La historia de “Caballo de Troya” empezó en abril de 1980, en un viaje a México.
Acababa de publicar un libro sobre los hallazgos de la ciencia sobre la Síndone o Sábana Santa de Turín. El libro se titula “El Enviado”.
Fui invitado al programa de la televisión azteca que dirigía el periodista Jacobo Zabludovsky y esa noche hablé de Jesús de Nazaret, de su muerte y de su resurrección. Al parecer lo hice con tanto ardor y convencimiento que “alguien” quedó gratamente impresionado.
Esa noche, al regresar a mi hotel en el D.F., recibí una llamada telefónica que cambiaría mi vida…
La llamada procedía del estado de Tabasco. Era un militar, un mayor de las Fuerzas Aéreas Norteamericanas. Deseaba conocerme. Había visto el programa de televisión y estaba vivamente impresionado por mi pasión por el Hijo del Hombre. “Me sentiría muy honrado si pudiera conversar con usted”. Esas fueron sus palabras.
Fue así como empezó la aventura de los “Caballos de Troya” (todo ello narrado en el primer volumen).
Conocí a un personaje singular, me entrevisté con él en diferentes oportunidades, me puso a prueba y, finalmente, conseguí llegar a su legado: la vida de Jesús de Nazaret contada por un astronauta (en realidad dos) que “viajó” a la Palestina del año 30 de nuestra era.
Quedé fascinado. Lo narrado por el mayor no tiene nada que ver con lo que cuentan los evangelios.
El mayor de la USAF falleció en agosto de 1981. Han pasado 32 años.
Para muchos, “Caballo de Troya” es una novela “que toca el corazón”.
Está bien, que cada cual piense lo que estime oportuno.
Yo sé que no es una novela…
J.J. Benítez