Hay personas que tienen un don. Este es el caso. Aunque se viva en el exilio y no tengas nada, la dignidad no se pierde. Nos recibió como lo que era, el jefe del campamento. Estaba enfermo. Sus ojos lloraban. No se si era por su conjuntivitis crónica o por la tristeza de ver a su gente en esas condiciones. No podía hacer otra cosa. Le limpié sus cansados ojos y trate de aliviar con un colirio el escozor.
Agradecido nos ofreció su tienda como si fuésemos hermanos y así compartimos un humeante vaso de te.