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Una caja de madera y oro

Imágenes: Iván Benítez.

A Samsón Alemu, que me enseñó la «otra» Etiopía.

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La montaña de Dios

Otra gran manipulación

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Moisés, a sus ochenta años, jamás pudo subir en solitario hasta lo alto de la montaña sagrada.

Recuerdo que pasé años acariciando aquel proyecto. Más que un proyecto fue un sueño: quería repetir el camino de Moisés por el desierto. Quería pisar el Sinaí y sentir la presencia o la gloria de Yavé. Recuerdo que lo bauticé: «Éxodo 2000.» La vida, después, como casi siempre, puso las cosas en su lugar. Jamás emprendí aquel fascinante «éxodo». No logré encontrar quien se adentrara conmigo en las ardientes cañadas de la península sinaítica. Pero el Destino, benevolente con este soñador, me permitió, al menos, «callejear» por el macizo sagrado y granítico. Y surgió «Planeta encantado». Fue así, de la mano de este ambicioso proyecto, como pude escalar la montaña de Dios y asistir en su cumbre a mi propio amanecer interior. Un «amanecer» que poco o nada tiene que ver con lo tradicional o con lo ya sabido. Allí, en lo alto, comprendí que Yavé no era mi Dios (a sus espaldas clamaban un millón de muertos). Allí, en el Sinaí, caí en la cuenta (una vez más): la historia ha sido manipulada…

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La montaña de Dios, un lugar árido y agresivo.

Una caja de madera y oro

Graves dudas sobre Yavé

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El arca de la Alianza (más de un millón de muertos). (Gentileza de kibbutz Almog.)

He visitado el macizo granítico del Sinaí en tres oportunidades. En las tres regresé decepcionado. La Biblia, probablemente, no dice la verdad. Ésa es mi opinión personal. Moisés, a sus ochenta años, jamás pudo subir en solitario hasta lo alto de la montaña. La Biblia, como saben los especialistas, fue redactada en diferentes épocas y por muy distintas manos. Buena parte de esa redacción tuvo lugar durante el exilio de los judíos de Babilonia. Los persas y el resto de las culturas dominantes de aquel tiempo disponían de una historia y de una épica. Y los judíos decidieron «fabricar» sus propios héroes. Así nacieron muchas de las historias contenidas en la Biblia. Hoy resulta casi imposible distinguir cuáles fueron auténticas y cuáles inventadas o copiadas. Éste es el caso del arca de la Alianza; el objeto religioso más temido, venerado y destructor que haya podido concebir el hombre antiguo. Una caja de madera y oro que, de ser cierta la historia, ocasionó más de un millón de muertos. Y me pregunto: ¿qué clase de Dios era Yavé? ¿Por qué consintió una brutalidad semejante? ¿Qué era en realidad el arca? ¿Qué sabemos de ella? ¿Porqué desapareció? ¿Se encuentra todavía entre nosotros?

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Sumando el peso de los querubines, el arca podía superar una tonelada.

El arca

• De ser cierta la historia bíblica, la parte básica o esencial del arca de la Alianza medía 2,5 codos de largo por 1,5 codos de alto y 1,5 de ancho.

• Existen tres posibles versiones respecto a la conversión de dichos codos. A saber:

Codo «vulgar»

– Largo: 1,10 metros

– Ancho: 0,66 metros

– Alto: 0,66 metros

– Volumen interior: 385,1 litros

– Peso: entre 730 y 743 kilos

Codo sagrado

– Largo: 1,34 metros

– Ancho: 0,80 metros

– Alto: 0,80 metros

– Volumen interior: 733,2 litros

– Peso: entre 1 095 Y 1115 kilos

Codo egipcio

– Largo: 1,31 metros

– Ancho: 0,786 metros

– Alto: 0,786 metros

– Volumen interior: 666 litros

– Peso: entre 1 031 Y 1 050 kilos

No se ha tenido en cuenta el peso de los querubines, muy difícil de cuantificar. El peso de éstos podía oscilar entre doscientos y trescientos kilos.

Personalmente, dado el origen de Moisés y del llamado pueblo «elegido», me inclino por el codo egipcio.

• El propiciatorio (tapa de oro llamada «Kapporet») reunía las mismas medidas que el arca (largo y ancho). Del grosor no se tienen noticias fiables. Un rabino del siglo XII, Moshe Levine, escribe sobre el particular y asegura que dicha tapa medía un palmo. En el caso del palmo egipcio equivaldría a 7,471 centímetros.

• Según la Cábala, las medidas del arca (2,5 x 1,5 x 1,5 codos) ofrecen cuatro grandes rectángulos de 2,5 por 1,5 codos cada uno. El perímetro de cada rectángulo es igual a 8 codos. O lo que es lo mismo: 8 x 4: 32. Como se sabe, «32», en la Cábala, equivale a 10 séfiras más los 22 senderos del Árbol de la Vida. En cuanto a las aristas (también según la Cábala): aristas largas (2,5 x 4) : 10. Aristas cortas (1,5 x 8) : 12. Total: otra vez el número 22. Otra vez las veintidós letras hebreas que podemos hallar igualmente en la Menorá, el candelabro sagrado descrito en Éxodo XXV, 31 a 39. ¡Interesante!

• El arca fue construida en madera de acacia y cubierta en su totalidad (por dentro y por fuera) de oro puro.

• Fueron dos artesanos -Besalel y Oholiab ben Ajisamak- quienes llevaron a cabo la construcción del arca, según las instrucciones de Yavé. El hecho pudo suceder (?) hace tres mil doscientos años. La detallada construcción de la misma ocupa quince capítulos en el Antiguo Testamento.

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Algunos tímidos cipreses se alzan en la llamada explanada de la «zarza ardiente», en el macizo sinaítico, a medio camino de la cumbre.

Una vez más, vayamos paso a paso.

Y dijo Yavé «Sube hasta mí, al monte… Quédate allí y te daré las tablas de piedra, la ley y los mandamientos que tengo escritos para su instrucción…»

Así comienza la historia de esta temible caja de madera y oro. Corría el año 1150 o 1200 antes de Cristo. Moisés había sacado a los hebreos de Egipto. En realidad deberíamos hablar de tribus o clanes beduinos, puesto que los hebreos no existían aún como «pueblo». Eso llegaría después, con el gran héroe: Moisés.

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Pequeña iglesia cristiana en la cumbre del Sinaí.

Y cuenta la tradición que, al oír la voz de Dios, el patriarca se hallaba en las estribaciones del referido macizo granítico del Sinaí. El asunto, sin embargo, tampoco está claro. En la actualidad hay doce montes de la región que se disputan el título de «montaña de Dios».

Para los cristianos, la identificación del Sinai tuvo lugar en el siglo IV, cuando Eusebio de Cesarea describió las experiencias de Moisés al sur de la península sinaítica. Y en ese mismo siglo, Helena, la madre del emperador Constantino, bendice la idea del historiador construyendo un monasterio en el lugar donde, supuestamente, arrancó Moisés en su camino hacia la cumbre. Así nació Santa Catalina, al pie del Sinaí.

Y Moisés -prosigue la Biblia-, obedeciendo, subió a la montaña. ¿Subió en solitario a 2285 metros de altitud? ¿A sus ochenta años? Hoy, una persona sana y medianamente entrenada, necesita del orden de cuatro o cinco horas para ascender desde la zona de Santa Catalina hasta la cima. Estoy pensando, naturalmente, en una persona de cuarenta o cincuenta años…

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Cada tribu beduina tiene su propio Sinaí. En total, doce posibles ubicaciones.

Y dice el Antiguo Testamento que una misteriosa nube cubrió el monte. Y la gloria de Yavé descansó sobre el Sinaí y la nube lo cubrió por seis días. Y al séptimo llamó Yavé a Moisés en medio de la nube. Y la gloria de Yavé aparecía a la vista de los hijos de Israel como fuego devorador sobre la cumbre del monte .. Moisés, entonces, entró en la nube y permaneció en el monte cuarenta días y cuarenta noches…

¿Cuarenta días en el interior de una nube? Y mis pensamientos -sin querer­ volaron a Mali, recordando aquella otra curiosa e increíble historia de los dogon, «secuestrados» noventa días en las arcas de los seres de Sirio (véase Los señores del agua). Pero ésa es otra historia. Y fue en esa larga estancia en la cima del Sinaí donde, al parecer, Moisés recibió las instrucciones para construir el arca de la Alianza. Ahí, efectivamente, arranca la historia del objeto más sagrado, enigmático, codiciado y mortífero de la antigüedad. Un objeto cuya pista se ha perdido y que, sin embargo, continúa levantando polémica.

El testimonio Y Yavé habló a Moisés y le dijo: «…Harás una arca de madera de acacia de dos codos y medio de largo, codo y medio de ancho y codo y medio de alto. La revestirás de oro puro. Por dentro y por fuera la revestirás. Y además pondrás en su derredor una moldura de oro. Fundirás para ella cuatro anillas de oro, que pondrás en sus cuatro pies. Dos anillas a un costado y dos anillas al otro… Harás también varales de madera de acacia que revestirás de oro. Y los pasarás por las anillas de los costados del arca, para transportarla. Los varales deben quedar en las anillas del arca, y no se sacarán de allí… Y en el arca pondrás el Testimonio que yo te vaya dar…»

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Monasterio de Santa Catalina, al pie de la montaña sagrada. Iniciamos la ascensión.

¿Testimonio? ¿A qué se refiere el texto bíblico? Tampoco está claro para los exégetas y estudiosos. Lo más probable es que se tratase de las tablas de piedra, con los diez mandamientos. Otros añaden un recipiente con el maná e, incluso, la no menos célebre vara de Aarón, el hermano de Moisés. Una vara que, obviamente, habría entrado con dificultad en el interior del arca…

Sinaí: algunos apuntes

• No se trata de una montaña aislada, como se imagina con frecuencia, sino de un macizo. Una de las alturas de este gran macizo recibe el nombre de Djebel Musa (monte Sinaí). Judíos y musulmanes sitúan también el monte de Dios en diferentes regiones de la península sinaítica, desierto de Neguev y norte de Arabia. No existen pruebas definitivas de la estancia de Moisés en dicho Djebel Musa.

• El macizo sinaítico -actualmente perteneciente a Egipto- suma más de sesenta y dos mil kilómetros cuadrados, estratégicamente situados en el centro y en el sur de la península del mismo nombre. La cadena montañosa recibe también el título de «desierto del Éxodo», en recuerdo de la salida de Moisés de las tierras del Nilo hacia el año 1150 antes de Cristo. Hoy se encuentra habitado por unas doscientas mil personas, en su mayoría beduinos.

