Blanca.
La quinta bomba

En la imagen destacada: Bombas de hidrógeno que cayeron sobre Palomares (Museo Atómico de Albuquerque. Nuevo México (USA). (Fotos: J.J. Benítez.)

Yo estaba allí. Acababa de iniciar mi carrera como periodista en “La Verdad” (Murcia. España). Fue el 17 de enero de 1966. La noticia llegó a través de un camionero, que había contemplado el suceso: dos aviones de las Fuerzas Aéreas de EEUU, un bombardero B-52 y un avión de reaprovisionamiento en vuelo, un KC-135, con 110.000 litros de combustible, chocaron en vuelo. Un error provocó que el B-52 volara por debajo de la cisterna e impactó con la panza del KC-135. Los aviones colisionaron a 10.000 metros de altura sobre la región española de Murcia y Almería. Regresaban de Turquía con destino a Carolina del Norte, en USA. Los aparatos se desintegraron en el aire. Siete tripulantes murieron. Otros cuatro lograron saltar en paracaídas. Como consecuencia del choque, cinco bombas nucleares se precipitaron a tierra. Dos llegaron intactas. Otras dos sufrieron desperfectos y liberaron uranio 235 y plutonio 239. Una quinta bomba, caída en el Mediterráneo, no apareció jamás. Los tripulantes que sobrevivieron quedaron asombrados. “Las bombas deberían haber estallado”. Al caer a tierra, dos de las armas atómicas hicieron detonar los dispositivos convencionales, con el fin de alcanzar la reacción nuclear. Un dispositivo secreto evitó la catástrofe. Según cálculos de los militares norteamericanos, la explosión nuclear de las cinco bombas hubiera arrasado prácticamente las provincias de Almería, Murcia y Alicante y parte de Granada, Albacete y Valencia. En total, según estimaciones confidenciales del Pentágono, el número de muertos habría superado el millón. Cada bomba tenía un potencial equivalente a setenta y cinco veces la bomba que fue lanzada en 1945 sobre Hiroshima, en Japón. Yo hubiera sido una de las víctimas…

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Fue inexplicable, y milagroso, que las bombas atómicas no estallasen. (Foto: J.J. Benítez.)

Según los norteamericanos, la caída de las bombas esparció alrededor de veinte kilos de plutonio altamente radioactivo sobre el pueblo de Palomares y alrededores. El plutonio 239 emite radiaciones alfa y necesita del orden de 24.000 años para extinguirse. Eso significa que la población de Palomares necesitará 24.000 años para quedar libre de la contaminación. En 1966, el 29 por ciento de la población presentaba trazas de plutonio radioactivo en su organismo. USA, con la absoluta protección de Franco, se lanzó a la búsqueda de las bombas que no habían aparecido y a la limpieza de la zona en una operación secreta llamada “Flecha Rota”. Nadie podía entrar o salir del lugar sin la autorización de los gringos. El campamento “Wilson”, montado por los norteamericanos, fue un nuevo ejemplo de la prepotencia USA. Miles de toneladas de tierra contaminada fueron removidas y trasladadas a Savannah River. Sin embargo, parte del material radioactivo fue enterrado por los soldados norteamericanos en varias fosas de treinta metros de diámetro, por tres de profundidad, en las proximidades de Palomares. Fue otra operación secreta. En la actualidad, el Ciemat (Centro de Investigaciones Energéticas y Medioambientales), dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación de España, ha encontrado dos de esas fosas, con restos de plutonio y americio. Una vez más, los norteamericanos barrieron la basura debajo de la alfombra…, de los demás.

Por otra parte, y esto podría ser lo más grave, los expertos han detectado plutonio radioactivo en el plancton del Mediterráneo, especialmente en la costa levantina española. Ello confirma la inicial sospecha: existió una quinta bomba nuclear B28, con una capacidad de 1.5 megatones, que cayó al mar y que nunca fue recuperada.

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Alrededor de un millón de muertos hubiera producido la explosión de las armas nucleares que se precipitaron sobre la costa levantina española en enero de 1966. Nadie se explica por qué no estallaron.

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Paco Simó, más conocido por Paco, “el de la bomba”, durante el rescate de la bomba que él vio caer al agua (Museo Albuquerque, en Nuevo México) (Foto: J.J. Benítez.)

Las tareas de búsqueda y limpieza terminaron el 7 de abril de 1966, cuando Paco Simó, un pescador de Aguilas, ayudó a localizar la cuarta bomba. El verdadero temor de los norteamericanos no era que los españoles se vieran contaminados, sino que los soviéticos hallaran dicha bomba y se la quedaran…

P.D.- Hay quien asegura que Fraga Iribarne, entonces ministro de Información y Turismo, no se bañó en la playa de Quintapellejos, en Palomares, sino en Mojacar.

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Polémico baño. ¿Se bañó Fraga Iribarne frente a la playa de Palomares o fue un simulacro en las aguas de Mojacar? El gesto de Fraga quiso demostrar que no existía riesgo de contaminación radioactiva tras el accidente de los aviones norteamericanos. El baño pudo ser real; no así la afirmación de que Palomares se hallaba libre de contaminación.

J.J. Benítez

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