Vivía en el “21”, con mi abuela, la contrabandista. Era el marido de Leo, la única hermana de mi padre. Me impresionó nada más verle. Fue el primer hombre reñido con el mundo que conocí. José Juliana llamaba la atención por su mirada azul, por sus manos sin fin, y por sus silencios. Dicen que fue como consecuencia de esa ruptura con el mundo por lo que decidió no hablar, o hablar estrictamente lo justo. Y se refugió en la amistad de media docena de cañas de pescar, con las que tampoco hablaba. Eran sus amantes. “¿Para qué hablar – decía -, si puedes decirlo todo con la mirada?”
Juliana me enseñó a pescar. Lo intentó, al menos. En realidad, él pescaba y yo recogía las estrellas que caían del cielo nocturno de Barbate. Sin querer, mi tío Juliana me enseñó a soñar.
José Juliana. (Foto: J.J. Benítez.)
Leo, esposa de José Juliana. (Foto: J. J. Benítez.)