Flores para Julio Verne
Flores para Julio Verne

La imagen destacada hace referencia a: Depositando rosas blancas en la tumba de Verne.

París me encanta. A finales de la primavera daba gusto pasear por sus calles.

Nuestros viajes, generalmente, son de trabajo, pero siempre procuramos guardar un par de días, para disfrutar del lugar. Siempre hay algo nuevo que ver.

Preparamos bien el viaje. Lo primero, visitar Amiens, al norte de Francia, donde vivió y murió Julio Verne. Después, ya tendríamos tiempo de recorrer París.

Blanca, frente a la casa de Julio Verne en la ciudad de Amiens

Blanca, frente a la casa de Julio Verne en la ciudad de Amiens

La casa de Verne

La casa de Verne

A primera hora de la mañana ya estábamos en la estación, dispuestos a tomar el tren que nos llevaría a la ciudad del gran escritor.

Estábamos emocionados, solo de pensar que íbamos a caminar, seguramente, por las mismas calles que él también pisó.

Durante el trayecto decidimos que lo primero que haríamos era acercarnos hasta el cementerio de la ciudad. Sabíamos que allí estaba enterrado Verne.

Así lo hicimos. La gran sorpresa fue a la entrada. El lugar es un gran bosque con mucha vegetación, los árboles son enormes y, la verdad, no estaba muy bien cuidado.

A esas horas se hallaba desierto y decidimos comenzar la búsqueda.

Os recomiendo que, si en alguna ocasión tenéis oportunidad de visitar algún cementerio en Francia, lo hagáis. Los panteones son espectaculares; obras de arte que no desmerecerían estar en un museo.

Así fuimos recorriendo el lugar, pero lo que íbamos buscando no aparecía, no había ni un pequeño cartel indicando la tumba de Verne.

Ya estábamos pensando en regresar a la entrada cuando vimos un pequeño sendero. No parecía que llevara a ningún lugar, pero, como las calles principales las habíamos recorrido, decidimos investigar a dónde conducía.

Sorpresa: había un claro y allí estaba la tumba de Julio Verne. Magnifica. Fue emocionante.

El silencio, la luz, la soledad… no podíamos hablar. Es un lugar mágico.

Ya repuestos, nos dimos cuenta de que el lugar parecía abandonado. No creo que nadie se ocupara de retirar las hojas secas, ni siquiera de limpiar aquel maravilloso rostro, tan perfectamente esculpido.

Juanjo necesitaba un par de horas en el lugar y entonces decidí remediar un poco el abandono.

Me dediqué a limpiar  los restos del invierno. Como pude, retire  con mis manos las hojas secas, y decidí ir a comprar unas flores. No las quería cortadas. Tenían que ser flores vivas, creo que él se las merecía. Quizás alguna persona regaría la maceta después de irnos. Con esas flores blancas quería darle las gracias por hacerme soñar.

Allí estuvimos hasta el mediodia.

Necesitábamos visitar los lugares donde vivió, y fue como si Verne nos acompañara.

Llegamos a la casa donde pasó sus últimos años. Sin muchas esperanzas llamamos a la puerta y, con gran sorpresa, una señora nos abrió la puerta. Era la propietaria.

Le dijimos que estábamos en Amiens para visitar los lugares donde vivió Julio Verne y, sin ninguna pregunta, nos invitó a entrar, (es extraño que alguien deje entrar en su casa a dos desconocidos) y con gran amabilidad, nos enseño los lugares de la casa que había conservado intactos. Pude hacerme una foto delante de la gran chimenea que, imagino, encendió muchas veces.

Cementerio de La Madeleine, en Amiens

Cementerio de La Madeleine, en Amiens. La tumba encierra un misterio por descifrar.

Salimos felices de la casa.

El día había salido redondo. Estaba anocheciendo cuando llegamos a la estación de Amiens, para regresar a Paris.

Hay un refrán que dice:” bien acaba lo que bien empieza.”

Éste no fue el caso.

Vi un tren en el andén a punto de salir. Pensé que era nuestro tren a París. Le digo a Juanjo:” corre, corre que se va el tren”. Ya en la puerta le pregunté al interventor: ¿Paris? Y él me contestó :” oui, oui.”

Pero el tren no iba a París, se dirígia al Canal de la Mancha; es decir, en sentido contrario. Tuvimos que esperar a la siguiente parada y aguardar otro tren…

Un fallo lo tiene cualquiera…
 

J.J. Benítez

Blanca

En la vida de una persona ocurren, de vez en cuando, algunos hechos, que después de los años, al recordarlos, te hacen sonreír y, en cierto modo, añorar esos días pasados.

Esas anécdotas puntuales son las que me gustaría compartir con vosotros, y si tengo la suerte de haceros sonreír unos segundos, pues perfecto.
Son historias reales y sencillas, pero que han marcado un momento, que recuerdo con cariño. No tienen orden cronológico y van pasando como etapas superadas de mi vida, gracias a mi compañero de viaje y aventuras, en el que confío con todo mi corazón.

Gracias Juanjo.

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