La imagen destacada hace referencia a: Otra aventura, en la frontera con Bolivia, a 400 km del salar de Uyuni.
Por supuesto que la cruzamos. Cuando se propone algo no hay quien pueda convencerlo de lo contrario.
Cruzamos la frontera de Perú a Chile en taxi. Llegamos a Arica y de ahí, en avión, a Calama.
Queríamos visitar San Pedro de Atacama. Sabíamos que hay petroglifos en los alrededores y decidimos fotografiarlos.
Después de varios días de trabajo pensamos alargar la aventura. Estábamos muy cerca de la frontera de Bolivia y relativamente cerca del Salar de Uyuni, un lugar mágico. ¿Por qué no visitarlo?
El único inconveniente era la cordillera. Nos hallábamos en verano, y aunque era la mejor época para viajar por esas latitudes, no nos podíamos fiar; en verano, incluso puede nevar.
Y, sin pensarlo dos veces, tomamos un autobús que nos acercara hasta la frontera.
Allí nos dijeron que podíamos contratar a un chófer, y un todo terreno, que nos llevara al Salar.
¡Qué locura!
Blanca, con Luis, el chofer.
Después de pasar los trámites en la policía y aduana, pisamos Bolivia.
El lugar es maravilloso. Montañas que tocan las nubes, lagos que parecen espejos y el aire más puro que he respirado jamás.
Ahora teníamos que buscar y negociar el trasporte hasta Uyuni.
La verdad es que no había mucho donde elegir. La mayoría de los turistas contrataba los servicios de los chóferes por un par de horas, para recorrer los geisers cercanos.
Es un espectáculo ver escapar los chorros de agua hirviendo, en medio de la nada.
Al fin llegamos a un acuerdo. El todo terreno parecía estar en buenas condiciones y el chófer era un señor muy agradable, se llamaba Luis.
Conocía bien la zona; solo había que esperar que las pistas se hallaran en buenas condiciones. Como ya sabíamos, si llueve se pueden hacer intransitables.
¡Qué inocentes!
Altiplano boliviano, a 5000 metros de altitud en Laguna Colorada (Foto: Blanca)
Deberíamos hacer noche en el altiplano. Si no había complicaciones llegaríamos al Salar de Uyuni al atardecer del día siguiente.
Perfecto.
El paisaje es espectacular, y empezamos a cruzar la cordillera. En la lejanía se veían grandes nubarrones negros. El frío era intenso por momentos y no llevábamos ropa apropiada. El viento entraba por todas partes, y llegaron los nubarrones y, con ellos, una granizada increíble; estábamos helados.
El chófer, impasible. Para él era normal a pesar de estar en verano. Su única preocupación eran las pistas.
Tenía que conducir con mucho cuidado, para no quedar atrapados en el barro.
Nos encontrábamos solos en mitad de la nada, a 5000 metros de altitud.
No había anochecido cuando llegamos a la pequeña aldea de Alota.
Hacía un frío increíble y el aire cortaba la respiración.
El chófer nos llevó a la pensión “Carlitos”, en la que alquilaban habitaciones.
La cordillera de los Andes. Laguna Blanca. (Foto Blanca)
Nos recibieron con asombro. No hablaban español, pero amablemente nos indicaron dónde estaban las habitaciones. Con la ayuda de velas pudimos ver el interior. Era una nevera. El único ventanuco no tenía cristal. Decidimos taparlo como pudimos. Por el servicio ni preguntamos; estábamos agotados y hambrientos.
Necesitábamos comer algo caliente. Con la ayuda del chófer conseguí un par de huevos y, como si de un espectáculo se tratara, me vi rodeada de mujeres y niños que no me quitaban ojo, mientras trataba de cocinar unos huevos revueltos sin aceite.
Fuimos la atracción de la aldea.
Así pasamos la noche, vestidos, y envueltos en mantas. El aseo matutino lo dejamos para Uyuni. No recuerdo qué desayunamos, pero seguro que algo caliente que compartieron con nosotros. Cuando no hay nada, lo poquito te sabe a gloria.
De las “piezas”, mejor ni hablar… Pensión “Carlitos”.
Realmente nos dimos cuenta del lugar desolado al que fuimos a parar, cuando reiniciamos el viaje.
Parecía imposible que pudiera darse la vida en un lugar tan inhóspito.
Qué vida tan dura para aquella pobre gente. He recorrido muchos lugares, pero éste fue uno de los más dificiles.
Llegamos al Salar al atardecer. Entramos en el pequeño hostal, para mí más lujoso que un hotel de 5 cinco estrellas.
Una experiencia para pensar…
Alota, aldea boliviana, en mitad de la nada. (Foto:Blanca)