En la época de Kefrén, supuesto constructor de la esfinge, la región era un desierto.
La edad de la esfinge egipcia, otro enigma por resolver. Los norteamericanos han puesto en duda la cronología oficial.
De entre los grandes enigmas del mundo, la esfinge, sin duda, es uno de los más atractivos. La he visitado en diferentes ocasiones y siempre he regresado con el mismo sentimiento: el Padre del Terror, como la llamaban los naturales de la región, no es la representación de un simple faraón. Es mucho más…
La zona delantera de la esfinge y parte de las paredes del foso presentan una erosión de dos metros de profundidad por las lluvias.
La ciencia, obviamente, no dice eso. La esfinge, según los arqueólogos, es el «retrato» del faraón Kefrén y fue trabajada hace 4.500 años. Lo que hoy contemplamos tiene escasa relación con la estampa original. En el pasado se hallaba totalmente pintada. El cuerpo de león en rojo y el tocado de la cabeza en azul, con rayas horizontales en amarillo. Portaba una barba postiza y, por delante de esa barba, aparecía una estatua a tamaño natural. Dicen que una representación del faraón Amenofis II. Durante la invasión de los mamelucos fue cañoneada y la nariz destrozada.
Y me pregunto: ¿Por qué la arqueología afirma que la esfinge tiene 4.500 años? He aquí los argumentos: en primer lugar, por el parecido del rostro -dicen con algunas de las estatuas de Kefrén, y además, por el hecho de hallarse muy próxima al templo funerario de dicho faraón. Aunque parezca increíble, eso es todo. Estos son los argumentos, supuestamente científicos, que sostienen la hipótesis oficial. En otras palabras: una tesis endeble y de un escaso rigor. A decir verdad, no existe una sola prueba documental que relacione a Kefrén con la esfinge.
La esfinge y la estatua de Kefrén no tienen nada que ver.
Y en 1991 se encendió nuevamente la polémica. Un equipo de la Universidad de Bastan, dirigido por el geólogo Robert Schoch, dio a conocer un estudio que retrasaba la construcción de la esfinge en varios miles de años. Mediante la utilización de sondas y micrófonos especiales, los geólogos norteamericanos exploraron las rocas que forman parte de la esfinge. El resultado fue asombroso. La zona delantera del monumento y parte de las paredes del foso que la rodea presentan una erosión de dos metros de profundidad, provocada por las lluvias. ¿Lluvias? En la época de Kefrén, supuesto constructor de la esfinge, la región era un desierto. Como se recordará, hacia el 4800 antes del presente, Egipto era ya un arenal, similar al que hoy podemos contemplar. Como habrá adivinado el lector, la única explicación a esa versión acuática hay que buscarla en un clima especialmente húmedo. Como afirmaba Schoch, con razón, entre el año 5000 y el 7000 antes de Cristo. Fue en esa época (es posible que mucho antes) cuando el norte de África se vio sometido a un importante cambio climático. Y las lluvias se prolongaron hasta el año 8000 antes del presente. Unas lluvias torrenciales que fueron disminuyendo paulatinamente. Los monzones perdieron fuerza y el Sáhara entró así en un lento pero progresivo proceso de desertización. Y fue justamente hace 4.500 años -cuando la arqueología fija el momento de la construcción de la esfinge- cuando aquellas tierras fueron definitivamente abandonadas por las lluvias. Kefrén, por tanto, no pudo levantar la esfinge. Como mucho, quizá, la restauró. El Padre del Terror estaba ahí desde mucho antes. La huella de las torrenciales lluvias registradas en el llamado Gran Húmedo Holocénico es incuestionable.
Orión. y algo similar sucedió con el investigador Robert Bauval. Veinte años antes, este ingeniero egipcio se atrevió a difundir una hipótesis que conmocionó a los seguidores y amantes del Egipto faraónico. Para Bauval, las pirámides de Gizeh no son construcciones aisladas. Las tres -dice- forman parte de un «plan» minuciosamente diseñado. Y para irritación de los arqueólogos más conservadores difundió una teoría que volvía a poner en tela de juicio la ya desacreditada cronología oficial. La tesis de Bauval es conocida como la correlación de Orjón. Es decir, el asombroso parecido en la disposición de Keops, Kefrén y Micerinos respecto a las tres estrellas que forman el cinturón de Orión. Basta trazar una línea entre las tres pirámides y otra entre las estrellas del cinturón, para observar que sendas ubicaciones son casi idénticas. Para Bauval, esto era la demostración de que las pirámides tenían una íntima relación con Orión. Con la ayuda de las computadoras retrocedió en la historia y descubrió que la alineación de las estrellas del cinturón de Orión coincidía con la de las pirámides ¡hace 12.500 años!. En otras palabras: la ubicación geográfica de las tres pirámides de Gizeh es el vivo reflejo de la posición de las estrellas de Orión hace 12.500 años…
A buen entendedor…
Fotos: Iván Benítez.
TIEMPO DE HOY (2004).