• Según la tradición, Moisés subió a lo alto del Sinaí en dos oportunidades, como mínimo. Al descender de la cima en la primera ocasión, el rostro o la cabeza (?) de Moisés brillaban. El extraño fenómeno lo obligó a mostrarse en público con un velo o con una máscara. De ahí procede la costumbre de representar al citado patriarca con «rayos» o «cuernos» sobre la cabeza.

• Durante el día, las temperaturas en el Sinaí oscilan entre 40 y 50 grados Celsius. En la noche pueden descender a 15 y 20 grados bajo cero. En tiempos de Moisés, el Sinaí era famoso por su abundante colonia de leopardos, hoy desaparecidos.

Única vegetación existente en el Sinaí. Aquí, supuestamente, Moisés contempló la «zarza ardiente».

 

Los prodigios

Una extraña «nube»

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Mar Muerto, desde el monte Nebo, en Jordania.

Naturalmente, no pretendo desvelar los secretos del arca de la Alianza. ¿Quién podría? Me limitaré a contar su historia -la historia conocida (?)- y su presumible final. En algunos momentos, como es lógico, es posible que arriesgue un comentario. Debe ser tomado como lo que es: un simple comentario personal. Yo no estoy en posesión de la verdad, afortunadamente…

La extraña «nube» Y tras sacar al «pueblo hebreo» (?) de las tierras de Egipto, Moisés, como venía contando, lo condujo al desierto. Y alli, en las cercanías del Sinai, Besalel y sus artesanos construyeron el arca. Y dice la Biblia que Moisés guardó en ella las tablas de piedra de la Ley (los diez mandamientos). Y empezaron los prodigios. ¿O habían comenzado mucho antes? Durante cuarenta años, los hebreos deambularon por las cañadas y los arenales de la península sinaítica. Y el arca permaneció con ellos, oculta bajo la Tienda de la Reunión. Y una extraña «nube» la cubría…

No quiero extenderme sobre la singular «nube» bíblica. Hace muchos años analicé el asunto en mi libro Los astronautas de Yavé. Pero, pensando en las nuevas generaciones, quiero llamar la atención sobre la forma y el comportamiento inteligente de lo que, se supone, sólo era una nube…

Durante el día -cuenta el libro sagrado-, esa nube brillaba al sol. Durante la noche era como el fuego. Y cuando la «nube» se ponía en movimiento, el pueblo cargaba sus tiendas y la seguía por el desierto. Y allí donde la «nube» se detenía, allí se detenía el pueblo, levantando la Tienda de la Reunión. Y dice más: en esa «nube» brillaban dos letras. Las dos letras con las que Dios creó el mundo. Dos letras hebreas…

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Cuando la misteriosa «nube» se ponía en movimiento, el pueblo cargaba las tiendas y la seguía por el desierto.

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Lo observado por Moisés y su pueblo ya había sido contemplado y descrito años antes por los egipcios, entre otros.

Y durante el día, esas dos letras volaban sobre las tribus de Israel y todo se llenaba de la fragancia de Dios. Todo quedaba perfumado. Todo desprendía un olor a mirra e incienso…

En sábado, sin embargo, la «nube» con las dos letras hebreas permanecía quieta: era el día del Señor.

Pero la tradición va más allá y asegura que el arca tenía también la capacidad de volar. Y así lo hacía cuando lo ordenaba Moisés…

¿Una «nube» brillante al sol? ¿Como el fuego durante la noche? ¿Con dos signos o «letras»? Los seguidores del fenómeno ovni habrán adivinado de inmediato qué estoy sugiriendo…

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Esquema de la llamada Tienda de la Reunión, primitivo templo utilizado por el pueblo hebreo en el desierto.

Y el arca iba con el pueblo e, incluso, cuando volaba, por delante de los hebreos. Y nadie podía verla, a excepción de Moisés. Permanecía oculta en el centro del Santuario o Tienda de la Reunión. Y cuando el sumo sacerdote llegaba hasta ella (una vez al año), lo hacía en medio de una cegadora nube de incienso. Sólo así -decían- era posible escapar a su terrorífico poder…

Bene-Jaakán Y pasaron los años… Y los hebreos continuaron el éxodo. Y la historia de la enigmática caja de madera y oro empezó a complicarse. De pronto, la Biblia nos presenta una segunda arca. Así figura en el Deuteronomio. En el capítulo diez, el propio Moisés fabrica una segunda caja, mucho más sencilla, y de la que no constan medidas. Como se recordará, al bajar del Sinaí por primera vez, Moisés, encolerizado, rompió las tablas de piedra de la Ley. Los clanes beduinos no respetaron el pacto con Yavé, fabricaron un becerro de oro (probablemente un buey) y se entregaron a la adoración del mismo. Los levitas se pusieron del lado de Moisés y tres mil hebreos fueron pasados a cuchillo, de momento…

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La primera desobediencia supuso la muerte de tres mil judíos. No importó la edad…

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Moisés regresa ante la presencia de Dios (¿Sinaí?) y recibe dos nuevas tablas de piedra. Después construye la referida segunda arca. Este hecho, al parecer, tuvo lugar en un paraje llamado Bene-Jaakán, a unos trescientos kilómetros al norte del macizo sinaítico. La historia, efectivamente, es confusa. Lo más probable es que proceda de diferentes fuentes. ¿Por qué Moisés fabrica una segunda caja? ¿Viajaran los hebreos con dos arcas?

Sea como fuere, tras esos cuarenta años en el desierto del Sinai, Moisés y su gente alcanzan finalmente el monte Nebo, en las proximidades de la costa nororiental del mar Muerto.

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Una de las posibles rutas seguida por Moisés en el éxodo.

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La tierra prometida, desde el monte Nebo.

Moisés contempla la tierra prometida a diecinueve kilómetros del río Jordán y a 835 metros de altitud y, al parecer, muere. Dice la tradición que contaba ciento veinte años de edad. Y digo que «al parecer, muere» porque, hasta el día de hoy, nadie sabe dónde fue sepultado. Y me he preguntado muchas veces: ¿murió realmente? ¿Por qué no ha sido posible hallar su tumba? Moisés, en definitiva, fue el gran libertador. Si los judíos han conservado la memoria y los huesos de patriarcas más antiguos -caso de Abraham y Jacob, por ejemplo-, ¿por qué no hay resto alguno de Moisés? ¿Fue arrebatado por los «astronautas de Yavé», como sucedió con Elías?

Las aguas se detuvieron Al margen de estas especulaciones, la cuestión es que, a partir del monte Nebo, el arca de la Alianza o del Testimonio, como prefieren llamarla muchos judíos, vuelve a cobrar protagonismo… ¡Y de qué forma! Veamos lo que dice la Biblia:

Josué, el caudillo que sucedió a Moisés, escuchó la voz de Yavé y, siguiendo sus órdenes, llevó al pueblo hasta las orillas del río Jordán. Y el arca -dicen- fue alzada sobre los hombros de los sacerdotes y marchó a la cabeza de las tribus. Fue transportada por los «caatitas» (hijos de Caat y emparentados con la tribu de Levi), especialistas en dicho transporte. ¿Especialistas? ¿Por qué? Vayamos paso a paso…

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Al tocar las aguas, el río Jordán se detuvo. Nuevo gran prodigio del arca. Río Jordán a su paso por Israel.

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Ruta seguida por Josué y las tribus beduinas en su ingreso en la tierra prometida.

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Posible ruta seguida por el arca de la Alianza hasta Bet Semés.

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Moisés murió frente al mar Muerto. ¿Por qué no se ha encontrado su tumba?

Y al tocar las aguas, el río se detuvo. Así reza el libro de Josué «…Ias aguas que bajaban de arriba se detuvieron y formaron un solo bloque a gran distancia, mientras que las que bajaban hacia el mar de la Sal se separaron por completo. Y el pueblo pasó frente a Jericó.

«Los sacerdotes que llevaban el arca de la Alianza de Yavé se detuvieron a pie firme, en seco, en medio del Jordán, mientras que todo Israel pasaba en seco, hasta que toda la gente acabó de pasar el Jordán…»

Y cuenta la Biblia que, por delante del pueblo, cruzaron unos cuarenta mil guerreros armados, dispuestos al combate y hacia la llanura de Jericó. Y me pregunto: ¿cuánto pudo durar el «milagro»? Según los expertos, amén de esos cuarenta mil guerreros, el grueso de las doce tribus sumaba entre doscientas cincuenta mil y quinientas mil almas, sin contar rebaños, carros y animales en general.

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Río Jordán (hoy), en las cercanías de Jericó.

¿Qué clase de «máquina» era el arca? ¿Cómo consiguió inmovilizar un cauce con un módulo (caudal medio anual) de quinientos metros cúbicos por segundo, aproximadamente?

Algunos exégetas explican (?) el prodigio, asegurando que el corte de las aguas fue provocado por un seísmo que taponó el río con los bloques de marga existentes en la zona de Adam, a veintiocho kilómetros del lugar donde se hallaba el arca. El razonamiento no es convincente ya que, según el libro de Josué, las aguas volvieron a correr cuando el arca salió del cauce.

El prodigio en números

• Aceptando que el paso del río Jordán fue cierto, y que el número de hebreos fue de doscientos cincuenta mil (cifra sensiblemente baja). ¿Cuánto tiempo necesitaron para cruzar dicho cauce?

• Estableciendo que el avance fuera de «cien en fondo» (hileras de cien individuos), el resultado sería de dos mil quinientas hileras. Teniendo en cuenta que una persona camina a razón de un metro por segundo (en terreno llano), el tiempo estimado para cruzar el Jordán (cuarenta metros de cauce) oscilaría entre siete y 27,7 horas (sin interrupciones).

¿Qué sucedió con el imnenso volumen de agua embalsada en Adam (actual puente de Darniyya) durante esas supuestas veintisiete horas?

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Aceptando que el pueblo judío, en esos momentos, sumara doscientos cincuenta mil individuos, el paso del Jordán tuvo que demorarse siete horas, como mínimo, sin contar los rebaños, carros, ancianos, niños y personas enfermas.

Jericó: otra carnicería Y con toda razón, al conocer lo sucedido en el Jordán, reyes y súbditos de la vieja Canaán (los nombres de Israel y Palestina llegarían mucho después) se estremecieron. Yavé, entonces, consiguió un doble efecto: impresionar y doblegar, una vez más, a su pueblo y derrumbar la moral de los cananeos, legítimos propietarios de una tierra que estaba a punto de ser expoliada.

