En la imagen destacada: Beda García Martínez y siete cebollas de cinco kilos cada una.
No he logrado averiguar la verdad; mejor dicho, cómo llegar a la verdad… Me explico: en la década de los años setenta (siglo veinte), en una bella población mexicana -el Valle de Santiago, en el estado de Guanajuato-, un grupo de vecinos sorprendió al mundo. Eran capaces de obtener hortalizas gigantescas: coles de cuarenta y cinco kilos, cebollas del tamaño de la cabeza de un niño, hojas de acelga de más de un metro de longitud, claveles enormes, espigas de trigo con más de cien granos… Aquello era una locura.
Las autoridades mexicanas intervinieron y comprobaron que, en efecto, las hortalizas del «paraiso» eran reales. Trataron de obtener información, pero los vecinos se negaron. Lo único que consiguieron fueron algunas parcas explicaciones por parte de José Carmen García y Oscar Arredondo, en representación del grupo. «La fórmula -dijeron- les fue dada por los extraterrestres…» Eso fue todo. De no haber sido por la abrumadora realidad de los enormes frutos, las autoridades hubieran abandonado el asunto. Pero los vegetales gigantes estaban allí, asombrosos y desafiantes. Aquello podía ser la solución al hambre en el mundo…
Y las autoridades de México aceptaron un sencillo y comprometedor reto. Los expertos del Ministerio de Agricultura llevaron a cabo una siembra por los procedimientos habituales y, al lado, el grupo del Valle de Santiago hizo otro tanto, pero aplicando la fórmula «mágica». El curioso desafío tuvo lugar en el campo experimental de Tangasneque, cerca de Tampico (Tamaulipas). En representación de la ortodoxia oficial se hallaba el ingeniero Francisco Lavín Ortiz y uno de sus mejores técnicos, el Dr. Eduardo Hill.
A pesar de haber utilizado los mejores fertilizantes, y el riego adecuado, la hectárea «oficial» sólo ofreció un rendimiento de cinco toneladas. García Hernández y su grupo lograron un promedio de ¡107 toneladas por hectárea!
Y sucedió lo que sucedió…
A las multinacionales de la alimentación y de la fabricación de abonos, pesticidas, etc. no les gustó el «hallazgo» de los mexicanos. Y el grupo empezó a ser acosado, amenazado y, finalmente, varios de sus miembros fueron interrogados por la policía y encarcelados.
Dos de ellos huyeron, aterrorizados. Y el hermoso proyecto quedó paralizado.
He vuelto en varias oportunidades para intentar que la fórmula «mágica», o lo que sea, no se pierda y que el mundo entero se beneficie de semejante bendición. Oscar Arredondo y el resto siguen teniendo miedo y no hablan del secreto de los vegetales gigantes. Quizá otros investigadores tengan más suerte…
P.D.- Mientras tanto, cada tres segundos muere un niño en el mundo por causas ligadas a la pobreza y el hambre.
Una col de 43 kilos.
Sin comentarios…
Los cítricos pueden alcanzar tres y cinco kilos por fruto. (Foto: J.J. Benítez.)
José Carmen García, uno de los «receptores» de la fórmula «mágica».
Claveles gigantes. En el centro, un clavel normal, que sirve de comparación.
Un rábano de diez kilos.
El Valle de las Siete Luminarias.
Cebolla de casi seis kilos.
Acelga de 1.85 metros de longitud.
Tubérculo (betabel) de siete kilos de peso.
El grupo que recibió la fórmula fue perseguido y amenazado.
«Hay que cargar la semilla de energía mental», aseguran los campesinos que recibieron la fórmula supuestamente extraterrestre.
Con la fórmula que se conserva en el Valle de Santiago (México) podría erradicarse el hambre en el mundo. Pero a alguien no le interesa…
Las multinacionales trataron de obtener la fórmula «mágica». No lo consiguieron.
J. Carmen García y otra col gigantesca. «El maiz -asegura- parecían árboles».
Escudo Turístico de la ciudad de Valle de Santiago, en el estado de Guanajuato (México).