Fuente: García Martínez. La Verdad de Murcia. 25 de Octubre 2006.
J.J.Benítez se sometió a un interrogatorio de dos horas y media en el Aula de Cultura de ‘La Verdad’
El salón de la Cámara de Comercio de Murcia se llenó hasta más allá de los topes, para someter a J. J. Benítez, que acaba de publicar Caballo de Troya 8, a un interrogatorio de más de dos horas y media. La sesión fue convocada por el Aula de Cultura de La Verdad, con la colaboración de Cajamurcia.
J.J. Benítez no es sólo un tipo que imagina, sino que se documenta de un modo diríamos que rabioso. Su capacidad para la ficción no conoce límites. Pues tiene facultades y atrevimiento para contarnos que un piloto americano estuvo cenando con Jesús de Nazaret y ambos compartieron una torta de saltamontes y dátiles. A eso hay que echarle mucha imaginación. Como a casi todo lo que aparece en los Caballos de Troya.
Escritores imaginativos ha habido muchos. Pero lo que distingue a Benítez es que, junto a esa desbocada imaginación suya, nos regala una enorme documentación. Tan exhaustiva que le imprime carácter y le otorga particularidad a su obra.
Si, pongo por caso, Juan el Bautista -mejor conocido por Yehohanan- acostumbra a llevar siempre consigo una colmena, ya que se alimenta sólo de miel, el lector acaba sabiendo hasta el número del carnet de identidad de la abeja reina. J.J. nos explica, por ejemplo, que «una abeja precisa dos horas de vuelo para llenar el buche de néctar». Esta de inventar y documentarse es una propiedad de la literatura de Benítez que la hace diferente y que justifica su tremendo éxito.
Tocante a la relación del autor con el protagonista de sus historias -que no es otro que el propio Dios hecho Hombre-, algunos pensarán que va más allá de lo que un buen cristiano entiende como prudente. Sacar a Jesús del estereotipo que nos han transmitido la religión y nuestra propia rutina, puede generar escándalo en algunos. Pero el prejuicio queda borrado desde las primeras páginas, porque el atrevimiento, la insolencia y la desfachatez del autor, mostrándonos a un Jesús de andar por casa, vienen superados por el amor y el respeto sin límites que le profesa al Maestro. Y este cariño entre el autor y el personaje no es cosa de ahora. Desde pequeñito, la personalidad de Benítez se adornaba de una inquietud espiritual fuera de lo corriente. A tan tierna edad, ya le tiraba lo esotérico, es decir, lo oculto y reservado.
Eso lo sé porque, hace justo cuarenta años, Benítez vivió en Murcia, ejerciendo como redactor de La Verdad. Y nos hicimos amigos. Por eso estoy en condiciones de decir que su sensibilidad por lo espiritual viene de muy antiguo. Al principio, empezó a intuir a Dios en el fenómeno ovni. Más tarde decidió trasladarse (en la persona de un militar americano llamado Jasón, a bordo de un objeto volante sí identificado) al tiempo y lugar en que vivió y murió Jesús de Nazaret. A esa operación la llamó Caballo de Troya. Y claro que hay ovnis en Caballo de Troya.
Me atrevería a decir que esta sería la conclusión del pensamiento de Benítez: «El Padre, más que crearnos, nos imagina. Él sabe por qué desciende sobre nosotros, nos habita, nos regala un alma inmortal y nos lanza a la más prodigiosa de las aventuras: buscarlo»