Por cierto, ¿se ha preguntado usted por qué los judíos son el pueblo «elegido»? ¿Elegido para qué? Pero ésta es otra historia de la que, quizá, me ocupe algún día…

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Desde el punto de vista histórico, los judíos expulsaron y masacraron a los legítimos propietarios de Canaán.

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Y me pregunto: ¿qué clase de dios ordena el asesinato de miles de inocentes?

Días después del prodigio en el Jordán, el arca de la Alianza actuaría (?) de nuevo. Eso, al menos, es lo que se deduce del capítulo seis del citado libro de Josué. Yavé volvió a dirigirse al caudillo y le dijo: «…Mira, yo pongo en tus manos a Jericó y a su rey. Vosotros, valientes guerreros, todos los hombres de guerra, rodearéis la ciudad, dando una vuelta alrededor. Así harás durante seis días. Siete sacerdotes llevarán las siete trompetas de cuerno de carnero delante del arca. El séptimo día daréis la vuelta a la ciudad siete veces y los sacerdotes tocarán las trompetas. Cuando el cuerno de carnero suene, cuando oigáis la voz de la trompeta, todo el pueblo prorrumpirá en un gran clamoreo y el muro de la ciudad se vendrá abajo. Y el pueblo se lanzará al asalto…»

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Nadie, en su sano juicio, puede creer en el sanguinario Yavé. ¿Quién era entonces aquel supuesto dios?

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La religión judía, otra religión sustentada por el miedo.

Y así dice la Biblia que fue. Los altos y robustos muros se precipitaron al suelo y miles de personas (puede que diez mil) fueron pasadas a cuchillo. Y entre esos diez mil, hombres, mujeres, niños, viejos, bueyes, ovejas y asnos. Toda una repugnante e inconcebible carnicería…

Y sigo preguntándome: ¿qué clase de dios era Yavé? ¿Por qué propició semejante brutalidad? Para mí, como dije, está claro:

Yavé no es Dios. Al menos, mi Dios favorito…

Y durante el asalto a Jericó sucedió algo que ha pasado casi desapercibido y que, al analizarlo, hace dudar del equilibrio «mental» del supuesto Dios. Me explico. Al parecer, durante la matanza, las tribus bajo las órdenes de Josué se entregaron al robo y al pillaje. Y esto, curiosamente, molestó a Yavé (!). El Dios de los hebreos había ordenado la muerte de los habitantes y la destrucción de Jericó, pero no consintió que se robara…

Y la cólera de Yavé hizo que las doce tribus fueran derrotadas en la siguiente batalla (en esta ocasión contra los amorreos). Increíble conducta, sí, la de un dios: «Mata a seres humanos, pero no robes.»

Y el pueblo judío quedó sobrecogido. No está muy claro si por el mortífero poder del arca o por la imprevisible conducta de Yavé.

Tercer gran prodigio Y la temida arca siguió al frente de las tribus. Y, lentamente, el pueblo hebreo terminó adueñándose de Canaán. El rastro del arca, tras la muerte de Josué, no está muy claro. Al parecer fue guardada primero en Guilgal, muy cerca del río Jordán. Después fue instalada en las proximidades de Betel y, finalmente, en el santuario de Siló, al norte de lo que, tiempo después, sería Jerusalén. Después, durante décadas, silencio. Nadie habla de nuevo de la poderosa caja de madera y oro.

Fue hacia el año 1000 antes de Cristo cuando el arca del Testimonio entró de nuevo en acción y, como siempre, de forma sorprendente…

Los hebreos se hallaban inmersos en otra guerra, esta vez contra los filisteos, los «Hombres del Mar». Y en una de las batallas (Ehen Ezer) fueron derrotados. Murieron cuatro mil judíos. Los ancianos solicitaron el auxilio del arca (depositada en Siló) y Helí la envió al campamento hebreo. En una nueva batalla, los hebreos fueron destrozados por segunda vez. «Cayeron treinta mil hombres de a pie y fue capturada el Arca de Dios.» (Samuel I.)

¿Qué había sucedido? ¡Era la primera vez que los hebreos perdían el arca! El pueblo judío vivió, sin duda, uno de los momentos más trágicos de su todavía corta historia. El arca, sin embargo, a pesar de las apariencias, no había perdido su poder. Nada de eso…

Los filisteos, triunfantes, condujeron la misteriosa caja de acacia y oro hasta Asdod, una de sus ciudades, y la depositaron en el templo del dios Dagón (otro «hombre­pez» similar al venerado por los dogon de Mali). Pero, a la mañana siguiente, la estatua de Dagón apareció en el suelo…

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Templo al dios Dagón, en el país de los filisteos. El mismo dios de los dogon, en Mali. ¿Casualidad?

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Fue levantada pero, al día siguiente, el «hombre-pez» estaba de nuevo en tierra, con la cabeza y las manos separadas del cuerpo. El «aviso» atemorizó a los filisteos y el arca fue trasladada a la ciudad de Gat.

La situación no mejoró. Al contrario: la población, de pronto, se vio invadida por una epidemia de tumores (probablemente la fase eruptiva de la peste bubónica). Y, enloquecidos, los filisteos optaron por deshacerse del arca, enviándola a una tercera ciudad: Ekrón. Y una plaga de ratas y tumores asoló igualmente esta última ciudad filistea.

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La captura del arca por los filisteos fue uno de los peores momentos del pueblo judío.

La tragedia se prolongó durante siete meses. Y los reyes filisteos, comprendiendo, tomaron la decisión de cortar por lo sano. Colocaron la temible arca sobre un carro y los bueyes tiraron de ella. Nadie la condujo. Y el arca fue a detenerse en Bet Semés, un pueblo hebreo.

Y cuentan que aquel día volvió la esperanza al pueblo «elegido». Pero el sanguinario Yavé no había dicho la última palabra… Y un nuevo desastre planeó sobre los judíos.

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Ruinas de Bet Semés.

 

¿Qué sucedió en Bet Semés?

Siguen los asesinatos de Yavé

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Bet Semés: cincuenta mil setenta nuevas víctimas, directamente asesinadas por Yavé.

La alegría de los hebreos fue corta. El arca, al parecer, fue depositada sobre una gran piedra y una noche, movido por la lógica curiosidad, un pequeño grupo de jóvenes de Bet Semés burló la vigilancia y logró abrir el arca de la Alianza. Y miraron en el interior…

Yavé, entonces, desató su cólera y un fuego implacable terminó con la vida de los habitantes de la ciudad. Samuel 1 (6, 19) es elocuente: «Entonces Dios hizo morir a los hombres de Bet Semés, porque habían mirado dentro del Arca de Jehová: hizo morir del pueblo a cincuenta mil setenta hombres. Y lloró el pueblo porque Jehová lo había herido con tan gran mortandad…»

iCincuenta mil setenta muertos! ¿Por haber mirado en el interior del arca?

Algunas Biblias cristianas han tratado de minimizar esta terrible carnicería, escribiendo que la venganza divina sólo alcanzó a setenta hombres. La Torá judía y la Vulgata de san Jerónimo son más honestas y concuerdan en la cifra de asesinados: icincuenta mil setenta!

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La curiosidad provocó la ira de Yavé. ¡Increíble!

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Algunas Biblias cristianas han tratado de disimular la carnicería de Bet Semés, reduciendo a setenta el número de muertos por Yavé.

Y sigo preguntándome: ¿qué clase de Padre era Yavé? ¿Por qué le preocupaba que alguien descubriera el interior del arca? En mi opinión, Yavé no buscaba un castigo ejemplar. Lo que intentó fue aniquilar a todos aquellos que podían haber recibido la información «confidencial». Los adolescentes hebreos, sin duda, transmitieron la noticia sobre el «contenido» del arca. Y Bet Semés lo supo en cuestión de horas. Lo importante no era la venganza, sino el secreto. Guardar la «información» por encima de todo, aunque eso costara más de cincuenta mil muertos.

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Miles de esqueletos calcinados fueron hallados en las proximidades de la ciudad.

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Nadie sabe nada. En 1930, una expedición arqueológica dirigida por Robertson y Plo-Guy trabajó en las ruinas de Bet Semés. Según mis informaciones, hallaron esqueletos calcinados en unas cuevas ubicadas a medio kilómetro de la ciudad. Así consta en la Enciclopedia de excavaciones de la Tierra de Israel. ¿Se trataba de las víctimas del arca de la Alianza?

Cuando intenté averiguar más detalles sobre esos restos humanos, tropecé con un muro de silencio. Parte de los huesos se encuentran en Ammán (Jordania), Londres y dos importantes museos de Jerusalén. Como digo, no fue posible obtener un solo dato de los estudios periciales llevados a cabo sobre dichos restos. Nadie sabe nada…

Curiosamente, en las inspecciones realizadas en las citadas ruinas de Bet Semés, hubo algo que me llamó la atención desde el principio. Entre los grandes bloques de piedra blanca destacan algunos sillares de color negro y, aparentemente, vitrificados. Es decir, sometidos a fuertes temperaturas y/o presiones; algo bien conocido por los científicos que trabajan con energía nuclear…

¿Qué había sucedido en Bet Semés hacía tres mil años? ¿Por qué las ruinas de la ciudad presentan estos bloques de piedra negra, supuestamente vitrificados?

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Muros extrañamente calcinados en Bet Semés. Algunos de los bloques parecen vitrificados.

David y Uzzá Por supuesto, los supervivientes de Bet Semés, al igual que sucedió con los filisteos, no consintieron que el arca siguiera en sus tierras. Llamaron a sus vecinos de Quiryat Yearim y les rogaron que trasladaran la infernal caja de madera y oro. Extrañamente, la gente de Quiryat aceptó, y el arca fue depositada en la casa de Abinadab, que consagró, incluso, a su hijo Eleazar como responsable de la custodia. Y allí permaneció veinte años, odiada por muchos y temida por todos. Algunos sugieren que el arca de la Alianza fue olvidada y que el rey David tuvo problemas para localizarla. Personalmente no lo creo así. El arca era el símbolo del poder de Yavé, y eso difícilmente podía ser olvidado…

Y hacia el año 1.000 antes de Cristo, el rey David decidió designar a Jerusalén como la capital de Judá. Y quiso que el arca estuviera presente en la recién estrenada capital del reino. Y las desgracias -¡cómo no!- acompañaron al arca…

Esta vez ocurrió en el traslado desde las colinas de Quiryat Yearim. Uzzá y Ahio, hijos también de Abinadab, marchaban junto al carro que transportaba la caja de madera y oro. El pueblo bailaba y cantaba delante de la carreta. De pronto, al llegar a la era de Nakón, lo accidentado del terreno (?) puso en peligro la estabilidad del carro y del arca. Los bueyes se agitaron y el bueno de Uzzá, tratando de evitar el vuelco, extendió la mano, sujetándola.

