Se han cumplido 30 años desde la publicación de “Jerusalén: Caballo de Troya (1)”. Apareció en la Semana Santa de 1984.
Pues bien, me preguntan, sin cesar, cómo ha influido en mí.
Esto es lo que pienso y, sobre todo, lo que siento:
Ha sido un sueño cumplido. Siempre imaginé: cómo pudo ser la auténtica vida de Jesús de Nazaret, cómo la hubiera narrado un periodista o un científico.
Lo que nunca llegué a imaginar es que los sueños terminan por hacerse realidad, bien aquí, en vida, o después de la muerte. Caballo de Troya es el resultado de una ilusión. Un día, cuando menos lo esperaba, apareció ante mí una documentación que me llevó a escribir lo que tanta gente conoce.
Me sentí sorprendido –gratamente sorprendido– y después, atrapado. Allí estaba el Jesús que yo había imaginado tantas veces: humano, próximo, cordial, misericordioso, divertido, ajeno a la política y a las instituciones religiosas y, al mismo tiempo, un Hombre-Dios.
Era lo que buscaba y lo que necesitaba, y que jamás encontré en las iglesias; en ninguna.
Desde entonces contemplo la vida desde otra perspectiva. No tengo miedo. Sé que existe vida después de la muerte. Sé que soy inmortal, por expreso deseo del Padre Azul. Me consagré a la voluntad del Padre y todo se me dio por añadidura.
Ahora sé que la vida es un paréntesis y que en breve regresaré a la realidad.
“Caballo de Troya” es el mejor regalo que me han hecho…