JJ Benítez.
Pequeñas grandes cosas que me jinotizan

Jinotizan: El valor de lo pequeño aumenta, exponencialmente, en función de las carencias. En mi caso sucede lo contrario: cuanto más sé sobre Dios, y sobre mí mismo, más me importa lo supuestamente pequeño.

● Sentarme y aprender (me).

● Subirme al tren bala del número pi.

● La indefensión del dedo meñique.

● Recostarme en una mirada.

● Acompañar a los pies desnudos por la arena de una playa.

● Levantar la vista y saber que Orión sigue ahí.

● El lenguaje de seda de los dedos.

● El perfume, de puntillas, de los naranjos.

● Contemplar la prehistoria de un tomate en una flor.

● Imaginar los pensamientos de una mujer mientras finge que no piensa.

● Suponer a Dios prendiendo estrellas, una a una.

● La calderilla de las ideas.

● El sofrito de algunos encuentros y conversaciones.

● Beethoven, a eso de las siete de la tarde.

● Un par de tragos de soledad conmigo mismo.

● Conjunción de firmamentos en una idea y conjunción de ideas en un firmamento.

● Una noche estrellada, aunque sea sin Van Gogh.

● Imaginar, incluso en sueños.

● El reencuentro con la ducha tras dos semanas de amor con el desierto.

● Abrir las páginas nocturnas del desierto.

● Contemplar el horizonte inalcanzable de la tolerancia divina.

● Dos huevos fritos con patatas crujientes, recién bajados del cielo.

● El silencio, no importa a qué hora, ni tampoco dónde.

● Los pechos de una mujer mientras me asomo a la imaginación.

● Salir de excursión a la memoria.

● Subir al cielo con el humo del primer cigarrillo del primer café de la mañana (cuando fumaba).

● Terminar (no importa qué).

● Ocupar la jornada con un máximo de cero obligaciones.

● Sentarme en el pensamiento y ver pasar a los demás.

● Cine, por favor. Más cine, por favor.

● Arrellanarme en mi sillón y reírme del día que se va.

● Saber que siempre vuelvo.

● Abrir cada ahora y descubrir qué contiene.

● Contemplar la bellinte de Dios.

● Saber que los muertos se van, pero sólo temporalmente.

● El reencuentro con mis zapatillas.

● Cortar una rosa para ella, o para Él.

● El pistoneo de la Gitana Azul en la memoria.

● El tirón de un choco, con Barbate al fondo.

● Saber que no soy imprescindible.

● Las caras de los demás (casi todas)

● El lenguaje de trapo del Frasquito.

● Cualquier encuentro con un IOI

● Aprender, aunque sea para olvidar.

● Los días, tras las rejas negras y rojas de los calendarios.

● Rememorar aparcería.

● Una vieja fotografía, que vuelve sin avisar.

● El misterioso silencio en los ascensores.

● Apagar la sed (no importa cómo).

● El agua fría, correteando por los pies.

● El fuego casi eterno del sol.

● Contar años luz, pero con los dedos.

● Asomarme a las estrellas para recordar quién soy.

● Atrapar ideas antes de que escapen.

● Yo mismo, contemplado con una cierta perspectiva.

● Burlar la ortodoxia y descubrir que no pasa absolutamente nada.

● Intuir que nadie se equivoca, nunca.

● Un cuaderno en blanco al que resucitar con rotuladores de colores.

● Saber que la felicidad no se busca; ella te encuentra si no la buscas.

● No hacer planes más allá de mi sombra.

● Dios a la vuelta de la esquina (en cada esquina de mi vida).

● Leer, incluso con los ojos cerrados.

● Sentir cómo llegan los peristálticos y cómo se van los fenoles.

● Vaciar el tiempo.

● Dormir bajo un techo de cristal.

● Oír el comadreo de la lluvia bajo un techo de cristal.

● La impenetrabilidad del pensamiento.

● La precisión de una mirada.

● La velocidad, superior a la de la luz, de la intuición.

● La simetría de todo lo que contiene amor.

● El más insignificante de mis hallazgos.

● Los neutrinos, capaces de atravesar billones de kilómetros de plomo sólido sin que nada les llame la atención.

● Los pilotos, que hacen volar lo que no puede volar.

● Los pilotos, porque jamás hay que repetirles las cosas.

● La gravedad, tan sufrida, tan constante y tan silenciosa.

● El pan frito y su música, al masticarlo.

● Abrir un melón de madrugada y sorprender a Dios en el interior.

● La tenacidad, no humana, del oleaje.

● El poder invisible de los polos.

● Dios, en el big-bang, ajustando la densidad de la materia para que hoy sea 0.1.

● El incomprensible silencio de los muertos, sean personas, animales o cosas.

● El misterioso pecado de los osos hormigueros, por el que fueron condenados a no soñar.

● La belleza, oportunidad, precisión e invisibilidad del sexto sentido femenino.

● La matemática simetría C6 (no humana) de un copo de nieve.

● Imaginar el tiempo sin el bastón del espacio.

● La fidelidad de los espejos.

● Lorca y Neruda y su peculiar manera de enredar en el interior de Dios.

● El pobre Heisenberg, siempre con su incertidumbre.

● Haber llegado a los sesenta años sin proponérmelo.

● El obligado silencio de los peces.

● Una familia de gotas de lluvia perdida en el cristal de una ventana.

● Mi padre, como Dios pero más alto.

● El seco crujir de la nieve cuando me ve llegar.

● La ventana de mi imaginación por la que entran los Reyes Magos.

● La orfandad de las profundidades marinas.

● Las damas de noche y sus conciertos en los cines de verano.

● La mar, a todas horas (no importa que esté pintada).

● El olor a purpurina, mientras la vieja estufa de carbón me calentaba las orejas y la imaginación.

● El intrigante silencio de los cuadros.

● Veinte mil leguas de viaje submarino sin una sola salpicadura.

● El vuelo, a la pata coja, de una mariposa azul de catorce centímetros.

J.J. Benítez

J.J. Benítez

Cuestione con J.J. Benítez los grandes misterios y los temas insólitos que el hombre se planteó en el pasado y de los que aún hoy busca una respuesta. Rompa las barreras de lo desconocido y disfrute de la mano de J.J. Benítez y sus sorprendentes descubrimientos. Venga con nosotros y viva a través de sus obras y documentales de TV, la hechizante aventura del saber.

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