El anciano iniciado dogon me tomó por un mensajero de los dioses. A partir de esos instantes, todo fue amabilidad y dulzura. Me abrió su corazón y me relató cuanto sabía sobre el descenso de los hombres-peces en Mali. No pude, ni quise, convencerlos de lo contrario. Yo no era un mensajero de los dioses. Sólo era un “kui”, como él…
(Fotos: Iván Benítez.)