Una tarde, al entrar en su café, tomé una hoja de papel y escribí mis sentimientos hacia él. Decía :
“Milagro de cada tarde. Mil relámpagos cautivos del cristal. Hogar y cómplice… Mi corazón gotea bajo la maquinilla niquelada de un imposible. Té de media tarde : mi propia sangre derramada en soledad. Y en medio, universos voladores en los ojos de Encarna. Apoyado en el murmullo geométrico de tu casa, quiero llenar el vaso de mi locura. Colmarlo, aunque sólo sea de miradas furtivas. En la pared, catorce lances de carbón. Ellos también esperan un final que no llega.
Diego Revuelta.
Torero en el albero ingrávido del espíritu, siempre al quite de las cornadas de la soledad. Sigue escuchando al que nadie escucha. Sigue llenando mis silencios, aunque sólo sea con silencio.
Café de Revuelta, hogar y cómplice…”
¡Dios mío! ¡Si las paredes hablasen…!
(Fotos: Iván Benítez.)