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Lo accidentado del terreno hizo peligrar la estabilidad del arca.

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La mano de Uzzá tocó el arca de la Alianza.

El libro segundo de Samuel no deja lugar a la duda: « ..Entonces, la ira de Yavé se encendió contra Uzzá: allí mismo le hirió Dios por este atrevimiento… , y murió allí, junto al arca de Dios.»

¿Murió electrocutado?

No es difícil imaginar la sorpresa e irritación del rey David y del resto del pueblo, al ver caer al voluntarioso Uzzá. ¿Qué mal había hecho? ¿Por qué el sanguinario Yavé se comportaba de forma tan ingrata e injusta? ¿Era ésta la imagen del buen Dios?

David, naturalmente, suspendió el traslado del arca hasta Jerusalén y, durante un tiempo, no quiso saber nada sobre el mortal «instrumento» divino.

David tenía toda la razón…

Meses más tarde, los rabinos informaron de «algo» que desconcertó al pueblo: la familia de Obededom, designada para custodiar el arca, había prosperado espectacularmente. Las mujeres e hijas -le cuentan al asombrado David- han multiplicado su prole de forma milagrosa. Y los hebreos, naturalmente, atribuyeron la insólita fecundidad al poder del arca de la Alianza. Fue la señal: Yavé estaba de nuevo con el pueblo «elegido»…

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Judíos ortodoxos en el Muro de las Lamentaciones, en Jerusalén. Según ellos, la Biblia debe ser tomada al pie de la letra.

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Las mujeres que se encontraban cerca del arca multiplicaron su prole. Otro nuevo misterio.

Sólo entonces fue recibida en Jerusalén.

Y lo hicieron con bailes, música y cánticos. El derroche de David fue tal que, cada seis pasos de los porteadores del arca, sacrificaba un buey y un carnero bien cebados.

Y el arca de Dios permaneció bajo una tienda. Así comienza la última y decisiva etapa de la caja de acacia y oro: la más oscura y enigmática …

¿Qué fue el arca?

• Una de las interpretaciones más antiguas sobre el arca del Testimonio se debe al sabio judío Filón de Alejandría, contemporáneo de Jesús de Nazaret. Para Filón, el arca era la clave de la iluminación mística. El arca era el secreto de la creación divina y la única vía para hacerse uno con el Ser Supremo. El judaísmo -decía- llegaría a la plenitud cuando los hombres supieran ascender y participar de esa esencia divina. «Si alguien pudiera comprender realmente la naturaleza de estas cosas [se refiere al arca], estaría en posesión de la forma de la belleza divina, y podría renunciar a todo.» El arca de la Alianza, en suma -en palabras de Filón-, ofrecía el camino para escapar de la materia y elevarse a la región de lo inmaterial.

• En el siglo XX surgen otras posibles «explicaciones» (menos espirituales) para la temida y temible arca: ¿se trataba de alguna suerte de aparato transmisor? ¿Era un mecanismo de comunicación entre Dios y el pueblo hebreo? En ese supuesto, habría que aceptar que Yavé no era exactamente Dios.

• Otros identifican el arca con una máquina capaz de vencer la gravedad. Por eso -dicen- volaba sobre las tribus de Israel o levantaba a los porteadores, evitando toda clase de obstáculos. Los defensores de esta hipótesis olvidan al pobre Uzzá…

• ¿Fue un reactor nuclear? Así lo defienden algunos, e insinúan que el doble forro de oro y la tapa maciza, también de oro, recuerdan los actuales contenedores de material radiactivo. ¿Era por eso por lo que los sacerdotes judíos utilizaban vestiduras especiales? Los esqueletos calcinados, descubiertos en 1930 en Bet Semés, parecen darles la razón. Sin embargo, no es lógico que Dios necesite de armas nucleares…

• Hay partidarios también de una arca que contenía una poderosa fuerza o energía, desconocida por el hombre. Y hablan del «poder» de las tablas de piedra, guardadas en el interior de la caja de madera y oro. ¿Fue ésta la «información secreta» que descubrieron los jóvenes de Bet Semés?

• ¿Meteoritos capaces de emitir radiación? Ésta es la hipótesis de otros investigadores. ¿Fueron meteoritos lo que introdujo Moisés en el arca del Testimonio? No resulta fácil que un meteorito sea capaz de detener las aguas de un río o de derribar las muraIlas de una ciudad.

• Quizá la explicación más compartida haya sido la de un condensador eléctrico. El arca -según esta versión- no fue otra cosa que un potente dispositivo técnico, capaz de almacenar una gran potencia eléctrica (del orden de un microfaradio, con una tensión de veinte mil voltios, como mínimo, según el físico José Álvarez). La madera haría de aislante, y el oro, de conductor de la electricidad. Esto explicaría -dicen los defensores de dicha teoría- el porqué de las singulares vestiduras de los sacerdotes, las chispas que brotaban de los varales, las capas de tela y cuero que, al parecer, cubrían la caja durante los traslados y las inexplicables muertes de los hijos de Aarón y de Uzzá. Como se recordará, Nadab y Abihú (hijos de Aarón y sobrinos de Moisés) entraron en la Tienda de la Reunión y fueron devorados por un misterioso «fuego» (?) que salió del arca. Para el citado José Álvarez, el incensario manejado por los hijos de Aarón en las proximidades de un dispositivo de alta tensión (cargado con una energía de cien vatios/segundo) supuso un alto riesgo de electrocución. Y eso fue lo que sucedió con Nadab, Abihú y Uzzá: resultaron electrocutados. «Cuando el fuego cayó sobre ellos -escribe Flavio Josefa en Antigüedades judías-, y comenzó a quemarlos -se refiere a los hijos de Aarón-, nadie pudo apagarlo.» Álvarez tiene razón en algo: la muerte por electrocución (hace tres mil doscientos años) fue confundida con un «fuego» imposible de sofocar. ¿Era por esto por lo que los «caatitas» -responsables del transporte del arca­ fueron considerados como especialistas en el manejo de la mortífera caja? Y de ser así, ¿quién los enseñó?

• Existen escuelas iniciáticas que consideran el arca de la Alianza como el verdadero Grial. En mi opinión, el supuesto sagrado cáliz jamás existió como tal: es una bella leyenda, nada más.

• Personalmente no comparto ninguna de las posibles «explicaciones» anteriores. Ninguna me satisface. Sigo considerando que aquel «Dios» no fue tal. Como mucho, un equipo de seres «no humanos» que obedeció un plan y que se autoproclamó como Dios «por exigencias del guión»… Sólo así se explicaría (?) ese millón de muertos en la conquista de una tierra que no era judía. Sólo así podría explicar (no justificar) la muerte de tantos inocentes. En suma: el arca, desde mi modesto punto de vista, sólo fue una «excusa». El verdadero poder -creo- no se hallaba en su interior. Sólo fue un «pretexto» para desviar la atención de unas criaturas que movían los hilos desde otros lugares. La verdad no habría sido comprendida por Moisés y sus primitivos beduinos. Habría sido como tratar de explicar el cómo y el porqué de un teléfono móvil a san Pedro…

Filón, en el fondo, tenía razón. El arca fue un símbolo (muy bien estudiado, añadiría yo).

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Muro de las lamentaciones. Un judío reza a través del teléfono móvil.

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Israel, una tierra expoliada a sus legítimos propietarios. Ya nadie recuerda la injusta conducta de Yavé.

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Muro de silencio sobre los restos humanos hallados en Bet Semés.

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La misteriosa y cruel historia del arca no termina ahí.

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Hoy, las ruinas de Bet Semés apenas son visitadas. Sólo los pastores se acercan al lugar.

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Colonias judías próximas a las ruinas de Bet Semés.

 

La bella Makeda

Una visita comercial

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Una virgen negra quiso conocer al rey Salomón.

Al rey David le sucedió su segundo hijo: el no menos mítico Salomón. Corría el año 961 antes de Cristo.

El arca seguía oculta bajo una tienda. David, a pesar de haber comprado los terrenos adecuados y de haber diseñado un magnífico proyecto, no llegó a construir el templo que exigía «la presencia divina». Fue Salomón quien se ocuparía de esa gran obra: el Primer Templo.

Y cuentan las crónicas que Salomón fue bendecido por el arca. Compuso mil cánticos y fue autor -dicen- de tres mil proverbios. Hablaba con los árboles, con los peces, con las aves y con las bestias. Y su poder sobre la naturaleza fue tal que el nombre de Salomón fue utilizado como talismán.

Pero la sabiduría de Salomón no fue la única bendición. El rey ingresaba 666 talentos de oro todos los años (algo más de nueve millones de dólares). Y su flota y su comercio se extendieron en todas direcciones, llegando, incluso, a las remotas tierras de China e India. Y, agradecido, Salomón mandó levantar para el arca un lujoso y deslumbrante templo. Era el año 950 antes de Cristo.

Tamrin, el comerciante Y fue durante la construcción del templo cuando Salomón solicitó ayuda a los grandes mercaderes del mundo conocido. Tamrin fue uno de ellos. Y acudió a la llamada del gran rey con un importante cargamento de zafiros, ébano e incienso. Tamrin contempló la obra de Salomón y, al regresar, trasladó a su reina las singulares dotes y el poder que adornaban a Salomón.

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Posible ruta seguida por la reina de Saba, siempre por el interior del desierto. Otros especialistas consideran que pudo ser por el mar Rojo.

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Las noticias del sabio Salomón llegaron a Saba durante la construcción del Primer Templo.

Esta reina era Makeda, la bella etíope que, al parecer, gobernaba el reino de Saba, un próspero territorio que abarcaba parte del actual Yemen y Etiopía.

La reina de Saba no lo dudó: su país era rico en especias y resinas aromáticas, como el incienso y la mirra, y quiso fortalecer las relaciones comerciales con el poderoso vecino del norte. Ésa fue la razón principal que movió a la joven virgen a viajar hasta Jerusalén. Un viaje de dos mil quinientos kilómetros, que dice mucho sobre el coraje y la fuerte personalidad de la reina de Saba.

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Etiopía. Región de Bahar Dar. Hombres armados nos escoltan hasta el Nilo Azul.

