernal: caminó más de 182.000 kilómetros en cincuenta años. En otras palabras: dio cuatro veces la vuelta al mundo, aunque lo más lejos que llegó fue a Lanjarón, en Granada (España).
Manuela Bernal Crespo fue mi abuela, la única que he conocido. Manolita, como la llamaban en el pueblo, fue la primera persona que influyó en mi, y sin una sola palabra. Yo era muy niño. Acudía cada verano a su casa, en Barbate, Cádiz (España). Y la observaba. Era contrabandista. Cada mañana cargaba una gran espuerta con los productos llegados de Tánger o Gibraltar: medias de cristal, crema “pons”, café, tabaco de picadura y lencería inglesa. Ataba un pañuelo negro a la cabeza y emprendía un largo paseo por las calles de Barbate, casa por casa. No importaba la lluvia, el calor o las moscas. Cada día recorría entre cinco y diez kilómetros. Y lo hacía en silencio, con la vida en una espuerta. Jamás se lamentó. Del dinero que ganaba, yo recibía una parte; con eso podía costearme el cine de verano. Manolita me permitió soñar y me enseñó la disciplina.
Curioso: su hijo (mi padre) fue guardia civil.
Manolita adoraba el 205. Era su número en el sorteo de los ciegos. Desde entonces, yo llevo 205 pesetas en la cartera, en su memoria.
Manolita, la contrabandista, con sus hijos.