En la imagen destacada: Katanga y Juanjo, en el wadi D´Jerat (Argelia). (Foto: Iván Benítez.)
Nunca supe su verdadero nombre.
Cuidó de mí en las largas y penosas travesías por los desiertos africanos.
No sé cómo lo hacía, pero siempre estaba a mi lado, pendiente y en silencio.
Escogía los mejores caminos para mí.
Escogía la mejor sombra y el mejor te.
Le acompañaba una pistola negra y muda.
Era el último en comer, en beber, en descansar y en hablar.
Mi trabajo fue más fácil, gracias a él.