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Probable antiguo reino de Saba (actual Yemen y Etiopía).

Makeda, embarazada Y la etíope también quedó deslumbrada. Lo narrado por Tamrin sólo fue una sombra.

Durante seis meses, Makeda supo de las excelencias y de la sabiduría de Salomón. Y cuenta la leyenda que terminó convirtiéndose a la religión de Moisés. Salomón le habló del arca de la Alianza y la reina -dicen- quedó impresionada. Y esa misma tradición -tomada de La gloria de los reyes, el libro que narra la épica nacional etíope- asegura que, al final de su estancia en Jerusalén, Makeda fue seducida por el mujeriego Salomón. (El hecho resulta más que verosímil si tenemos en cuenta las setecientas esposas y las trescientas concubinas que formaban el harén real.) Y Makeda parte hacia su reino sin saber que está embarazada…

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Cataratas del Nilo Azul.

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Salomón disponía de setecientas esposas, trescientas concubinas y diez mil caballos.

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Encuentro de Salomón con la joven Makeda.

Antes de abandonar Jerusalén -prosigue la leyenda-, Salomón llama a Makeda y le entrega un anillo, diciéndole, «Si tuvieras un hijo mío, envíamelo. Si porta este anillo, sabré que soy su padre.»

Y dice el libro de los etíopes que la reina dio a luz un varón al que llamó Bayna-Lehkem (el hijo del hombre sabio). El niño creció y, al llegar a los dieciocho años, Makeda lo envió ante Salomón, Allí lo instruyó en los mandamientos de Yavé y, siempre según la leyenda etíope, le regaló una de las orlas que adornaban la cubierta del arca del Testimonio. Y Salomón le dio un nuevo nombre: David, en memoria de su abuelo. Y llegó el día de la despedida. Salomón decide que el hijo de Makeda sea escoltado hasta Saba por un millar de jóvenes, hijos de los principales dignatarios de Israel. Una vez en Saba, estos hebreos serían los responsables del mantenimiento del culto a Yavé en aquellas lejanas tierras.

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Nadie entre los cristianos etíopes, duda de la historia de Makeda. Así se registra en los libros sagrados.

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El «hijo del hombre sabio».

La orden, sin embargo, no gusta a los israelitas. Aquello significaba la «pérdida» de mil jóvenes. Pero Salomón se mantiene firme ante las protestas de su pueblo. Y, según la leyenda, sucede un hecho desconcertante…

Volando sobre Egipto Uno de los jóvenes elegidos para acompañar al nuevo David maquina un plan para vengarse de Salomón. El tal Azarías, hijo de Sadoc, sumo sacerdote del templo de Salomón, se las ingenia para robar el arca de la Alianza, dejando una réplica en su lugar.

Y la comitiva parte. Pero algo extraño sucede: los perros aúllan. Los animales se muestran inquietos. Jerusalén llora. Y según La gloria de los reyes, el poder del arca cubrió de nuevo a los caminantes.

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La gloria de los reyes, el libro nacional etíope.

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El poder del arca -reza la leyenda- eleva hombres y carros y así sobrevuelan Egipto.

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La expedición alcanza el Nilo en una jornada.

Sin saber cómo, hombres, carretas y caballerías fueron elevados en el aire y transportadas así hasta el vecino Egipto. Y planeando como el águila sobre el viento, la expedición gana las orillas del Nilo en un solo día. Un trayecto que exigía trece jornadas. A su paso por Egipto, los ídolos son derribados. Finalmente, el poder de la caja de madera y oro los deposita en el corazón del reino de Saba.

Hasta aquí, la leyenda…

El reino de Saba

• La historia de Salomón y la reina de Saba es narrada por la Biblia en los trece primeros versículos del capítulo diez del libro primero de los Reyes.

• Las excavaciones arqueológicas han demostrado que Saba existió realmente. La capital fue Marib, al sur del actual Yemen. Una formidable presa embalsaba las aguas del río Adhanat (el dique alcanzaba 20 metros de altura). Merced a esta reserva de agua, Marib cultivó y exportó flores durante más de mil años.

• En 1951, la expedición dirigida por Wendell Phillips desenterró las ruinas del templo de Haram Bilqís, en la legendaria ciudad de Almaqah de Aum, cercana a Marib. El templo, con un perímetro ovalado de 110 metros, es similar a la célebre fortaleza descubierta en Mozambique. Fue levantado en honor del dios Luna (masculino), una de las divinidades adorada por Makeda antes de su conversión al culto de Yavé (según la leyenda).

• Aunque no está muy claro, algunos historiadores identifican Saba con el reino de Punt («Tierra de Dios»), que fue célebre por su gran desarrollo económico y cultural. Comerciaba con resinas aromáticas, maderas nobles (a prueba de gusanos), oro rojo y piedras preciosas. El país se hallaba en la ruta de las caravanas. Probablemente disponía de una notable flota.

• Seiscientos años antes de Salomón y la reina de Saba, otra famosa mujer envió una expedición al reino de Punt, con el propósito de conseguir plantas de incienso y cultivadas en su palacio. Aquella reina fue Hatsepsut, «faraona» de Egipto (1504 al 1484 antes de Cristo). Así aparece en los relieves de su templo mortuorio de Deir-el-Bahari, al oeste de Tebas. Algunos especialistas dudan sobre la ubicación del reino de Punt (podría tratarse también de la India o Somalia).

• La ciudad de Axum, en el reino de Saba, fue otro de los centros neurálgicos del mítico territorio. En un principio -dice Ia leyenda- adoraban al dios «Arwé», mitad hombre, mitad serpiente: una criatura supuestamente mitológica que exigía cincuenta medidas de leche y el sacrificio de una doncella. Agabo, padre de la reina de Saba, terminó con «Arwé» y fue coronado rey.

• Axum vive un largo período de esplendor que finaliza en el siglo VII después de Cristo. Es mencionado en el Periplo de la mar Erytrea y también por Claudio Ptolomeo en su Geografía y en los libros del príncipe persa Mani. Este último escribe: «Existen cuatro grandes reinos en el mundo. El primero es el de Babilonia y Persia. El segundo, el Imperio romano. El tercero, el reino de los axumitas, y el cuarto, el reino de Silis.»

• Axum destacó también por sus formidables estelas de piedra. Más de cincuenta, según la tradición. Algunas miden veinte metros de altura. Señalan tumbas de reyes, aunque la génesis de las mismas no está clara. La mayoría fue trabajada en un solo bloque de granito, superando, en ocasiones, a los célebres monolitos egipcios.

• En Axum fueron halladas las primeras monedas de oro y plata de África. En ellas se representa a los reyes etíopes con brazaletes y altas tiaras. Unos reyes, por cierto, que no coinciden con lo manifestado por la leyenda…

• Makeda, reina de Saba, pudo viajar a Jerusalén después del año 950 antes de Cristo (en esa fecha fue consagrado el Primer Templo por el rey Salomón). La caravana de Makeda -según la tradición- constaba de ochocientos camellos y casi un millar de asnos.

Makeda regaló a Salomón ciento veinte talentos de oro (casi un millón y medio de dólares), aromas y piedras preciosas «en cantidad fabulosa» .

• El aspecto físico de la bella etíope es otro misterio. Para muchos era una joven virgen de gran belleza, posiblemente de color negro. Para los judíos ortodoxos (enemigos de Makeda) era «Lilit» , uno de los diablos femeninos. Asaltaba a los caminantes, y en especial en las ruinas. Para los musulmanes era una mujer hermosa, pero con los pies de burro. La arquitectura gótica la representa con patas de ganso…

• Los etíopes se consideran descendientes del rey Salomón. Así lo dice la Constitución (revisada en 1955): «La casa real desciende sin interrupción de la dinastía Menelik 1, hijo de la reina de Etiopía (reina de Saba) y el rey Salomón de Jerusalén.» (El hijo de Makeda recibía también el nombre de Menelik.)

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Una bella e imposible leyenda Al principio dudé. El arca de la Alianza, según la tradición etíope y algunos destacados investigadores, se encuentra en Etiopía. Dudé, sí, porque, de ser cierto el prodigio de la inmovilización de las aguas del río Jordán o la caída de los muros de Jericó, ¿por qué rechazar la nueva «hazaña» del arca, volando sobre Egipto?

No, ése no era el problema. Lo que no terminaba de convencerme en la fantástica narración del Kebra Nagast (La gloria de los reyes) era el robo de la caja de madera y oro. Era casi de sentido común, pero indagué nuevamente. Y lo que encontré confirmó las sospechas iniciales: las medidas de seguridad en torno al arca del Testimonio eran tales que nadie -judío o gentil- podría haberse aproximado siquiera al Sancta Sanctórum («lugar santísimo»). En aquel tiempo, después de la consagración del Primer Templo por Salomón, el número de sacerdotes y levitas empleados en el servicio divino y en la vigilancia del magnífico edificio rondaba los dieciocho mil individuos. De éstos, más de trescientos estaban dedicados a la vigilancia interior y exterior; una vigilancia permanente, todos los días del año. El arca, además, se hallaba depositada en el «lugar santísimo», una sala sin ventanas y con un único acceso conocido: las grandes y pesadas puertas que comunicaban con el «lugar santo», en el que existía una vigilancia continua. Este santuario principal disponía de pequeñas ventanas, a doce metros del suelo, y con sólidas rejas. ¿Cómo penetrar en el templo -con una copia del arca, como dice la tradición etíope- y salvar semejante vigilancia? En el caso de Bet Semés, con el arca recién liberada por los filisteos, pudo ocurrir que la vigilancia de los levitas no fuera tan severa. En este caso, la apertura del arca era problemática, pero no imposible.

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Las medidas de seguridad en torno al arca eran extremas. Más de trescientos sacerdotes y levitas estaban dedicados a una vigilancia permanente.

No lo veo así en el Primer Templo de Yavé. ¿Penetraron cuatro jovencitos -como dice el Kebra Nagast- en el «lugar santísimo», desmontaron el arca y dejaron una copia? ¿Sin ser vistos? ¿Y cómo cargaron una tonelada de madera y oro? (El arca podía alcanzar un peso que oscilaba entre setecientos y mil cien kilos.)

Por muy hijo del sumo sacerdote que fuera el tal Azarías, no habría tenido la menor posibilidad de aproximarse siquiera a las escaleras exteriores del «lugar santo». Y mucho menos en compañía de otros adolescentes…

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La legendaria ciudad de Axum.

