Si existe alguien en el mundo a quien yo deba, y mucho, ese es José Luís Carreño Etxeandía. Un día llegué hasta él –no recuerdo muy bien por qué- y tuve mi Damasco particular. Yo había olvidado a Jesús de Nazaret. Quizá el Maestro seguía conmigo, pero yo no lograba encontrarlo. El Jesús de las religiones se me había ido desmoronando por el camino. Y el padre Carreño, salesiano, me abrió una puerta, ignorada por mi: Jesús de Nazaret se hallaba también en la ciencia. Carreño fue el hombre que más supo de la Sábana Santa de Turín, al menos en habla hispana. Y me llevó de la mano, hasta que comprendí que el Hijo del Hombre no era lo que me habían contado. Carreño no fue un “obrero de Dios”, como a él le gustaba que lo llamaran, sino un “obrero de lujo de Dios”
(Fotos: J. J. Benítez.)