En la imagen destacada: El hallazgo en aguas de Egipto resultó desconcertante.
La realidad siempre supera la ficción. La célebre sortija de “El señor de los anillos” existe.
Aquel mes de julio de 1996 fue especialmente intenso. Mientras se registraba el asombroso encuentro ovni en Los Villares (Jaén), quien esto escribe se hallaba en Egipto. Y sucedió algo no menos desconcertante. El 25 de julio, a eso de las 18 horas, por una serie de curiosas casualidades, yo me encontraba buceando en las luminosas aguas del Mar Rojo, frente a Sharm el Sheik. Pues bien, tras una hora larga de infructuosa búsqueda de un anillo, perdido por Blanca, mi mujer, en las referidas aguas, fui a descubrir otro anillo, semi enterrado en el fondo arenoso. Era un anillo de plata, con unos extraños símbolos grabados en la cara exterior.
En el fondo del mar estaba semienterrado el anillo de plata.
Recuerdo que el hallazgo me desconcertó. Durante varios días me interesé por el posible propietario. Fue inútil. Nadie parecía haber perdido la singular sortija. En esos momentos, naturalmente, yo no tenía conocimiento de lo observado durante nueve días antes por Dionisio Ávila en Los Villares (Jaén). Nada sabía de su encuentro con los tres seres o de la luz que se convirtió en piedra esférica. Fue semanas después, a mi regreso a España, cuando recibí las primeras noticias y comprobé algo de muy difícil explicación; los signos que adornaban el anillo de plata eran idénticos a los descritos por el jubilado y a los que representaba el lucerillo. ¿Casualidad? «Palo-cero-palo» en la cúpula del ovni, en la piedra esférica y en el anillo de plata. ¿No eran demasiadas casualidades? ¿Qué significaba aquel aparente manicomio?
El anillo con los mismos signos del «lucerillo» de los Villares.
Resultados sorprendentes. Y al igual que hiciera con el lucerillo, también el anillo de plata fue sometido a toda suerte de análisis. Al principio, los expertos no hallaron nada anormal. Se trataba, en efecto, de plata. Una excelente aleación con los componentes habituales: cobre, oxígeno y carbono. Fue en las pruebas de termovisión cuando surgió algo «imposible». Lo que teníamos a la vista -lo que marcaban los termogramas- no era lógico. El anillo hallado en el fondo del Mar Rojo se comportaba de forma anormal. Mientras los dedos de mi mano representaban las temperaturas lógicas (28, 35 ó 36 grados Celsius, según las zonas), la superficie exterior del anillo ofrecía unas lecturas muy diferentes. A juicio de los expertos, «imposibles». Algunas de las secciones de dicho anillo marcaban siete grados Celsius, Otras, diez e incluso !cinco grados! Teóricamente, ningún anillo colocado en un dedo puede descender a temperaturas tan bajas, y mucho menos cuando la temperatura ambiente, en esos momentos (13 horas), era de 18 grados. A lo sumo, tratándose de plata (un excelente conductor), el anillo debería haber permanecido a una temperatura que podía oscilar alrededor de los veinticinco o veintiocho grados Celsius. Nunca a cinco, siete o diez grados. Lo más increíble, sin embargo, es que, a pesar de esas mediciones tan bajas, el anillo -el tacto- se presentaba caliente. Nadie, hasta hoy, ha logrado explicar tan singular comportamiento. Repetimos la operación y los resultados fueron idénticos. Pero hubo más sorpresas.
El anillo mantiene un misterioso halo de luz o calor a su alrededor al extraerlo del dedo, como se puede apreciar en esta foto.
Al retirado del dedo, los termogramas arrojaron un espectáculo no menos asombroso: el anillo, entonces, aparecía envuelto en un intenso halo blanco. ¿Se trataba de luz? ¿Qué clase de luz? ¿Por qué no era detectable a simple vista y sí con el sistema especial de termovisión? ¿De dónde procedía esa radiación? ¿Era algo propio del anillo? ¿Era una energía trasvasada por sí mismo? Y las pruebas, obviamente, se multiplicaron. Una de ellas vino a confirmar la indiscutible realidad del halo o radiación. Se colocó una copia -en oro- junto al original y ambos anillos fueron sometidos nuevamente al sistema de termovisión. El de oro, como era de esperar, no presentó halo alguno. El de plata, en cambio, se manifestó como un potente emisor (?) de energía. Las imágenes (los termogramas) son incuestionables. Y los especialistas no supieron qué hacer ni qué decir. Aquello, sencillamente, iba contra las leyes físicas. Al menos, contra las humanas…
Fotos: Iván Benítez.
TIEMPO DE HOY (2004).