En la imagen destacada: Juan Manuel, compañero de pesca y cómplice en el juego de la vida. (Foto: Blanca.)
Vivimos lo más intenso que existe en la vida: la mar y la palabra. Juan Manuel Romero Cotelo fue otro amigo irrepetible. Se fue un día 4 de abril, y sin avisar, como le gustaba a él. Nunca se lo perdonamos. Escribí algo para su funeral:
“¡Qué difícil tratar de dibujar el amor!
Eso fue Juan Manuel: amor químicamente puro. Jamás supe de nadie cuyos defectos le llegaran a la suela de sus zapatos.
Ahora dicen que se ha ido, pero no es cierto, y la prueba está en que su recuerdo se alarga en la memoria.
Juan Manuel fue un hombre bueno, en el sentido machadiano de la palabra, hasta el punto de derramar generosidad; algo poco común. Y todos nos apresurábamos a colocarnos a su lado, por lo que pudiera tocarnos.
Juan Manuel deslumbraba por sus pellizcos a la vida. Era veloz con la imaginación y más rápido aún con la sonrisa. Supo abrir cada instante, y vivirlo, por si llegaban otros duros, que llegaron. Y en la maleta de la memoria, su único equipaje al más allá, sabemos que se ha llevado el amor, su inevitable socarronería, y el recuerdo de un potaje de garbanzos con pulpo…
Ahora, al pasar al otro lado, Juan Manuel, ha sido aplaudido por los vivos y por los muertos, y estamos seguros de que se le habrá quitado el miedo a la muerte; entre otras razones porque no ha muerto: sólo ha cambiado de oficina. Ahora trabaja un poco más arriba, y allí se sentará a ver pasar la vida, por muy eterna que sea.
Sabemos que Juan Manuel es tan buena persona que no cambiará de cielo hasta que no lleguemos todos.
No se ha ido un esposo, un padre o un amigo: nos hemos ido todos con él…
Juan Manuel, por favor, no te bebas el cielo tú sólo.
Fue un privilegio conocerte.
Hasta luego”.
Juan Manuel, izquierda, Castillo y Juanjo Benítez. (Foto: Blanca.)