Pero, aceptando incluso tan remota idea, un suceso de estas características no habría quedado en el olvido. La Biblia lo señalaría, como hizo con el saqueo del arca por parte de los referidos filisteos. Cuando el arca de la Alianza fue a parar a manos de los «Hombres de la Mar», el pueblo judío vivió uno de los peores momentos de su historia. Así lo dice el texto sagrado. La pérdida del arca significaba mucho más que la desaparición de un objeto litúrgico, más o menos querido y respetado. Aquello significaba el abandono por parte de Dios. En otras palabras: la peor de las tragedias. En consecuencia, lo narrado por la tradición etíope sólo puede ser una bella e imposible leyenda. De haberse registrado el robo, Salomón, como mínimo, habría perseguido a los profanadores hasta el final del mundo.

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Para los etíopes sólo cuenta el corazón. Quizá tengan razón…

Viaje a Etiopía Los etíopes cristianos, sin embargo, no opinan así. Para ellos -casi la mitad de la población (treinta millones de personas-, la presencia del arca en su país es dogma de fe. Nadie lo cuestiona. Se aferran a la leyenda y proporcionan toda clase de detalles sobre la aventura de Menelik y sobre los diferentes emplazamientos que ha tenido la caja en los últimos tres mil años. La lógica y la historia no les importa. El arca de la Alianza -dicen- está en Etiopía. Y fue esa tozudez la que volvió a movilizarme. ¿Tenían razón? ¿Se encuentra el arca de Dios en algún lugar secreto de las bellas tierras etíopes?

 

El guardián del arca

Diferentes versiones y ninguna certeza

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Todos los etíopes cristianos creen en la presencia del arca en su país, pero ninguno la ha visto.

Recorrí Etiopía durante un mes (noviembre de 2001). Y debo adelantar que la confusión me acompañó a cada paso y a cada instante…

Son los propios etíopes los que no se ponen de acuerdo a la hora de fijar fechas y lugares. Para algunos, la joven reina Makeda, al recibir a su hijo y a los mil jóvenes judíos, eligió una fortaleza que llevaba su nombre para guardar y custodiar el precioso tesoro. En ese lugar -conocido como Dabra Makeda-, la reina escondió el arca, y la protegió con trescientos soldados. Su hijo David o Menelik, según La gloria de los reyes, contribuyó con otros setecientos guerreros.

Makeda, entonces, solicitó a sus nobles que jurasen fidelidad a Menelik. Él sería el nuevo rey de Saba. Así, cuenta la tradición, nació una monarquía directamente emparentada con Israel que, además, heredó lo más sagrado de su culto: el arca del Testimonio. Una monarquía triplemente santa: por la sangre, por la promesa («pueblo elegido») y por la unción de Salomón a Menelik.

No fue posible localizar Dabra Makeda. No existe como tal fortaleza. Al menos, no ha sido encontrada. Y proseguí la búsqueda…

Monte Fazzi Otros etíopes consideran una segunda alternativa. «El arca -dicen­ fue trasladada de inmediato a las montañas de Tigré, en la frontera con la actual Eritrea. Y allí, en una ermita excavada en las paredes rocosas del monte Fazzi, permaneció hasta el siglo IV de nuestra era, cuando el rey Ezanas la condujo hasta Axum, la capital del reino.

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J.J. Benítez frente a las cataratas del Nilo Azul.

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«El arca -dicen- fue trasladada a las montañas de Tigré, en la frontera con la actual Eritrea.»

Según esta versión, en la región de Tigré sobrevivieron los descendientes de aquellos mil jóvenes judíos que escoltaron el arca y al hijo de Makeda. Son los llamados «falasha», aunque ellos se autoproclaman «Beta Esraél» (la «Casa de Israel»). Son judíos negros, una supuesta tribu perdida en África y que, lentamente, fue mezclándose con los naturales de la zona.

Los encontré en la región de Gondar, cercana a las montañas de Tigré. Para mi sorpresa, conservan muchos de los rituales y de los símbolos de los judíos más ortodoxos. Para ellos no hay duda: el arca de la Alianza llegó a Saba con el hijo de Makeda. Y allí se quedó. Lamentablemente no disponen de un solo documento que justifique tal pretensión. Lo que dicen, en realidad, es fruto de la transmisión oral. Hoy, incluso, algunos eruditos (caso de Shelemay y Kaplan) siguen dudando del auténtico origen judío de estos negros etíopes. Más que descendientes de Salomón, los consideran cristianos que adoptaron formas judías en el culto y en las costumbres.

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Gondar, judíos negros descendientes -según la leyenda- de los mil jóvenes enviados por Salomón.

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Rumbo al lago Tana.

Los «falasha», por tanto, creen en la presencia del arca en Etiopía por pura tradición. No tienen pruebas; sólo fe…

Y fueron ellos los que me hablaron también de un monasterio, más al sur, en las orillas del lago Tana. Allí, al parecer, permaneció el arca de la Alianza durante un tiempo. Fue unos mil doscientos años después de la aventura de Menelik con el arca cuando el rey Ezanas se convirtió al cristianismo y decidió trasladar el gran tesoro a la capital del reino: Axum. Según los etíopes, este hecho tuvo lugar hacia el año 303 después de Cristo. Y el arca fue guardada en una formidable catedral. Tiempo después, en el siglo X, una reina llamada Gudit o Esato -de la que no existe demasiada seguridad entre los historiadores- se levantó contra Axum y destruyó la ciudad. El arca, entonces, partió hacia el referido lago Tana y allí quedó escondida durante quince años.

Abba Baye Pero ésta, como digo, era una de las versiones. De camino hacia Tana, Wogayehu, el guía que debía mostrarme el monasterio de Kirkos, me facilitó otra visión de los hechos (totalmente distinta, claro está). Para el guía local, el arca de la Alianza se encuentra en Etiopía. Concretamente en Axum. En el monasterio de Kirkos se estableció por primera vez. Allí fue conducida por Meneliky Azarías, nada más entrar en el reino de Saba. De hecho -afirma, convencido-, Azarías se encuentra enterrado en un lugar secreto en las proximidades del monasterio. Kirkos era una isla. La llamaban «Debre Sahil» (la «isla del Perdón»). Pero desapareció. Hoy, Kirkos forma parte de la costa oriental del gran lago Tana (a tres horas y media de travesía desde Bahar Dar). Y mi confusión, lógicamente, aumentó.

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Sólo los hombres pueden entrar en Kirkos.

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Llegada al monasterio de Kirkos.

No fue la última versión sobre el arca Poco después, Abba Baye, una especie de prior y guardián del citado monasterio de Kirkos, me proporcionaba la enésima explicación. La auténtica, según él. «El arca no está en Axum. Siempre estuvo aquí, en Kirkos. Pero conviene disimular. Así, nunca la robarán…»

Permanecí en el monasterio durante todo un día, pero fue inútil. Abba Baye no quiso mostrar el lugar donde -según él- se conserva el arca. Naturalmente, no lo creí. En Kirkos, como mucho, como sucede en las treinta mil iglesias de Etiopía, se venera una copia de la referida arca. Eso es todo.

El monje sabía que yo no lo creía y, quizá como compensación, se apresuró a enseñarme una serie de viejos objetos, supuestamente de culto, que, según dijo, llegaron a la isla con Menelik. Objetos, insisto, supuestamente judíos: un cuerno de carnero, largas pinzas y bandejas de metal para los sacrificios, rollos de la Torá y pinturas de los antiguos patriarcas. Habría que analizar la piel. Quizá así podríamos tener constancia exacta de la fecha. Lógicamente, al sugerir la posibilidad, se negó en redondo. Ya había visto bastante…

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Abba Baye, dirigiendo una plegaria.

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«»El arca está aquí, en Kirkos», me aseguró Abba Baye, el prior del monasterio. Por supuesto, no le creí.»

Las pesquisas no dan fruto. El arca de la Alianza -según los etíopes- está en Etiopía, pero nadie parece haberla visto. Todo son conjeturas, sospechas y secretos en voz baja. Todo es fe.

En 1531, la supuesta arca cambia nuevamente de emplazamiento. Las tropas musulmanas de Ibrain, «el zurdo», atacan Axum y los etíopes la sacan de la ciudad, escondiéndola en la pequeña isla de Tulu-Gugo, en el lago Ziway, al sur. Allí permanece durante ciento treinta años, según los etíopes. Hoy, en el lugar, se alza una vieja y destartalada iglesia…

Sólo me quedaba Axum. Y hacia allí me dirigí…

Abba Mekonen Axum es un lugar tranquilo y agrícola, sin casi memoria de su antiguo esplendor. Samsón y Fekadu, los guías, apuntaron la pequeña iglesia de Santa María de Sión como el lugar clave donde se guarda la verdadera arca de la Alianza.

Se trata de la iglesia más sagrada y venerada de Etiopía; una capilla descrita por primera vez en 1520. Durante un par de días me dediqué a observarla, comprobando que el «atang» o guardián del arca era un anciano afable y cordial, que salía de vez en cuando, y bendecía y conversaba brevemente con unos y otros. Me lo habían advertido: el guardián nunca ha sido fotografiado. Está rigurosamente prohibido tomar su imagen.

En realidad no era eso lo que me preocupaba. El sentido común y las pesquisas me decían que allí, en la iglesia de Santa María, no estaba el arca. Nunca lo estuvo. Al menos, la auténtica. De haber sido cierto, los judíos se la habrían llevado -por las buenas o por las malas- hacía mucho tiempo…

Pero ¿qué importa la verdad cuando treinta millones de seres humanos están dispuestos a morir por una mentira? Eso es lo que sucede en Etiopía. Cualquier persona medianamente informada sabe que la presencia del arca en aquel país es un puro sueño, una leyenda que justifica un pasado tan santo y glorioso como falso. Públicamente, sin embargo, nadie tiene el valor de reconocerlo. Todo lo contrario. El asunto, además, se ha convertido en un prometedor negocio turístico.

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Hoy, Axum es un lugar apacible, sin casi memoria de su antiguo esplendor.

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Y el arca de la Alianza, envuelta en el misterio, vuela de boca en boca, siempre en voz baja. Éste fue el caso de Abba Mekonen, custodio del museo del arca. Lo hallé en uno de los laterales de la iglesia de Santa María de Sión. Según el National Geographic (julio de 2001), Mekonen es el guardián del arca. Nada más falso. Abba o «padre» Mekonen se ocupa del cuidado y exhibición de los objetos de culto de la citada iglesia. Para él, el arca de la Alianza se encuentra allí mismo, en el interior de Santa María. «Nadie puede verla -repite sin cesar-. Si alguien lo hiciera, quedaría ciego…»

Después cae en su propia trampa y afirma que él sí la ha visto. Al preguntarle por qué no ha quedado ciego, cambia de tema. No hay forma de seguir hablando sobre la caja de madera y oro. «Todo es secreto», se escurre como un pez. «Todo es secreto y falso», añado.

