En la imagen destacada: Federico García Lorca.
Nadie me ha transportado tan alto en el interior de mi mismo como Federico García Lorca.
Neruda le sigue, pero de lejos…
Abrir «Poeta en Nueva York» es descender a la fosa de los imposibles, donde todo son suposiciones ciertas.
Abrir «Pequeño vals vienés» es navegar entre orillas lorquianas, depositando besos entre tus piernas y añorando la luz roja de aquel laboratorio de amor.
Abril el «Romancero gitano» es acariciar de nuevo tus pechos de estaño y revivir tus gemidos de algodón.
Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos…
Tus palabras me hirieron, para siempre.
Por el cielo va la luna, contigo, de la mano…
Abrir «Romancero sonámbulo» es regresar a tu verde carne, a tu verde pelo, a tus verdes silencios, a tu amor derramado.
Bajo la luna nos miramos, pero el amor no nos dejó mirar.
Abrir «La casada infiel» es apagar la noche. No importa. Tú la enciendes cuando me recuerdas.
Y un horizonte de perros me ladra muy lejos del río…
Lorca tampoco fue humano.
Abrir «La sangre derramada» es morir de placer (por lo que tuve y por lo que, adivino, tendré).
Lorca, vuelve…