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Santa María de Sión, en Axum, siempre rodeada de fieles.

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Estelas de piedra en Axum. Otro gran enigma.

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Más de treinta millones de etiopes son cristianos.

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Cientos de peregrinos se acercan cada fin de semana al lugar más sagrado de Etopía: Axum.

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Abba Mekonen, custodio del museo de Santa María de Sión.

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Santa María de Sión, al fondo.

Sigo espiando al verdadero guardián del arca. Me acerco con Iván hasta la reja que rodea la capilla. No veo forma de saltar y penetrar en el interior. Iván me lee el pensamiento y lo desaconseja con la mirada. Estamos permanentemente vigilados por una serie de individuos que pasean arriba y abajo, junto al cerramiento. Van armados.

Las investigaciones me conducen a otro interesante asunto. El «hallazgo» aclaró mis ideas en este oscuro y delicado tema. Como ya mencioné, la fe de los etíopes en el arca, y en el hecho de que fuera robada y trasladada al reino de Saba, se sustenta en un libro: el referido Kebra Nagast o La gloria de los reyes. Pues bien, lo que no saben -o no quieren saber- los cristianos etíopes es que esa épica nacional fue adulterada intencionadamente. Todos los historiadores coinciden: el libro en cuestión fue armado por un tal Yesac, un monje del siglo XIV. Se hizo eco, al parecer, de las leyendas y escritos que rodaban sobre la visita de Makeda a Jerusalén y, sencillamente, falseó la realidad, fundamentando así el supuesto origen sagrado de los emperadores etíopes. Un linaje, insisto, nacido del mismísimo Salomón y que convertía a la nación en la legítima heredera de Israel.

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Un ayudante del guardián proporciona agua bendita a los visitantes.

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Una reja y vigilantes protegen la pequeña iglesia de Santa María de Sión.

Toda una maniobra política que se prolongaría hasta la muerte del último emperador, Hailé Selassié (1975), el «León de Judá».

Yesac falseó los hechos. La reina de Saba visitó a Salomón en Jerusalén. Esto es correcto. Y es posible que tuviera un hijo con el gran rey hebreo. Y es verosímil, incluso, que ese hijo se trasladara a Jerusalén y que fuera educado en los preceptos de Yavé, regresando luego a Saba con una nutrida escolta judía. Lo que no es creíble, como ya comenté, es que cuatro jovencitos alcanzaran el «Santo de los Santos», en el interior del Primer Templo, y se llevaran el símbolo del poder y de la religión de Israel.

¿Qué fue entonces lo que sucedió? En mi opinión, algo muy simple: cabe la posibilidad de que Salomón obsequiara a Menelik (incluso a la propia Makeda) con una copia del arca. Y esa réplica llegó a Saba. Eso fue todo. El resto es leyenda y manipulación. La historia, una vez más, fue falseada…

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A pesar de la fe, la historia niega la presencia del arca en Etiopía.

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Los peregrinos rezan en Axum. Ellos no dudan: el arca del Testimonio está allí.

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Una joven Etiopía está despertando al turismo internacional. El arca de la Alianza es un atractivo más.

La presencia del arca de la Alianza no resiste, en suma, el menor análisis histórico. De hecho, la propia historia etíope aparece enfrentada con las creencias y la tradición. Un ejemplo: las primeras noticias escritas sobre el arca se remontan a 1210, cuando el escritor armenio Abu-Salíh la menciona. Hasta ese momento, ningún documento advierte de su llegada a Etiopía. Y las dudas y la confusión se multiplican si concedemos crédito al historiador y navegante portugués Joao de Barros. En sus escritos sobre los abisinios, Barros asegura que lo robado en el templo de Salomón no fue el arca, sino las tablas de piedra de la Ley, entregadas a Moisés en el Sinaí. Para mí estaba claro: el arca de la Alianza jamás llegó a Saba…

Abba Tekelu En una de mis visitas a la capilla de Santa María de Sión (debería hablar mejor de mis visitas a la reja que la separa del mundo), conseguimos, al fin, que el guardián del arca -Abba Tekelu- se fijara en nosotros. Acudió sonriente y nos dio a besar la cruz de plata que lo identifica como el «atang». Tekelu no habla inglés.

Es un anciano de edad indeterminada (sus ayudantes apuestan por los setenta y cuatro años) pero con algo especial en la mirada y, sobre todo, en los modales. Es dulce y, al mismo tiempo, socarrón. Sonríe por casi todo. Me dicen que come una sola vez al día: un puñado de garbanzos tostados y agua. Está en los huesos.

EXCLUSIVA:

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Prohibido fotografiar al guardián de Santa María de Sión.

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Imágenes en exclusiva de Abba Tekelu, el guardián del arca, conversando con J.J. Benítez.

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Uno de los ayudantes del guardián, a las puertas del santuario. Nadie puede traspasar esa puerta y seguir con vida, según los etíopes.

Y, naturalmente, aunque conozco la respuesta, pregunto por el arca.

-Está ahí -dice, señalando la puerta de la capilla-, pero nadie puede verla…

Tekelu prosigue. Los guías traducen.

-…Dice que él contempla el arca siete veces al día y le arroja incienso… Él es el único mortal que la ve cara a cara…

-¿Podría verla yo?

-Ni siquiera Hailé Selassié, el emperador, pudo verla -responde, seco y serio-. Si usted lo hiciera, si llegara a contemplarla, desaparecería. Se volvería invisible. En el mejor de los casos, quedaría ciego o paralítico…

Sonríe de nuevo. Nos bendice y desaparece sin más en el interior de la capilla.

El guardián fotografiado

Enésimo intento. Abba Tekelu era ya como de la familia…

A cambio de una donación acepta que le haga unas preguntas sobre el arca. Debemos regresar al día siguiente. Iván lo ha conseguido: ha fotografiado al guardián del arca. Creo que es la primera vez que alguien lo logra. Otra primicia…

La cruz de plata huele a flores. Nueva bendición, esta vez para toda mi familia. Abba Tekelu ha tenido tiempo de repasar las preguntas. Las respuestas me dejan perplejo. Veamos:

1.ª ¿Él ha visto el interior del arca?

Respuesta de Abba Tekelu: «Él lo ve directamente, todos los días, siete veces.»

2.ª ¿Qué contiene?

Respuesta: «El arca dispone de diez compartimentos con diez mensajes de Dios (los Diez Mandamientos). Todos en piedra. Una de las caras de la piedra refleja la luz del sol. El arca contiene más cosas, pero es secreto…»

3.ª ¿Cuáles son las medidas del arca?

Respuesta: 74 centímetros de ancho por 74 de alto y 97 de largo. La cubierta es de oro macizo. En lo alto hay veinticuatro ángeles. En cada una de las caras se abre una ventana. En total, seis ventanas. Los ángeles miran a la cerradura.

4.ª ¿Cómo sabe que se trata del arca auténtica?

Respuesta: Porque en el interior están los escritos de Moisés, en piedra, y también el nombre de Moisés. Hubo una segunda arca de Dios, pero fue destruida. Se hallaba en Belén.

5.ª Si le entrego un millón de dólares, ¿podría ver el arca?

Respuesta: No.

6.ª Si alguien quisiera ver el arca, aún a costa de su vida, ¿podría hacerla?

Respuesta: No.

Como digo, las respuestas del guardián me dejaron atónito.

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Aquello no tenía pies ni cabeza. Una de dos: o Tekelu no había leído la Biblia o la caja guardada en Santa María de Sión era más falsa que Judas…

Me incliné por lo segundo. Todo coincidía…

Y, de pronto, aquel domingo, 18 de noviembre, sucedió algo extraño. Algo que me resisto a olvidar…

No sé muy bien cómo pero, a lo largo de una de las conversaciones a través de la reja, Abba Tekelu señaló mi anillo de plata. El guía tradujo:

-Dice Abba que ese anillo es especial. ¿Podría verlo?

Dudé. No siempre lo pongo en manos extrañas. Sin embargo, terminé aceptando. Tekelu lo observó con curiosidad y, directamente, me planteó que se lo regalase. Y añadió:

-Las cosas de Dios deben estar con Dios…

No lo entendí muy bien y, por supuesto, me negué. Pero la insistencia del guardián del arca de Santa María de Sión fue tal que permití algo de lo que me arrepentí a los pocos segundos. Tekelu -según el guía­ sólo pretendía introducir dicho anillo (hallado en el mar Rojo, al pie del Sinaí) en el interior del arca. Cuando pregunté por qué razón, no obtuve respuesta alguna. Y, como digo, acepté, con la condición de que me fuera devuelto a primera hora de la mañana del día siguiente. Tekelu nos bendijo y se alejó con prisas…

Y allí me quedé, como un perfecto idiota, con la nítida sensación de que mi preciado anillo de plata acababa de desaparecer… para siempre. (Una sensación muy familiar, por cierto.)

Fue una noche larga e inquieta. ¿Por qué le había llamado la atención a Abba Tekelu? Él no conocía la desconcertante historia del anillo.

A la mañana siguiente, a las 8 horas, este aterrorizado investigador se plantó frente a la reja, reclamando la presencia de Tekelu. Los ayudantes fueron y vinieron, poniendo a prueba mi paciencia. Por un momento pensé que el anillo había «desaparecido» definitivamente. Si fuera preciso -me dije-, saltaría al otro lado y buscaría el anillo en el interior de la capilla…

No fue necesario. El guardián terminó presentándose y, con una cálida sonrisa, me devolvió el anillo. No voy a negarlo: sentí una cierta vergüenza.

Entonces, dejando resbalar aquella franca sonrisa, el rostro se volvió solemne. Señaló el anillo con su dedo y manifestó:

-Esta noche, al introducido en el arca de Dios, se ha iluminado.

Fueron sus únicas palabras. No permitió que profundizara en el asunto. Y todavía hoy, al recordarlo, no sé qué pensar. Tekelu nunca supo de las singulares propiedades de este anillo de plata, capaz de emitir un intenso halo blanco. Jamás vio los termogramas. ¿Cómo pudo saber una cosa así? ¿Cómo pudo ver esa «luz» o «energía» si sólo es perceptible con los sistemas de termovisión? Y lo más intrigante: ¿existía en verdad el arca de la Alianza? ¿Había depositado el anillo en su interior? (Véase El anillo de plata.)

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Al introducirlo en el arca, el anillo se iluminó.

Cuatro siglos después Las dudas han seguido ahí, en mi interior, aunque el sentido común me dice que el arca (la auténtica) jamás estuvo en Etiopía. Y el «invento» etíope termina de venirse abajo cuando la Biblia vuelve a mencionar el arca del Testimonio, casi cuatrocientos años después de la muerte del rey Salomón. En el Libro Segundo de los Macabeos se rompe el largo silencio y el autor -Jasón de Cirene- explica cómo la sagrada caja de madera y oro es puesta a salvo de la invasión persa por el profeta Jeremías.

¿Qué había ocurrido? ¿Qué fue de la terrorífica arca tras la muerte de Salomón en el año 992 antes de Cristo?

Son varias las hipótesis aunque la clave -para mí- está de nuevo en Yavé.

Cuando Salomón termina el Primer Templo, Dios se le aparece y le hace una advertencia: «…Si vosotros, y vuestros hijos, os volvéis de detrás de mí y no guardáis los mandamientos, yo arrancaré a Israel de la superficie de la tierra…» (Libro Primero de los Reyes 9 [1,10].)

Salomón, sin embargo, olvidó la amenaza y, llegado a la ancianidad, se dejó tentar por sus mujeres, adorando a los ídolos y construyendo, incluso, un altar a Kemós, «monstruo abominable de Moab», y a Milkom, «monstruo abominable de los ammonitas». Aunque parezca increíble, el sabio e inteligente rey terminó haciendo lo contrario de lo que le había exigido el temible y vengativo Yavé. Naturalmente, lo pagó.

Pero, antes de su muerte, Dios se presenta por tercera vez ante Salomón y le dice: «Porque de tu parte has hecho esto y no has guardado mi alianza y las leyes que te ordené, voy a arrancar el reino de sobre ti y lo daré a un siervo tuyo. No lo haré sin embargo en vida tuya por causa de David, tu padre ..»

Salomón era un mujeriego y un renegado, pero no era tonto. Sabía que Yavé cumplía su palabra. Y acababa de anunciarle la destrucción del reino, un desastre que se produciría después de su muerte. Conclusión: Salomón, previsor, pudo guardar lo más santo y representativo de la nación hebrea: el arca del Testimonio. Y la escondió junto a los restos de la Tienda de la Reunión y otros sagrados enseres. Nada de esto se menciona en la Biblia aunque, en mi opinión, resulta de sentido común.

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Salomón, probablemente, escondió el arca. Sabía que Yavé cumplía su palabra.

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Hombre sin piernas junto a Santa María de Sión. Todos esperaban un milagro.

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Las mujeres fueron la perdición del rey Salomón.

Los persas Y así fue. Una vez muerto Salomón, todo en Israel fue confusión, guerras y dolor. Una situación caótica que culminaría con el asedio de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor II en la primavera del año 587 antes de Cristo. La Ciudad Santa fue tomada, y el Primer Templo, arrasado. Yavé fue implacable, una vez más…

Nebuzardán, capitán de Nabucodonosor, fue el responsable del saqueo. Dicen que los persas se hicieron con los tesoros de la ciudad y del templo antes de incendiarlos. En el inventario, sin embargo, no aparece el arca. Y tampoco fue registrada en una segunda lista, elaborada ciento cincuenta años después, cuando el rey Ciro autorizó a los judíos deportados a Babilonia retornar a Israel. ¿Cómo es posible que no figurase en el botín, o en los tesoros devueltos a las 830 familias judías deportadas, si se trataba de la pieza más valiosa de todo Israel? Sólo en oro sumaba más de trescientos kilos (!). Y lo más intrigante: ¿por qué no fue utilizada contra los ejércitos persas? Los hebreos lo habían hecho en otras muchas oportunidades. El arca de la Alianza era una arma terrorífica…

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Numerosos escritos e investigadores defienden que el arca fue extraída del subsuelo del Segundo Templo por los templarios.

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Los judíos lo saben: el arca está escondida bajo las ruinas del templo. Por eso nunca entregarán Jerusalén a los árabes.

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Sólo se me ocurre una posible respuesta: el arca no fue utilizada y tampoco incluída en el botín de Nabucodonosor porque, sencillamente, no estaba en el Primer Templo o no estaba a la vista. Alguien, sabia y astutamente, se la había llevado. ¿Fue Salomón? ¿O quizá alguno de sus inmediatos sucesores? ¿La escondieron en una cámara secreta, en la compleja red de túneles y pasadizos existentes bajo el Primer Templo? Ésta es la tesis defendida por buena parte de los sabios y rabinos judíos y ésta, justamente, es la razón más importante y secreta por la que la ciudad de Jerusalén jamás será devuelta a los palestinos…

Otros, en cambio, sostienen que el arca de la Alianza fue providencialmente sacada de Jerusalén antes de la llegada de los persas, merced a lo referido en el citado Libro Segundo de los Macabeos. Es decir, gracias a una «revelación» del profeta Jeremías. Según dicho texto, Jeremías recibió un «aviso divino» y sacó el arca y la Tienda de la Reunión, y las sepultó en una cueva, en el monte Nebo.

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Judíos y palestinos. Una larga historia de odio y sangre que empezó con una caja de madera y oro.

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A título personal Después de esa breve alusión, silencio. Nunca más se menciona el arca de la Alianza. Y me pregunto: ¿qué ocurrió? ¿Continúa en el subsuelo de Jerusalén, bajo las losas del actual Muro de las Lamentaciones o de la mezquita de Omar? ¿Por qué no ha sido encontrada en las cuevas del monte Nebo?

Me dejaré llevar por el instinto. Si la vieja caja de acacia y oro fue algo más que una simple caja, entonces -creo- jamás será encontrada. Y no lo será porque Yavé y sus «astronautas» se la llevaron…

Si sólo fue una «excusa» para los objetivos de Yavé, entonces -creo- sí será hallada (en su momento).

Opiniones para todos los gustos

• Para treinta millones de etíopes y algunos destacados investigadores (caso de Hancock), el arca de la Alianza se encuentra en la actualidad en Etiopía, concretamente en la ciudad de Axum.

• Según William F. Dankenbring, el arca fue devuelta a Israel durante la pasada guerra civil etíope. El Mossad -dice- sobornó a los funcionarios del gobierno por 42 millones de dólares.

• Vendyl Jones, arqueólogo norteamericano, lleva años excavando en las cercanías del mar Muerto. Dice que el arca sigue enterrada en algún lugar secreto del Jordán o de Qumrán.

• Para Randall Price (artículo publicado en 1993 en Messianic Times), el arca del Testimonio sigue enterrada bajo el actual Muro de las Lamentaciones, en el centro de la vieja Jerusalén. Según Price, en algunos textos rabínicos se relata el hallazgo de una cámara secreta -en un almacén de leña- en la que se hallaría la preciada caja de madera y oro. Esto significaría que dicha arca fue sacada del Primer Templo antes de su destrucción por los persas. La supuesta cámara secreta -dice- se encuentra a dieciséis metros por debajo del pavimento actual.

• En los años ochenta, en las excavaciones de los llamados túneles de los Asmoneos, se corrió el rumor de que los judíos pretendían llegar hasta el lugar secreto en el que, al parecer, se encuentra el arca (entre dieciocho y veinte metros por debajo del actual Muro de las Lamentaciones). Las excavaciones provocaron graves conflictos entre judíos y palestinos y la puerta de Warren, que supuestamente conduce al arca, fue sellada. Hoy, sólo el gobierno judío sabe si los arqueólogos alcanzaron a descubrir la temida arca. Uno de los rabinos -Yehuda Getz- aseguró públicamente que conocía el emplazamiento exacto donde está depositada el arca de Yavé.

• Para Gerry Cannon, el arca está enterrada bajo las arenas del desierto del Sinaí. Alguien la robó -asegura- y fue sepultada junto con trescientos soldados cuando trataron de mirar en su interior. Una súbita tormenta de arena acabó con todos.

• Ron Wyatt, arqueólogo norteamericano, afirma que el arca se encuentra bajo la roca del Gólgota (actual Santo Sepulcro, en Jerusalen). Y dice haberla visto el 6 de enero de 1982. Afirma que la sangre de Jesús de Nazaret se derramó sobre el arca. Wyatt dice que el arca fue escondida en dicho lugar antes del asedio de Jerusalén por los persas.

• Numerosos escritores e investigadores defienden que el arca de la Alianza fue extraída del subsuelo del Segundo Templo, en Jerusalen, por los templarios. Éste -dicen- fue uno de los grandes objetivos de la orden: rescatar las más importantes reliquias de la cristiandad. A saber, el arca, la Sábana Santa y el Santo Grial. Según estos autores, el arca fue trasladada a Francia y allí sigue, bajo la vigilancia de un grupo iniciático. Formaría parte del mítico tesoro de los caballeros templarios.

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Punto final

El país más pobre de África

Martes, 20 de noviembre de 2001. Leo en mi cuaderno de campo: «…en el camino hacia el Nilo Azul, en las proximidades de la montaña de Usara, nos detenemos a la vista de un espectáculo único. Dos niños nos saludan desde lo alto de una plataforma de madera y paja. Van provistos de hondas. Las agitan con destreza. Cada lanzamiento es un pájaro muerto. De eso viven. Me invitan a compartir su juego. Se trata de evitar que las aves arruinen la cosecha. Con suerte ganarán un cuarto de dólar al día. Estoy en Etiopía, el país más pobre de África.»

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Cuadernos de campo

Publicados por primera vez

A lo largo treinta años de investigación por todo el mundo, J. J. Benítez ha reunido un centenar de cuadernos de campo. Unos textos íntimos -él prefiere llamarlos «cuadernos casi secretos»-, en los que refleja el día a día de viajes, investigaciones, éxitos y fracasos.

Jamás se habían publicado. Con «Planeta encantado» salen al fin a la luz. Una vez más, las imágenes hablan por sí solas…

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J.J. Benítez

J.J. Benítez

Cuestione con J.J. Benítez los grandes misterios y los temas insólitos que el hombre se planteó en el pasado y de los que aún hoy busca una respuesta. Rompa las barreras de lo desconocido y disfrute de la mano de J.J. Benítez y sus sorprendentes descubrimientos. Venga con nosotros y viva a través de sus obras y documentales de TV, la hechizante aventura del saber.

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